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Mundo mágico

CONFIESO QUE HE SOÑADO

CONFIESO QUE HE SOÑADO

La vida en el mundo es un sueño ilógico, más bien una pesadilla desastrosa y desigual con sus momentos horribles casi siempre, salpicados de otros risueños y alegres a pesar de las barreras físicas y hasta mentales, pero que resultan necesarios para vivir ante tanto sinsabor. Sí, estamos ante una acumulación constante de disparates incomprensibles, un revoltijo de ideas y de reacciones primarias protagonizadas por seres impresentables e intolerantes que no conocen los principios de la generosidad, de la convivencia en paz. Demasiadas guerras, violencia desmedida, odios, hambre extrema en pueblos paupérrimos de medios de subsistencia, mientras en otros hay opulencia y tiran los productos básicos para que no bajen los precios ¿Es este el mundo soñado desde su creación? Rotundamente no. Por eso, quizás, necesitamos de las risas y del sentido del humor como bálsamo contra las penalidades. Algo ha salido mal, y sin entrar en calificativos amargos, que podría haberlos, muchos sacrificamos un tanto nuestra capacidad de lucha y rebelándonos en cierta manera contra las miserias cotidianas, nos entregamos a los sueños en estado despierto, como una forma de evasión de la realidad. Mientras tanto y tras la sobrecarga constante mezclada de estados de tensión, de tristeza y de los más diversos sentimientos, nuestro cerebro acumula sensaciones e ideas que procesa sin parar y que se quedan grabadas en el subconsciente soñador que a veces se pone en primer plano a las horas del descanso diario, como si de otra vida distinta o paralela se tratase.

El caso es que este loco surrealista (yo mismo), harto de tanta seriedad, vivo una existencia muy a mi aire y hago las abstracciones sobre los aconteceres en el planeta terrícola a mi manera. Así que me gusta definirme como un quijotesco casi total, y de juicioso lo justo, que don Quijote a su estilo propio se dedicaba a deshacer entuertos, y así le iba en su búsqueda de Dulcinea.

Que sí, que aun a pesar de lo fantasmal que he comenzado al tratar de explicar ese ciclo vital que comenzó hace millones de años, en pleno Siglo XXI sigo viviendo allá en las nubes en las que no existen más barreras que las que me pongo. Y si algún día bajo de la nube, me arreo cada bofetada… Por eso me gustan tanto las montañas,  porque cuando subo a ellas, por muy fáciles que  aparenten ser para mi capacidad física, me aproximan tanto a esas masas líquidas de forma caprichosa, que me permiten pensar que estoy en el cielo.  Confieso que he soñado, confieso que ahora mismo estoy soñando, y confieso que lo seguiré haciendo. No puedo evitarlo. Cuando me hallo despierto suelo cabrearme ante las injusticias y lejos de ser destructor trato de hallar la forma de solucionar las cosas. Y así comienzo unos momentos de locura no agresiva, y como no resulto constante, termino cansándome de mí mismo y en una transición inexplicable, sin más pensamiento,  paso a disfrutar del trino de los pajarillos, del arroyo que tengo más cerca, o del bocadillo que estoy a punto de devorar con el acompañamiento de una buena bota de vino bueno. A veces pienso que gana el Real Zaragoza, que ya es optimismo. Como dice la jota, “y por soñar imposibles, soñé que la nieve ardía”, o que me comunico con un pastor a ver si me regala algunos de sus quesos mágicos, que son mi privación. Y el caso es que a veces sucede. Cuesta tan poco soñar despierto y sentirte feliz durante unos instantes, unas horas, que recomiendo esta medicina tan especial, para la que solamente hace falta un cóctel bien agitado con dos ingredientes muy importantes y gratuitos: sensibilidad e imaginación. Y si falla la imaginación volver la vista atrás de vez en cuando para darse uno cuenta que se cometieron errores y tratar la forma de evitarlos cuando se presenten ocasiones similares posteriores.

Lo que no puede uno manipular ni controlar es el subconsciente, esa maquinaria que se pone a toda velocidad cuando uno se acuesta al cabo del día, que no piensa más que en descansar con la mente puesta en los aconteceres de la jornada, o en el partido de tenis que va a disputar el día siguiente y tratar de averiguar la forma de vencer al rival de turno, un buen chico, pero que si puedo lo mato en la pista. Y con esa sonrisa me duermo y me adentro en un mundo surrealista total, a veces divertido y a veces de pesadilla. Depende de lo que sueñe, el despertar puede ser que en las primeras horas de la nueva jornada me halle en un estado insoportable o de una felicidad intensa, o con unas ganas de juerga que no hay ser humano que pueda frenarme.

