Blogia
Mundo mágico

Hora bruja

TORTAZO DE MANZANA

TORTAZO DE MANZANA

Siento decirlo pero es así. Esta mañana me hallaba en lo que podría confundirse por el Paraíso Terrenal, cuando un dron ha sobrevolado, mejor dicho me ha dado casi de lleno en esta cabeza que tengo para acabar el cuerpo en algo. Así que he decidido en cuestión de décimas de segundo, recordar lo que era habitual en mi meses atrás, mejor dicho demasiados meses atrás (mi Pepito Grillo me dice que lo deje en años ha) y he rematado a gol recordando, dicen los testigos que con acierto, pero… casi se me abre la testa. El artefacto era del tamaño ¿medio o grande de una manzana Fuji?, variedad que tanto me gusta. Debo confesar que en un principio he confundido visualmente el artefacto y creyendo que era una fruta prohibida, de esas que le seducen tanto a mi Eva-Jimena (servidor frotándose nerviosamente las manos), ya estaba dispuesto para el remate. No era una pelotita de goma ni de trapo, aunque bien podría haberse tratado de una piedra envuelta en un trapo ¿y parecía un dron? Luego, pasados los minutos me he enterado de sus verdaderas dimensiones. Así que rebobino y vuelvo al principio,. “Y al encontronazo con mi cabeza sonó un brioso ¡¡¡Goooool!!! acompañado de voces no muy corales y seguido de aplausos, que lamentablemente no escuché, porque lo que notaba a mi alrededor era un circulo de estrellitas, demonios colorados, de sapos y culebras y campanitas bordes. Diez minutos he estado con menos conocimiento del habitual en mi, o sea, nada. Al momento, el buenazo de Pepón ha sacado los hielos que estaban en la nevera campestre. Los ha puesto en paños sobre mi frente y poco a poco me he ido calmando, hasta que sin saber cómo he conseguido hacer asomar una sonrisa de agradecimiento seguida de ciertos aires quejumbrosos. “Pero so animal”, me dice Pepón, “¡qué dron ni que narices. Ha sido el animalico de tu primo Teresín, que a puntería no le gana nadie y es capaz desde una distancia de 20 metros alcanzar tu cabeza. ¿Ves ese manzano que hay allá, pues tu primo se ha subido a lo alto y ha arrancado la Fuji más hermosa, la más grande. Y encima vas tu y la partes con la frente. Eso sí, el tuyo ha sido ha sido un manzanazo antológico. Anda zagal, tómate este pedazo de dron que ha quedado bien sano”-
¡¡¡¡¡Huyuyuyuyuy, qué mal estoy de la cabeza!!!!!

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

SIN IMAGINACIÓN NI PODER. ¿TODAVÍA?

SIN IMAGINACIÓN NI PODER. ¿TODAVÍA?

 

