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Mundo mágico

LAS VACAS TIENEN CUERNOS

LAS VACAS TIENEN CUERNOS

Dedicado a mi sobrino Javier Hernando Galve

Arturo es un sobrino muy especial. Aún recuerdo cuando tenía poco menos de un añito y yo no paraba de decirle tonterías, bailar zapateados, hacer gestos extraños con las manos, taparme los ojos y hacer como que no le veía. Todo ello no tenía mas que una finalidad: arrancarle una sonrisa, o risa, o lo que sea que pareciese le hacía gracia, que a las palabras de agradecimiento no había llegado todavía: “¿Cómo hacen las vaquitas? Muuuuuuuu”; “¿y los cerditos? Gohgohgoh”; “¿Y los corderitos? Beeeeeee”; “¿Y los perritos? Guau, guau, guau…“¿Por donde ponen los huevos las gallinas?, ¿quién se los come después…?  jeje, el tío. A ver, monín, un besito para el tíoooo”. La de tonterías que hice y dije por ese niño y los numeritos que montaba a la luz del sol y de las estrellas por las calles y plazas públicas. Y cuando imitaba malamente al toro y a la vaca poniendo los dedos índices por delante de la cabeza, hasta se ponía a llorar para disgusto de sus padres que a veces, infelices ellos, me encargaban de su custodia. Cómo era Arturito entonces (hoy El Supermaño Genial), que harto de que no me hiciese caso, cuando estábamos solos le daba un corte de mangas y entonces sí le daba por reír. ¡Qué cabrito! ¿A quien se iba pareciendo el niño? Está claro que señalaba hacia una dirección concreta. Desde luego la compañía de su tío Gabino no parecía muy recomendable. ¡Ay…..  y siempre haciendo el mono. Listo, en todas épocas de su vida, lo ha sido este chico. Y los animales tienen en él a un ángel protector, si bien a algunos les tiene miedo todavía. Desde que fue adquiriendo uso de razón, en el paisaje urbano no había gatos ni perros que no fueran objeto de sus caricias. Hoy le gustan más las gatas, pero un poco mayores y cariñosas. Guapo chico alto, preferencia de las nenas que le ponen miradas tiernas.

Han pasado más de veinte años desde entonces, desde que empecé a hacer y a decir tonterías delante de él, y si bien eso no se me ha dado mal del todo, (no sé ahora quien de los dos es más gili) fue y continúa siendo igualmente un chico responsable y muy preparado para desarrollar una intensa vida profesional. Lo malo es que trabaja siempre que el “Plan Rajoy” se lo autoriza, lo que le permite igualmente desarrollar sus aficiones, digamos que artísticas y hasta filantrópicas. Es un gran imitador de voces y tiene chispa, hasta el punto de que dadas sus ocurrencias, más de una vez he estado tentado de proponerle formar pareja artística, algo que tampoco tardé demasiado y se lo solté a bocajarro. Mi papel sería el de entrevistador directo y con estilete, y él representaría a nuestras víctimas propiciatorias. De esta manera se podrían sacar a relucir las caras más frívolas y también las más serias y hasta amables de políticos, científicos, intelectuales, futbolistas, toreros y demás gente del famoseo elegante y hasta del que pasa de cama en cama. ¿Ustedes se imaginan al actual presidente del Gobierno en plan gracioso?, ¿a Belén Esteban hablando de literatura? A partir de ya, lanzo en firme mi propuesta: “Buscamos manager para hacer bolos”. Que más vale estar ligeramente locos que exhibir una cara de asco  ante lo que alguien llama dosis de realismo, “realismo chiripitiflaútico”, que dice el chico. Sí, sí, Arturo, que haremos nuestro Parlamento y sin miedo escénico, que así se podrán enterar Sus Señorías delo que es bueno con las verdades por delante y sin ningún recato.

“Tío, que sólo soy imitador aficionado por el momento, que no he pensado ser político, que no quiero que se metan con mi familia”, me dice el Supermaño Genial. “Mira a ver si me encuentras un empleo en la radio, que si es necesario me pongo a cantar imitando a Plácido Domingo”….  “No, que los ciudadanos no se merecen tamaño castigo”, le respondo para preguntarle a continuación si sabría hacer una imitación creíble de un enfrentamiento verbal entre don Mariano y Pablo Iglesias, Y él que a veces tiene más sentido común que su tío, me dice: “Capaz, sí. Pero será mejor que cambiemos de tema, que como sigamos de esta manera acabamos los dos esposados camino de le residencia estatal de Manzanares del Real, si bien dicen que ahí hay muy buenos chorizos”.

Le digo que para hacer un cálculo de nuestras posibilidades artísticas, se haga pasar por Rajoy y que para ello llamemos a Telesforo, amigo de mi primo Marcelo, que “como no pasemos con este la prueba –digo todo lo serio que soy capaz-, me da la impresión de que no tenemos mucho futuro”. Arturo acepta el reto sin rechistar:

-Don Teles, soy el presidente del Gobierno, y uno de mis asesores de Moncloa me ha dado su número de teléfono. Quiero saber qué opinan los españoles sobre mi trabajo y…

_ ¿Qué trabajo ha dicho usted?

