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Mundo mágico

FELIZ AÑO DESDE MI PARAÍSO DE MONTAÑAS

FELIZ AÑO DESDE MI PARAÍSO DE MONTAÑAS

 Dedicado en especial a mi amigo y primo Ramón Ruba

 

Es de noche, estoy en la luna (como siempre), y quiero levantar mi mirada hacia las estrellas. Para ello trato de liberar despacio, poco a poco y sin brusquedades, las nebulosas que me impiden verlas. Fuera cataratas visuales y de la mente, quiero nitidez y limpieza aunque sea de pensamiento. Sí, ahora el cielo está estrellado y cada uno de los cuerpos celestes se hallan pletóricos de ensoñación. Mantengo los ojos bien abiertos e intento iluminar mi interior. El firmamento se muestra juguetón cuan estrellas fugaces que te invitan a un “veo-veo qué ves” en el que la imaginación te permite y ayuda a penetrar en mundos diferentes y múltiples. Cada uno, al que desea en el momento, y a cambiar si es necesario.

En esta ocasión, la fecha en la que nos hallamos nos dice que el fin de año ha llegado ya, que hay que cargarse de buenos deseos para la caída de las siguientes 365 hojas del calendario, y unas y otras, todas sin descanso. ¿Qué harán mi tía Cuqui, y el tío Tan allá en mi Biescas paraíso de montañas?, y mi amigo Ramón, y Paco, Baltasar, Fernando,  Toñín, Pepe Luis, Gerardo, Manolé, Jorge, Elena…. Mi cuerpo y mi espíritu entre soñador y etéreo que no sabe donde se halla, vuelve a sus formas reales y se traslada a este lugar que me vio crecer, hacerme poco a poco persona, y en el que para estas fechas tradicionalmente se comenzaba y acababa alrededor del fuego, en el entorno de la cadiera, mientras la chimenea de la casa echaba humo con olor a leña y  mezclado con el del rico cabrito que resultaba del devenir de la brasa. Era la época en la que los vecinos del pueblo, en esa fecha,  entraban y salían de las casas, desde recién terminado el mediodía y hasta dos horas antes de dar las doce campanadas. Era también un espacio de tiempo muy entrañable, en el que se repartía vino dulce caliente (los niños como yo no) y se reía mientras se contaban chascarrillos y tonterías tales como el de la aparición del hombre de las 365 narices y 730 orejas. Eso sí, todo ello entre muchas risas, y además con la suerte de quienes teníamos un aparato de radio grande que no se escuchaba bien del todo, pero que hacía un ruido con aires musicales o daba el “parte” de noticias también con mucho ruido, todo lo imparciales que uno pueda imaginar. Haré un aparte por unos segundos, para decir que entonces servidor no sabía de política (ahora menos) pero me decían que Radio España Independiente o Pirenaica (se hallaba ubicada en Bucarest)  era de malos y estaba prohibida.. El caso es que uno ha sido siempre un rebelde y cuando me hallaba en la soledad me divertía con las noticias. “¿Será posible?”, me decía. Para mi, para mis amigos, la nochevieja tenía el encanto de que al día siguiente, el 1 de enero, los chicos inocentones y a la vez traviesos, jugábamos a San Manuel. Íbamos por las calles en cuadrilla, llamábamos de puerta en puerta con una imagen del Niño Jesús en brazos y la consigna siempre era la misma: “Buenos días nos de Dios, limosna para San Manuel”. ¿”Y donde está San Manuel, zagales?” nos peguntaban de inmediato. Y señalaban al Manolín de turno. “Más vale, que el muñeco ese que lleváis no come. Este año no hay dinero, pero os podemos dar unas patatas y cebollas para la cena”. Y así íbamos cargados con kilos y kilos del tubérculos que luego revendíamos en una tienda afín, y así comprar viandas para la cena, que siempre se hacía por turnos anuales en casa de uno diferente. Los menos nos daban alguna pesetilla que otra para añadir a la noche infantil, que en la de los mayores, la de las 730 orejas, después de escuchar las doce campanadas a través de la Radio Oficial, todos a misa de gallo, y a la vuelta eso sí, ya nos habían puesto los braseros para calentar nuestras camas.

