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Mundo mágico

EN 2015 MORCILLA PARA TODOS

EN 2015 MORCILLA PARA TODOS

“¡Huy que frío hace ahí fuera. Ni una nube, pero la temperatura es baja y  por si fuera poco sopla un viento pelón!”. Me he levantado hace un momento y al asomarme a la ventana no he podido reprimir esa exclamación, que ha interrumpido a Jimena de su dulce sueño. Muy dulce tenía que ser, y no sé si intervenía yo en el mismo, porque me ha mandado callar no con muy buen genio. Como soy algo persistente, le digo: “pero mi vida, es que además, el termómetro de “Vientozaragoza” señala un grado bajo cero. Me gusta tu calor y que me lo cotagies…” “Lo que vas a hacer es meterte en la ducha, espabilarte e ir preparando el desayuno para los dos”, corta mi medio limón. Ella se queda tan tranquila y feliz como una perdiz riéndose para sus adentros y yo empiezo a mosquearme. Pues si se creía que lo iba hacer todo en silencio, es que va buena, por lo que me pongo a cantar el brindis de La Traviata, con esa voz que Dios me dio y que despierta del todo a la bella durmiente, que se sube a la moto de la casa dándole por poner las cosas en orden, hasta a mi, y ahí no hay quien la pare. Por lo  menos, ya calladito, preparo el desayuno, consistente en zumo de naranja, unas barritas de pan tostado, con aceite, ajo, tomate y jamón, y un café con leche. Quiero establecer la paz en casa no sin un poco de guerra, y le comento: “querida, encanto, estás cada día más guapa. ¡Ayayayay si la quiero a ella… muuuaakkk!”. “Estás desconocido, ahora sí que te pareces al hombre con el que soñaba cuando me has despertado”, me dice. De esta manera, mi mosqueo va en aumento, hasta el punto de que para no enfadarme en exceso me asegura: “qué tonto es mi chico, pero con quien iba a soñar si no era contigo, con lo feliz que me tienes aunque a veces me tortures, provocador, más que provocador” El caso es que después de esto empiezo a creérmelo, se me enciende una lucecita y me doy cuenta que es el último día del año, que comienzo a sentirme alegre y que tengo el cuerpo de jota, que empiezo a bailar sólo por la casa, y la otra a partirse de risa de las tonterías que hago, que por cierto, es algo que se me da muy bien. Así que recién desayunados le digo a Jimena que “no es bueno que Gabino baile solo”, por lo que pongo un disco de tangos con la voz de Carlitos Gardel. La miro de frente con aire desafiador y como no tengo sombrero ni pañuelo para poner al cuello, ni un clavel en el ojal, lo soluciono colocándome una gorra visera y una bufanda; la voy a agarrar por la cintura, y ella vuelve a reírse de mi. “Si vieras la pinta que tienes con ese atuendo y en pijama…. Voy a mirarme ante el espejo y debo reconocer que ella tiene razón, como casi siempre, por lo que termino de vestirme y finalmente me pongo el abrigo. Como en mi casa no hay secretos, tras preguntarme qué pienso hacer vestido de calle, le digo que “como hoy es fin de año, por una vez a lo largo de 365 días, impondré mi voluntad”. “Pero cariño, ¿cuál es ahora tu voluntad?”, me contesta.

_ Mira que eres pesada, hermosa. De las 24 horas que tiene el día controlas hasta mis sueños, que siempre sueño con los angelitos.

_¿Y desde cuando los ángeles tienen sexo?

_ ¿Queeee?

_ Te has puesto colorado. Tu y yo tenemos que hablar muy seriamente.

_ ¿No te importa que me vaya a dar una vuelta por el Ebro?

_ Con cuidado, pero vete. Mira por donde vas, que el río está muy crecido, y no te vayas a caer… Anda, que me voy contigo.

_ Jimena, que no puede ser, que he quedado con Pedro, un buen médico que tu ya conoces bien, muy buena persona, muy serio y muy formal.

_Si es lo que tu dices te aburrirás mucho, con lo que eres. ¿De qué hablaréis?

_ Pero Jimena, ¿hasta en eso me controlas? Y yo que sé. Del tiempo que hace que no tomamos un vino juntos, de nuestra época más castigadora cuando un servidor no te conocía y … ¡Deja ya de marearme!

