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Mundo mágico

LA CABEZA EN EL MICROONDAS Y A CABALLO

LA CABEZA EN EL MICROONDAS Y A CABALLO

 

“Mira que eres cabezudo”, me dice Cuqui, quien añade que “te empeñas en atravesar un muro de ladrillo reforzado con un espesor de un centímetro de cemento a cada lado, y además lo consigues, y no con la fuerza de tu mente”. .Hacía tiempo que no mantenía un… llamémosle, intercambio de ideas disparatadas acompañadas de suaves descalificaciones, con una persona tan querida como mi tía, que sabe muy  bien de la chufla que siempre me acompaña y que en el fondo le gusta que le tome el pelo, sabedora de que también tiene mucho de provocadora. Y ella, que me excita con su verborrea agotadora cuando en el fondo soy más inocente que un monaguillo primerizo, no para de reprocharme que no hace demasiados días le quitase el caballo blanco que tanto me gusta, y me fuese alegremente por esos campos bendecidos por Dios y castigados por el diablo. “Ay, qué destalentado eres” , me señalaba con el dedo acusador, mientras me decía que “tu, que eres mi sobrino favorito, algún día me vas a dar un disgusto muy serio, que tu primo Marcelo, quien tanto te admira, ya me lo advertía asustado. Aseguraba que cuando te vio con su mujer en Madrid (todavía vivían en pecado, pues no se habían casado), habías estado hablando con ellos y te reías con el hombre invisible, con la cabra mecánica, con los guerreros de Vietnam, y con las calaveras cantarinas, que cantabas y bailabas sólo unas jotas que luego te jaleaban con aplausos y hasta con alguna moneda. Vamos, que te dedicaste a hacer el oso en la Puerta del Sol”. “¿Y te crees todo lo que dicen de mi?”, le contesté. “Tanto es así que algún día me contarán que has metido la cabeza en el microondas para ver si se te descongelaban esas ideas que aún llevas metidas dentro. Y me lo creeré”. “No te preocupes, que antes haré testamento y mis sesitos serán para ti, que te los comas en su jugo, bien calientes”. Y el diálogo para besugos continuó:

“No sé si reír o llorar, o enfadarme en serio…” me dijo ella".”Pues ríe  y piensa que tienes a un sobrino casi tan loco como tu…

TC._ Encima, vienes a mi casa, me quitas el caballo y me insultas…

G._ Vamos por partes y déjame que te explique. Que el caballo me dijiste lo podía considerar mío, que el cuadrúpedo más guapo era para el sobrino más guapo.

TC._ ¿Y tu te crees el más guapo?.

A raíz de esta última cuestión pensé hacia mis adentros que ya la había enredado. “Por supuesto que jamás me lo he creído” le respondí tan mimosín como soy capaz. “Quiero explicarte –le dije- que el otro día vi a “Conquistador” en el campo junto a la cuadra, tan limpio, con un pelo reluciente, con una mirada tan serena y cariñosa, que no pude evitar decirle con unas palabras que él entendió en una rápida comunicación entre nosotros, se arrodilló en el suelo, me subí encima de él, y nos fuimos trotando por los caminos cercanos al pueblo. ¡Qué bien lo pasamos los dos!”. Cuqui, con cara de extrañeza al serle contada mi versión, toda muy seria, me preguntó extrañada si no me había caído. “Al menos -aseguraba con cordura- podías haber puesto la silla de montar”. No, aquél día no me caí, y reconozco que “Conquistador” se había portado maravillosamente y quería compensarle, de tal manera de que ya de vuelta, a la puerta de un bar le solicité al camarero que sacase dos cervezas. “¿Tanta sed tienes?”, me dijo el espabilado de él, y casi de inmediato le contesté que una era para el animal y otra para mi, si bien como soy muy cariñoso y noble con los cuadrúpedos y demás seres vivos ¿irracionales? , jamás se me hubiese ocurrido darle la más mínima gota de alcohol, eso sí, un par de terrones de azúcar me los agradeció con un lengüetazo en toda la cara. ¡Ay la lengua del caballo!, ¡qué besos tan bestias y qué nobles!. Y yo tan feliz.