Pero el pasado es el pasado, y como hay que vivir el presente y esperar con alegría el futuro, doy un salto y paso del recuerdo al día de ahora, en que hemos decidido ir a casa de la tía Cuqui, que con toda la ilusión del mundo ha preparado unos manjares , que… ¡alegría de la vida!; añadido también licores espiritosos. Además está con unas ganas de baile, que creo se le han acrecentado por aquello de que entre paso y paso culinario cae un trago para hacer la merluza rellena. Yo he traído y hago los gambones, así como el pastel frío de cabracho, la señora Blasa ha preparado unos cardos que me abren el apetito, y Jimena un soufflé muy especial. Tampoco ha de faltar un buen cava de Aragón, ni tinto ni blanco del Somontano, que aquí somos todos mayores. “¡Alegría, alegría, y tu Gabino –me dice la tía- encárgate de la música y haznos una exhibición de baile”. Así que decido poner “Marionetas en la cuerda”…. “Esa cosa tan antigua….no”, tengo que oírme. Rebobino y pregunto: “¿qué tal si recordamos nuestras noches locas de París?” Y la música parisina suena a todo volumen, y con tal viveza, que hasta el cura, don Casto, el de las tertulias de rosario y chocolate, no puede evitar bailar por la calle mientras va acompañado de su nueva casera. Sí, parece la juerga de la edad media avanzada.

Termina la cena llegan los brindis con cava. Tía Cuqui, que hasta el momento está más moderada de lo habitual, aunque no del todo, nos da a conocer la noticia: “he comprado un karaoke. Así que a cantar todo el mundo. Para ti Gabino y para Jimena como protagonistas os he puesto el “brindis de la Travista”…. No ha sido una idea muy brillante, porque tras los cristales llueve al sonar la música y el campanario se ha estropeado.

¡Pero la vida es bella: Feliz 2016 para todos!

 

MANUEL ESPAÑOL

KATARZYNA, OJOS PARDOS DE GATA

KATARZYNA, OJOS PARDOS DE GATA

Sentíase herida hasta en lo más profundo de su ser. Su mirada con ojos pardos de gata le delataba, a mi me entristecía. Era muy expresiva y parecía estar al acecho, como si estuviese también acompañada de un odio salvaje en busca de descarga. He de confesar que me daba miedo observar su rostro erguido con la cabeza tensada por un orgullo no disimulado. Yo iba solitario con mi mochila a los hombros, buscaba compañía y ella huía de la soledad. Pero no nos encontrábamos. Se llamaba Katarzyna, habíamos coincidido solitarios en un bosque de Zakopane, y procedía de los Cárpatos polacos. ¡Qué zona montañera tan hermosa!. He de reconocer que la tremenda fuerza de atracción que sentía por ella se transformaba en temor o ¿amor? Momentos antes le había lanzado una mirada timorata y furtiva y ella me la devolvió con un rictus de desprecio, tampoco exento de desconfianza. Avergonzado, huí de su presencia, pero fue por unos segundos nada más, eso sí, muy intensos. Acababa de hacerme con su retrato imposible de borrar de mi memoria interna, así que pasasen años y más años. Buscaba su aproximación con deseos de inmediatez, al tiempo que la rechazaba por miedo a ese rostro entre angelical y salvaje, tal vez en un  momento timoratamente impenetrable, como si estuviese dispuesta a agredirme con sus afiladas uñas internas. ¿Pero por qué?, ¿qué había hecho yo? Me tengo por persona educada y mis intenciones eran buenas, muy humanas, quizás demasiado humanas, y ahí estaba mi expresión, puede que demasiado sincera y sin máscara, algo que creo no es para provocar ofensa alguna. Ella no lo vio así, y en el momento de darse la vuelta tropezó con una rama que le hizo sufrir una caída sin  lesiones físicas aparentes. Más tímido que decidido fui a ayudarla a que se incorporase; le ofrecí mi mano y la apartó con una indicación para que  yo desapareciese de su entorno. Al final decidí a mirarle fijamente a sus ojos  cargados de encanto y misterio, ella cedió en su agresividad, los bajó como si tratase de hacer un velo invisible. Sonreí, sonrió, aceptó mi mano, saqué el botiquín de la mochila y le curé un brazo desnudo un tanto sanguinolento. Resultó efusiva en su agradecimiento, y yo una persona feliz a la que casi se le salía el corazón, esto último por decirlo de alguna forma un tanto exagerada, pero prácticamente real.

Sí, ojos pardos, cara de gata, pero ahora de dulce expresión, a base de ímprobos esfuerzos idiomáticos, ella en polaco y yo en un inglés más bien malo que bueno pero suficiente, este Gabino Zwarowany (loco en polaco) de marcado acento español, bien que pudo entenderse con la dama gatuna. Afortunadamente perdimos la vergüenza, aunque solo un poco, lo suficiente como para podernos entender. Katarzyna me confesó que era nativa y vivía muy cerca de Zakopane, que había ido allí a casa de unos familiares de la que se había ido para hacer una excursión solitaria por una zona boscosa, que creía haberse perdido y sentía un miedo acrecentado cuando me acababa de ver. “Es que en mi casa me dicen que desconfíe siempre de las personas desconocidas, y más en la soledad de las montañas”. “Me ves con cara de agresor para que al principio me miraras con tanto miedo?”, le pregunté. “No parece”, dijo ella para añadir continuación: “Mis hermanos me han dicho que cuidado con la soledad, que no hable con el primero que encuentre, que a veces las apariencias engañan”. ¿Crees que te engaño?” le respondo. Primera risa del día: “No me importaría”.

