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Mundo mágico

A GRITOS EN EL CONGRESO

A GRITOS EN EL CONGRESO

 

Estoy en una ciudad playera muy cultureta ella, y el panorama parece espléndido. Inicio un día en el que no paro de sorprenderme desde que he salido en busca de nuevas sensaciones que me saquen de esa monotonía capitalina que a veces me arrastra sin saber los motivos. “Hoy, si, puede ser un gran día”, me he dicho al salir del hotel, camino de no sé donde ni a donde. Tengo el presentimiento de que si doy margen a la improvisación puede pasar cualquier cosa. Me gustan las sorpresas, si bien el motivo de hallarme aquí es asistir a la inauguración de una exposición a modo de congreso dedicada al expresionismo pintureta, que es el único objetivo fijo que me he trazado. Pues hoy que ando un poco descontrolado, que pase de todo, venga ya… Un coche me pita de malos modos cuando trato de cruzar la calle. “Que no te enteras, tonteras”, me dice un “voluntarioso” testigo para echarme su parte de la bronca en el incidente, porque verdaderamente había cruzado en rojo. Reconozco que algo dormido sí iba y tenía cierta prisa por llegar al bar marítimo donde me esperaban unos amigos para tomar un buen cafelito quita resacas con un par de churros. “Pues menos mal que el reproche ha sido suave, que si no el susto hubiera sido de espanto”, he dicho a los compañeros que me esperaban con el semblante pálido. “El gran susto nos lo hemos llevado nosotros”, me dice el repelente Paquillo erigiéndose en portavoz del grupo. “Vamos, para haberte muerto……”, me espeta el muy canalla.“¿Y hoy iba a ser un gran día?”, digo mirándome con cara de pasmado delante del espejo que hay tras la barra. Bueno, pues no ha sido mas que un paso en falso, que el día no ha hecho otra que empezar. “Pues nada chicos, que siento lo mal que lo habéis pasado por mi culpa. Pero no ha ocurrido nada. ¿Qué tal si nos damos una vuelta por el Paseo Marítimo?”, les digo tras un rato de tertulia”. Al final tan sólo decide acompañarme Rafael, que los otros prefieren cumplir con sus respectivas y respectivos acompañantes” ¡Qué horror, que me he convertido en políticamente correcto!.Rafa y yo tropezamos con un viandante juerguista pasado de rosca, que no sabe que el camino más corto entre dos puntos está en la línea recta. Después nos encontramos con dos indigentes que demuestran mucha cara dura y un gran sentido del humor, muy sonrientes y sentados en el paseo rodeados de cartelitos con un vaso cada uno de ellos, donde depositar las monedas o billetes. En uno pone “Para vino”, y así sucesivamente, para “Ferrari”, “güisqui”, “vermut”, “vino”, “tabaco rubio” y “ginebra”. Por delante de estos cartelitos hay uno grande que dice: “Nosotros no engañamos”. Un turista con cara de mucha guasa y con un acento raro, les dice: “¿Mi poder sacar fotos?”. Uno de los dos, el que parece hallarse menos aletargado, le responde con su voz tono acazallada: “Que nosotros somos profesionales y a dos euros cada foto, puedes sacar todas las que quieras”. Y el hombre con acento “rarito” capta doce instantáneas. “Y ya lo ve usted, que nosotros no engañamos, somos muy serios. ¿Acepta que por nuestra parte le invitemos a un trago de vino?”. El extranjero da las gracias, bebe de la bota, se mancha la camisa, paga religiosamente y aún les deja propina sobre lo estipulado. Así todos contentos, mientras que un servidor de ustedes, con el susto del falso atropello olvidado, se lo pasaba bomba, y el amigo tampoco se acuerda.Paseamos viendo el mar en un día frío pero soleado camino del lugar donde se celebra la exposición, eso sí, sin prisas, porque aquí quien más o menos racanea lo suyo de cara a las obligaciones que nos llevan. El caso es que de repente se esconde el sol, soplan los vientos y comienzan a dejarse aparecer las espantosas visiones de rayos, relámpagos, truenos, como si del entorno truculento del conde Drácula en días de furia no contenida se tratase. Otra vez, repentinamente, sale el sol y se deja sentir un terrible silencio presagio de una catástrofe mayor. Cuando nadie se lo espera, ese silencio que no hay cuchillo que pueda cortar, se rompe, y del local expositivo sale una gran bola de fuego de donde se desprende una voz desgarrada que tan solo sabe articular la expresión ¡Ayayayayayayayayayayayaya y”. Se apaga el fuego y no hay duda. Se trata del cuadro de Eduard Munch, “El Grito”, que se asusta de verse en el espejo del hall. Se echa las manos a la cabeza el personaje del mismo y contagia a todo su entorno de un pánico draculino. La situación se mitiga un poco, cuando un héroe voluntario lo apresa y lo devuelve al Congreso, donde va a ser debatido su arte por unos especialistas un tanto banales, que se vuelven locos de atar. Al final se declaran no aptos para el análisis, si no cuentan con asesoramiento psiquiátrico al estilo de Sigmund Freud. Así que ante esta circunstancia se propone un nuevo estudio para ser presentado el año que viene en un otro congreso convocado de inmediato, porque el actual se clausura por anticipado en el aspecto académico, que los actos recreativos, para no amargar al personal se mantienen intactos. Fuera etiquetas pues, buenos baños en piscinas climatizadas, sesiones gastronómicas, bailongos, y … sea, que no podamos decir que las jornadas han sido aburridas. Al final queda claro que el Congreso se divierte, como en Madrid con los leones como guardianes. Miles de euros más o menos… ¿a quien hacen daño? Supongo que cuando Munch pintó “El Grito” y sus otras copias, el hombre no sé si pensó en el lío que iba a armar. Así lo piensa este loquillo surrealista que no supo llegar a expresionista tal y como mandan (o no?) los cánones.

MANUEL ESPAÑOL

 

 

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