Blogia
Mundo mágico

MI AMOR LOCO POR BIESCAS

MI AMOR LOCO POR BIESCAS

Sensaciones de amor, de felicidad, de alegría, de añoranza, de risa, de lamento, de esperanza, de ganas de lanzar un grito lo más fuerte que soy capaz, en lo alto de una de mis montañas mirando al valle… Son instantes que se acumulan en lo más íntimo de mi ser y que se resumen en una palabra mágica: BIESCAS. Así soy, no lo puedo remediar ni quiero. Ahí se encierra y se expande el aroma de mi infancia, de mi juventud, de la madurez y del futuro que me puede quedar y que yo ignoro. Pero es igual, que ya nadie me puede quitar lo que he vivido. Y desde allí, desde lo más alto, igual entono las notas del Cara al Sol que las de la Internacional o el Himno a la Virgen del Pilar y hasta el “Imagine” de John Lennon. Si todo esto lo cuento, tal cual lo siento supongo que más de uno me dirá aquello de que tu estás loco, Gabino, o… ¿te llamas Manolo?”.  “Cuidado, no empecemos con lo de siempre, a poner problemas, que un ciudadano como yo a lo que aspira es a tener sus minutos u horas de libertad y a decir lo que piensa de la vida, a mostrar sus oídos, su poco sentido, sus amores y ganas de sonreír y también de soltar carcajadas y todo dando rienda suelta y acompañado de la propia imaginación”.

Así que con la mochila a la espalda y sin más diálogos y pensamientos que conmigo mismo, llego a un espacio en el que la vista desde allí es especialmente mágica. Se trata de la cima de Erata en un día soleado, con temperatura suave y sin viento, teniendo a la soledad, insisto, como única compañía, que ya más abajo y en el pueblo, vendrá una buena cerveza acompañado de mi primo y amigo Ramón Ruba, que cuando quiere, bien que me toma el pelo. Eso sí, de momento y para fomentar la inspiración propia, saco el almuerzo consistente en tortilla de patata que me ha hecho mi tía Cuqui, y demás viandas a base de chorizo y jamón y un buena bota de vino, y más…

La verdad es que  me quedo muy satisfecho y con la sonrisa ancha asomando a mi rostro, apunto con los gemelos de última generación que me ha regalado Jimena y mi mirada se fija en lo que resta de la antigua piscina del Parque La Conchada, aquella en la que para tratar de ligar me hacía el machito y aguantaba como si nada durante buenos ratos las bajas temperaturas del agua, y más que ligar, como único trofeo agarraba algún catarro que otro. Pero hubo un día en el que uno mismo, tan soso como era, conseguí llamar la atención de una chica guapa y de buen tipo, que no era del pueblo, pero con la que logré un pequeño escondite que por lo visto no era tal, y hubo más de un indiscreto que no sólo consiguió que se enterase mi familia, sino que hasta el cura con sotana y todo se plantó en casa para que me llamaran la atención. Y todo por un inocente beso, bueno, un poquito más,,, Pero de ahí no paso en el cuento. Mi padre cuando se enteró hasta se partía de risa cuando no le veían los de su generación anterior, y así suavizó una reprimenda que no llegó a ser severa. Y cuánto tiempo estuve pensando en lo que fue y lo que podía haber sido con esa zagala con acento, no sé si alemán o qué. Bueno, no quiero recrearme más en el tema, porque luego me da la impresión que tengo visiones en mi mente, a veces de un calenturiento que no las puedo evitar porque me los da la propia naturaleza.

Y aunque en el monte Erata refrescabade una manera ligera, bien comido, bien imaginado, me eché una siesta muy agradable en plena naturaleza. Y mira por donde, cuando estaba en lo más dulce del sueño, oigo el sonido de un cencerro. Mi soledad en libertad se había ido al carajo. Me despierto desagradablemente y veo ante mi a Pacorro, un buen amigo de infancia, pero como siempre, tan inoportuno. Este “mocé”, tan veterano como yo, dijo que me había visto subir (por supuesto que hacia arriba, faltaría más) cargado con la mochila y me dijo: “como estas vacas son muy dóciles y tengo al toro amaestrado, sé que no se me van a escapar. Así que me voy un rato con Gabino a hacerle compañía. Alégrate, amigo, que he traído un rancio muy rico en bota, y entre trago y trago recordaremos viejos tiempos”. Pues a recordar…, dije resignado hacia mis adentros.

