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Mundo mágico

QUE ME PERDONEN LAS CABRAS

QUE ME PERDONEN LAS CABRAS

Imagen captada en Poznan (Polonia). M.E.

 

Esta vida es un mundo loco y servidor de ustedes y de Cristo Bendito, quiere estar cada vez más vivito, por lo que asumo mi condición de estar un tanto tarado. Y para colmo, en estas fechas, en el calendario chino entramos en el Año de la Cabra. La que le ha caído encima al pobre animalito, todo el mundo pendiente de la mencionada especie, que confieso mi ignorancia y no sé de qué poderes mágicos con atribuciones divinas goza. Por el momento, en tal aspecto, y a fin de no levantar opiniones torcidas y malintencionadas, me planto en este tipo de definiciones. Que no se ofendan mis amigos de China y países satélites, que no quiero polémicas, que les respeto en todo lo respetable, que si quieren pueden decirme que estoy como una cabra y no me enfadaré. Así que desafiando al viento de Zaragoza, que hoy ha estado más suave que otras veces, he salido de casa dando saltitos, vamos, a ritmo rápido y así en dirección hacia la ribera del Ebro, a encontrarme con Miguel en el punto donde desemboca el Huerva. Mientras tanto y tarareando el Rock de a Cárcel por el camino, iba pensando en lo hermoso que es sentirse libre portando como estandarte una sonrisa natural. “Buenos días, doña Eulogia, ¿se encuentra usted bien?”, con lo que la otra, una anciana cargada de años, me responde: “Pero usted qué se ha creído? Vamos, que me ve apoyada con dos bastones y andando a la velocidad de una cucaracha, y sólo falta que me pisotee. Además no me llamo Eulogia, ¿me oye bien? Maleducado, que es usted un maleducado. Mire, que si no fuese que iba a caerme al levantar un brazo, contenta la partiría en la espalda este bastón que llevo en la mano derecha”. “Perdone, señora, y cuidado con la derecha, que tiene muy malas pulgas”, le dije a Doña X. “Huy, eso es verdad, si lo sabré yo que tengo dos hijos en el paro y otro que va a lo suyo y que trabaja de secretario general en no sé qué ministerio. Vamos, que tengo la guerra en casa. Por eso estoy tan cabreada, que no dispongo ni de un minuto de paz y la he terminado de pagar con usted. Lo siento, que de vez en cuando me dan unos ataques de nervios…. Pero oiga, ¿por qué viene usted cantando ese himno carcelero?”, terminó diciéndome con algo más de paz. A modo de conversación intrascendente y para apaciguar un poco los ánimos, le pregunté: “¿Es usted rockera?”. “Yooooooo? Esa música me parece mefistofélica, está inspirada por el diablo”. “Señora, señora –le digo- no se vuelva a enfadar, se lo ruego. ¿Es que me ve rasgos mefistofélicos y con ganas de hacer mal?, ¿no se da cuenta que al principio le he saludado con todo el cariño? Vamos, por favor, sonría que ahora mismo le voy a invitar a un café con un croissant y yo tomaré otro tanto en esa cafetería tan acogedora de ahí enfrente, a ver si nos reímos juntos y hasta puede que nos hagamos amigos”. “Usted es un lanzado, señor, que me está lanzando dardos y no han pasado tres meses desde que mi Fermín pasó a mejor vida, ¡ayyyyy, que servidora, como una pendona, ya está ligando con otro. ¡Ay, por Dios, que me está haciendo pasar una vergüenza!…. Vamos, acepto ese café. Aprovechemos que la vida es corta”. Y ella se soltó las muletas, se las dejó para que se las llevase, y casi en un salto nos plantamos en la barra cafetera. Para más inri, el café con leche de ella debía estar tan cargado, que nada más acabar el desayuno, ya me hacía proposiciones matrimoniales, y como no quería ponerle mínimamente nerviosa por el peligro que llevaba ello consigo, le respondí que “Me llamo Gabino, en algunos sitios me conocen también como el Loco Surrealista, y estoy casado con Jimena”. Como muchas mujeres (si alguna se pica, que me disculpe) la anciana quiso tener la última palabra, deseo que respeté: “Gabino, dime que es mentira eso de que estás casado……. Bueno, que si estás casado y me has hablado de matrimonio te diré que eres un sinvergüenza. Que con los sentimientos más nobles de las personas no se juega. ¡Ayyyy cuando se enteren mis hijos, más vale que no te encuentren, porque yo, que me llamo Agripina, les diré que te den una paliza que te dejen tieso. Mi casa será un tormento, pero cuando se trata de defender a su madre, mis chicos se unen, y yo tan feliz.

Se fue tan indignada que tras una salida rápida del bar, se dejó las muletas y tuve que alcanzárselas tras una pequeña carrera. ¡Señora, Señora, Señora!….

Y luego dirán que estoy como una cabra. Pobres animalitos.

 

MANUEL ESPAÑOL

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