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Mundo mágico

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

 

"Buenos días, Damián. ¿Ha sido tranquila la noche?. No, si ya nos hemos dado cuenta todos, que tienes  el mejor turno. No pongas excusas, que te conocemos, y alguna cabezada  te habrás echado pensando  en la gallina ciega". Damián es vigilante nocturno en el Museo del Prado, y amigo de Paco, quien le toma el relevo en una jornada en la que todos los personajes han vuelto a sus cuadros y ya están preparados para recibir a los miles de visitantes en un día  que se prevé multitudinario. Entre ellos hay buena camaradería y el que llega le deja un café con churros, "porque imagino que a estas horas tendrás mucho apetito. He venido bien desayunado, pero a ti te veo con cara de hipnotizado por esa gallineta que tanto te absorbe la mente. Te voy a recomendar para que te pasen a la sala de las Tres Gracias, que son mas redondas y famosas, y además no tienen ropa.... Bueno, no te enfades, que tan solo ha sido una broma. Hasta mañana". Lo cierto es que Damián, hombre próximo a entrar en la edad otoñal, llevaba cerca de tres  décadas de vigilante en El Prado, y aunque los jefes de recursos humanos le habían ofrecido cambios de turno y de ubicación a fin de no caer en el tedio,  él lo rechaza con suma cortesía. No importaba siquiera los aumentos de sueldo que significaban esos cambios. Desde el primer día que entró por esas impresionantes puertas, se sentía fascinado por la pintura del aragonés Francisco de Goya y Lucientes, y si bien era una fascinación un tanto enfermiza, como se trataba de un compañero educado y amable con todo el mundo, se hacia la vista gorda y se le mantenía en el puesto. Se llegó incluso, a practicarle una sobre vigilancia muy disimulada, y como mucho  se le veía tomar notas con bloc y bolígrafo delante del cuadro, y observaba fijamente la figura de la dama de la Pamela, tal como si la examinase hasta penetrar en su mística interior. Por lo demás, nada extraño, porque Damián cumplía exquisitamente con sus obligaciones. Pero si cumplía bien con sus obligaciones  laborales, bien es verdad que ante la "gallina ciega" no pegaba ojo durmiente, si bien por momentos los cerraba para soñar con esa mujer que en la imaginación había convertido en su amada. Treinta años con sus correspondientes 365 jornadas, a 8 horas cada una de ellas, si bien hay que descontar 104 días (dos días a la semana) más 20 de vacaciones anuales y  algunas fiestas sueltas por convenio, daban mucho de si para amar y.. hasta sentirse amado. Porque hay que decir igualmente, que muchas veces en su tiempo libre se iba a su sala favorita del Museo del Prado. Un día se fue a ver a la Mujer Duende, de un pintor italiano y en otro museo, y repitió hasta tres veces. Damián, que de vez en cuando tenia alguna discusión con su dama goyesca, algo normal en todas las parejas, se dio cuenta de que la compañera del alma se había enterado de sus andanzas, ¿quizás con intenciones adulteras?. El pobre se sintió confusamente avergonzado y prometió no cometer infidelidad alguna. A partir de ese momento se estableció un amor permanente, y él tan feliz. Vamos, que este personaje que no estaba mal plantado y era muy integro en sus pensamientos, desaprovechaba las propuestas de Ruth, compañera suya de muy buen ver y muy real, en el recorrido vigilante de las salas. La chica, que insistía e insistía una y otra vez, al final conoció a un turista alemán que le pedía información sobre una exposición próxima a donde estaba, le acompañó, y la cosa debió de ir tan bien que se olvido del obsesivo pero bueno de Damián. Ustedes lectores, lo entenderán, que para colmo nuestro amigo solo tenia ojos hacia su gallineta.

Tantos años entre las paredes del museo madrileño del Paseo de Recoletos, el protagonista de este relato, adquirió todo un culturón pictórico. Incluso recibió clases de los grandes copistas, que le insuflaron de la mejor técnica posible. Tomó para sí lo mejor de Bochelli al dar a su modelo aires de bondad, inocencia, sensibilidad, de belleza tristona; de Goya, la viveza y el dinamismo; de Rembrandt, la observación de la luz; y  si apuro aun diría que hasta registró alguna influencia de Van Gogh con expresiones que solo caben en imaginaciones alteradas.

Vivía ¿En la soledad? Nooooooo. Imposible, pues la compañía de su dama nunca le iba a faltar. De sus noches de vela y de sus sueños, tenia realizados al carboncillo alrededor de mil apuntes sacados de múltiples disecciones. Había estudiado toda la sicología aplicable, y de esta manera se convirtió, en plan autodidacta y  a su manera, en un profundo conocedor del pensamiento y del alma humana. Es por ello por lo que la asimilación de su modelo la hizo a su forma y semejanza, pero lógicamente, volcándose en su concepto de belleza.

