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Mundo mágico

LA SEÑORA MARIPOSA SE CORTÓ LAS ALAS

LA SEÑORA MARIPOSA SE CORTÓ LAS ALAS

El autor de la viñeta es mi sobrino Pablo Español

 

 

“Hay que echarle ingenio a la vida y falsear de manera casi imperceptible la realidad, hasta adaptarla a tu propia esencia, que es algo así como soñar, que los sueños no dejan de formar parte de la existencia de uno”. Así, con esta frase galimatías, se expresaba dejándome embobado mi pirado y viejo amigo griego Alekos, en el transcurso de una visita interétnica a Bombay, en la que coincidimos y no virtualmente. Aquello me hizo dar vueltas y vueltas al asunto durante mucho tiempo,  así como en la influencia que ejercen determinadas palabras en determinados momentos. Lo que faltaba para volverme más loco todavía, ahora que sigo con la mente puesta a piñón fijo en Japón, y con ello en Madame Buttefly (Señora Mariposa), en las distintas ceremonias, en las geishas.... Las mariposas pueden volar, ¿y madame Butterfly puede hacerlo?

En  India, donde el mundo de la magia suele producir unos hechizos especiales y te hace entrar en determinadas corrientes subterráneas, también mentales, aprendí (no sé si me timaron como crédulo fácil) la iniciación en el pensamiento, de que si uno quiere algo imposible, no tiene mas que desearlo con convicción. Anda que no hace falta magia para ello… Aunque ese gran país tan increíble dicen que es cuna de dulces y a la vez amargos hechizos me llegó profundamente, la realidad es que Alekos no pudo influirme con la pasión india puesta en sus palabras no del todo entendidas, en el sentido de la realización de mis sueños. También aclararé, que como buen aragonés soy bastante cabezón y tozudo (¿hace falta que lo diga?). Para ser más exactos, quiero expresar que desde mi época más tierna (a veces parece que sigo así todavía), mi mente y mi interés casi principal, está centrado en un país extraordinario también de grandes y hermosas leyendas. Puede que sea un tanto liviano por mi parte, pero la más sincera de mis ilusiones, insisto, es que ahora mis deseos son los de adentrarme en el mundo de los samurais y especialmente en el de las geishas o en las diferentes variantes de ceremonia del té. Algún día viajaré para visitar a conciencia el País del Sol Naciente, de los emperadores, donde espero pasar una buena temporada y tratar entre otras cosas de disfrutar con la contemplación de ese monte tan sagrado como es el Fujiyama con todo su entorno. Uno, que ha disfrutado intensamente desde edad bien temprana con los personajes de la “Novela de Genji”, ha imaginado mucho como consecuencia de la lectura y las películas, ha aprendido algo real o falso, no lo sé, pero el caso es que  no he visitado nunca físicamente el país nipón por el que siento algo inexplicable que parte desde adentro.

Así de majara andaba yo este verano meditando por las montañas de Biescas, soñando con la Señora Mariposa. Así de ido me encontraba hace muy pocos días como pasajero en el tranvía de Zaragoza con intención de continuar mis caminatas por el Parque José Antonio Labordeta. Tan abstraído estaba en mis pensamientos, que no me daba cuenta de que en el asiento de al lado en el tren urbano, había una japonesita vestida con su atuendo tradicional, que al darse cuenta de la cara que puse cuando la miraba, no podía disimular su sonrisa propensa a transformarse en carcajada. Intenté hablar con ella en un inglés bastante macarrónico y no entendía nada, en francés, y tampoco. Al final la chica oriental, joven, guapa, inteligente y buen tipo, fue a lo práctico y con un acento muy dulce y gracioso me preguntó: “¿Y tu no hablas español?”. Así  que, con cara de gili, de la que se dieron cuenta todos los pasajeros, me quedé cortado. Pasado mi primer momento de turbación comenzamos una larga y divertida plática. Aki, que así se llama, conocía muy bien nuestro idioma, pues tal y como explicó trabajaba de profesora de español en Osaka, ciudad al sur de Japón. A todo esto, aunque íbamos al mismo destino, tan animados estábamos, que no nos dimos cuenta que nos habíamos pasado cuatro paradas. Ni que fuéramos una pareja de tortolitos que sólo van a lo suyo pensando en darse el piquillo, que ese no era el caso en aquellos momentos. Tampoco es que nos importase tal pasada de rosca, por lo que nos lo tomamos exteriorizando nuestras mejores sonrisas, que además ambos disponíamos de tiempo y habíamos empezado muy bien. Bajamos del tranvía, le ayudé a transportar un pequeño y artesanal maletín, esperamos a otro transporte que finalmente nos iba a dejar en el Parque. La gente nos miraba con curiosidad, como si fuésemos auténticos “bichos raros”.

