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Mundo mágico

SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

Dedicado a mi sobrino Pablo Epañol Sangorrín

 

Tanto tiempo condenado a la inactividad más seria, es decir, a la necesidad de sentirme alegre y con sentido del humor sin lograrlo, ya era hora de que saliese del baúl de los recuerdos que paralizan la mente y el espíritu. Hice un esfuerzo titánico y lo he conseguido. Quiero seguir apostando por la vida en su vertiente loca (no del todo) y aparentemente despreocupada (no del todo), por una existencia atípica y no etílica. Quiero volver a mi yo más genuino. Como el loco Gabino (surrealista me dicen) que soy, despierto de mi letargo y le doy un beso a Jimena con un manido pero auténtico “Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana”, y me tengo que oír ese calificativo de “cursi”, que tanto aborrezco. Así que me voy de casa a oxigenar mi cerebro, dispuesto a contagiarme de la gente que ríe. “Hola Jóse, ¿cómo estás?”, “Hola Marya, ¿has deshojado la margarita?”, “¿Buenos días Pino, ¿aún estás en las nubes?; que la caída sea suave”, “Carmen, con quien sueñas?, ¿te trata bien la vida?...”., “Marcelo, ¿tocas mucho la trompeta en el pueblo? No hagas demasiado ruido, que luego las vacas no dan leche”, “¡Ay Pilita, qué ronca tienes la hoy la voz!, que te dije que no siguieras la marcha de Luis, que acaba con todos”, “tía Cuqui, ya puedes prepararme un buen cochinillo al horno”, “Ramón Ruba, guárdame un cocido montañés para cuando llegue a tu casa”… Y de esta manera, medio bailando y a paso ligero, comienzan las primeras y felices risas. Creo que he retomado el buen camino.

 Como ya estoy solo en plena naturaleza, mejor dicho casi, las carcajadas son de una continuidad altamente sonora. Pienso que no me ve nadie, pero sospecho de que escondido en la bruma alguien me escucha. Para acabarla de arreglar, oigo a lo lejos una voz que me dice: “¡Tío Gabino, estás más pirado que las maracas de Machín!”. La que faltaba, que esa exclamación tan fina, sólo puede salir de una garganta. Pero no, no puede ser. Si el repelente y a la vez muy buen chaval, que tanto me quiere, llamado Currito, vive en Varsovia… Ya, ya. Buena me ha caído encima a orillas del Ebro y casi frente por frente al Pilar, donde dicen que la Virgen está dormida y no se le debe despertar. Hace frío, me está dando la tiritona, pero cuando se acerca el sobrino y me da un abrazo, ya me siento mejor, como no podría ser de otra manera.  Me dice que se le había presentado la ocasión y decidió adelantar el viaje para estar más tiempo en Zaragoza con su hermano Adolfo y con sus padres. Y yo, parado y con cara de frío, le digo que o vamos a andar rápido, o entramos en un bar próximo, o me quedo congelado. Su respuesta no se hace esperar y me llama quejicas, que él sale todos días a correr por la mañana a bajo cero en un país tan gélido como Polonia, pero con gentes de alma caliente.

Como antes de la partida a principios de curso le había dicho que si se portaba bien con los estudios le invitaría a un fin de semana con juerga en Madrid, reclamaba sus derechos. El chico es el primero de su curso, y cualquiera le pone la menor excusa. No me extraña que sea número uno de su Universidad, tiene una memoria privilegiada y no se olvida de nada; ni el menor despiste el puñetero de él. “Que a mi hermano le llevaste al Club de las Gatas Locas, y ahora me toca a mi. Cumple”. Como la verdad es que la idea me hacía tanta ilusión, yo feliz de estar con mi sobrino. Como es un entusiasta de la buena literatura, hablamos de Shakespeare, a quien el repelente de él lee en su propio idioma. Y ¿cómo no?, surge el tema de “Sueño de una Noche de Verano”, casi seguro que la más fantástica de las obras del autor británico, y que le había comentado en su momento que en Madrid le llevaría a una de sus representaciones teatrales, al Museo del Prado, al Reina Sofía, al Thyssen. “¿Y alguna juergecita además de eso? me dice él casi sin dejarme respiro, ¿algunas gatas locas?”. Jo, el chico, con qué ganas había venido. Entonces le respondo: “primero iremos a las juerguecitas, y después a lo demás, si es que queda tiempo”. Así que como estamos en la época de los fríos a nuestras minivacaciones les pondremos el título de “Sueño de una noche de Invierno” en recuerdo y en versión libérrima de la idea titular de William. No sé lo que pensaría él en ese momento, el chico quiero decir, pero la idea no pareció disgustarle por más cara de sorpresa que puso.

