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Mundo mágico

BESOS ROBADOS A ORILLAS DEL EBRO

BESOS ROBADOS A ORILLAS DEL EBRO

Decididamente soy un romántico no anclado en el tiempo, algo loco, a veces majara total, y tengo tintes de auténtico surrealista. Vamos, que no me aclaro por más que piense y que le de vueltas a la cabeza. Me llamo Gabino, que no lo había dicho todavía, soy un hombre felizmente casado y mi mujer se llama Jimena. Mi inventor, al que no pienso mencionar más en estos relatos a fin de que no me quite protagonismo, se llama Manuel Español (otro chiflado), igualmente casado desde hace decenios, muy enamorado de su Mercedes, y cada vez más embobado por ella.

Jimena: “Gabino, no te pases que como aireemos sus intimidades, se va a cabrear el jefe y nos puede borrar de un plumazo. No querrás que tu y yo desaparezcamos del mapa con lo bien que lo pasamos…”.

Gabino, medio sonriente y con una pizca de malicia: “No sé, no sé.... La realidad es que Manolo no es un mal tío. Y si no, que te lo pregunten a ti que tantas veces pones a prueba su paciencia”.

Jimena, herida en su honor y un tanto colérica (tiene un sentido del humor muy particular): “Machistas, que sois unos machistas los dos. Ahora me callo un poco para no descargar del todo lo que pienso. Pero mi venganza será terrible”.

 

Bueno, pues a partir de ahora no habrá mas protagonistas en “Historias de un loco surrealista”, que el propio Gabino (muy identificado con Manuel),  y sus compañeros o “familiares” de reparto como Jimena (afín a Mercedes, que es su representante, mánager, abogada defensora, etc.). Espero que los protagonistas no se revuelvan contra mi, que estaré manejando los hilos desde atrás, si bien todo es posible hoy en día, y más después de lo que acabo de decir. Deseo que la sangre no llegue al río, a pesar de que sus aguas suelen bajar turbias. Doy paso a mis personajes, que no cunda el pánico.

 

Y con mi espíritu romántico enamoradizo también con tendencias evocadoras, soy muy dado a la meditación vespertina y a veces hasta matinal. Eso no quiere decir que cuando paseo por la margen izquierda del Ebro, aunque no ejerza religiosamente, no sienta un respeto imponente cuando a mi frente (margen derecha) se divisan majestuosas las siluetas del templo del Pilar. Y el Ebro guarda silencio con susurros de jota aragonesa, aunque no siempre.

Mis meditaciones no son precisamente muy católicas ni castas, pero nunca están cargadas de mala intención, que los besos cuando son muestras de atracción entre dos personas o están cargados de amor y ternura, resultan siempre hermosos. Y si pienso en anécdotas ya vividas o hasta por vivir, lo normal es que me asome una sonrisa gestual no exenta de una pizca de picardía.

El atardecer, cuando destilan los últimos rayos del sol hace que se sienta una inagotable fuente emanadora de inspiración y de imágenes hermosas. Parejas de jóvenes o con sed de amor se enlazan por la cintura, se miran a los ojos y no ocultan sus sentimientos. Besos apasionados destilan momentos llenos de encanto y la hierba sirve de colchón para unos revolcones maravillosos. Hay naturalidad total y uno, un tanto madurito, no puede evitar que afluyan a su mente recuerdos que quedan en la distancia real, también muy cercanos a su propio corazón. Me entran ganas de gritar y de decir: “Os quiero”. No podría ser de otra manera, exactamente igual que en mis tiempos más juveniles paseaba con una chica determinada o con la que pudiese por esos mismos lugares tan irresistibles y propensos a sentir las emociones en toda su intensidad, abriendo de par en par todos los mecanismos de la emoción, que es cuando surgen con naturalidad los besos robados venciendo cualquier tipo de resistencia, si es que en algún momento se había dado.

Estas reflexiones se las hacía un día a mi mujer que presentaba el más dulce semblante con que la he visto nunca. “Gabino, eres un romántico”, me decía. “¿Todavía te acuerdas de eso?”. Y le contestaba: “Te llevaré a ese lugar, nos besaremos y haremos el amor locamente. Nueve meses después tendremos una niña, que a mi me gustan más las niñas que los niños”.

“Cada día estás más loco, y casi me atrevería a decir que hasta más activo. Pero yo no quiero ir  ningún lugar en plan furtiva, que tenemos una casa cómoda, y no quiero que nos pase como te ocurrió a ti cuando un cura te llamó a atención en plena vía pública mientras estabas con una pobre colegiala”. Yo le contesté que la niña no era pobre ni colegiala, que estaba impresionantemente bien, y que el cura era un voyeur, digamos que salidillo, y que lo que tenía era cochina envidia. ..  “Y cuando ligaste con mi amiga Laurita, de lo cual me enteré yo con el paso de los meses? No sé como te perdoné” Y le contesté: “Es que la pobre lo estaba pasando mal después de aquel desengaño y yo traté de ayudarla”. Bueno, ¿y qué te pasó a ti con Carlos?”, contesté con inmediatez. Con una sonrisa abierta y mirada extraña y hasta un tanto sorprendida, me dijo: ”Anda ya, Gabino, date una vuelta que yo me quedo en casa esperando a Juanjo”. Muy oportuna ella, las carcajadas sonaron a dúo de una manera un tanto escandalosa.

El caso es que como me esperaba un atardecer maravilloso me fui, como no podía ser de otra manera, a “meditar” por las orillas del Ebro, a disfrutar viendo los besos robados o no tan robados, pero siempre intensamente bellos. Estaba observando los rayos del sol bien reflejados en las aguas del río, y un poco a o lejos aprecié una figura escultural, bellísima ella, melena al viento y no pude, pero es que de verdad, no pude hacer otra cosa que acercarme poco a poco a ella, que estaba sola en un banco rodeado de verde, acompañada por un perro labrador. Traté de acercarme al animal con ademán de acariciarle como paso previo para entablar una conversación con su dueña, por ver si podía robarle un beso a orillas del Ebro, con las siluetas del Pilar al fondo. ¡Qué sonriente estaba la chica! Como poco a poco se reía más ante una apariencia mía de estar preso de unos ciertos aires tímidos, por lo menos eso es lo que personalmente creía, pude sentarme junto a ella como si de un triunfo mío se tratase. Me dio un beso en la mejilla y me dijo: “qué guapo estás tío Gabino”. Era la hija de mi amigo  Celestino, que había salido a pasear con su animalito de cuatro patas, acompañada también por otro de dos, un tipo de un equipo de baloncesto, creo, al que por supuesto saludé muy amablemente cuando hizo su aparición. Al momento, cuando me despedí de ellos, estaban abrazándose con hermosa ternura Fue cuando me dije a mí mismo, aquello de “Gabino, cuida con lo que haces que estás en la edad media”. Y un servidor, como es habitual en mi, sigue haciendo el gili.

 

MANUEL ESPAÑOL

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