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Mundo mágico

ME LLAMO TARZÁN Y BEBO LECHE DE ELEFANTA

ME LLAMO TARZÁN Y BEBO LECHE DE ELEFANTA

Me llamo Tarzán. Nací… no me acuerdo cuando ni donde, que de eso hace ya muchos años y mi memoria no da más de sí, aunque empecé a crecer en unas condiciones memorísticas muy favorables. Sólo sé que un buen o malo día, depende cómo se mire, y según he podido investigar y averiguar en las civilizadas hemerotecas, fui el único superviviente del accidente de una avioneta que se estrelló en la selva africana, cuando casi no sabía ni decir eso de “nene tere teta”. Como era tan bebé y necesitaba leche, una pareja de elefantes compuesta por Paquita y Paquito, me acogió como un hijo, y la elefanta empeñada que bebiese mucho para crecer mejor y aprender el idioma de los paquidermos, que de alguna manera estábamos obligados a entendernos. Y ¡vaya si tomé leche de elefanta que hizo de mi un superdotado!, tanto que por lo visto no tardé en comprender el lenguaje de todo el reino animal de ese paraíso llamado salvaje. Paquito, contento de su hijo varón, evidente que soy varón, me dijo alzando la trompa ante la sonrisa beatífica de mamá Paquita que “te llamarás Tarzán, y serás el rey de toda la selva”. Entonces era políticamente mucho más correcto que ahora, dialogaba con todas las especies y resolvía todos los problemas de la comunidad. Que había algún peligro por parte de los cazadores, lanzaba mi grito de guerra, ese de “¡auauauauauauauauauauauau!”, y sin necesidad de disparos ni de artificio alguno, los intrusos se iban a escape. Pero apareció una turista muy joven y muy guapa que se había perdido, y yo sentí un cosquilleo en “no me atrevo a decir de qué forma”. Como vio que la situación iba para largo, y a ella así pareció gustarle, me enseñó a hablar su lenguaje racional. Como listillo que era ya tenía práctica idiomática con los elefantes, leonas (también leones), tigresas, y toda esa fauna de seres capaces de razonar aunque no lo parezca, pues aprendí con facilidad a comunicarme con esta chica llamada Lola, que parecía especialmente espabilada, por supuesto más que yo, y eso que dado mi espíritu de observación, ya sabía cómo se apareaban los seres que hasta el momento habían constituido mi familia. Un buen día, Paquita y Paquito observaban el cariz que tomaba la situación, enlazaron sus trompas y se guiñaron los ojos, me dieron cariñosamente la espalda y decidieron marcharse. Aquello lo tomé por un abandono de papá y mamá (¡qué buena leche tenía mamá!) y me puse a llorar ante la extrañeza y desencanto de Lola. Paquita, que era una madraza, vino a darme la última ración de su leche y me dijo que se iban para que aprendiese solo a defenderme en la vida. Que me querrían siempre, que cuando les necesitase no tenía mas que lanzar mi grito guerrero (“¡auauauauauauauauauauauauauauauauauauauau!”) y ellos estarían prestos para protegernos a Lola y a mi. El caso es que ella y yo nos quedamos solos frente a frente. Al poco me entró un gran apetito y solté un sonoro “¡nene tere teta!”. Lola entonces me introdujo en los secretos del amor humano, y al cabo de los meses nacía Pepito, por lo que comenzaba una repoblación forestal muy “sui generis”, a la que pronto se unió la mona Chita, tan indiscreta ella que de vez en cuando explotaba de sus habituales risas cuando la muy puñetera me quitaba el taparrabos de gala. Nadábamos, nos desplazábamos por toda la selva a través de lianas y lianas, Pepito jugaba con las jirafas y los tigres…

En esas estaba cuando desperté en mi cama real, llamando a Lola, a mamá Paquita, a Pepito, a Chita… ante la sorpresa y un mosqueo esquivo sorprendente de Jimena, a la que intentaba besar y abrazar, pero que terminó soltando unas risas cargadas de ironía. “Cuéntame todo lo que has soñado”, me dijo, por lo que le contesté: “eso es muy largo y muchas las sensaciones a explicar. Si te portas bien, un día te haré una representación en vivo”. Así, entre guasa y guasa, me puse una ropa ligera, salí a la calle salvando las zonas de sol y en busca de un aparente paraíso del que ya sabía su ubicación exacta, pero que no revelo para que no parcelen la zona y la hagan de pago o construyan una urbanización. Al lado de un río en estado semisalvaje, rodeado de cañas, árboles, arbustos, césped y demás hierbas que dan una sombra excelente, quería repetir mi sueño y hacer trabajar la imaginación, por lo que me desnudé y aún me quedé con un pequeño bañador que me da un cierto aire horteril . Pronto me di cuenta que allí no olía bien, que no había elefantes, ni tigres, ni leones… tan solo unos gatos que no hacían mas que maullar y acercarse al bocadillo que me había traído de casa (sardinas en escabeche), así como unas avispas que me daban pánico. Y no digo ya nada de Lola (Jimena es mucho mejor), ni de Pepito el imaginario, ni la traviesa mona Chita. Y uno que ama la naturaleza profundamente, decidí volver a casa y ponerme cerca de la nevera, donde pongo a prueba mi fuerza de voluntad, y más ahora que he observado la presencia de algún pequeño pero indiscreto michelín.

MANUEL ESPAÑOL

 

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