Estoy con la mente en blanco, todavía sobrepasado por la explosión de los últimos acontecimientos y los que vendrán. Me siento como un hombre sin imaginación, que ya es triste, especialmente para mi que soy de los que decíamos convencidos eso de "la imaginación al poder". Si, ya lo habéis adivinado, que uno de esos miembros de la generación del 68 que se iba a comer el globo multirracial ¿Al poder yo? Pobre de este país todavía llamado España, si tiene que confiar en pajarracos chiflados como este periodista que sueña con un mundo mejor y menos averiado. En este estado de ánimo, pensando sin pensar en mi, paseo por la ribera derecha del madrileño río Manzanares (o izquierda si preferís) como ausente, con la mirada perdida, además con toda una ceguera mental que no pasa desapercibida a los transeúntes que se paran y se quedan mirando con cara de pena. Así, hasta que me cruzo con una chica 10 que viene por el lado contrario haciendo "jogging", que me alegra la vista. Se para a mi lado y me pregunta con toda apariencia de candidez: "¿Señor, le ocurre algo?". Mi rostro que aparentaba una palidez inmensa, reacciona al ponerse del color de Caperucita la rojilla, y no se me ocurre otra cosa que decirle que estoy muy apenado porque igualmente he salido a correr y se me había olvidado la bolsa con el chandal. Entonces la buena moza no hace otra cosa que decirme que "por eso ni se preocupe, que a diez metros de aquí tengo otro equipo de mi hermano en el coche y se lo puedo prestar. Veo que zapatillas no le hace falta porque las lleva puestas" De esta manera y para mis adentros mendigo que "esta farolada me va a costar cara y el ridículo va a ser espantoso". No hago mas que pensarlo así y compruebo que el equipo me va a la medida, con lo que el primer bache esta salvado y vuelvo a las carcajadas que tan habituales son en mi. La tomo a ella con las dos manos y me pongo a saltar sobre el terreno, con la consiguiente risotada por parte de ella. "Me llamo Gabino -le digo- y soy miembro de la Generación del 68’ aunque me gustaría decirte que del 80 je je je je". Y ella me contesta: "No hace falta que te rías, que me llamo Rosa y soy hija de de Julián Borrego, de la Generación del 68".
-¿Quien, el que se caso con Lucia Mendizorraza?  
-El mismo.
-Pues que suerte tuvo tu padre, que aun me acuerdo que entonces, cuando todos los mozos íbamos detrás de Luchy. Tu progenitor, como era el guaperas del grupo y el mas gracioso fue el que mejor lo supo hacer. ¡Y que hija tiene! Mira, Rosita, que me has alegrado el día. Pero date cuenta que te doblo la edad.
-¿Y eso que importa? Vamos a empezar a correr despacio y poco a poco aumentaremos el ritmo. ¡Ay cuando se lo cuente a mi padre, que risa le va a dar!
El caso es que como tengo un cierto sentido del ridículo, aunque trato de disimularlo, y ante la paliza que veo me va a dar la hija de mi amigo, le comento que como voy tan elegante con el traje de su hermano, prefiero cambiar el plan de trabajo y le propongo dar un paseo por las zonas verdes para ver los patos chillones, los peces saltarines, las culebrillas de agua, el croar de las ranas, todo ello en un río con mucha vida. Como el sedentarismo parece que no le va mucho a mi ocasional compañera de jornada, le hago otra propuesta que me va a salir por un ojo de la cara y las pestañas del otro ojo, le señalo un bar-kiosco con muy buena pinta y especializado en gambones a la plancha, chopitos, almejas a la marinera y cerveza de Heidelberg. Me dice que muy bien, pero que ella no tiene dinero para tanto (la chica en el fondo es muy modosa). Le contesto que es lógico que siendo tan joven disponga de tanto dinero, pero que para eso esta el Tito Gabino con muchas ganas de agradecerle que casi me ha salvado la vida. ¡Ay Julián!, que hija tiene el puñetero. ¡Que bien lo ha sabido hacer! Pero no le envidio, que mi Jimena yo nos entendemos muy bien. 
Nos sentamos en un velador bastante amplio, en uno de esos en los que caben muchos platos llenos. Al final nos decantamos por una botella de vino blanco de Viñas del Vero, que es una delicia como entra, Ambrosio el barman, saca a continuación una doble de gambones, una de chopitos, otra de navajas, y unas patatas bravas, que me chiflan. Rosita me dice que frenemos el ritmo y que no sigamos con tanta demanda, mientras contemplamos una pareja que se achucha dulcemente. Miro a continuación a la hija de Julián, que le da por reirse y que para distraer la atención me comenta que "con este aperitivo voy tener que aflojarme el pantalón", ella que está perfecta y que también dice ser profesora titulada de Educación Física. Que si quiero me dará las clases gratis, que si se enteran sus padres, que tanto hablan de mi, que le pago, montaran en cólera. " Así que Tito, mañana empezamos las clases". ¿Y que hago yo ahora? Pues a reír con Rosita, a comer y a beber. A base de chistes y de decir tonterías las carcajadas son mutuas y continuas, que por lo menos, un día que he empezado con la mente en blanco, acabo tan majara como siempre. Al momento se oye una voz masculina muy fuerte que grita "Rosa Rosae", y la ultima gamba que me queda me cae a la copa de vino a causa del susto. Es cuando aparece Julián, seguido de Lucia Mendizorraza, que dicen alegrarse mucho al verme. Poco después aparece un tiarrón cachas con mi ropa colgada de sus manos que desde la distancia le pregunta: "¿De quien es esta ropa Rosae? Estaba en tu coche, y..." Yo me pongo a temblar y trato de esconderme debajo de la mesa, mas, cuando me dicen que Lorenzo Malquerie es el marido de Rosa. Me dan ganas de decirle: "Oiga, señor, yo no se nada, que no se nada de nada, que esto no es lo que parece", pero afortunadamente me callo, porque el se adelanta y señala: "Pero si es el Tito Gabino, que te he reconocido porque llevas el DNI en el bolsillo de la camisa" Esa confesión me cabrea, Rosita se cabrea, mientras, a Julián y a Lucia les da por reírse. Lorenzo que es un guasón se carcajea porque me ha reconocido al instante. Es que somos contra parientes por parte de la tia Cuqui, y aun a pesar que nos conocemos muy bien, mi vista comienza a fallar, mi oído tambien, o es que estoy algo beodo y no me había dado cuenta que era el. De esta manera vuelven a salir las botellas y las viandas a la mesa, y al cabo de mucho rato damos fin a un día muy divertido, no sin antes la chica guapetona y estilosa me diga: "Y no te olvides, Gabino, que mañana empezamos las clases". "Puedo participar yo?, dice Lorenzo. La respuesta de su mujer es clara: "NOOOOOOOOOO". Y este loco surrealista, al final tan feliz.

MANUEL ESPAÑOL

 

A GRITOS EN EL CONGRESO

A GRITOS EN EL CONGRESO

 

