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Mundo mágico

CUQUI SE VA A LA MONTAÑA PREÑADA (y II)

CUQUI SE VA A LA MONTAÑA PREÑADA (y II)

Lo que se propone lo lleva a cabo. Por fin la tía Cuqui, harta de estampitas, dejó plantado a don Casto y sus beatas. Que ella ya estaba, pero que muy cansada, de hablar siempre lo mismo, de lo desvergonzadas que eran las hijas del boticario que había llegado de Canarias, de los líos de faldas del nuevo ingeniero de la empresa metalúrgica que se había instalado en el pueblo, del bar y los parroquianos que iban al establecimiento de La Casta Susana, de las nuevas infidelidades del marido de doña Felisa, que reconocía que “mi Fausto se irá de capillitas pero siempre vuelve a la catedral”. Y después estaba ese chocolate con churros y las muchas impertinencias que se decían a lo largo del mismo para marcar distancias y poner de manifiesto las bondades de los asistentes. Eso si, como había que cumplir con parroquieta, se terminaba con el rezo del Rosario y una larga letanía de arrepentimientos y buenos propósitos. Así, conciencias tranquilas.

“Venga, que ya estoy harta de tanto rezo salpicado por la malicia pecadora. Que tengo unas ganas locas de pasarlo bien al aire libre, de cantar, de reír, bailar y de gritar, de hacerle sombra a Teta Galleta”, decía Cuqui. Y dado el interés mostrado por la Montaña Preñada, todos los componentes del grupo de destarifados, nos mostramos plenamente de acuerdo. Así que tanto Cuqui, Teta Galleta, Jimena, Marcelo, Miguel y Gabino, un servidor de Cristo bendito de usted, y tal y como se dice por estas tierras, teníamos un cuerpo de Jota, que no había quien pudiera con nosotros. Llegó de madrugada la hora de la partida y en la puerta de Cuqui nos juntamos todos. ¿Sorprendente? El caso es que la tía abre su casa por la puerta de la cuadra y aparece subida a un caballo que también portaba unas alforjas bien cargadas. Como ella conocía perfectamente el camino iría delante, y el caballo, percherón y de un blanco muy hermoso, ponía cara de resignación ante la carga que le esperaba. Las viandas ya habían sido sabiamente colocadas, con sus correspondientes vajillas campestres, un buen vino tinto del Somontano para regar la comida, y la tía, con una cara más feliz que una perdiz. Quien protestaba un poco era Marcelo, a quien le habíamos prohibido llevar la trompeta, pero que no pudo evitar un pequeño cabreo cuando el poeta Miguel sacó su reluciente acordeón, que llevaría a lo largo del camino, según él “para meter marcha y canta”!. La tía, como buena amazona que había sido, dispuesta a conquistar sobre su montura la Montaña Preñada. Jimena llevaba un pantalón corto y un suéter ajustado sin mangas, y yo tan embobado. La nota la dio Teta Galleta -¡cómo no!_, que muy presumida ella llevaba un insinuante conjunto deportivo y un gorro para el sol a juego, y me dijo que iba de esta manera para ver si de una vez conquistaba al mastuerzo de Miguel, que ya no sabía qué tocar, y menos cuando Teta le pregunto de forma melosa, que “¿eso de Preñada que quiere decir?” Tan tonto se quedo el acordeonista improvisado, que no sabiendo cómo salir del apuro, no se le ocurrió otra cosa que arrancar con la música de La Ronda de Boltaña, y así en el aire y para el grupo de tarados, sonó “La mazurca de Mosen Bruno”, ante la risotada sonora de la tía Cuqui, que se acordaba de don Casto, y de los dos kilos de churros que le había enviado a su casa para compartir ante las santitas damas que le iban a acompañar. Monte arriba, y más monte arriba, la música se fue apagando y la tita, riéndose todavía y con una cara muy divertida, diciéndonos de todo, también que no valíamos para nada, que nos agotábamos muy pronto, que así Miguel no iba a conquistar a Teta. Pero qué incordiadora, qué desconocida estaba. Así hasta que llegamos a un pequeño llano con una tasca espléndidamente verdosa, y una fuente de agua fría y cristalina con una pequeña hondonada para enfriar los alimentos. Era un hermoso lugar para una deliciosa fiesta campestre. Cuqui bajó del caballo y ya se disponía a organizar la intendencia y los preparativos, cuando Teta volvió a preguntar ¿Y por que se llama esta montaña la Preñada?”. Y el chico Miguel, sin palabras para contestar, dejó el acordeón en el suelo, con e brazo derecho le agarro el hombro, se la llevo unos pasos por delante de nosotros y, cuando estaban a punto de esconderse ante la maleza, al repelente de Marcelo, que seguía cabreado por no haber traído la trompeta, no se le ocurrió otra cosa que gritar: “¡¡¡¡¡¡¡¡Migueeeeelllllll, que se te ha caído el acordeón en un charco!!!!!!! Total, que tanto él como ella volvieron prontamente con cara de fastidio, y cuando la nueva pareja se dio cuenta de la broma, a Miguel especialmente le entraron ganas de liarse a palos con el trompetista que espantaba hasta a las vacas de su pueblo cuando tocaba. Un rato largo después todo parecía más calmado y ya se había agotado el contenido de una de las garrafas, Marcelo recibió una buena ducha refrescante de cinco litros de agua fría, ante la guasa de todos los presentes. Para mas juerga, entre risas y verdades, mi primo amenazó al poeta romántico y embobado con Teta, con tocar la trompeta dos noches seguidas a la puerta de su casa. Y las canciones de La Ronda de Boltaña siguieron sonando, y entre trago y trago se escuchaba alegremente “Dale al porrón”.

Ah, que no me acordaba que según cuenta la leyenda.... “Calla Gabnino -me dice Jimena tapándome la boca- ¿me contarás lo de la Montaña Preñada? Explícamelo paso a paso”. Lo oye Cuqui, que le grita a Marcelo: “Anda trompetista mío, que como tu y yo no tenemos nada que hacer, súbete conmigo a este pobre caballo que se pasa de bueno, y dejemos a estos que se pierdan por el monte”.

 

MANUEL ESPAÑOL

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