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Mundo mágico

Hora bruja

DESPIERTA EN SU PROPIO SUEÑO

DESPIERTA EN SU PROPIO SUEÑO

Soltera, muy señora ella, superados los ochenta, doña Paquita es la esencia del alma soñadora. Cree y siente la necesidad del amor que un día se apagó, pero que llegó a crecer con una intensidad abrasadora. Los residuos continúan y allí está ella para dar fe de unos tiempos que siempre se agitan en su interior. La conocí…, mi memoria se encuentra algo diluida…, no diré cuando. Puede que haya muchas Paquitas en el mundo como esta alma sensible que todos los días pasea su soledad, y que habla y transmite a quien le quiera escuchar. La mía es muy especial y de tarde en tarde me encuentro con ella, siempre bien atildada y con los labios rojos dibujando una sonrisa. Habla y canta sola, no importa, no está loca si bien la existencia no deja de ser una locura que cada uno la lleva como puede. Es posible que la vida no le salude como bien merece, pero ella sonríe a la vida, a pesar del letargo que sufre. Es primavera y el verano se acerca.

Paseo por la ribera del Ebro en su discurrir por Zaragoza, muy cerquita de la basílica de Nuestra Señora del Pilar. Ella se encuentra sentada en un banco con la mirada puesta en dirección a las aguas del río; contempla la fauna y flora, escucha los trinos de los pájaros, el rugir del viento. Se siente un espíritu libre, y por momentos se abstrae de la realidad cotidiana y lanza al espacio su pasión por la copla, pero no cualquier copla. Los paseantes la observan, algunos con una sonrisa burlona, otros con afecto. Me acerco sigilosamente hacia donde está y por un momento consigue que su voz se confunda con la de la recordada Conchita Piquer. Pero evidentemente no es ella. De su garganta y con pletórica sensación de sentimientos que surgen de sus entrañas unos “Ojos verdes” que me derriten. ¡Ay qué sorpresas da la vida! Camino, medito sobre mi pasión por la música, por las letras, por las cosas bellas que nos regala la vida, aunque también las hay tristes. Sí, es cierto, los elementos más hermosos de nuestra existencia no cuestan dinero. Vale con amar y no odiar.

Doy un paso adelante y me planto junto a ella. “Doña Paquita (le digo) ha logrado usted emocionarme”. Me siento al lado de esta mujer que generosamente comparte su banco. Sigue mirando al frente y me dice: “Es que la copla cuenta unas historias tan bonitas, tan tristes y a la vez alegres, y de amores despechados que llenan de vida. Mi vida está llena de esta música…” De repente se para, gira la cabeza, me mira a los ojos fijamente y como asustada me espeta con suavidad: “Usted tiene los ojos verdes… Usted….” Y se queda cortada. Con sus manos, con sus dedos, palpa suavemente mi cara como si de una caricia se tratase, hasta llegar a mis ojos que los observa con detenimiento. Suelta unas lágrimas y continúa diciéndome: “Usted me recuerda unos años jóvenes cuando vivía en Barcelona, que aun a pesar de hacer mucho tiempo de ello, siguen muy vivos en mi. Él era alto, musculoso, rubio, venía en barco de un país muy lejano. Fue una historia muy dulce y bella, tan dulce como la miel, tan bella que te guiaba hacia un sueño del que nunca he querido despertar. Así que estoy despierta en mi propio mundo”. ¡Ay Paquita!, que algo sabía ya de ella, que más de una vez nos habíamos cruzado por los caminos estableciendo un entendimiento, una comunicación hermosa entre dos seres cargados de sensibilidades afines.

Sobre ella, cual musa me pareció, me había planteado muchas historias. Vista ahora, de su juventud puede apreciarse que ha sido una mujer excepcionalmente guapa, pero su belleza parece sacada de su fuerza interior y proyectada hasta cubrir lienzos en blanco que se quedan empapados por colores llenos de sentimientos y trabajados por artistas que bien podrían ser de la talla de Julio Romero de Torres, o Zuloaga, Rusiñol, Sorolla… También la miro embobado y trato de profundizar en su propio ser. Entonces ella empieza a entonar como un murmullo muy especial, ese “Tatuaje” que tan primorosamente cantara tiempos ha, también Conchita Piquer. Vuelve a aquel Barcelona de sus tiempos y me cuenta que ”él vino en un barco de nombre extranjero. Se llamaba, se llama Adam. Era alto y rubio como la cerveza y tenía los ojos verdes. Le vi acompañado de unos amigos por el inicio de las Ramblas de Barcelona. Me miró, le miré y todo a nuestro alrededor se quedó en formas difuminadas, o no existía para nosotros. Me dijo su nombre y yo le di el mío. Comenzaron unos días de bonanza, de ensueño para mi. Me tomó de las manos y a las pocas horas ya estábamos abrazados con ardor. Pero su barco tenía que partir cuatro días después y nos juramos amor eterno. Me daba miedo a que la despedida fuese para siempre, pero él me dijo que no, y poco antes de que la nave levantara anclas, como prueba de amor ciego, él se hizo un tatuaje: era un corazón atravesado por una flecha con los nombres de Adam y Paquita. Yo hice lo propio, lo llevaría siempre y jamás iba a ser borrado. Esperé un año, dos y hasta más, y casi día a día recorría el camino hacia el puerto a preguntar a los marineros por este hombre . A todos les enseñé mi brazo tatuado por un amor que cada día está más perdido para Adam, pero que yo conservaré siempre. Ahora, en Zaragoza, espero. Recreo en mi alma lo que podría haber sido mi vida y me dedico a pensar que mis sueños son reales. Sí, mi amigo, en la vida no hay nada más maravilloso y profundo que los sentimientos derivados del verdadero amor. Y yo, en este banco, espero hoy sentada. Mañana no lo sé, pero nos veremos más veces”. No quiero decir adiós, mi alma se halla encogida. Pero ha llegado el momento de levantarse y mis ojos verdes miran con la mayor ternura a doña Paquita. A mi también me gusta la copla, y no puedo evitar, antes de marchar, susurrarle al oído “La bien pagá”.