Estoy en una ciudad playera muy cultureta ella, y el panorama parece espléndido. Inicio un día en el que no paro de sorprenderme desde que he salido en busca de nuevas sensaciones que me saquen de esa monotonía capitalina que a veces me arrastra sin saber los motivos. “Hoy, si, puede ser un gran día”, me he dicho al salir del hotel, camino de no sé donde ni a donde. Tengo el presentimiento de que si doy margen a la improvisación puede pasar cualquier cosa. Me gustan las sorpresas, si bien el motivo de hallarme aquí es asistir a la inauguración de una exposición a modo de congreso dedicada al expresionismo pintureta, que es el único objetivo fijo que me he trazado. Pues hoy que ando un poco descontrolado, que pase de todo, venga ya… Un coche me pita de malos modos cuando trato de cruzar la calle. “Que no te enteras, tonteras”, me dice un “voluntarioso” testigo para echarme su parte de la bronca en el incidente, porque verdaderamente había cruzado en rojo. Reconozco que algo dormido sí iba y tenía cierta prisa por llegar al bar marítimo donde me esperaban unos amigos para tomar un buen cafelito quita resacas con un par de churros. “Pues menos mal que el reproche ha sido suave, que si no el susto hubiera sido de espanto”, he dicho a los compañeros que me esperaban con el semblante pálido. “El gran susto nos lo hemos llevado nosotros”, me dice el repelente Paquillo erigiéndose en portavoz del grupo. “Vamos, para haberte muerto……”, me espeta el muy canalla.“¿Y hoy iba a ser un gran día?”, digo mirándome con cara de pasmado delante del espejo que hay tras la barra. Bueno, pues no ha sido mas que un paso en falso, que el día no ha hecho otra que empezar. “Pues nada chicos, que siento lo mal que lo habéis pasado por mi culpa. Pero no ha ocurrido nada. ¿Qué tal si nos damos una vuelta por el Paseo Marítimo?”, les digo tras un rato de tertulia”. Al final tan sólo decide acompañarme Rafael, que los otros prefieren cumplir con sus respectivas y respectivos acompañantes” ¡Qué horror, que me he convertido en políticamente correcto!.Rafa y yo tropezamos con un viandante juerguista pasado de rosca, que no sabe que el camino más corto entre dos puntos está en la línea recta. Después nos encontramos con dos indigentes que demuestran mucha cara dura y un gran sentido del humor, muy sonrientes y sentados en el paseo rodeados de cartelitos con un vaso cada uno de ellos, donde depositar las monedas o billetes. En uno pone “Para vino”, y así sucesivamente, para “Ferrari”, “güisqui”, “vermut”, “vino”, “tabaco rubio” y “ginebra”. Por delante de estos cartelitos hay uno grande que dice: “Nosotros no engañamos”. Un turista con cara de mucha guasa y con un acento raro, les dice: “¿Mi poder sacar fotos?”. Uno de los dos, el que parece hallarse menos aletargado, le responde con su voz tono acazallada: “Que nosotros somos profesionales y a dos euros cada foto, puedes sacar todas las que quieras”. Y el hombre con acento “rarito” capta doce instantáneas. “Y ya lo ve usted, que nosotros no engañamos, somos muy serios. ¿Acepta que por nuestra parte le invitemos a un trago de vino?”. El extranjero da las gracias, bebe de la bota, se mancha la camisa, paga religiosamente y aún les deja propina sobre lo estipulado. Así todos contentos, mientras que un servidor de ustedes, con el susto del falso atropello olvidado, se lo pasaba bomba, y el amigo tampoco se acuerda.Paseamos viendo el mar en un día frío pero soleado camino del lugar donde se celebra la exposición, eso sí, sin prisas, porque aquí quien más o menos racanea lo suyo de cara a las obligaciones que nos llevan. El caso es que de repente se esconde el sol, soplan los vientos y comienzan a dejarse aparecer las espantosas visiones de rayos, relámpagos, truenos, como si del entorno truculento del conde Drácula en días de furia no contenida se tratase. Otra vez, repentinamente, sale el sol y se deja sentir un terrible silencio presagio de una catástrofe mayor. Cuando nadie se lo espera, ese silencio que no hay cuchillo que pueda cortar, se rompe, y del local expositivo sale una gran bola de fuego de donde se desprende una voz desgarrada que tan solo sabe articular la expresión ¡Ayayayayayayayayayayayaya y”. Se apaga el fuego y no hay duda. Se trata del cuadro de Eduard Munch, “El Grito”, que se asusta de verse en el espejo del hall. Se echa las manos a la cabeza el personaje del mismo y contagia a todo su entorno de un pánico draculino. La situación se mitiga un poco, cuando un héroe voluntario lo apresa y lo devuelve al Congreso, donde va a ser debatido su arte por unos especialistas un tanto banales, que se vuelven locos de atar. Al final se declaran no aptos para el análisis, si no cuentan con asesoramiento psiquiátrico al estilo de Sigmund Freud. Así que ante esta circunstancia se propone un nuevo estudio para ser presentado el año que viene en un otro congreso convocado de inmediato, porque el actual se clausura por anticipado en el aspecto académico, que los actos recreativos, para no amargar al personal se mantienen intactos. Fuera etiquetas pues, buenos baños en piscinas climatizadas, sesiones gastronómicas, bailongos, y … sea, que no podamos decir que las jornadas han sido aburridas. Al final queda claro que el Congreso se divierte, como en Madrid con los leones como guardianes. Miles de euros más o menos… ¿a quien hacen daño? Supongo que cuando Munch pintó “El Grito” y sus otras copias, el hombre no sé si pensó en el lío que iba a armar. Así lo piensa este loquillo surrealista que no supo llegar a expresionista tal y como mandan (o no?) los cánones.

MANUEL ESPAÑOL

 

 

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

 

"Buenos días, Damián. ¿Ha sido tranquila la noche?. No, si ya nos hemos dado cuenta todos, que tienes  el mejor turno. No pongas excusas, que te conocemos, y alguna cabezada  te habrás echado pensando  en la gallina ciega". Damián es vigilante nocturno en el Museo del Prado, y amigo de Paco, quien le toma el relevo en una jornada en la que todos los personajes han vuelto a sus cuadros y ya están preparados para recibir a los miles de visitantes en un día  que se prevé multitudinario. Entre ellos hay buena camaradería y el que llega le deja un café con churros, "porque imagino que a estas horas tendrás mucho apetito. He venido bien desayunado, pero a ti te veo con cara de hipnotizado por esa gallineta que tanto te absorbe la mente. Te voy a recomendar para que te pasen a la sala de las Tres Gracias, que son mas redondas y famosas, y además no tienen ropa.... Bueno, no te enfades, que tan solo ha sido una broma. Hasta mañana". Lo cierto es que Damián, hombre próximo a entrar en la edad otoñal, llevaba cerca de tres  décadas de vigilante en El Prado, y aunque los jefes de recursos humanos le habían ofrecido cambios de turno y de ubicación a fin de no caer en el tedio,  él lo rechaza con suma cortesía. No importaba siquiera los aumentos de sueldo que significaban esos cambios. Desde el primer día que entró por esas impresionantes puertas, se sentía fascinado por la pintura del aragonés Francisco de Goya y Lucientes, y si bien era una fascinación un tanto enfermiza, como se trataba de un compañero educado y amable con todo el mundo, se hacia la vista gorda y se le mantenía en el puesto. Se llegó incluso, a practicarle una sobre vigilancia muy disimulada, y como mucho  se le veía tomar notas con bloc y bolígrafo delante del cuadro, y observaba fijamente la figura de la dama de la Pamela, tal como si la examinase hasta penetrar en su mística interior. Por lo demás, nada extraño, porque Damián cumplía exquisitamente con sus obligaciones. Pero si cumplía bien con sus obligaciones  laborales, bien es verdad que ante la "gallina ciega" no pegaba ojo durmiente, si bien por momentos los cerraba para soñar con esa mujer que en la imaginación había convertido en su amada. Treinta años con sus correspondientes 365 jornadas, a 8 horas cada una de ellas, si bien hay que descontar 104 días (dos días a la semana) más 20 de vacaciones anuales y  algunas fiestas sueltas por convenio, daban mucho de si para amar y.. hasta sentirse amado. Porque hay que decir igualmente, que muchas veces en su tiempo libre se iba a su sala favorita del Museo del Prado. Un día se fue a ver a la Mujer Duende, de un pintor italiano y en otro museo, y repitió hasta tres veces. Damián, que de vez en cuando tenia alguna discusión con su dama goyesca, algo normal en todas las parejas, se dio cuenta de que la compañera del alma se había enterado de sus andanzas, ¿quizás con intenciones adulteras?. El pobre se sintió confusamente avergonzado y prometió no cometer infidelidad alguna. A partir de ese momento se estableció un amor permanente, y él tan feliz. Vamos, que este personaje que no estaba mal plantado y era muy integro en sus pensamientos, desaprovechaba las propuestas de Ruth, compañera suya de muy buen ver y muy real, en el recorrido vigilante de las salas. La chica, que insistía e insistía una y otra vez, al final conoció a un turista alemán que le pedía información sobre una exposición próxima a donde estaba, le acompañó, y la cosa debió de ir tan bien que se olvido del obsesivo pero bueno de Damián. Ustedes lectores, lo entenderán, que para colmo nuestro amigo solo tenia ojos hacia su gallineta.