La "gallina ciega" se llamaba de esta manera, porque llevaba puesto un antifaz hecho con pañuelo rosa de seda natural, que le tapaba la vista y que estaba enlazado por la parte posterior de su cabello negro con algunos detalles canosos. Su vestido era igualmente rosa y estaba hecho con una seda exquisita, que llegaba casi hasta los pies haciendo forma de campana. Los zapatos hacían juego con el vestido y sujetaban unos pies pequeños y encantadores. La dama de la Pamela extendía sus brazos hacia adelante, manteniendo una suave sonrisa, como buscando alcanzar  a alguien para de esta manera poder descubrir sus ojos y contemplar de nuevo el fondo de paisaje de otoño, con sus tonos rojizos, amarillentos, verdosos, con las flores de unos colores muy especiales. 

Damián estaba prendado del cuadro desde el principio y comenzó a darle vida. Sentía  pena que "su gallina" no tuviese el don de la vista. Como ya disponía de algún conocimiento pictórico, pensó en quitarle el antifaz que le vendaba la visión, y pronto se dio cuenta que el escándalo al día siguiente seria mayúsculo. Pero su preocupación creció de tal manera, que a base de clases formativas, estas calaron pronto en el los conocimientos técnicos y hasta en los psicológicos. En poco tiempo, este hombre que tenia su domicilio en el madrileño barrio de Chamberí se buscó una nave alejada del centro y en la misma se construyó un cómodo apartamento. Así le entro un furor extraordinario y ganas de hacer justicia a su dama, a plasmar como la veía, como la admiraba, a cambiarle de ropa con distintos colores, aunque siempre con una Pamela, bien entre las manos, bien sobre su cabeza, bien sobre algún elemento a su alcance. Eso si, el rostro casi siempre el mismo, aunque cambiando las expresiones, las posturas y los primeros planos. Los colores blanco, azul, rojo  verde, amarillo, gris, eran una constante en sus modelos, a quienes cambiaba de diseño y hasta llegaba a aplicar algunos aires de transparencia no exentos de ligeras dosis de picardía.

Habían pasado 20 años desde que comenzó a pintar sin ningún afán ni exhibicionista ni comercial, y prácticamente en la clandestinidad, y había reunido mas de 50 retratos de grandes dimensiones de su amada. Según el día que tuviese, Damián descubría una u otra pintura y se ponía entonces a hablar con ella. Lógicamente ni comía ni dormía, por lo que su delgadez era casi extrema. Era igual, se tenia en pie y se sentía muy feliz. No pedía mas. Sin embargo tuvo sus momentos de debilidad, y en una determinada ocasión, no se le ocurrió otra cosa que sacar varias fotos de algunos de los cuadros copiados a su manera, porque lo suyo era autentica creación. En una de sus entradas al museo en el turno de noche, de su carpeta cayeron algunas imágenes, que muy cortésmente se las recogió el propio director del Prado, quien al observarlas casi sin querer, se dio cuenta que se hallaba ante unas obras de arte, y aunque con visibles cambios con respecto al original, estaba claro de donde habían salido tales maravillas. Damián se  puso colorado como la sangre, pidió perdón por tamaña desfachatez y le rogó que no le descubriese. A don Pedro no se le ocurrió otra cosa que al vigilante que salía decirle que doblase turno. "y a usted, Damián, le ruego que venga a mi despacho a contarme todo" le dijo al trabajador a sus ordenes, quien le siguió humildemente agachando la cabeza y con miedo  ser despedido. Allí se aclaró lo acontecido a lo largo de tantos años. Después de media hora se levanto el director, le puso una mano  en el hombro y le dijo: "Querido amigo, que prefiere, un güisqui o  un gin tonic?

-No entiendo, señor.

-¿Acaso es usted abstemio?

-No del todo. Que a mi lo que me gusta s una cervecita con unas tapas muy buenas que me ponen en La Nueva. Es que si tomo otra cosa me puedo emborrachar.

-Pues no se preocupe. Vámonos a ese bar y negociemos amistosamente.

Ya en el bar:

-Usted no puede seguir trabajando en el museo. Y no me ponga esa cara tan pálida. Le aseguro un contrato infinitamente mejorado con respecto al actual, pero con la condición de que siga pintando.

-Pero don Pedro, que solo soy un copista de "La gallina ciega" que está enamorado del  personaje de Goya.

-Lo que usted ha hecho son 50 enormes obras de arte y cerca de mil joyas en  bocetos, que son impagables. Lleguemos a un acuerdo, yo le garantizo un espacio anexo al museo, donde podrá colgar y exponer sus obras actuales, muy bien remuneradas, y las que sucedan. Allí tendrá su estudio y en las proximidades le buscaremos una vivienda con la dignidad que merece

Damián alegra su cara, aunque sin hacer aspavientos, y dice en voz alta: "!Ay gallineta ciega mía. Se nos acabo la intimidad". Ya con la sonrisa en la boca y los ojos alegres, le dice a su interlocutor: "Oiga, y junto al anexo ¿no podría hacer un pequeño apartamento que estuviese comunicado con las salas de pintura¿ De esta manera seria posible por las noches hablar con mi amada, y pintaría muchas malas gallinas...

"Don Damián, es un romántico incorregible. Pues sea como usted dice".

 

MANUEL ESPAÑOL 

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