Que me perdone Miguel de Molina.

 

MANUEL ESPAÑOL

DESNUDO Y CALADO HASTA LOS HUESOS

DESNUDO Y CALADO HASTA LOS HUESOS

Camino por una calle solitaria, con árboles y pocas casas. El cielo está cubierto de negros nubarrones. Comienza a chispear, a llover con fuerza, y mi gabardina gris y mi gorro australiano también grisáceo se mojan con la misma intensidad que el suelo. Debo buscar refugio, pero todos los portales están cerrados; tan solo a lo lejos se vislumbra un letrero que dice “Mesón Típico”. Inicio una veloz carrera dentro de mis posibilidades y al cabo de diez minutos llego al local calado hasta los huesos y tiritando de un frío acrecentado por la fuerza del viento. Estamos en Zaragoza, cerca de la ribera del Ebro, es lo normal. En los bolsillos llevo algunos billetes y monedas que me pueden sacar de un apuro. Con cara de susto abro la puerta y entro. Allí está ella, una mujer que se sorprende al verme como si yo fuese una aparición fantasmal. No me da tiempo ni de decir buenos días, ya que nada más entrar estornudo con fuerza repetidamente. Eso sí, el local es acogedor y con una iluminación suficiente como para crear un buen ambiente. Encima del mostrador, pero higiénicamente protegidas, se encuentran cazuelas de callos, de cocidos montañés y madrileño, ensaladilla rusa, calamares en su tinta, croquetas variadas… Vamos, toda una tentación para romper con las normas del endocrinólogo. Pero para eso estoy yo, tanto que hasta Gloria, la mesonera, me lo nota. “¿Pero de donde sale usted así, alma de Dios?”, me dice. “Quítese la ropa y séquese, no sea que le pase como a mi difunto marido, que murió de una pulmonía hace 12 años aquí en este mismo lugar. ¡Huy… y además qué mala cara tiene!”. Me quito la gabardina a la vez que el gorro, me la toma y la retuerce como si fuera una toalla empapada. Afortunadamente el mesón está calentito y empiezo a tener  mejores sensaciones, aunque insuficientes. ¡Pero qué amable es esta señora, oiga. Todo un encanto! Ella sigue mirándome detenidamente, aunque como una inofensiva criatura necesitada de auxilio. “Pero esa camisa, ¡madre mía como está! Fuera, démela también”, me dice. Y me quedo en camiseta y en un momento también sin pantalones ni calcetines y termino con nudismo  total. Ya pueden ustedes imaginar mi situación; de risa y con mucha vergüenza. De repente toma Gloria el teléfono interior conectado con el piso de arriba y dice con aspecto y acento nervioso: “Lolita, hija. ¿Te acuerdas donde está la ropa que guardamos de tu padre, que en paz descanse? (silencio) Pues baja la ropa interior y un albornoz, que creo que le ira bien a este señor ¿Cómo se llama usted? (silencio) Dice que se llama Gabino. Pues eso, baja la ropa para Gabino… Ah, y unas zapatillas de estar por casa. Que no, que a mi no me pasa nada, que no estoy loca todavía. Tu haz rápidamente lo que te diga y no preguntes tanto”. Atento a la conversación telefónica entre madre hija, tapado por una cortina, y del todo desnudito, comienzo a preocuparme. Vaya número, pero para no creerlo… Al momento baja Lolita, una niña muy guapa y con cara de bondadosa, como la madre. Me quedo embobado mirándola y el embobamiento desaparece cuando la chica me dice que tengo un parecido asombroso con su padre (q.e.p.d.). Y me trata con una simpatía muy especial y sin ningún complejo. Mientras me tapo con la cortina con una mano, con la otra me voy poniendo las prendas que me muestran sin mirar de frente y que me encajan un poco estrechamente; vamos, como para filmarlo. Así que bien tapadito y abrigado, comienzo a relajarme. La ropa mojada se la han quedado para secar, y aquí con tan buena compañía me quedo hasta que todo vuelva a la normalidad, no importa el tiempo que necesite, que hoy no tengo prisa alguna, que Jimena me ha abandonado por dos días “sin que sirva de precedente”, según me dijo, y no sé cómo puede acabar la aventura. El caso es que la cara de susto y frío no me ha abandonado del todo, y Lolita le dice a su señora madre que “Gabino, que ya lleva las ropas de papá, parece de la familia. Aún tiene frío y no le hemos ofrecido ni un té o café”. Yo les digo que “aquí estoy muy bien y con una compañía que me da mucho calor. Lo malo es que si vienen clientes y me ven con este aspecto, igual les espanto; claro, que si no molesto abusando de su bondad, podría refugiarme en el piso superior”. Me dicen que no hay problema, que la puerta la han cerrado a fin de evitar problemas. “Además aquí hay mejor calefacción que arriba, y como usted está desnudo…”. Entiendo que el espectáculo no es precisamente agradable, que “ahora que me doy cuenta, la ropa del finado me está más estrecha de lo que imaginaba y en cualquier momento puede saltar la sorpresa. Y como parece que ninguno de los tres tenemos prisa, establecemos una tertulia divertida acompañada de buenas viandas y un vino tinto del Somontano de Barbastro, que resucita. “Nunca hubiese imaginado –suelta Gloria- que iba a pasar lo de hoy. Ha sido tan entrañable y a la vez tan divertido… Si me permites que te tutee, Gabino, te diré que tu cara ya no es la de antes. Pareces divertido y buena persona”. Les comento que no sé cómo pagar tanta bondad y cariño, que espero que en la ropa mojada y ya seca se hayan secado también los billetes y las monedas. Las dos me cortan en seco: “Ni se te ocurra. Este es nuestro modo de vida y en la vida no se trata de ganar dinero, sino de disfrutar de ella. Tu nos has hecho disfrutar”. Lolita apostilla que “otro día te vienes tu con tu mujer y los cuatro lo pasaremos muy bien”. Con la ropa propia seca y con muy buen aspecto, salgo de nuevo a la calle. Luce el sol, se ve animación. Tan  pronto  se ha abierto la puerta del Mesón Típico han entrado clientes. Gloria y Lolita lucen sus mejores sonrisas y yo voy alegre por la calle cantando “Volver”. Por supuesto que volveré.

