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Mundo mágico

LA TIA CUQUI ME QUIERE SECUESTRAR

LA TIA CUQUI ME QUIERE SECUESTRAR

Estoy preocupado. Hace demasiados días que no sé nada de la tía Cuqui. Dos semanas que estuve con ella discutiendo de política, y lógicamente no nos poníamos de acuerdo, que si hubiésemos llegado a un consenso, ¿de qué íbamos a discutir y a lanzarnos tan punzantes dardos cargados de ironía y de humor como en nosotros es habitual? No, que con ella no correrá jamás la sangre, solo la ternura, pero es una provocadora que a veces sabe sacarme de mis casillas. Tampoco hemos hablado por teléfono durante este tiempo, y así no hay manera de enterarse bien de los chismorreos del pueblo, de las andanzas no muy ortodoxas del don Casto el cura (me han dicho que ha cambiado de casera), de la última borrachera de Perico, de la cabra que se le había perdido a Anastasia. ¡Ay Anastasia, que el problema lo tienes como yo, en el cerebro, que estamos como cabras! Me pregunto si se sabrá algo más de Florencio, el del gallinero, sí aquel cuyo padre, y de ello hace ya muchos años, se dedicaba a enviar cartas en blanco, solo por el placer de poner sellos en el sobre con la jeta de Franco y pegarlos envenenados con su propia saliva y aplicando fuertes puñetazos.

Quizás ese espacio, digamos que en blanco, ha sido a causa del fuerte trabajo que he realizado últimamente, que no me ha dado tiempo ni de llamar, aunque claro, a ella tampoco. ¡Qué mujer sin igual, que siempre me dice que no sabe si es mi hermana mayor o mi tía más joven! Así que con la excusa de las elecciones municipales, decido marcar su número: “Tita, que soy tu Gabino. Qué hace mucho no hablamos”. La primera frase: “Ay gamberro mío, cómo te echo de menos, ingrato. Bueno, que servidora ha estado muy ocupada pensando en mi candidatura”. “Ay Dios mío –le digo yo-, ¿qué te has presentado a alcaldesa? Te lo tenías muy callado…”. Y ante mi respuesta acompañada por una sonora carcajada, me dice: “¿De qué te ríes, destalentado? ¿te crees que estoy tonta y que no valgo más que una Botella?” Claro que no me atrevo a toserle y luego es ella la que me dice: “si no me llegas a llamar tu, estaba yo a punto de echar mano del teléfono. Gabino, tienes que venir urgentemente a verme. Ha venido un tío de no sé donde, que pretende escribir las memorias de este lugar, y empieza a preguntarme unas cosas….”. Ella me preocupa con esta noticia y ante mis temores expresados de que sea un elemento peligroso, me dice que “no, que es muy pesado y no parece malo del todo. Así que he pensado que tu, que eres muy listo y tienes imaginación para todo podrías venir a estar dos días conmigo y así me lo quitarías de encima. Después ya verás los asados que te voy a preparar con el ternasco que me ha regalado el Pepote. Y tengo unos vinos….” ¿Traigo a Jimena?”, le pregunto. “Pero estás tonto o qué te pasa? ¿Es que quieres privarte de un buen festín, que como tu dices es medicina para el equilibrio mental?”. “Bueno, no te preocupes tita, que cojo el cepillo de dientes y un pijama y salgo hacia el pueblo.”
Cuelgo y le llamo a una Jimena, que pocas veces entra en casa, y le digo que la tía, a la que ella adora sin reservas, que eso sí es verdad, me necesita para hacer unos trabajos durante un par de días. “Ay Gabino, que por tu tía lo que haga falta –me dice-, pero me da la impresión de que vosotros dos os entendéis demasiado bien. Anda, anda, tráeme algo de allí. Pero tu, ojito con lo que comes!... ¡Ah!, y diviértete, porque lo que tu trabajar… Anda. que buen secuestro te ha preparado” Pues vaya fama que me ha puesto la parienta, aunque lo diga con mucha guasa. 
Una hora y pico después me planto en la puerta de su casa y es don Augusto el boticario quien me sale a recibir y quien con un dedo en su boca me ordena callar, que “Cuqui está atendiendo a un historiador muy bien vestido con traje y pajarita”. No he podido evitar la risa y ella sale muy indignada y en voz baja me señala que “esta vez sí que has sido inoportuno al presentarte aquí. Resulta que a este hombre no le interesa las leyendas en torno a este pueblo, que lo que quería es… Creo que estaba a punto de declarárseme”… De repente me ha dado un ataque de celos, y muy acalorado y temiéndome inmediatamente después una mayúscula tomadura de pelo, entro en el interior de su despacho gritando con aspecto de enfado: “¿dónde está el historiador de las narices”. Descorro las cortinas, y ni historiador ni nada, y don Augusto y mi tía sin poder resistir tanta guasa. “No te enfades sobrino querido, que esto lo he hecho para que disfrutaras de la paz del pueblo, y de alguno de esos guisos que a ti tanto te gustan. “¿Y el ternasco que me ibas a preparar? Aquí no huelo a nada” le contesto ya con una sonrisa irónica. Ella, que a veces me gana en cuanto a ironía, me señala que “todavía se halla en el corral y lo primero que vamos a hacer es matarlo, tú, por supuesto. Después lo cocinaremos.” Y así han empezado dos días que no sé cómo terminarán. Por lo pronto he visto debajo de la mesa una caja de botellas de Gran Reserva del Somontano, y me entero que ha sido don Augusto quien las ha traído de Barbastro. Presiento un secuestro muy feliz. Pero si soy yo quien ha de matar al animalico, me declaro vegetariano.

MANUEL ESPAÑOL

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