Con las explicaciones, Cuqui relajaba el semblante, pero no para de preguntar:  “¿Y eso de que hablabas con el hombre invisible y la cabra mecánica en Madrid?”. Joé con el Marcelo, que cuando le da por inventar no tiene la menor decencia .Y eso que le va bien la vida, que coincidió en Alemania con una niña muy mona, aprendieron a hacer salchichas “Merkel” y ahora se están forrando. Joé, joé con el tonto que hace tontear, que entre salchichas y salchichas hicieron él y su pareja escala en Madrid para probar suerte en el arte de la comedia popular, que fueron estatuas vivientes, que formaron también como pareja artística “Micky Mouse y Minnie”, que además de la industria cárnica, se montaron en el pueblo un café concierto en el que son las estrellas y donde tratan de hacer tributo a Manolo Escobar e Isabel Pantoja. Menos mal que no le da por tocar la trompeta, instrumento que aprendió de las enseñanzas de una tribu de nómadas.

“Que Marcelo no miente, Gabino. Cuenta, cuenta…”. Y claro tuve que decirle que de lo que se trataba era de poner en marcha un experimento periodístico. ¿Qué me podían explicar los invisibles desde su punto de vista? Si les di la oportunidad de que se expresaran, y algunos hablaron hasta del Gobierno, y no para bien precisamente. Uno de los invisibles me contó que cuando había recepciones al Cuerpo Diplomático en el Palacio Real, así como a otros jefes de Estado, se ponía a saludar con la mano, “pero al ser invisible no me ponían cara”, dijo Paquitín. Y la cabra mecánica era divertidísima con su dentadura que suena a castañuelas. Y anda, los guerreros de Vietnam, con cara de estar dispuestos a darte un susto. Que las declaraciones de todos estos personajes me las reservo para otro día en el que esté tan pirado como hoy.

Tan distendida estaba finalmente tía Cuqui, que no se le ocurrió otra cosa que decir  con esa sonrisa suya tan contagiosa eso de “ay mi sobrino favorito, tan chiquitín y tan majo él. Y no me metas la cabeza en el microondas, no me asustes, que cuando te pones eres tan tremendo que no hay quien te iguale. Que estás más loco que la cabra mecánica”. “Y tu?”, le contesté. “Yo, más todavía”. Las carcajadas fueron  tan sonoras que aún suenan sus ecos por el entorno. En medio de unos abrazos tan sinceramente hermosos, quedó firmada la paz de esta manera, había que preparar un menú especial para la ocasión. Y como en uno de esos saludos matinales que nos hacemos todos los días aunque sea a través del teléfono ya le había solicitado un cordero lechal asado con patatas panadera, la muy cuca lo tenía preparado para poner al horno. EL marmitako también estaba casi a punto, y olía…. Faltaba el cava para brindar por los que necesitan pasarlo bien ante la dureza de la vida, y una mezcla de recuerdos tristes, pero también celebrar con auténticos deseos de amor por la existencia. Como por una de esas extrañezas de la vida no se disponía en casa de ese vino espumoso tan especial, decidimos sustituirlo por un vermú casero, del que algún día pienso hacerme con la fórmula. No, en esta ocasión no apareció el endocrino, con quien he quedado para hacernos un homenaje privado y sin testigos, que él también es algo pecador y sabe proponérselo.

Y ahora un traguito por los amigos que no han podido venir, glub, glub, y adentro. Este es para ti, Cuqui, pues este otro es para ti, Gabino. ¿Y para tío Tan? Otro. Somos tan generosos que nos acordamos de toda la familia, de los amigos, hasta de las intenciones del Gobierno. ¿He dicho Gobierno? No…., que por ellos no brindamos, que antes de eso pasaremos por el Congreso, Senado y Parlamentos de las Comunidades Autónomas, a dejarles buenas dosis de oxitocina, que las necesitan más que nosotros. Que hasta que Pedro Sánchez y Soraya Sáenz de Santamaría no se miren tiernamente a los ojos, no pararemos. Y en eso, mi tía aunque conservadora, piensa igual que yo.

“Cuqui, ¿bailamos?”. “Pero qué dices sobrino. ¿Estás loco?”. “Menos que tu, tía”. “Pues nada, que suene un rock”, decimos a dúo.

 

MANUEL ESPAÑOL

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