 

MANUEL ESPAÑOL

FUNDIDOS POR EL HIELO Y LA NIEVE

FUNDIDOS POR EL HIELO Y LA NIEVE

Sueño, siempre sueño, con el amor, con el éxtasis que produce la felicidad, con los tiempos pasados, con los tiempos venideros, con las pesadillas infernales. ¿Es un delito?  No creo, lo que parece es que la realidad me huye y entonces me veo en la necesidad de crear mi propio tiempo, el que imagino, el que deseo en constante búsqueda de una libertad que me hacen sentir de una manera un tanto surrealista. Pero pienso que eso es bonito: jugar con el ayer  y proyectarlo hacia el futuro sin huir de los aires presentes que nos anclan a unos momentos a veces muy auténticos, pero que no siempre gustan. Gabino, Manuel, ¿eres feliz?, me pregunto con cierta frecuencia. Hoy me encuentro muy feliz, y no sé por qué, me está dando por pensar en un conjunto de revoltijos que me transportan desde la infancia hasta la madurez, abarcando todas las fases de la vida. Comencemos por retrotraerme a determinados pasajes de mi infancia en Biescas hasta convertirme en el adulto aprendiz de todo, que es lo que soy hoy en día.

 

El reloj de la torre  de El Salvador, de Biescas, da las 8 de la mañana. Comienzo a abrir los ojos. Bajo la ventana de mi cuarto oigo a un hombre decir a otro: “La que ha caído. Y encima, con hielo en las calles”. El Evaristo se ha roto la cadera y una de las vacas de Tomás ha patinado al entrar en la cuadra y se ha roto los cuernos. Con el frío que hace, lo calenticos que estaríamos en la cama. Anda, vamos a tomar un carajillo a Ruba, chiqué”. Tengo 12 años, estoy en la habitación “Valle de Broto”, saco la mano derecha fuera y rápidamente la vuelvo a poner en el interior de la cama. Mi impaciencia tiene un límite y al final decido ponerme en pie de un brinco, abro el ventano para que entre la luz, y el pueblo presenta un color blanquecino total. Tras un pequeño paréntesis, los copos de nieve han vuelto a hacer su aparición, y ¡con qué fuerza!. Son enormes. Y así estoy durante un buen rato tapado con una manta que me cubre de arriba abajo, desde los pies hasta la cabeza como si fuese un fantasma, tan feliz… Hoy no habrá que ir a clase. A ver qué hacen conmigo. Pronto entrarán en la estancia la abuela, la tía, la otra tía, la otra, y el abuelo, y me dirán lo mismo: “Arriba, corazón. Vete al baño, vístete pronto y baja a la cadiera, que tu tío Julián ya ha encendido la hoguera, que ahí estarás más caliente y desayunarás mejor. Eso sí, bájate bien lavado y peinado”. Así que me espera un buen café con leche caliente y con un platito de nata acompañado de unas cañadas (tortas rústicas con azúcar y aceite) que devoro con cara de felicidad. Hoy no ha venido Basi que tanto me mima, por lo que el chocolate caliente y humeante quedará para el día siguiente. Vamos, igualico que ahora. Llega mi tío Sebastián y me dice que cuando termine el desayuno pase con él a la tienda, y de allí a la trastienda, que habrá que preparar el aceite para la venta. No son tiempos del líquido elemento embotellado, sino que viene en grandes garrafas para su venta a granel. Pues sí, dadas las bajas temperaturas, el aceite está congelado y hay que derretir por métodos un tanto primitivos. Es igual, que mientras haya buen humor y cariño soy el ser más feliz del mundo en esa tienda en la que no hago más que revolver, que hasta me hacen la vista gorda para que pueda sacar clandestinamente de la estantería esos piñones que tanto me gustan, y las pastillas de café con leche…. Llegan dos clientas mayorcitas, les pregunto qué desean. “Hablar con alguien responsable” me contestan con una sonrisa irónica, y yo me cabreo, que seré un nene, pero cuando hay que ser serio lo intento, que otra cosa es que lo consiga. Bueno, me hago el enfadado y a las damas las dejo con tía Pura y tía Trini. En un instante, cuando me dirijo a la puerta, entra la tía Concha, de Ruba. Hace la compra, sale también con un recipiente de leche y me apresuro a llevársela hasta el bar. Me dice que muy bien, que le acompañe, que “ahí están tus primos Jesús y Ramón. Vente a jugar con ellos, que lo pasaréis muy bien”. Cruzamos la calle y en un momento nos plantamos en el lugar. La calle está con un espesor de poco más de medio metro de nieve y los chicos de mi edad lanzándose bolas de nieve por los pasillos abiertos. Así que dejamos los libros y nos lanzamos los tres a la batalla blanca y con algunas pequeñas dosis de malicia. Una chica me lava la cara bruscamente con dos puñados del blanco elemento y se echa a correr. Como debe ser, pongo cara de tonto y de susto, y mis amigos me dicen que me apañe solo en mi venganza. Corro tras Pilín y cuando estoy a punto de alcanzarle para ahuecarle el vestido a la altura del cuello y con la nieve preparada, aparecen todas las chicas del pueblo y acabo perseguido por ellas. Algún día mi venganza será terrible, aunque dada mi inocencia... Si es que soy tonto… El caso es que acabamos todos, chicos y chicas, tomando ese chocolate que nos calienta por dentro, que nos ensucia la cara y que nos prepara para nuevas travesuras con las risas correspondientes de chicos y grandes. No, no ha habido enfado alguno.