Tantos años entre las paredes del museo madrileño del Paseo de Recoletos, el protagonista de este relato, adquirió todo un culturón pictórico. Incluso recibió clases de los grandes copistas, que le insuflaron de la mejor técnica posible. Tomó para sí lo mejor de Bochelli al dar a su modelo aires de bondad, inocencia, sensibilidad, de belleza tristona; de Goya, la viveza y el dinamismo; de Rembrandt, la observación de la luz; y  si apuro aun diría que hasta registró alguna influencia de Van Gogh con expresiones que solo caben en imaginaciones alteradas.

Vivía ¿En la soledad? Nooooooo. Imposible, pues la compañía de su dama nunca le iba a faltar. De sus noches de vela y de sus sueños, tenia realizados al carboncillo alrededor de mil apuntes sacados de múltiples disecciones. Había estudiado toda la sicología aplicable, y de esta manera se convirtió, en plan autodidacta y  a su manera, en un profundo conocedor del pensamiento y del alma humana. Es por ello por lo que la asimilación de su modelo la hizo a su forma y semejanza, pero lógicamente, volcándose en su concepto de belleza.

La "gallina ciega" se llamaba de esta manera, porque llevaba puesto un antifaz hecho con pañuelo rosa de seda natural, que le tapaba la vista y que estaba enlazado por la parte posterior de su cabello negro con algunos detalles canosos. Su vestido era igualmente rosa y estaba hecho con una seda exquisita, que llegaba casi hasta los pies haciendo forma de campana. Los zapatos hacían juego con el vestido y sujetaban unos pies pequeños y encantadores. La dama de la Pamela extendía sus brazos hacia adelante, manteniendo una suave sonrisa, como buscando alcanzar  a alguien para de esta manera poder descubrir sus ojos y contemplar de nuevo el fondo de paisaje de otoño, con sus tonos rojizos, amarillentos, verdosos, con las flores de unos colores muy especiales. 

Damián estaba prendado del cuadro desde el principio y comenzó a darle vida. Sentía  pena que "su gallina" no tuviese el don de la vista. Como ya disponía de algún conocimiento pictórico, pensó en quitarle el antifaz que le vendaba la visión, y pronto se dio cuenta que el escándalo al día siguiente seria mayúsculo. Pero su preocupación creció de tal manera, que a base de clases formativas, estas calaron pronto en el los conocimientos técnicos y hasta en los psicológicos. En poco tiempo, este hombre que tenia su domicilio en el madrileño barrio de Chamberí se buscó una nave alejada del centro y en la misma se construyó un cómodo apartamento. Así le entro un furor extraordinario y ganas de hacer justicia a su dama, a plasmar como la veía, como la admiraba, a cambiarle de ropa con distintos colores, aunque siempre con una Pamela, bien entre las manos, bien sobre su cabeza, bien sobre algún elemento a su alcance. Eso si, el rostro casi siempre el mismo, aunque cambiando las expresiones, las posturas y los primeros planos. Los colores blanco, azul, rojo  verde, amarillo, gris, eran una constante en sus modelos, a quienes cambiaba de diseño y hasta llegaba a aplicar algunos aires de transparencia no exentos de ligeras dosis de picardía.

Habían pasado 20 años desde que comenzó a pintar sin ningún afán ni exhibicionista ni comercial, y prácticamente en la clandestinidad, y había reunido mas de 50 retratos de grandes dimensiones de su amada. Según el día que tuviese, Damián descubría una u otra pintura y se ponía entonces a hablar con ella. Lógicamente ni comía ni dormía, por lo que su delgadez era casi extrema. Era igual, se tenia en pie y se sentía muy feliz. No pedía mas. Sin embargo tuvo sus momentos de debilidad, y en una determinada ocasión, no se le ocurrió otra cosa que sacar varias fotos de algunos de los cuadros copiados a su manera, porque lo suyo era autentica creación. En una de sus entradas al museo en el turno de noche, de su carpeta cayeron algunas imágenes, que muy cortésmente se las recogió el propio director del Prado, quien al observarlas casi sin querer, se dio cuenta que se hallaba ante unas obras de arte, y aunque con visibles cambios con respecto al original, estaba claro de donde habían salido tales maravillas. Damián se  puso colorado como la sangre, pidió perdón por tamaña desfachatez y le rogó que no le descubriese. A don Pedro no se le ocurrió otra cosa que al vigilante que salía decirle que doblase turno. "y a usted, Damián, le ruego que venga a mi despacho a contarme todo" le dijo al trabajador a sus ordenes, quien le siguió humildemente agachando la cabeza y con miedo  ser despedido. Allí se aclaró lo acontecido a lo largo de tantos años. Después de media hora se levanto el director, le puso una mano  en el hombro y le dijo: "Querido amigo, que prefiere, un güisqui o  un gin tonic?

-No entiendo, señor.

-¿Acaso es usted abstemio?

-No del todo. Que a mi lo que me gusta s una cervecita con unas tapas muy buenas que me ponen en La Nueva. Es que si tomo otra cosa me puedo emborrachar.

-Pues no se preocupe. Vámonos a ese bar y negociemos amistosamente.

Ya en el bar:

-Usted no puede seguir trabajando en el museo. Y no me ponga esa cara tan pálida. Le aseguro un contrato infinitamente mejorado con respecto al actual, pero con la condición de que siga pintando.

-Pero don Pedro, que solo soy un copista de "La gallina ciega" que está enamorado del  personaje de Goya.