Sucede que en mi caso, casi  ya un joven del IMSERSO (aun falta), me pasa cada cosa… Que sí, que tengo sueños eróticos de lo más extraño que uno pueda imaginarse, con despertares de lo más agitado. Bueno, pues imaginad, que explicaciones no os voy a dar aunque hay nombres y hasta apellidos, que soy muy tímido y vergonzoso. ¿Una pista? Pues bueno, que soy hombre y no me falta ningún atributo. Y ya corto con este tema, porque me vais a llamar fantasma si os cuento todo. O no, que como dijo Calderón de la Barca, que “toda la vida es un sueño y los sueños, sueños son”. Como Gabino que me llamo os diré que me siento libre para contar lo que me de la gana y lo que Jimena me permita, que ya sé que hasta mi tía Cuqui me va a echar la cantada.

¿Pesadillas? También os contaré, así como sus consecuencias, que luego al empezar a abrir los ojos lo pasas con una excitación nerviosa que conforme pasan los minutos se va disipando y que al final hacen que me parta de risa. Imaginemos que estoy en una pelea desigual con un semejante (digo lo de semejante por ser humano, si bien medía unos 2,5 metros y tenía un cuerpo musculoso y cara de hombre feroz). Que uno iba directo hacia el paquete testicular, que es donde duele más. Y Zambombo, que es como se llamaba el Polifemo ese, me agarró del poco pelo que tengo, luego me daba la vuelta y cogiéndome por el cuello con los dos brazos, yo no podía zafarme de él, por lo que a base de patadas no paraba de golpearle en las piernas, donde daba la impresión de que tan sólo le hacía cosquillas. Así que desperté con unos nervios… Luego me di cuenta que había revuelto la cama y que la almohada estaba en el suelo. Menos mal que sólo estaba yo y no pude darme cuenta de mi agresividad..

A los dos días volvió a pasarme lo mismo, o muy parecido. Había llegado a mi casa y dejado la puerta abierta. Entraba mucha gente, se cambiaba de ropa y algunos hasta se quedaban e iban a la nevera, de la que sacaban lo que querían. Y de esta manera hasta que me dio un ataque de cabreo y de malas maneras logré echarles de casa al decirles que era un domicilio particular. Como sólo me había quedado un bañador en la mansión, me lo puse y decidí salir al exterior, con lo que al abrir la puerta me había dado cuenta de que la calle se había convertido en un río profundo. Pensé que en vez de hacer caminata me haría bien practicar la natación. Contento daba mis brazadas, hasta que noté que repetidas veces me tiraban de los pies hacia abajo, con lo que tan sólo podía hacer uso de la fuerza de mis piernas a base de patadas a fin de soltarme. No sé cómo, pero di un grito y desperté, viendo de nuevo la almohada en el suelo. Evidentemente no tenía ganas de cantar eso de “ardor guerrero”.

Alguna vez he soñado con el punto final a mi propia vida. La última, la única que recuerdo, fue muy tranquila, pacífica y sin nervios, y hasta prácticamente con dulzura. Me hallaba en el lecho y al momento de exhalar mi último suspiro me vi flotando en los espacios infinitos no físicos, alejado de todo tipo de presión y en un estado muy feliz volaba y me dirigía en todas las direcciones que había sin limitación alguna. Que luego el despertar fue de lo más curioso y lo primero que hice fue poner los pies en el suelo y darme cuenta que estaba vivo y contento. Por cierto, que si hay por ahí algún doctor Freud, que se abstenga de opinar sobre estos temas, al igual que otros interpretadores, que los sueños que relato son exclusivamente míos y yo los entiendo a la manera que me gustan o disgustan, con las variaciones que considere convenientes.

Sin embargo existe un sueño del que me acordaré mientras viva y que todavía lo llevo en mi corazón y en mi mente. Me hallaba en una casa familiar con mis hermanos  y con Curro, uno de mis sobrinos. Mi padre salió sonriente y con ganas de alegrarnos a todos, algo que consiguió como siempre hacía en vida. Currito, que entonces tenía cinco años, se alegró de verle y le dijo: “Abuelo, anda, vamos a jugar juntos”. Y desperté emocionado, especialmente porque sobrino y yayo no se habían conocido en vida, y por fin vi una parte esencial de la familia unida. Estaba emocionado también, porque el subconsciente me trasladó a una realidad hermosa como no había podido imaginar. Nada más que por eso cabe pensar y afirmar que la vida ofrece igualmente cosas muy bellas. Debemos aprovechar las ocasiones que se presentan y que no son muchas.

 

MANUEL ESPAÑOL

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