Vuelvo a la tienda. Me paso a la cuadra, que está enfrente, para calentarme un poco mientras pacen serenamente las doce vacas de uno de los establos. Vuelvo a la tienda. El abuelo me me dice que  ni mis tíos ni mi madre se hallan en casa, y que hay trabajo. Además están a punto de llegar cuatro mulos con sus muleros de Aso, y hay que cargarlos con productos de la tienda. No hace falta que me digan nada, que arranco con rapidez y me voy corriendo a Casa Ruba a darles el recado. Allí, bien atendidos por Ramón y Lucía  (los padres de Jesús y Ramoné) no paran de reír teniendo por delante unos vasitos de vino y unos callos que comentan saben a gloria. Les digo que como no me den parte, me chivo. Y como callos, pero de beber me dan agua, que tampoco estaba mal en aquel momento y que actualmente me escandalizaría.  ¡Qué barbaridad, qué crimen  es ese de ingerir callos acompañados de agua! Y cuando lo cuento actualmente, el primo Ramón Ruba se me descuajeringa de risa. Menos mal que este Ramoné , con eso de que soy mayor (somos mayores) y algo de borrachitos ya tenemos, trata de resarcirme de esos momentos infantiles tan divertidos de H2O y que en el fondo añoramos. Los buenos callos han de ser acompañados con vino tinto y si me apura alguien, diré que no maridan nada mal con un buen cava, como el que pruebo de tiempo en tiempo en las madrileñas Cuevas de Luis Candelas.

Han pasado ya varias generaciones y la que representamos aquellos amigos de infancia como Ramón, Teresa María, Pilita, Ana Mari, Kiko, José, Pepe Luis, Agustín, Ricardo, Paco, Juan, Jorge, Manolé, Eduardo, los Toñines, Pedro… hemos dejado atrás a personas muy queridas que siempre permanecerán vivas en nuestro interior, y el caso es que hemos llegado a primera línea, pletóricos de buen humor y conscientes de que el camino que nos queda se va acortando. Es igual. Cuando nos juntamos en el pueblo y muchas de las veces nos reunimos en Casa Ruba, somos las personas más felices del mundo sin mirar hacia la línea de horizonte. La de tonterías que salen a la luz, y las que esperamos puedan salir durante muchos años más, aunque sea salpicados por algunos momentos de inevitable emoción.

Sí, hemos dado un gran salto en el tiempo, y cuando subo a Biescas no puede faltar la tertulia con Ramón. Si rozamos la soledad nos situamos en la barra en la zona “El rincón del abuelo”, donde hablamos de lo divino de lo humano, recordamos que en los tiempos primitivos del bar-hotel (Casa fundada en 1884) se limitaba con la carpintería de Salvador Lacasa y en la parte de atrás, en el actual comedor se hallaba ubicado el Cine Duarsal, donde los domingos veíamos películas y siendo ya un poco más mozos tratábamos de ligar los chicos con las chicas, aunque ahora que pienso no sé si eran ellas con nosotros. Aún recuerdo que en ocasiones se hacía teatro en esa misma sala, y hasta vi a allí Maxi interpretar a un personaje protagonista. ¡Y qué bien lo hacía! Las sesiones dominicales de la tarde a primera hora, estaban dedicadas a los menores como nosotros (¡qué desconsideración!) , y dentro se respiraba un aroma muy humano mezclado con el de las pipas y cacahuetes que consumíamos mientras atacaba el Séptimo de Caballería, o el malo de turno recibía su castigo.

Mis raíces, amigo primo Ramón, están en Biescas intentando juntarse con todas las buenas gentes que desde el día en que aparecí me abrieron sus casas, sus vidas. Aquí volví a sentirme niño y aquí he madurado (no sé si del todo). Es mucho lo que debo a esta tierra, es mucho lo que tengo para recordar de tu familia, de la mía, de las chocolatadas que de niños nos hacía Lourdes Oliver en Arratiecho, de las frutas robadas y hasta toleradas, de algunas travesuras que algún día contaré y que ahora no me atrevo.

 

MANUEL ESPAÑOL

ATAQUE DE CELOS EN EL METRO

ATAQUE DE CELOS EN EL METRO

Mecachis la pena negra que me envuelve. Hoy he vuelto a entrar en el metro madrileño (soy adicto a este medio de transporte) donde surgen las sorpresas y los imprevistos!. Unas veces te alegran la mañana o la tarde e incluso la noche, y otras te ponen los nervios a prueba, y hasta puedes entablar conversación con gentes de todo tipo, como niñas monas, jóvenes coquetas y hermosas o tíos simpáticos, que también los hay. El caso es que en esta ocasión entro en el vagón tomado en la estación de  Ópera, y como no hay asiento libre me quedo de pie. Muy cerca de donde me hallo está ella sentada,  y no puedo apartar los ojos de esa figura grácil, hermosa y angelical a la vez. Cuando más embelesado estoy ante esta belleza racial y rubia, ella pone cara de sorpresa al tiempo que me mira fijamente y lanza sus mejores sonrisas. Mientras, recibo un codazo en el brazo derecho, y un caballerete con cara picarona me dice que "la tienes en el bote". Así que me vuelvo y le digo que "por supuesto que sí. Fíjate que es mi mujer...". El otro me pide perdón por su frivolidad, le digo que no tiene importancia, que "mi Jimena me sorprende todos los días, es una mujer maravillosa. ¿Verdad que llama la atención?". El caso es que durante tan breve diálogo para besugos, queda vacío un asiento al lado de Jimena, y cuando me doy cuenta se sienta el típico ligoncillo y patoso a la vez. Tiene cara de gilipollas, pelo canoso, ondulado, muy sonriente y saludador, y muy hortera, que cuando abre la boca asoma un diente de oro. Ella me mira como diciendo "resígnate" y a la vez responde con otro saludo y una sonrisa al pollo ese. Noto que se enzarzan en una animada conversación, que él le saca su móvil y ella el suyo. Mientras, el coleguilla que estaba de pie a mi lado, se calla y huye de mi educada e irónicamente, no sé muy bien si con una sonrisa picarona, como si pensase que había ido de farol ante una dama que es la mía. Y claro, la situación de esta manera planteada, no es plato de buen gusto, lo que me provoca un semblante un tanto serio y diría que hasta ácido. Me fijo más en mi mujer y en su pareja, que se hallan en una posición reposada. Pero no paran de hablar, que el pollo saca papel y boli para anotar y ella dice no sé qué, que rápidamente el otro se mete de nuevo los artilugios esos en el bolsillo. Por fin llega la parada más cercana a nuestro domicilio, y Jimena se levanta,  va donde estoy yo, me toma de la mano, subimos las escaleras que nos llevaran hasta la superficie donde luce el sol, a ver si me aclaro. "¿Por qué estas tan serio?", dice mi medio limón con una cara de guasa que no se puede aguantar. "Porque no soporto a los chuletas maleducados y entrometidos. ¿Que, era gracioso?"