-Lo que usted ha hecho son 50 enormes obras de arte y cerca de mil joyas en  bocetos, que son impagables. Lleguemos a un acuerdo, yo le garantizo un espacio anexo al museo, donde podrá colgar y exponer sus obras actuales, muy bien remuneradas, y las que sucedan. Allí tendrá su estudio y en las proximidades le buscaremos una vivienda con la dignidad que merece

Damián alegra su cara, aunque sin hacer aspavientos, y dice en voz alta: "!Ay gallineta ciega mía. Se nos acabo la intimidad". Ya con la sonrisa en la boca y los ojos alegres, le dice a su interlocutor: "Oiga, y junto al anexo ¿no podría hacer un pequeño apartamento que estuviese comunicado con las salas de pintura¿ De esta manera seria posible por las noches hablar con mi amada, y pintaría muchas malas gallinas...

"Don Damián, es un romántico incorregible. Pues sea como usted dice".

 

MANUEL ESPAÑOL 

A TIROS CON OLOR A GÜISQUI

A TIROS CON OLOR A GÜISQUI

 

No sé qué me ocurre. Llevo dos meses con la espada de Damocles encima de mi cabeza, y eso que desde el primer día que la sentí no he parado de ir a toda velocidad con el impulso de mis piernas para ver si desestabilizo al mencionado artefacto amenazante y se va de una vez lejos de mi presencia. Estoy muy cansado. Quiero recuperar y hacer trabajar al loco surrealista y pasearle por Nueva York y las cataratas del Niágara, y no se me ocurre nada. ¿Cómo se me va a ocurrir con semejante peso sobre el bolo? En este momento me hallo en un velador cualquiera en una tarde  espléndida, tomando una cervecita acompañada de unas patatas bravas, a ver si me animo, y ahí le tengo, encima de mi cabecita loca. Y no se mueve la puñetera. ¡A ver si se la lleva un rayo bienintencionado, que me molesta!, que algo de yuyu si que me da; bueno, que algo no, bastante. Me acuerdo de mi amigo Ángel, que fue campeón de Europa de tiro de precisión, a ver si viene y me la quita de un disparo certero, pero su teléfono se halla fuera de cobertura. Y ya, con un poco de incredulidad por mi parte apelo al espíritu de Guillermo Tell, héroe de la independencia de Suiza, y en tal momento siento un chasquido resultante de un choque que marca el alejamiento de la espada. Ya sin más armas que mi sonrisa y con un grito exultante, no tengo otra cosas que decir: “Adiós, señor Damocles, hasta dentro de muchos años; gracias, amigo Guillermo”.  Por fin vuelvo a ser ese loco surrealista sin malas intenciones

En la terraza del local donde me encuentro, suena un acordeonista que me hace recordar viejas melodías con cierto aire americano: “New York New York”, “May way”…  Y ya libre de pesadumbre comienzo a tararear canciones tan bellas y evocadoras. El acordeonista me llama y me dice que le acompañe, y uno que a veces no se queda corto, le acompaña con sus evocaciones a Nueva York. Y mi mente comienza a soñar, una práctica maravillosa que me hace sentir más feliz, y recuerda ese viaje mágico de hace ya unos cuantos años, de cuando Reagan estaba en la Casa Blanca, que nos hizo disfrutar por la Costa Este de Estados Unidos y el sur de Canadá. No, que no era Reagan el que nos hacía pasarlo bien, que eso es algo que deseo aclarar. No sean mal pensados.

La verdad sea dicha, es que en un principio me negaba a hacer ese viaje, que no quería ir a América. Intentaron convencerme con que no iría a nado. Sí, sí, que mucha guasita se llevaban conmigo, y yo cada vez más empecinado. Me “vendían la moto” en el sentido de que en la ciudad de los rascacielos iríamos una noche a la ópera, y les dije que solo iría a ver la ópera de los hermanos Marx. Me dijeron que había entradas para ver a Woody Allen en concierto y en directo, y como eso ya me hizo más gracia, tomé la palabra y acepté con la condición de que me iríamos a tomar una copa y a escuchar jazz auténtico en Greenwich Village.

Y a cruzar el charco en avión, con escala en la base canadiense de Gander. A las pocas horas de llegar a la Gran Manzana ya estaba loco, algo que no es de extrañar, y más alojándonos la parte céntrica de la Quinta Avenida, no lejos de Brodway. Pata meterme en ambiente me coloqué una gorra de beisbol que me hicieron quitar inmediatamente. “Cateto, más que cateto”, es lo que me tuve que oír ide entrada. “¿No pretenderás ir así a la ópera?”. Saca traje, vístete de nuevo, y al Metropolitan. En la gran sala (allí todo es grande, aunque no todo grandioso) cantaban primeras figuras mundiales esa fantástica “Norma” de Bellini, que a mi me encanta, y que me hacía una gran ilusión, especialmente por el aria “Casta Diva” y que ya tarareaba hacia mis adentros, si bien se me escapaba algún gallo que otro. Pero no, mi gozo en un pozo, que luego me aclararon que los pases nuestros eran para el auditorio al aire libre, enorme, y que era gratis. Así que trajeado  y sudando, que no he dicho que era verano, también disfruté lo mío.

Espero volver algún día a N.Y., que la verdad sea dicha me pareció una ciudad impresionante y vanguardista, en la que aún pude disfrutar de la visión real de las Torres Gemelas. Pero como uno es un poco cabezota con sus planteamientos iniciales, me cabreé bastante cuando me dijeron que el cioncierto de Woody se había suspendido. Pero mi corta estancia estaba marcada también por esas ganas de metro y jazz. Me informaron que el metro era muy peligroso, que anduviera con mucho cuidado. Y ese sentimiento por la fruta semiprohibida me hacía estar cada vez más impaciente y con ganas. De entrada me quedé con la boca abierta al acceder a la Estación Central. Una vez acomodados en el tren con el asesoramiento de un guía local, me dediqué a no perder detalle de cuanto acontecía y veía. Ya estábamos a punto de llegar a Greenwich Village, cuando este entonces aprendiz aventajado de loco surrealista escuchaba unos ¡aaayyyyssss! tremebundos y veía gente que corría y se agolpaba muy cerca de mi posición. Sí, había presenciado una de esas cuchilladas que tanto dicen que abundan en ese entorno. Los de mi grupo tenían cara de pánico, pero no quitaban ojo, y yo que me creía un ávido periodista no se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie sobre uno de los asientos para ver mejor, eso sí, bien agarrado, que el metro, lejos de detenerse aceleró la velocidad mientras no paraban de pasar policías con porra y pistola en mano, hasta que detuvieron al agresor. Vamos, igual que en las películas, pero tan real que aún lo recuerdo con todo detalle. Y no crean que esto es broma ni que se trata de mi imaginación tan calenturienta. Tan real como la vida misma.