_ El mío. Mire usted, le repito que soy el presidente del Gobierno y…

_¿Pero usted trabaja?. Si le veo siempre cabreado e insultándose con un tal Sánchez y besándose con una tal Ángela Merkel. ¿A eso le llama trabajar?

_Es que eso que ha dicho, señor Teles…

_No me haga más poca cosa de lo que soy, que me llamo Telesforo.

_Oiga, que lo digo así para ser más cercano y para inspirar mayor confianza.

_Señor Marianico, que prefiero me llame por el primer apellido.

_¿Y cual es?

_Aguirregomozkortaonaindía.

_¿Cómo ha dicho?

_Oiga, que para ser presidente del  Gobierno usted no entiende nada.

_Me da la impresión de que no me han puesto con el teléfono correcto.

_Arturo, que a partir de hoy habrá que quitarte el sobrenombre de Supermaño Genial, que te has confundido al marcar, que soy tu padre, que ya no conoces ni a tu papá. A todo esto, ¿qué querías hijo?

_Nada papi, que te quiero, que no le cuentes a nadie esto. Ni a madre, que por si fuera poco me iba a llamar tonto.

Y tras esta frustrada conversación telefónica que nos quita las ganas de ser titiriteros de las palabras, lo que sé es que Paco terminó con estas palabras: “No, si este chico cada día está más majara, y a pasos agigantados se va pareciendo a mi cuñado Gabino. Me da la impresión de que no se hacen buena compañía, aunque ¿quién sabe?, que cuando se les ve juntos no les oigo más que risas. Ja ja ja ja ja ja”.

Joé con el cuñadísimo y… ¡qué tontín fui serviloco de mi al confundirme con el marcaje del número indebido.

“Gabino, que me metes en cada lío… Así, uno tras otro”. Claro que el chico también tiene otros recursos para hacer el mono, que aquí no se acaban las cosas, que aún le recuerdo su reciente estancia en Biescas, donde le llevé con toda la ilusión del mundo. Yo quería que se oxigenase el cuerpo, que apreciase la inmensidad de la naturaleza, esa obra maravillosa incapaz de ser igualada por el ser humano. Vamos, que deseaba compartir con él las maravillas de mi pueblo, él condenado durante buena parte de su existencia a los ambientes más recalcitrantemente urbanitas. “Mira, Arturo, por aquí, por estos campos, robaba la fruta tu tío cuando era niño, por esa cuesta subía siempre con el caballo de la casa, en esa viña nos dedicábamos los amigos a fabricar petardos de nuestra cosecha”. De repente se paró de una forma incomprensible para mi. “¡Quieto, quieto, para…!”, me dijo gritando. “¡Miraaaaaaa!, señalaba al frente con los ojos abiertos como platos. La verdad es que no lejos precisamente, se veían unas vacas con buenos cuernos y bastante largos, pero realmente pacíficas. Traté de tranquilizarle: “Mira, son las vacas que dan leche, y algunas de ellas están preñadas, mientras luego vienen los vaqueros a ordeñarlas y sacarles la leche, sí esa leche que te tomas todos los días en casa directamente del tetrabrik “. “Bueno, lo de la leche ya lo sabía, que viene de las vacas y hasta de las cabras, que tu debes de tomar de esta última, que estás como esos animalitos”. Pero, qué joío el niño, de manera que quiero enseñarle y me toma el pelo de mala forma. Así que como venganza le lancé una pregunta intencionada para intentar hacerme el valiente: “¿Quieres verme ordeñar? Que eso ya lo hice años atrás”. Le dio tal risa que accedió a ello, si bien cuando  el animal ya estaba a mi alcance, noté que se ponía nervioso, que le cambiaba el color de la cara, y pálido él no acertó más que una palabra: “¡Tíooooooo”, acompañada de gestos para que me fuera del lugar, cosa que hice no sin antes pasarle a una vaca grande la mano por el lomo. Todo sonriente y tranquilo llegué hasta donde estaba él, y le propuse acercarnos un poco más para sacarle unas fotos junto al rebaño. “Ponte al lado de esta vaquita”, le dije. “No…..”. “Pero si has visto que no hace nada”, le insistí. Y su razonamiento era que “tiene una boca muy grande, y como le de por morder…”

Como no había nada que hacer, decidimos dar la vuelta, si bien antes pasamos por un pueblo muy cercano con corrales de gallinas a la vista. Ese espectáculo le encantó, que los gallináceos más cercanos que había visto hasta el momento, procedían de esas granjas que les llevan a visitar a los niños de los colegios. Eran gallinas enormes y ponedoras, acompañadas de un gallo mayor todavía y elegantemente erguido. “Gabino, mañana me compraré un libro para saber más de las gallinas, para saber qué hace el gallo ante tanta hembra….”. Eso, eso, que me había gustado este último planteamiento. A mi, que me lo expliquen.

 

MANUEL ESPAÑOL

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