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Mundo mágico

ME PASA COMO AL DESODORANTE

ME PASA COMO AL DESODORANTE

No sé los motivos, pero es que estoy en huelga total de actividad y con mente plana. Como hace un rato no sabía salir de la situación, he decidido que la próxima vez que me ocurra haré una llamada a todas mis brujitas y musas para que salgan en mi ayuda. Afortunadamente, la situación le he superado y de repente parece que el Loco Surrealista ha resucitado, y por eso mismo he comenzado a reír bien solito sin testigos, que hasta Jimena me ha dejado hoy abandonado por unas horas. A ver si no me ocurre como con ese desodorante que a veces abandona antes de tiempo (no a mi, que en el verano tórrido hasta me ducho hasta tres veces al día). Así he recordado una inspiración memorable de no mucho tiempo ha. Y como las cosas divertidas según se mire también las quiero compartir, situaré los hechos en Londres, de cuando Ryanair volaba desde Zaragoza hasta la capital del Reino Unido y algo bueno debía tener dentro de la aeronave, es decir, una pareja de amigos muy entrañables, Jimena y yo. Ciertamente aquél día había bebido mucha cerveza, sin llegar en ningún momento a estar borracho, si bien diciendo muchas tonterías, lo cual es habitual en mi incluso cuando quiero aparentar que estoy serio, que aún suelto más. Al final entramos en un buen restaurante con una decoración muy londinense y servidor de ustedes y de Cristo Bendito ya estaba con una incontinencia urinaria y comenzaba a hacer gestos extraños, como falsos pasos de baile, hasta que me agarré donde era lógico en ese momento y me fui corriendo hacia el baño que después de dar vueltas y vueltas no encontraba. Así hasta que encontré al camarero que había extendido las cartas sobre la mesa, y en ese momento se me habían ido las ideas en castellano, vamos, como para acordarme del inglés estaba. Le dije “piss piss piss please”, y lo debí de decir tan mal que el empleado puso aún más cara de tonto que yo. Mi abanico anglófilo en esos momentos se limitaba a “wáter” y “pee”, y las mismas caras de bobos entre ambos. Al final, ya cansado y a punto de gotear, se me ocurrió poner a prueba el lenguaje gestual, que tampoco dio resultado. Y cortando por lo sano, el camarero me llevó cogido del brazo hasta la mesa a ver si se aclaraba alguno con mi pis. Menos mal que en mi ayuda salió la lista de Jimena preguntando si le había dicho “toilette”. Entonces grité dando saltitos, eso de “¡toilette, toilette, toilette, please”. Siguió el hombre agarrándome del brazo, pero en esta ocasión ya con más rapidez me dejó en la puerta, si bien iba de saltito en saltito corto hasta el punto de llegada. ¡Vaya número! Cuando acabó la descarga, no sé los motivos exactos, pero me dio por cantar el “Dios Salve a la Reina”, y además partiéndome de risa por el camino. A mis compañeros de mesa, que no lloraban precisamente, les dije que ya me había quedado tranquilo. “¿Y de qué te reías?”, me preguntó Enrique. Mi respuesta un tanto irónica fue que “mira que no entender esta gente su propio idioma… Para entendernos he tenido que usar un vocablo galo. ¡Con lo que son los ingleses!”. Rápidamente llegó una camarera llevándose el dedo índice de la mano derecha a la boca con aires de soplido, para hacernos callar y diciéndonos en un perfecto español que el otro empleado era un pobre esloveno que sólo llevaba cuatro días en Londres, y que apenas se manejaba en el idioma de allí, que no hiciésemos mucho ruido, porque si no le iban a echar. Ante un problema humano-laboral optamos por la comprensión y por el humor. Eso sí, cuando coincidimos de nuevo los cuatro además de otros acompañantes, todos tienen que contar “mi gracia” y asociarlo a otros lapsus mentales o de memoria que me obligan a poner gestos de irritación. La he oído ochocientas cincuenta mil veces. De momento me callaré, pero no sé si sabrán que la siguiente vez mi venganza será terrible.

MANUEL ESPAÑOL

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