Ya de vuelta hacia la estación deseada, apareció un barrio marcado por las luces bohemias, por un paisaje bohemio y unos tipos bohemios. Un lugar donde no era difícil ver a Bob Dylan, Bárbara Streisand, Peter  Paul and Mary… Era lo que había soñado, visto en el cine y en las fotografías. Ahora creo que vive por ahí mi adorada Nikole Kidman. Era uno de los colofones de una noche inolvidable en un café cargado del mejor jazz, un lugar para mover los pies sin parar, que olía a güisqui y tabaco rubio.

 

MANUEL ESPAÑOL 

ENTRE MÉDICOS ANDA EL JUEGO

ENTRE MÉDICOS ANDA EL JUEGO

Tiempos ha era un niño, no malo del todo, pero sí traviesillo. Robaba fruta, fabricaba cohetes que no pasaban en su disparo vertical más de 2,00 metros, les echaba agua fría a las vecinitas. “Gamberro” me decían ante las guasas de sus padres. Sí, era un chiquitín algo asilvestrado que escapaba de los médicos, incluso de los de la familia, que tuvo su primera y por ahora única intervención quirúrgica a los 5 años (era de unas inocentes amígalas), y que entre el doctor y mi padre no hacían mas que correr detrás de mi e intentar acorralarme por la consulta, ante mi rebeldía a sentarme en el sillón anatómico. No lo dude nadie, que lo hacían por mi bien, pero en mi descargo diré que no existía la anestesia de ahora. ¿Entienden mi pataleta, verdad? Dicen que entonces, tras la operación, comencé a crecer y que de ser el proyecto de un esmirriado, pasé a 1,65 m., que no es para tanto. Lo que tenía en mi caso es un claro pánico a la profesión médica, que si algún día venía el doctor a casa, que entonces era don Joaquín (entonces el Don siempre por delante), me escapaba al patio a jugar con los de mi edad y a planear barrabasadas. Y lo nuestro rozaba el campo delictivo, aunque con aires de inocencia, porque uno de los pasatiempos favoritos era cazar lagartijas y partirlas en dos para que ambas partes fuesen autónomas; también nos dedicábamos a capar grillos. En el colegio, en las clases de Ciencias Naturaleza, nos enseñarían que eso no se debe hacer, que no es de buenas personas. Y a mi me quedó para mucho todo un complejo de culpabilidad y me dediqué a criar gusanos de seda y a pelar los árboles de hojas de morera, si bien daba de comer a unos animalitos, mataba a unos vegetales; vamos, que en mis creencias mi actitud no era entonces lo de hermana flor, hermano gorrión… Bueno, me callo, porque si no voy a descubrir lados oscuros de mi comportamiento humano de cuando no se conocían los juguetes electrónicos, ni las videoconsolas, ni por supuesto esos teléfonos móviles que algunos ya pensábamos en ellos para copiar en exámenes. Eran los tiempos en los que unos pensaban ser precisamente médicos de mayores, otros arquitectos  o ingenieros, y algunos hasta profesores como los que teníamos en clase y que a veces se mostraban con cierta violencia. Entonces pensaba que hacía falta cierta maldad para ser profesor y así castigar a los niños. Que ya entonces comenzaba a tener un cierto sentido de la solidaridad. Como había descuartizado a algunos bichos y deseaba reparar mis daños, ahora quería salvar animales y ser veterinario, si bien me sentía muy feliz cuando venía la lechera con su tartana a mi casa y nos dejaba la mercancía, para después darme un buen paseo subido a ese artefacto tirado por caballos. Dolores, que así se llamaba ella, me dijo que “tu serías un buen lechero”.

Y siendo todavía niño, un día, un médico no pudo curar a una persona muy allegada y me quedé muy mal, y así me reafirmé en un incomprensible pavor hacia una clase de profesionales, que con el paso del tiempo han merecido mi máximo respeto y por supuesto que admiración. Mi tío José, cuando trabajaba en pueblos del Pirineo y acudía a otras aldeas montado a caballo a través de paisajes nevados en invierno, igual curaba piernas rotas, que atendía partos, que le hacía la vida más llevadera a doña Eulalia a la que visitaba como galeno, pero que dada su escasez de medios le llevaba comida y ropa. Y esas cosas me gustaban tanto, que chano chano (poco a poco), como decimos en Aragón me fui congraciando con la clase médica. “Tio, ¿y todos los médicos hacen como tu?”. ”Casi todos”, me contestaba con su penetrante cariño. “Pues yo, tito, quiero ser médico, pero como tu”.

Y como los tiempos cambian a las personas, y como para ser médico había que estudiar mucho más que demasiado, cada vez me sentía más apasionado por el mundo del periodismo, al que tanto le debo,  por el mundo de la montaña, al que amo. Varios de mis grandes amigos desde los tiempos juveniles, son unos reconocidos médicos a los que me une un cariño fraternal.  Por si fiera poco tuve una medio novia que recién titulada en “medicina general y cirugía”, que me hizo apreciar más su profesión. También sucede que cuando aún no había cumplido los 40, un día me sentí aquejado de unos fuertes dolores estomacales, por lo que acudí a urgencias a un hospital de Zaragoza. Muy amablemente fui atendido por una doctora a la que le dije ser amigo de Perico, lo que le alegró bastante. Bueno, pues sucede que me dijo con amable sonrisa que “le vamos a adelantar el trabajo de mañana al amigo, así tu no pierdes tiempo y te ponemos enseguida en tratamiento. ¡Camilleros, lleven al enfermo a quirófano”. Me puse a temblar, me tranquilizó diciéndome que no me iba a operar, que me iba a practicar una endoscopia, que tuviese serenidad y sangre fría, que resultaba algo desagradable, pero que como yo era un valiente todo saldría bien. Pues no salió mal, pero tampoco bien, porque la pequeña intervención no se realizó al tirar con todas las fuerzas de la gomita que portaba la lámpara conductora, y sacarla de mi cuerpo para desesperación de la médico, que ya sin sonrisa alguna me dijo que “mañana le informaré a Perico”, por lo que me quedé en la UVI aparentemente entubado. Ya de madrugada, apareció mi amigo, me dio una conferencia sobre las bondades del tratamiento, y como me hacía siempre, logró convencerme. Aquello fue un suplicio del que me acordaré toda la vida, a pesar de que cuando me encuentro con él nos damos siempre unos abrazos muy especiales, y además caen algunas cervecitas.