Como aún nos hallamos allá en el pulmón zaragozano en la época en la que el calor da sus últimos coletazos con un rigor insoportable, buscamos un lugar acogedor que nos ofreciese un banco a la sombra, a poder ser un poco aislado. Lo encontramos y tras la juerga y el humor de cortesía preliminares, me di cuenta de que Aki estaba más loca que yo. Y es que le conté que desde niño (aún lo soy) me gustaban las japonesas como ella, siempre tan gentiles y delicadas. Vamos, que para mi la chica era la geisha de mis sueños en las llamadas ceremonias del te.

Me quedé de piedra cuando entre lágrimas pretendió explayarse conmigo, con lo que me convertí en coprotagonista de todo un espectáculo en la vía pública, y aun cuando al principio estaba más colorado que un tomate ya casi fuera de la mata. Me fui calmando provisionalmente . La chica (ya no me parecía tan joven aunque sí atractiva) me dijo que ella se sentía la protagonista de la ópera “Madame Baterfly”, que no, que no era la soprano, que ella era la auténtica. Servidor, que para ponerme a su altura, no se me ocurrió más que ponerme a cantar a grito pelado, en la medida de mis escasas posibilidades, el aria para soprano de Cio-Cio San, cuando acompañada de su fiel criada Suzuki expresa con sus sentimientos la máxima expresión de esperanza hacia el cabrito de Pinckerton, sí, aquel teniente americano de la Armada de EE.UU. que le hizo un hijo después de casarse por la Iglesia Católica tras hacerle abandonar sus creencias budistas. El caso es que si en la obra se montó el cirio de la tragedia, como en casi todas óperas, en el Parque Labordeta sucedía otro tanto con la gente arremolinada en torno nuestro, con lo que el alboroto era total. Mi acción produjo un efecto mínimo de serenidad acompañada de vergüenza en Aki, y como tras la tempestad llega la calma, ya en la soledad volvimos a buscar un sitio tranquilo, que volvimos a encontrar. Luego ella me reveló que en el maletín llevaba los efectivos dispuestos para hacer la ceremonia del té. Con ello volví a mi locura, por lo que le rogué e imploré que me hiciera partícipe, que personalmente le cantaría lo que hiciese falta. Ella con tal de que me callase estaba preparada para hacer lo que fuera menester, incluso a repetir con su máxima dulzura “Un bel, di vendremo”. Y tan bien lo hizo, que llegué a creer que yo era el americano deseado, alto, rubio y de ojos azules, y para mí un personaje con cierto toque de estupidez. Ya un tanto mimosón por mi parte, confesé que mi ilusión se hubiera cumplido completamente teniendo como telón de fondo el mítico Fujiyama. En la placidez del momento entré en un trance extraño aunque parecía tan real que la acción se había trasladado al mismísimo Japón a los pies de la montaña. Allí Aki, como estaba en su tierra, se puso muy pesada, la ceremonia era desesperadamente lenta, tenía sed y hasta me entró un apetito voraz, que no tenía nada que ver con la mística de la profesora nipona de español; vamos, que todo lo contrario. Por fin ella me sacó del letargo y no sé si pasaron minutos u horas, cuando me dijo que ya estaba preparado el té, que me lo tomase, que se iba a echar la noche, y hasta me reprochó que me había visto como ausente durante toda la ceremonia. Reaccioné con la diplomacia que pude tras tomar el brebaje, y vuelta a las sonrisas le invité a tomar un buen chuletón con pimientos asados en un restaurante, y en el fondo y hasta por encima de la superficie ceo que estaré acertado si digo que aquello le gustaba mucho, que quizás en España no fuésemos tan ceremoniosos, pero que sabíamos pasarlo muy bien. Aki, tan contenta, señaló que había decidido cortarse sus alas de mariposa que le permitían viajar de país en país, para quedarse aquí a dar clases de japonés en este país todavía llamado España. ¿Y ahora cómo se lo cuento a Jimena? No se lo creerá.

 

MANUEL ESPAÑOL

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