“Oye, Gabi, ¿te acuerdas de cuando celebrábamos de niños la fiesta de San Manuel?”. Así surgieron las primeras risas. ¡Ya lo creo que me acordaba! Éramos unos traviesos inocentones, que el día 1 de enero desde el punto de la mañana, posiblemente cuando había más de un vecino que no se había acostado todavía, recorríamos una por una cada casa del pueblo, cargados de sacos o cestas vacíos, y un monedero sin contenido pero grande por si acaso, y aparte, con sumo respeto,  una imagen del Niño Jesús. Lo del Niño era para que pensasen que éramos unos chicos buenos y no unos jetas. El caso es que como Biescas es un pueblo que a lo largo de la historia se ha distinguido por su sentido de la hospitalidad, las puertas se nos abrían ante nuestras llamadas, y en algunos casos aparecían caras con síntomas de sueño y hasta de resaca para escuchar nuestras felicitaciones si bien en general era generosa. Puesta tras puerta, perdíamos nuestra vergüenza habitual y gritábamos eso de “¡Feliz año nuevo!”, y de esta manera repetíamos hasta que nos abrían. En algunas casas nos hacían cantar un villancico muy particular: “Hoy los niños que aquí veis/ reunidos celebramos/ la fiesta de San Manuel /y a principios de año”. Un año en el que el chico encargado de portar la imagen se dejó el Niño Jesús en casa, una de las vecinas nos preguntó que “dónde estaba el Niño, que no lo lleváis, pajaros. Jorge, que entonces era muy guasón, me miró y después le dijo a la señora: “para qué queremos una imagen si ya llevamos a Manolico. ¡Eh, Manolé, saluda a la señora”. En algunas casas nos daban dinero, en otras patatas y cebollas que luego vendíamos en Casa Sebastián o Casa Ipiéns y que nos las pagaban a muy buen precio como forma de complicidad. Entre la venta de las patatas y el dinero recaudado, comprábamos la cena que tradicionalmente cada año se hacía en la casa de cada uno de nosotros. ¡Y qué bien guisaban las madres o las hermanas! El día 2 necesitábamos descansar de la resaca de año nuevo.

Tras este entrañable recuerdo, Pacorro aún insistió en cuando jugábamos a ladrones y policías. “Que a ti, Gabino, siempre te gustaba hacer de ladrón”. Y ahí le corregí, que en algunos momentos me ponía de un repipi insoportable, contestándole que “a mi siempre me ha gustado estar frente al poder establecido, aunque a estas alturas ya me he calmado un poco.”

Y pensar que había subido al monte a cantar la Internacional o el Cara al Sol, o lo que me pasase por la cabeza en el momento y así disfrutar de la plena soledad, acompañado del almuerzo de la tía Cuqui… El caso es que le dije a mi amigo que debía bajar rápidamente, que me esperaban en el pueblo. Y éste me asió del brazo no soltándome, diciendo que me quería llevar donde estaban las vacas, que me guardaba una sorpresa. Y en el camino aún me contó el año en el que a Toño le eligieron una Semana Santa para hacer de apóstol en el lavado de pies. Como pensaba el chaval que le iban hacer un buen lavado, se paseó repetidamente por el corral de su casa y luego se presentó con los pies negros, para bochorno de su familia.

Por fin llegamos junto a las vacas que parecían estar alegres con el toro. Y ya en el lugar el bueno de Pacorro me confesó que cuando me había visto subir ya pensó que nos veríamos un rato después y había ordeñado una vaca. Con tan buena leche no me podía negar, por lo que lo que había descargado en vino lo cargué del rico líquido lácteo. Le di mis más efusivas gracias y para mis adentros dije que era muy pesado, pero muchísimo más bondadoso que pesado.

Sucede que si el tópico de “recordar es vivir” resulta cierto, a mi me gusta mucho el presente y siempre soñar con el futuro. Y como mi amistad con Ramón Ruba es presente, pasado y futuro, estaba deseoso de encontrarme de nuevo con en su establecimiento. Y allí bien que me esperaba con ganas de hacer risas, acompañados de una botella de buen vino tinto y de un plato exquisito de tripilgates de Biescas. Allí en su casa, que ha rebasado crecidamente el centenario de su existencia, hay muy buenas historias y anécdotas cargadas de humanidad y sentido del humor, así como de visitantes ilustres para contar a lo largo de generaciones. Algún día nos pondremos de acuerdo. Lo de los gritos y cantos pelados a la máxima potencia de mi voz, mejor dejaros para otro día en que todavía esté menos cuerdo. Que conste que volveré a ello.

 

MANUEL ESPAÑOL

0 comentarios