Han pasado treinta años desde aquél percance, y fue precisamente hace cuatro días, cuando mi situación clínica me puso en manos de los doctores Miguel López-Franco e Isabel-López Franco. Mayor sonrisa cargada de sonrisas ni más alta profesionalidad, pude encontrar. Desde el primer momento supe que estaba en muy buenas manos, si bien me cambió la cara cuando me dijeron que debían hacerme, en principio una endoscopia, que después ya se vería. Me aseguraron que podía ser mediante una anestesia parcial, y como puse un cierto gesto, me señalaron que “si quiere lo podemos hacer con anestesia general, y ahí sí que no notará nada”. Pues bien, a los dos días acudí a la hora acordada al quirófano del Hospital Montpellier de la capital aragonesa. Todo estaba preparado, hasta mi mejor humor no exento de precaución, con lo que saludé a doctores y enfermeras, y me quedé tan relajado, que me llegó un pinchazo, y dicen que al momento me quedé profundamente dormido, tanto que me pareció despertar de nuevo un par de minutos después cuando pregunté: “¿Pero no me han hecho todavía la endoscopia?”. La carcajada fue general en todo el entorno, y empecé a reír. y con cierta voz de borrachín por los efectos de la anestesia, parece que al principio, antes de la intervención solté algún taco, algo a lo que no estoy muy habituado. Luego mis acompañantes me dijeron que mis palabras fueron que “estoy muy contento, me encuentro muy bien, esto ha sido maravilloso. pero qué guapas son las enfermeras, la doctora; don Miguel, muy buena persona y muy simpático. Olé”. Así que cuando me hallé algo recuperado y me dieron permiso para salir, gracias a las ayudas pude entrar en el coche que me trasladó a casa, no sin antes advertirme el doctor que “hoy puede comer lo que quiera, pero no tome alcohol, que eso en este momento no es bueno”. Es que después de la anestesia, la borrachera podía haber sido monumental. Las pruebas aún continuarán…

MANUEL ESPAÑOL

ALREDEDOR DE LOS RELOJES DESPISTADOS

ALREDEDOR DE LOS RELOJES DESPISTADOS

 

Estoy rodeado por el más absoluto silencio. Pero en el reloj vital suena un tic tac , tic tac, inagotable por ahora, es el reloj del tiempo de tu vida, ese que un día te dirá que se te ha acabado la hora, que viniste del polvo y al polvo vas a volver. Bueno, qué le voy a hacer, que no me imagino como una eterna momia cascarrabias y resabiada… Aunque eso sí, Señor, déjame otros 40 años más para estar en condiciones de ser por tercera vez pregonero de las Fiestas de Biescas. ¿Te acuerdas que lo prometí el pasado mes de agosto de 2015 ante cerca de mil personas a las que emplacé de nuevo para 2053 con la obligación de asistencia porque iba a pasar lista?. No me dejes mal. ¡Huy!, que no me aclaro, que a la vecina de la casa de al lado no se le ocurre otra cosa que poner a todo volumen a un renacido Lucho Gatica cantando eso de “Reloj no marques las horas” y que tanto me desespera, que prefiero al cursi de oro llamado Julio Iglesias con eso de “Yo canto a la vida, yo canto al amor”, sí, que este veterano tan travieso, tan chiquitín y con tan poquita voz, siempre dirá eso de ¡viva la vida y viva el amor! que gritaré por encima de mis fuerzas.

Pero la vecina, por más que le he enviado a través del pensamiento a mi inoportuno Pepito Grillo para que le convenciera, está decidida a consumar su vendetta de tiempos ha, de cuando rechacé su persecución y acoso empeñada en que yo debía ser su novio. Pero eso no, que mi mi ideal de belleza lo representaba alguien como mi Jimena del alma a quien todavía no había conocido. Eran los tiempos de adolescencia en los que uno es un juguetón y ve a las chicas con algo de embobamiento; que no, con algo no, bastante. ¡Ay Margarita!, que ya estoy ligeramente cabreado y ha llegado el momento de decir a este mundo traidor en el que nada es verdad y nada es mentira, que tu nombre real es el de Ceferina. Sí,  recuerdo que como mal menor uno era capaz de agarrarse a un clavo ardiendo, y tu eras como un clavo en llamas que un día dijiste “el tiempo pasará y te acordarás de mi. Ya lo creo que te acordaste, que te llegaste a casar con el pobre  Ramón (QEPD), que era un santito, y a os años viniste a vivir a la casa de al lado, bien distribuida, con buenos tabiques pero no preparados para aislar tu voz chillona. Al principio me preguntaba Jimena: “¿pero quien es esta que va con su marido y cada vez que nos cruzamos con ella no deja de sonreír y lanzarte besitos al aire? Era feliz entonces y soy muy feliz ahora, pero no me gusta estar solo y ante este silencio inoportuno llegas tu y me pones al Luchito este, y por si fuera poco eso de “El tiempo pasará”, de la película “Casablanca”. ¡Ay! Cómo te aprendiste mis puntos débiles, mi locura surrealista de cuando estoy en momentos bajos. Cuánto echo en falta al pobre de tu marido, que sabía contener tus ímpetus y se ha ido demasiado pronto. Como no tienes con quien meterte, has querido hacerte amiga de mi chica para sonsacarle aspectos de nuestra vida, pero como te has estrellado contra un frontón, tu que eres más dura que el acero y tozuda… No, no diré el pueblo para que no se cabreen conmigo. Sí que cuando barruntas que estoy solo me chillas a los  oídos, al tontín de Gabinito al que tanto martirizabas y a ratos enloquecías. Ceferina, y repito lo de Ceferina, ahora no me enloqueces, que desde que encaucé mi vida amorosa no tengo ojos más que para…, no tengo corazón más que para…. Bueno, que tampoco voy a precisar, que se luego cotillea todo y se ponen en marcha todos los relojes acosadores. Que ahora se paren todos los “tic tac” menos uno, el de la vida. ¿Me harás caso, Señor? Que quiero ser loco surrealista durante muchos años, que cada expresión mía y de los demás se entienda con una sonrisa y un canto a la vida. Recuerda que a pesar de mi edad soy  un eterno aprendiz de ser humano y es tanto lo que debo aprender… acuérdate que dentro de 38 años tengo una cita en Biescas. Y si me das una propinita, mucho mejor, que todos contentos menos Ceferina, que es mala.

