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Mundo mágico

¡NENES, DEMASIADA CACA!

¡NENES, DEMASIADA CACA!

Me encantan los niños. Tengo amigos progenitores de inocentes criaturas a quienes les da lo mismo les da por estar todo el día a carcajada limpia o en un llanto constante (los nenes, claro). Y como no conocen otro idioma, los mas pequeños se pasan la vida tragando, llorando o riendo, y por si fuera poco hacen pis y cacas continuamente, así hasta que aprenden a base de aburrimiento a pronunciar la palabra !ajo! para satisfacción materna y paterna, que aquí intervienen los dos. Y no digo nada cuando llegan a adolescentes, que quieren lanzarse a volar sin paracaídas. Joé…, que mal huelen los condenados bebés.

Hace ya unas pocas semanas me llamó mi amigo Tancredo Pancrudo, que vive en el pueblo de mi primo Marcelo, para decirme que él y Luci habían sido padres de un niño muy rico, muy mono, al que le habían puesto el nombre e Federico, y que había pesado al nacer, nada menos que 4 kilogramos. ¡La madre que lo parió, lo ancha que se debió quedar cuando lo hizo (el parto, quiero decir). Así que al Fede este ya le llamaban el tardano, que su hermanito Felipín había cumplido los 10, y tan hermosote él. El repapi, que se hallaba tan entusiasmado y que llevaba tanto tiempo con que tenia que ir a verles a fin de jugar con sus hijos y comer juntos, asegurándome que lo íbamos a pasar en grande, terminó por convencerme, por lo que decidí aprovechar una de mis visitas a la tía Cuqui y al tío Tan, que viven en Biescas, y allí en el Pueblo Largo que me planté.