-No mucho, más bien nada; pero el hombre no tenía malas intenciones.

-Pues yo contigo las tengo a todas horas. Además he visto que os enseñabais los teléfonos.

-Ay que feliz me estás haciendo Gabino. Parece que te ha dado un ataque de celos.

-¿Yooooo, y del tío ese? Lo último que me podía suceder, ¿A mí? Bien equivocada que estas.

-Pues me ha propuesto quedar algún día para conocernos más y ver si de alguna manera podíamos encajar. Además me ha dicho que acababa de divorciarse y que necesita pareja que le entienda.

-Si será cabr.......

-Claro, que le he contestado que estoy muy enamorada, que tengo el mejor marido del mundo, que en esos momentos nos estabas  viendo y empezaba a verte mala cara.

-¿Y qué te ha contestado?

-Nada, que en ese momento ha decidido meterse de nuevo en el bolsillo el papel y el bolígrafo que había sacado para anotar mi teléfono y darme el suyo. Yo creo que cuando te ha visto se ha quedado impresionado de tu buena presencia. ¡Eres insustituible! ¿Acaso has pensado que iba a coquetear en serio con ese esmirriado? ¿Y por eso te has puesto celoso?.

-Insisto, que de celoso, nada; bueno, que para ser sincero, solo un poco. Pero yo entiendo  al ligoncillo ese, que no tiene otra cosa que el mismo gusto que yo. ¡Ay Jimena, que eres mi bombón de nata y fresa, que no puedo querer a otra más que a ti.

A tantos grados de amor asciende la conversación, que aquí me paro, freno en seco y no digo más, que las interioridades no son precisamente para airearlas. Quien tenga imaginación, ya sabe.

 

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

 

SUSPIROS DE MACARIO

SUSPIROS DE MACARIO


Estoy amarrado a este Madrid para soñar, de chulapas y chulapones, donde se derrochan las bellas y graciosas palabras, los requiebros y las sonrisas, la gracia y el salero. Es algo que no se puede evitar  porque surge con naturalidad. Aquí espero pasar una pequeña pero intensa temporada. ¿Son  todo el mundo así en la tierra de Frascuelo y de Marcial el más grande? Excepciones también las hay, pero me gusta ser optimista y quedarme con las esencias positivas. Esto es lo que me sucedió ayer, un día que me comenzó cruzado pero que acabó muy bien:

Son las ocho de la mañana. Suena el antipático despertador con muy malos y asquerosos modales, y me dice que ya es hora de levantarse. Saco una mano fuera de la ropa de la cama, después la cabeza, y le hago pedorretas  al armatoste ese.  Comienzo a levantarme por imperativo ilegal, pongo en marcha la radio del baño, y Pepa Bueno me dice en la SER que seguimos sin Gobierno en este país todavía llamado España. Que no, que quienes deben, no solo no se ponen de acuerdo, sino que lejos de dirigirse la palabra y dialogar  se insultan sin miramientos con sus caras y gestos marcados por la acritud. ¡Vaya ejemplo! Mientras, a nosotros, los sufridos votantes cada cuatro años nos recuerdan beatíficamente y también con cierta dosis de cinismo sin apenas apariencia maliciosa, esos principios de la Ilustración de "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". 