 

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

CON LA LOCA DE MI TÍA

CON LA LOCA DE MI TÍA

 

Estoy en Biescas, en casa de la tía Cuqui. Acabo de escuchar el dueto de Adán y Eva de “La creación”, de Haydn, y suavemente, despacito y en sentido ascendente, alzo mis brazos por un mundo de ensueño. Hoy parece que será un día plácido para mi, sí, para este loco surrealista que sueña hasta despierto. Y si soñar es libre no voy a entrar en detalles indiscretos, que luego la imaginación también es libre y hay quienes se imaginan lo que no es. Acaba de llegar el otoño tan cambiante para la mente y que nos inunda con sus colores parlantes. Me queda sin embargo la armonía del recuerdo de Haydn y creo encontrarme en el paraíso, en esas montañas magníficas que me atrapan, que según el día o la hora cambian su fisonomía o las hago a mi manera. Así es la orografía de mi tierra a la que me transporto siempre que mi mente no se halle en estado obtuso, este es mi Biescas donde me he criado y donde todavía quiero vivir muchas emociones, porque aquí me encuentro en el paraíso. Tu me entiendes, ¿verdad Cuqui?. Cómo no me vas a entender si tienes más años que yo… Ah, y no me pongas esa cara, que no vamos a entrar en una guerra de edad, ni de sexos. Ya sé que tienes mucho mérito, tita, que me aguantas y que cuando sacas a relucir esa sonrisita tan maliciosa, barrunto que ha llegado el momento de hacer un cambio de rumbo en la conversación.

“Mal te veo, Gabino, que eres un capullo bueno, pero capullo a fin de cuentas. ¡Menos mal que te sientes todo un amante de la música y que en mi casa tengo una discoteca enorme, que es tuya! ¡Ay, tontón,  tan mal te veo, que te voy a confesar lo que nunca he dicho a nadie: eres mi sobrino favorito, que tienes casa en el pueblo y te vienes a la mía cuando no te acompaña Jimena: Pero no te soy fiel, que aunque me hiciste reñir con don Casto, otras personas  vienen a degustar mi chocolate con churro. Y hablamos de ti, ya lo creo, y de vez en cuando me acompaña tu  primo Marcelo, que te adora, y al que le he prohibido tocar la trompeta, que sus conciertos me ponen de los nervios. Sí, sí, ríete del muchacho, que él y su mujer son también más buenos que el pan”.

Un Gabino más entonado contesta: “Ya lo creo que es bueno, que de vez en cuando y siempre que viene a Zaragoza se hospeda en mi “mansión urbana”, porque mi Jimena, que es una santa, no quiere que vaya a otro sitio. Oye, tita, que llega cargado de morcillas, huevos grandes, chorizos, jamón, salchichas de su fábrica, no sé si con la sana intención de que reventemos o qué, pero lo cierto es que las viandas son de vicio. Bueno, en realidad, quienes revientan son él y ella, que luego me dan la noche y ni duermen ellos ni yo. Sí, que Jimena se ha empeñado en que tengo el colesterol alto y el azúcar subidito de tono. Y yo, con pescado y latas de sardinas, tortillas francesas, así con ensaladas aliñadas con aceite virgen de oliva extra, y no mucho, porque dicen que  en exceso es muy malo para la salud. Y aun con todo, aquí tienes mi barriguita… Por cierto, has traído del esas cervezas dobles de importación alemana que te trae Mauricio el traficante de vinos?. Que no sé que líos te llevas con él tita, que aún estás de muy buen ver. Y no te pongas colorada, que parece que consientes mis palabrerías”. Me da la impresión de que con esta última tontería me la he jugado, pero ella reacciona a tiempo con una sonora carcajada que atraviesa media  España para que pueda oírse en la  Plaza Catalunya de Barcelona. “Gabino, como sigas diciendo más tonterías de esas, es que me vas a matar de risa. Que Mauri (no Maguregui) es un buen hombre que se gana la vida con este tipo de representaciones, que me vende pequeñas partidas que tu me las agotas. Anda, ¿te apetece una buena birra acompañada de queso de Radiquero del que hace Manolo Monclús?, ¿y si además te pongo chorizo del que hace Marcelo?. Pero no se lo digas a Jimena, que me querrá menos. Anda, quédate esta noche a dormir en mi casa y nos divertiremos con nuestras locuras, que aquí ya me empiezan a llamar “la tía loca del loco surrealista”. Bailaremos la lambada, que  me dijo Salus que lo haces muy bien, que  hiciste que ella se sintiera en el séptimo cielo.

“Que no, tía, que no, que esta joven me hizo sentir este verano una vergüenza en el baile de la plaza, que hasta mi mujer se mosqueó. Oye, y por qué no bailamos el cha cha cha del tren?” Ella, que me tiene bien tomada la medida, suelta: “No se hable más, ya lo he decidido:  bailaremos un rock muy loco. Pero antes, como el tiempo no es malo del todo, prepararemos los caballos y nos daremos un paseo por el campo”.

“Esta es mi tita, ¡cuánto la quiero! Pero a mi me gusta el “caballo viejo y cansao”, que me conoce muy bien y adivina que le voy a dar terrones de azúcar”.

“Concedido”.

 

MANUEL ESPAÑOL