Paré el coche en la plaza, que es donde casi se concentra toda la población, donde se halla ubicada la pequeña pero coqueta iglesia, el dispensario donde acude el médico una vez a la  semana, y una escuela escasa de chicos en estado semisalvaje y amantes del aire libre. Como soy muy despistado, nada más llegar y cuando no había remedio, me di cuenta de que no llevaba regalo alguno, por lo que entré en la tienda de Bienvenida, que igual vendía vinos y licores, unas tortillas de patata deliciosas, bragas, periódicos, caramelos, bacalao y juguetes y más cosas... Bienve es una mujer bonachona que por todos sus poros destila extensa humanidad, y se alegró tanto al verme, que me acogió entre sus brazos  potentes, me estampó dos sonoros besos, y casi me deja  sin respiración. A decir verdad, aquel encuentro fue de un emotivo subido con el recuerdo añadido de tiempos pretéritos que nunca se olvidan, en los que de niño pasaba por su establecimiento y siempre me daba algún dulce. Hoy -me dijo- no te escapas sin tu regalo, que aunque seas mayor sigues pareciéndome un chiquitín, y te guardo un paquete de caramelos con la condición de que seas tu quien se los tome, y otro más para que lo entregues a Jimena de mi parte. La verdad es que en  los escenario de mi infancia, la gente es así de noble y generosa, aunque como en todas partes, hay de todo. A Tancredo, por muy entregado  que esté a la causa de su villa, es un chico cultivado al que le gusta la buena música, por lo que me lo puso fácil, y con un disco mozartiano sabia que  iba a  quedar muy bien. Para Lucia, Bienvenida me recomendó un perfume que decía haberle llegado de Paris, al bebé le correspondió un pijama que dentro de dos años creo le estará bien, y me quedaba la duda de Felipin. Con este -señalaba mi cariñosa asesora- no merece que te gastes mucho dinero, que lo que mas ilusión le hace son los cromos de futbolistas, de los que te voy a dar diez que el no ha recogido todavía, y que no te los voy a cobrar!. !Pues compraré igualmente –aseguré yo- una camiseta de Cristiano Ronaldo con el 7. Gabino -me respondió- que yo soy del Barsa, que de Messi te puedo dar todas las que quieras, ¿pero del Real Madrid? Anda tontuelo no gastes más y hazme caso, que con os cromos quedarás muy bien.Y con unas carcajadas mutuas a modo de hasta luego, dijimos que a partir de ahora ya no tardaríamos tanto tiempo en vernos. Que es que mi Bienve…”. Con el semblante alegre me dirigí a casa de mi amigo, encontrándome un panorama que parecía una tragedia  cómica para ser contada. Luci, que es gerente de la cooperativa comarcal, como ya había cumplido con la baja  por maternidad, acababa de volver a trabajar. Total, que el señor Pancrudo se hallaba ya muy horneado y estaba que no podía más. Para mayor destemplanza, el chico mayor había agarrado una pataleta inmensa y no paraba de dar puntapiés y de gritar en plan guerrero aquello de “¡¡¡¡quiero salir!!! y “¡¡¡papa malo!!!, así como unas trescientas cincuenta y cinco veces. El bebe lloraba, y aquella casa era lo mas parecido a un tormento, que no se les había ocurrido a los lumbreras de los inquisidores de tiempos atrás. Pero esos gritos, afortunadamente, no duraron más de una inacabable media hora ante mi presencia, dado que el mayor se había puesto muy contento,  nada mas entregarle los cromos; otro tanto podría decirse de Tancredo con respecto al disco con música de Mozart dirigido por Von Karajan, es decir, con el sello de  los dos genios de Salzburgo. Pero Federico... Me acordare de el, de ese momento, durante todos  los  días de mi existencia. Ya Tancre, con  muy buen humor y tras el entrañable y sincero abrazo que nos dimos, cogió a su niñito en brazos con  la  intención de calmarle y de hacerle reír,  porque este nene es muy risueño, me dijo. Y el bebé,  aun en brazos de su padre, ya puede creer el lector la fuerza con que se hacia oír; vamos, que parecía un Pavarotti, pero muy desafinado. Yo igualmente me ponía a hacer monadas y demás  tonterías, muchas de ellas inimaginables, a ver si conseguía algo, pero creo que lo hacia tan mal que era capaz de irritar también a cualquiera; la vergüenza propia duró hasta que detecté en mi olfato un olor a caca insoportable. !Tancre, Tancre, que tu hijo huele a mierda!, le  dije. !Pues yo no noto nada, que  Luci  lo ha lavado de arriba abajo antes de ir a trabajar!. !Pues tu que eres el padre de la criatura, ponle la nariz en el culo!, le grité”. De tal manera lo hizo, que inmediatamente me di cuenta que el repapi estaba a punto  de vomitar. La respuesta que me dio no daba lugar a dudas. !Gabino, por nuestra amistad, báñale tu mismo, que yo no puedo mas, estoy a punto de desmayarme. Y eso que todo un mocetón casi montañés que excepto estudiar, aunque mucho, había hecho toda su vida en el pueblo, me pasó la papeleta a mi, que estoy sin hijos y que no paraba de hacerme el remolón. Mientras, Felipín igualmente mostraba a tope su fuerza pulmonar gritando repetidamente por toda la casa: !Federico se ha cagado, Federico se ha cagado, Federico se ha cagado!... Afortunadamente el hermano mayor, que ya había visto varias veces a su madre limpiar al hermanito, ya más calmado en sus ímpetus verbales, adoptó una pose chulesca. Tranquilos que  lo haré yo. Y lo hizo. Al verse el padre limpio de caca, el se echó a reír cuando vio a su hijo pequeño ya sin pañales, pero despidiendo un olor espesamente  desagradable. Asombrado me  quedé cuando Felipín acabó la faena dejando a su hermano con una pulcritud asombrosa y dándole seguidamente el biberón que ya había dejado preparado la madre. Vamos, que el chico se merecía salir de casa para correr por esos campos con olor a fiemo poblados de vacas y terneros y por las riberas del río en las   que se sentía tan a sus anchas. Y para diversión de los dos adultos, el niño mas  pequeño dormía plácidamente en su  cochecito, cogimos el avión volador teledirigido de juguete volador que Tancredo había regalado a su hijo como excusa para propia diversión, y la verdad es que lo pasábamos tan alegremente, hasta que de nuevo el chico agarró otra de sus pataletas reclamando lo que era suyo, pero de una forma escandalosa tal, que casi se oía su voz al otro lado  del océano. Aquello olía ya demasiado mal, por lo que opté por volver a la  tienda de Bienvenida, quien  nuevamente me asesoró sobre el potencial receptor a quien quería calmar. “¡Pero si es un niño encantador al que conozco mejor que su padre, un buenazo infantil  este repapi que siempre pierde los papeles. Anda,  llévale este balón de reglamento, que te lo dejo barato. El caso es que el chico se calmó volviendo a mostrarse simpático y sumiso. Nosotros volvíamos a jugar con el avión, y con la excusa de que conocía su funcionamiento, Tancredo Pancrudo no hacia mas que exhibirse ante mi haciendo piruetas, hasta que el aparato se estrello necesitado de una buena reparación, si es que resultaba posible. En ese momento, para acabar de enredar todo, Lucia llamaba a  su marido a través del teléfono móvil, y le decía que no iba a volver a casa al mediodía, que habían llegado los miembros de no se que sindicato, y que debía de comer con ellos, con los que hay que estar siempre a bien. Gabino, que lo siento mucho, que si quieres nos vamos a la tienda de Bienve, que también da comidas, que invito yo. Lo único que se me ocurrió responder es que no se preocupase que aprovecharía la circunstancia y me iría a comer a Biescas a casa de la tía Cuqui, que cuando quisiera, y siempre que estuviera su mujer, yo acudiría con Jimena para disfrutar en su domicilio del autentico calor de hogar, dicha esta última frase, con el mayor cariño del mundo. 

 

MANUEL ESPAÑOL

 

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