Uno, que es  "fan" total de Pepa Bueno, muy a mi pesar, se ve obligado a mover el dial, y me sale "Suspiros de España". ¡Yaya pasodoble que me marco en solitario bajo la ducha¡ La vida se hace día a día, hora a hora, a base de suspiros. De esta manera ha llegado el primero. Así que salgo a la calle, saludo a mi amigo Pacorro y poco después entro en una cafetería de la que soy asiduo, y en la que me conocen bien los dos camareros; les pregunto si pueden ponerme un café con leche y unas porras, y segundo suspiro:  "Podemos". A continuación les pido que me dejen  de gracias, que me presten algún diario deportivo, con lo que me encuentro con la cesión de "Marca" y "As", que no hablan del Gobierno puro y duro ni se meten en política profunda,  pero que coinciden en señalar que mi equipo, el Real Zaragoza, no gana ni a la de tres, con lo que la devolución de los rotativos a su procedencia prestamista es inmediata. Y de esta manera  se produce un nuevo suspiro. Así resulta imposible levantar cabeza. Sigo mi trayecto por la calle Fuencarral, que a pesar de la hora presenta una animación tan inusual, que obliga a abrirse paso entre los somnolientos viandantes, que no acaban de despertar. Con estos ánimos inexpresivos me  introduzco en la boca del metro sita en la Glorieta de Bilbao. Subo al vagón después de un pequeño traspiés, y ya con un semblante más bien serio, me encuentro con Macario (personaje real), que con las dos manos simula hacerme una foto para la posteridad, al mismo tiempo que me dice "buenos dias" y "bienvenido al tren de los buenos deseos". Macario, vestido con jersey de lana verde, una cazadora, pantalón vaquero, lleva puesto en la cabeza un sombrero con una cinta violeta que le da la vuelta completa al mismo, y entre sombrero y cinta tiene  colocadas flores de papel  con colores rojo, amarillo, verde, naranja, rosa, además de todos los que quepan en la imaginación loca de una cabeza pensante; a la vez porta una cesta con papel y tijeras, materiales empleados para confeccionar sus flores cuando no habla, pero es muy poco lo que para. "Oiga, señora, señor, señorita, nene, tengan una de mis flores, que no les cobro nada, que si me dan sus sonrisas, con una sola, ya me sentiré sobradamente  recompensado". Se me produce un nuevo suspiro, esta vez de agradecimiento hacia un personaje muy singular, que me dice: "amigo, parece que estás amargado y con una buena dosis de enfado. Bah, no te preocupes, que si te contase mi vida verías tu, ja ja jajaja. Te presto a mi suegra, jajajajajajajaja. Oye, que ella y yo lo pasamos muy bien. Que si, que hay que reír y a las tragedias darles el esquinazo y hacer asomar una cara de buenazo, como tu tienes". Vuelvo a sonreír de forma continuada, que este hombre que imparte humor, ternura, me contagia y con él las carcajadas salen de manera fácil. Quiero entablar una conversación prolongada con Macario, pero no hay manera. A una niña le regala una flor roja, y sin que le pida nada la pequeña le da un beso en la mejilla derecha. "Hoy me siento el hombre mejor pagado del mundo, la de esta niña ha sido la recompensa mas sincera que podía recibir. Eso no tiene precio", me dice. 

Puedo asegurar que el hecho de conocer a Macario me ha producido un tipo de impacto sin precedentes. Sus ojos le bailan a este payaso de la vida que va sembrando sonrisas. Me he pasado dos estaciones de más junto a él disfrutando de su compañía, siendo testigo  directo de cómo a los pasajeros que entran en el vagón les hace retratos simulados acompañados de la palabra "bienvenidos". Ha sido el más bello de los espectáculos con  sabor muy humano, en el que ha arrancado sonrisas a quienes en un principio mostraban  una seriedad inexpresiva. Gracias amigo, por haberte conocido. Has provocado el más bello de mis suspiros. Soñar, sonreír y disfrutar con Macario es gratis. Solo quiere la sonrisa de los demás.

 

MANUEL ESPAÑOL

FELIZ AÑO DESDE MI PARAÍSO DE MONTAÑAS

FELIZ AÑO DESDE MI PARAÍSO DE MONTAÑAS

 Dedicado en especial a mi amigo y primo Ramón Ruba

 

Es de noche, estoy en la luna (como siempre), y quiero levantar mi mirada hacia las estrellas. Para ello trato de liberar despacio, poco a poco y sin brusquedades, las nebulosas que me impiden verlas. Fuera cataratas visuales y de la mente, quiero nitidez y limpieza aunque sea de pensamiento. Sí, ahora el cielo está estrellado y cada uno de los cuerpos celestes se hallan pletóricos de ensoñación. Mantengo los ojos bien abiertos e intento iluminar mi interior. El firmamento se muestra juguetón cuan estrellas fugaces que te invitan a un “veo-veo qué ves” en el que la imaginación te permite y ayuda a penetrar en mundos diferentes y múltiples. Cada uno, al que desea en el momento, y a cambiar si es necesario.

En esta ocasión, la fecha en la que nos hallamos nos dice que el fin de año ha llegado ya, que hay que cargarse de buenos deseos para la caída de las siguientes 365 hojas del calendario, y unas y otras, todas sin descanso. ¿Qué harán mi tía Cuqui, y el tío Tan allá en mi Biescas paraíso de montañas?, y mi amigo Ramón, y Paco, Baltasar, Fernando,  Toñín, Pepe Luis, Gerardo, Manolé, Jorge, Elena…. Mi cuerpo y mi espíritu entre soñador y etéreo que no sabe donde se halla, vuelve a sus formas reales y se traslada a este lugar que me vio crecer, hacerme poco a poco persona, y en el que para estas fechas tradicionalmente se comenzaba y acababa alrededor del fuego, en el entorno de la cadiera, mientras la chimenea de la casa echaba humo con olor a leña y  mezclado con el del rico cabrito que resultaba del devenir de la brasa. Era la época en la que los vecinos del pueblo, en esa fecha,  entraban y salían de las casas, desde recién terminado el mediodía y hasta dos horas antes de dar las doce campanadas. Era también un espacio de tiempo muy entrañable, en el que se repartía vino dulce caliente (los niños como yo no) y se reía mientras se contaban chascarrillos y tonterías tales como el de la aparición del hombre de las 365 narices y 730 orejas. Eso sí, todo ello entre muchas risas, y además con la suerte de quienes teníamos un aparato de radio grande que no se escuchaba bien del todo, pero que hacía un ruido con aires musicales o daba el “parte” de noticias también con mucho ruido, todo lo imparciales que uno pueda imaginar. Haré un aparte por unos segundos, para decir que entonces servidor no sabía de política (ahora menos) pero me decían que Radio España Independiente o Pirenaica (se hallaba ubicada en Bucarest)  era de malos y estaba prohibida.. El caso es que uno ha sido siempre un rebelde y cuando me hallaba en la soledad me divertía con las noticias. “¿Será posible?”, me decía. Para mi, para mis amigos, la nochevieja tenía el encanto de que al día siguiente, el 1 de enero, los chicos inocentones y a la vez traviesos, jugábamos a San Manuel. Íbamos por las calles en cuadrilla, llamábamos de puerta en puerta con una imagen del Niño Jesús en brazos y la consigna siempre era la misma: “Buenos días nos de Dios, limosna para San Manuel”. ¿”Y donde está San Manuel, zagales?” nos peguntaban de inmediato. Y señalaban al Manolín de turno. “Más vale, que el muñeco ese que lleváis no come. Este año no hay dinero, pero os podemos dar unas patatas y cebollas para la cena”. Y así íbamos cargados con kilos y kilos del tubérculos que luego revendíamos en una tienda afín, y así comprar viandas para la cena, que siempre se hacía por turnos anuales en casa de uno diferente. Los menos nos daban alguna pesetilla que otra para añadir a la noche infantil, que en la de los mayores, la de las 730 orejas, después de escuchar las doce campanadas a través de la Radio Oficial, todos a misa de gallo, y a la vuelta eso sí, ya nos habían puesto los braseros para calentar nuestras camas.