_ Gabino, Gabino, que estás un poco irascible, que lo que quiero es que disfrutes. Que ya me contarás a la vuelta…

_ ¡Ya!... No, si el amigo es majo y a veces se siente muy protector. Daremos un paseo hasta el azud y luego volveremos por el puente de Santiago y la Plaza del Pilar, para tomar por allí el aperitivo, unas olivitas y un vasito de vino.

Y Jimena, con mucha ironía, me deja partir no sin antes decir que sí se mostraba convencida de lo que le decía, que  si salía con Pedro, como galeno que es, cuidaría de mi salud. Aún tengo la caradura de decirle que “no te preocupes, lo malo de este mozo es de los que te aseguran que en el plato, hay comer sano, cantidad escasa y un par de sorbitos de vino”. Al cerrar la puerta, la cínica de mi mujer (o soy yo el cínico?) suelta una carcajada monumental, que no sólo me llega a mi, sino a los vecinos del primer piso. La realidad es que yo también estoy con bastante guasa, y que ninguno de los dos estábamos engañados. Así que a la calle a hacer mi santa voluntad sin marcaje oficial ¡guaaauuuu!.

Como hacía mucho que no nos veíamos, Pedro y yo poco después nos damos un fuerte abrazo acompañado de buenas palmadas mutuas en la espalda ante las miradas un tanto sospechosas y confundidas de otros especímenes muy masculinos ellos. Que sí, que lo pasamos muy bien por la ribera izquierda del Ebro, que se presenta muy animada: chicas de buen ver corriendo teniendo como testigos a dos viejos verdes, pescadores de barbos, grupos de la tercera edad practicando senderismo, jóvenes parejas haciéndose sus arrumacos, y el río, bien es verdad que bastante y hermosamente crecido. Lo malo de Pedro es que se trata de un hombre con tendencias a recordar en exceso y a veces hay que cortarle casi de raíz para sacarle después sus mejores esencias; que si cuando teníamos menos años y jugábamos al tenis llegamos a batir el récord del mundo de permanencia en pista, con 72 horas, que me pasó por delante mis travesuras de esas fechas cuando todo uniformado de blanco y con chándal blanco, Antonio y yo nos escapamos a la verbena que se celebraba cerca  de las pistas y tuvo que venir a buscarnos el entrenador, que si… “Ya vale de recuerdos”, le dije. “Vamos a disfrutar del presente, que lo estamos escribiendo ahora”. El otro me da la razón y como cuando está con ganas hay que atarle corto, olvida su condición de médico y me dice que me lleva a un garito “donde comerás unas morcillas bajas en colesterol y unos callos desgrasados...”. Qué contentico me pongo, que el estómago lo agradece y la salud mental se cura de la represión que producen las privaciones.

Y yo tan alegre, que esta vez ni de vino ni de cervezas nos quedamos cortos, con lo cual llego a casa tan sonriente acompañado del amigo y cantando a dúo eso de “desde Santurce a Bilbao…..! Y Jimena, que tiene el oído fino, nos recibe en la puerta. “Pasad, pasad. Pedro, entra que también estás en tu casa”. Ante tamaña hospitalidad no puedo hacer otra cosa que expandirme con ganas: “Cariño, saca unos vasos y pon aperitivo, que Pedrito y yo venimos con apetito”. Ella, con toda su ironía nos saca “agua sin alcohol” y tomate con cebolla de Fuentes de Ebro. Ante semejante guasa, al final confesamos nuestras fechorías. “¿Así que morcillas sin colesterol y callos desgrasados? Pues me habéis fastidiado, que ya contaba con que la última ronda la acabarías aquí y había preparado unas morcillas por las que tanto lloras todos los días. Tenía preparado el cava en la nevera y para picar unas morcillas para que las tomaseis con vino tinto”. Mi reacción es inmediata, que a veces tengo buenos reflejos, ya que como no íbamos a coincidir con el amigo en la transición de la noche, adelantamos un brindis muy particular y con aire muy festivo: “Que en 2015 haya morcilla para todos”.

 

MANUEL ESPAÑOL

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