Así que nos fuimos a Madrid en el AVE dos días después. No me contó demasiadas anécdotas de su estancia en el país centroeuropeo, porque debo reconocer que es hombre de pocas palabras, tan sólo las necesarias, pero si bien con la mirada te dice todo. Llegamos a Atocha Renfe, y la capital del Reino ya era nuestra. Como era la hora de comer y había muy buen apetito por parte de ambos, tras dejar nuestros equipajes dirigimos los pasos hacia el menú del día del Café Gijón, donde dimos cuenta de los mismos gustos: una excelente paella de pescado y marisco, un entrecot vuelta y vuelta, y unas natillas de la casa que nos endulzaron el día. “¿Quieres siesta?”, le pregunté al terminar con la mejor de las intenciones, y su respuesta fue que “eso es para los mayores como tu, que tengo muchas ganas de marcha”. Vamos, tan incisivo como su hermano, porque me lo dijo para ver qué cara ponía, sin ningún respeto para el anfitrión. Pero previendo sus improperios, antes de terminar el almuerzo, le había invitado a un güisqui, y como no está acostumbrado al alcohol, la realidad es que la euforia se le acabó pronto. “Bueno, tío, que si quieres, -me dijo- tampoco me vendría mal una hora de descanso en casa”. Y se había hecho el machito de tal forma, que me provocó una risa “muy socarrona”, como decimos en Aragón. La venganza estaba consumada.

Sin saber por mi parte qué hacer con él, salimos del refugio que con tanto esmero cuida Jimena, que se había quedado en Zaragoza. Él habla poco, y yo un poco más, no demasiado, por lo que los primeros pasos transcurrieron en silencio y tratando de poner en marcha a nuestra manera la transmisión del pensamiento. “Y ahora, ¿qué hago con este? ¿dónde lo llevo?”, pensaba hacia mis adentros. Luego él me confesó sus interiores, en el sentido de que “el bueno y tontorrón  de Gabino se esfuerza para procurarme una diversión. Pues yo también quiero que se divierta,¡ea!”. Caramba, caramba, si las intenciones mutuas eran tan buenas, la suerte estaba echada. Era el ocaso del día y comenzaba a hacer su aparición la noche, una auténtica noche de invierno, con lluvias y viento. A pesar de todo, entre nosotros reinaba el optimismo con aires de camaradería, y todo parecía indicar que la fiesta estaba asegurada, aunque no sabíamos cómo porque el ambiente atmosférico tan sólo invitaba a pensar en un ambiente de terror, eso sí, informal. El frío, viento y lluvia, no propiciaban el mejor clima, pero los señores del olimpo se pusieron de nuestra parte y querían salvar la diversión. Y ¡vaya si la salvaron!

Íbamos por la calle Fuencarral, muy cerca de la Glorieta de Bilbao, y nos encontramos con un grupo de gente joven y divertida encabezados por una pareja, ella vestida de blanco y sin paragua, y él con un sombrero de copa y la camisa por debajo de la chaqueta y fuera del pantalón. Decían ser unos recién casados y que lo querían celebrar a su manera con los amigos y con la buena gente encontrada a su paso. Suerte que a nosotros nos miraron con la mayor simpatía al invitarnos a entrar con el grupo. Tras la primera caña entré en conversación con ellos y sus duendes de compañía, que en esta ocasión eran del sexo femenino; vamos, unas chicas espectacularmente guapas y graciosas ataviadas con unos trajes muy finos ceñidos y con alas en los hombros, simulando movimientos como si fuesen pasos de ballet. Y la imagen que daban era maravillosa, que por lo menos eso le pareció a Currito, mientras que el tío asentía con ojos de admiración. Lo reconozco, que parecía un mayor (1.65 m.)   ante tanta gente joven, abierta,  simpática y divertida. Que sí, que aunque pareciese mentira, la pareja de la boda decía haberse casado de verdad, aunque a su manera, con música de Mendelson a los acordes “Sueño de una noche de verano”, y aunque en invierno, con la clásica marcha nupcial incluida. Tras la tercera caña, al novio no se le ocurrió otra cosa que gritar a todo volumen: “Y ahora vámonos juntos a correrla, que la noche no ha hecho más que comenzar”. Currito, que ya estaba embobado con una duendecilla, me mira con toda su guasa y me dice: “¿Qué haces aquí, tito?” , y continuando con la frase del chico, la buterfly del momento, se adelanta y me dice: “Tu haz lo que quieras, que como soy duende, al chico lo quiero encantar”. Vi tan contento a Currito que no me quedó más remedio que darle unas segundas llaves de casa que llevaba en el bolsillo y le recomendé que tuviese cuidado con ellas, que no las perdiese, que no hiciese demasiado el indio, y que el despertar de “Sueño de una noche de invierno” no resultase traumático. Pero como la noche también era joven para mi, decidí dirigir mis  pasos hacia el Café Central Jazz, donde entre otros actuaba mi amiga Paloma Berganza. Allí se encontraba Reynalda, amiga cubana y colega de tiempos ha, que me invitó a unirme a su grupo. Y nos dieron las 12, y las 2 y las 3, y …  aquí me planto para no satisfacer a los curiosetes, que quien tenga imaginación y me conozca, ya sabe que lo mío es mucho hablar, y que es verdad eso de “mucho ruido y pocas nueces”.

Me fui a casa y Curro no había llegado, él del que dicen es tan formal. A la hora, cuando ya había alcanzado el mejor de mis sueños, oigo abrir la puerta, y el chico entra solo. “Menos mal”, dije para mis adentros. Se encontraba alegre y con ganas de acostarse. “¿Pero estás bien?”, le pregunté preocupado. La respuesta no dejó el menor resquicio de duda: “Encantado”.

 

MANUEL ESPAÑOL

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