Pero el pasado es el pasado, y como hay que vivir el presente y esperar con alegría el futuro, doy un salto y paso del recuerdo al día de ahora, en que hemos decidido ir a casa de la tía Cuqui, que con toda la ilusión del mundo ha preparado unos manjares , que… ¡alegría de la vida!; añadido también licores espiritosos. Además está con unas ganas de baile, que creo se le han acrecentado por aquello de que entre paso y paso culinario cae un trago para hacer la merluza rellena. Yo he traído y hago los gambones, así como el pastel frío de cabracho, la señora Blasa ha preparado unos cardos que me abren el apetito, y Jimena un soufflé muy especial. Tampoco ha de faltar un buen cava de Aragón, ni tinto ni blanco del Somontano, que aquí somos todos mayores. “¡Alegría, alegría, y tu Gabino –me dice la tía- encárgate de la música y haznos una exhibición de baile”. Así que decido poner “Marionetas en la cuerda”…. “Esa cosa tan antigua….no”, tengo que oírme. Rebobino y pregunto: “¿qué tal si recordamos nuestras noches locas de París?” Y la música parisina suena a todo volumen, y con tal viveza, que hasta el cura, don Casto, el de las tertulias de rosario y chocolate, no puede evitar bailar por la calle mientras va acompañado de su nueva casera. Sí, parece la juerga de la edad media avanzada.

Termina la cena llegan los brindis con cava. Tía Cuqui, que hasta el momento está más moderada de lo habitual, aunque no del todo, nos da a conocer la noticia: “he comprado un karaoke. Así que a cantar todo el mundo. Para ti Gabino y para Jimena como protagonistas os he puesto el “brindis de la Travista”…. No ha sido una idea muy brillante, porque tras los cristales llueve al sonar la música y el campanario se ha estropeado.

¡Pero la vida es bella: Feliz 2016 para todos!

 

MANUEL ESPAÑOL

KATARZYNA, OJOS PARDOS DE GATA

KATARZYNA, OJOS PARDOS DE GATA

Sentíase herida hasta en lo más profundo de su ser. Su mirada con ojos pardos de gata le delataba, a mi me entristecía. Era muy expresiva y parecía estar al acecho, como si estuviese también acompañada de un odio salvaje en busca de descarga. He de confesar que me daba miedo observar su rostro erguido con la cabeza tensada por un orgullo no disimulado. Yo iba solitario con mi mochila a los hombros, buscaba compañía y ella huía de la soledad. Pero no nos encontrábamos. Se llamaba Katarzyna, habíamos coincidido solitarios en un bosque de Zakopane, y procedía de los Cárpatos polacos. ¡Qué zona montañera tan hermosa!. He de reconocer que la tremenda fuerza de atracción que sentía por ella se transformaba en temor o ¿amor? Momentos antes le había lanzado una mirada timorata y furtiva y ella me la devolvió con un rictus de desprecio, tampoco exento de desconfianza. Avergonzado, huí de su presencia, pero fue por unos segundos nada más, eso sí, muy intensos. Acababa de hacerme con su retrato imposible de borrar de mi memoria interna, así que pasasen años y más años. Buscaba su aproximación con deseos de inmediatez, al tiempo que la rechazaba por miedo a ese rostro entre angelical y salvaje, tal vez en un  momento timoratamente impenetrable, como si estuviese dispuesta a agredirme con sus afiladas uñas internas. ¿Pero por qué?, ¿qué había hecho yo? Me tengo por persona educada y mis intenciones eran buenas, muy humanas, quizás demasiado humanas, y ahí estaba mi expresión, puede que demasiado sincera y sin máscara, algo que creo no es para provocar ofensa alguna. Ella no lo vio así, y en el momento de darse la vuelta tropezó con una rama que le hizo sufrir una caída sin  lesiones físicas aparentes. Más tímido que decidido fui a ayudarla a que se incorporase; le ofrecí mi mano y la apartó con una indicación para que  yo desapareciese de su entorno. Al final decidí a mirarle fijamente a sus ojos  cargados de encanto y misterio, ella cedió en su agresividad, los bajó como si tratase de hacer un velo invisible. Sonreí, sonrió, aceptó mi mano, saqué el botiquín de la mochila y le curé un brazo desnudo un tanto sanguinolento. Resultó efusiva en su agradecimiento, y yo una persona feliz a la que casi se le salía el corazón, esto último por decirlo de alguna forma un tanto exagerada, pero prácticamente real.

Sí, ojos pardos, cara de gata, pero ahora de dulce expresión, a base de ímprobos esfuerzos idiomáticos, ella en polaco y yo en un inglés más bien malo que bueno pero suficiente, este Gabino Zwarowany (loco en polaco) de marcado acento español, bien que pudo entenderse con la dama gatuna. Afortunadamente perdimos la vergüenza, aunque solo un poco, lo suficiente como para podernos entender. Katarzyna me confesó que era nativa y vivía muy cerca de Zakopane, que había ido allí a casa de unos familiares de la que se había ido para hacer una excursión solitaria por una zona boscosa, que creía haberse perdido y sentía un miedo acrecentado cuando me acababa de ver. “Es que en mi casa me dicen que desconfíe siempre de las personas desconocidas, y más en la soledad de las montañas”. “Me ves con cara de agresor para que al principio me miraras con tanto miedo?”, le pregunté. “No parece”, dijo ella para añadir continuación: “Mis hermanos me han dicho que cuidado con la soledad, que no hable con el primero que encuentre, que a veces las apariencias engañan”. ¿Crees que te engaño?” le respondo. Primera risa del día: “No me importaría”.

Cogidos de la mano a pesar de las mochilas al hombro, nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, donde la dejé en casa de sus parientes y quedamos que iría a buscarla dos horas después para ir a bailar al Willa Monte Rosa, un lugar elegido por ella, donde se escucha una música lenta y muy especial y hasta rítmica. Nada más llegar allí, caprichos del destino, sonaba la voz sensual y bolerista de Olga Guillot. Todo un caramelo. Nuestras mejillas se juntaron y los corazones sufirieron un alza de golosos sentimientos. ¡Ay Katarzyna, ojos pardos de gata, no quiero despertar de este sueño!

 

MANUEL ESPAÑOL

 

DESNUDO Y DEBAJO DE LA CAMA

DESNUDO Y DEBAJO DE LA CAMA


Son las 8 de la mañana y oigo que me habla una oveja y que me llama tontín. ¿Pero es que las ovejas hablan o lo mío ha sido un sueño sin ningún tipo de entendederas? “Gabino, que desde que te juntas con determinadas gentes te encuentro bastante extraño”, me dice un Pepito Grillo que me marca más de la cuenta. Me levanto atónito e incrédulo, miro debajo de la cama y me da un ataque de risa. ¿Pues no resulta que hallo un ser extraño con cara de bebé y sonrisa de travieso, que dice se llama Telesforo y que me llama repetidamente “papá tontón?” Vamos, ni que fuera un GPS de esos que me conducen por los malos caminos y terminan estrellándote contra una roca más dura que el cráneo de Catapiedras, ese legendario luchador que abría paredes a cabezazos. ¡Zas!. Y y el primer testarazo ya me lo he dado entre ovejas, pedradas, Telesforo y Pepito Grillo. Ante tan tremendo lío, en fracciones de segundo decido meterme debajo de la ducha, soltar el agua fría y dar un grito que todavía se oye por las riveras del Ebro a su paso por el Pilar. Mudito me he quedado con la impresión, si bien poco a poco la temperatura del líquido elemento se eleva muy lentamente de una manera muy agradable, y me da por cantar eso del “Amante bandido”. Al cabo del rato vuelve a sonar el balido de “tontín”, me parece otra cosa, y hasta me da la sensación de cierto tipo de justicia en su articulación. Me seco con el albornoz, pero algo “mosca” aún sigo en ese mal sueño del elemento Telesforo, por lo que decido agacharme de nuevo y mirar debajo de la cama con mucho cuidado. Allí no encuentro nada de nada, ni una mota de polvo, que buena es mi doña Jimena, como para pasarme por alto una limpieza imperfecta. Pero la imagen del monstruito este persiste en el interior de mi cerebro, con lo que cabe deducir que mi higiene mental no es perfecta. Me reincorporo, me vuelvo a quedar desnudito sin aditivos y oigo de nuevo la voz esa de “papá tontón”, con lo que la imagen del espejo se me aparece de una forma horrorosa, y por ello a causa del susto me meto de nuevo en la ducha, a ver si en esta ocasión cambian las circunstancias. Al salir de las malas influencias de la humedad, se me ocurre una idea. En esta ocasión, sin pérdida de tiempo, me pongo a husmear ¡otra vez! por debajo de la cama. Pero… ¡qué imaginación la mía! Nada, que no hay nada de nada, con lo que poco a poco se van calmando los ánimos, y ya con ciertos aires de tranquilidad trato de salir con cuidado, pero oigo un berrido más que un balido, que me dice: “¡Gabino… ¿qué haces desnudo debajo de la cama?”- “Te lo explicaré, Jimena, pero no es nada de lo que parece”. Salgo con más prisas que calma y al pasar la cabeza por el límite de del hueco del artilugio que entre otras cosas sirve para dormir, el golpe es tan morrocotudo, que asusta a mi medio limón, mientras yo me quedo de un cuerpo… No miren, lectores, no miren, que no estoy para que me pongan el ojo encima; bueno, ni el ojo ni…
Ya de vuelta a la normalidad, como es natural, Jimena me pide explicaciones sobre el extraño comportamiento de este loco surrealista. Le vuelvo a contar la historia con toda su viveza, como si fuese en directo, y… “fíjate Jimenita de mi alma, qué mal debía estar cuando creía ver al Telesforo de las narices diciendo eso de ‘Papa tontón”. Afortunadamente, tras un momento de alta tensión extraña y muda, mi chica suelta una monumental carcajada para añadir a continuación que lo que le he contado ha sido parte de una desternillante mini novela de radio, que me ha hecho soñar y cambiar a mi siempre rara manera, “que tu estás muy loco tontín”. Más que loco, moscardón es lo que me quedo, eso sí, con la sonrisa en la boca, y hasta feliz de que me digan que todo ha sido un sueño especialmente extraño. Bueno, no pasa nada. Ahora, tras un divertido desayuno comunitario y entre dos, me dispongo a salir de casa. Toca divertirse aunque sea solo y meditar. ¿Meditar qué? Sobre mi pasado de años ha, que eso de encontrarme un monstruito debajo de la cama y que me llame papá, invita a hacer todo un ejercicio de memoria interna y no a voces, por si acaso. Lo de que ahora me salga un hijo, pase, que puede ser o no. ¿Y cuantos años tendría ahora…? Todo eso pase. Lo malo es que encima el mal bicho me diga tonto. Ten un hijo y anónimo, extraño, pero que encima deba aguantarme lo de tonto. Eso no lo perdono. Como no entiendo nada de nada, decido irme por las riveras y cantar a pleno pulmón eso de “Doce cascabeles lleva mi caballo…”. Eso sí, sin GPS.