Cogidos de la mano a pesar de las mochilas al hombro, nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, donde la dejé en casa de sus parientes y quedamos que iría a buscarla dos horas después para ir a bailar al Willa Monte Rosa, un lugar elegido por ella, donde se escucha una música lenta y muy especial y hasta rítmica. Nada más llegar allí, caprichos del destino, sonaba la voz sensual y bolerista de Olga Guillot. Todo un caramelo. Nuestras mejillas se juntaron y los corazones sufirieron un alza de golosos sentimientos. ¡Ay Katarzyna, ojos pardos de gata, no quiero despertar de este sueño!

 

MANUEL ESPAÑOL

 

DESNUDO Y DEBAJO DE LA CAMA

DESNUDO Y DEBAJO DE LA CAMA


Son las 8 de la mañana y oigo que me habla una oveja y que me llama tontín. ¿Pero es que las ovejas hablan o lo mío ha sido un sueño sin ningún tipo de entendederas? “Gabino, que desde que te juntas con determinadas gentes te encuentro bastante extraño”, me dice un Pepito Grillo que me marca más de la cuenta. Me levanto atónito e incrédulo, miro debajo de la cama y me da un ataque de risa. ¿Pues no resulta que hallo un ser extraño con cara de bebé y sonrisa de travieso, que dice se llama Telesforo y que me llama repetidamente “papá tontón?” Vamos, ni que fuera un GPS de esos que me conducen por los malos caminos y terminan estrellándote contra una roca más dura que el cráneo de Catapiedras, ese legendario luchador que abría paredes a cabezazos. ¡Zas!. Y y el primer testarazo ya me lo he dado entre ovejas, pedradas, Telesforo y Pepito Grillo. Ante tan tremendo lío, en fracciones de segundo decido meterme debajo de la ducha, soltar el agua fría y dar un grito que todavía se oye por las riveras del Ebro a su paso por el Pilar. Mudito me he quedado con la impresión, si bien poco a poco la temperatura del líquido elemento se eleva muy lentamente de una manera muy agradable, y me da por cantar eso del “Amante bandido”. Al cabo del rato vuelve a sonar el balido de “tontín”, me parece otra cosa, y hasta me da la sensación de cierto tipo de justicia en su articulación. Me seco con el albornoz, pero algo “mosca” aún sigo en ese mal sueño del elemento Telesforo, por lo que decido agacharme de nuevo y mirar debajo de la cama con mucho cuidado. Allí no encuentro nada de nada, ni una mota de polvo, que buena es mi doña Jimena, como para pasarme por alto una limpieza imperfecta. Pero la imagen del monstruito este persiste en el interior de mi cerebro, con lo que cabe deducir que mi higiene mental no es perfecta. Me reincorporo, me vuelvo a quedar desnudito sin aditivos y oigo de nuevo la voz esa de “papá tontón”, con lo que la imagen del espejo se me aparece de una forma horrorosa, y por ello a causa del susto me meto de nuevo en la ducha, a ver si en esta ocasión cambian las circunstancias. Al salir de las malas influencias de la humedad, se me ocurre una idea. En esta ocasión, sin pérdida de tiempo, me pongo a husmear ¡otra vez! por debajo de la cama. Pero… ¡qué imaginación la mía! Nada, que no hay nada de nada, con lo que poco a poco se van calmando los ánimos, y ya con ciertos aires de tranquilidad trato de salir con cuidado, pero oigo un berrido más que un balido, que me dice: “¡Gabino… ¿qué haces desnudo debajo de la cama?”- “Te lo explicaré, Jimena, pero no es nada de lo que parece”. Salgo con más prisas que calma y al pasar la cabeza por el límite de del hueco del artilugio que entre otras cosas sirve para dormir, el golpe es tan morrocotudo, que asusta a mi medio limón, mientras yo me quedo de un cuerpo… No miren, lectores, no miren, que no estoy para que me pongan el ojo encima; bueno, ni el ojo ni…
Ya de vuelta a la normalidad, como es natural, Jimena me pide explicaciones sobre el extraño comportamiento de este loco surrealista. Le vuelvo a contar la historia con toda su viveza, como si fuese en directo, y… “fíjate Jimenita de mi alma, qué mal debía estar cuando creía ver al Telesforo de las narices diciendo eso de ‘Papa tontón”. Afortunadamente, tras un momento de alta tensión extraña y muda, mi chica suelta una monumental carcajada para añadir a continuación que lo que le he contado ha sido parte de una desternillante mini novela de radio, que me ha hecho soñar y cambiar a mi siempre rara manera, “que tu estás muy loco tontín”. Más que loco, moscardón es lo que me quedo, eso sí, con la sonrisa en la boca, y hasta feliz de que me digan que todo ha sido un sueño especialmente extraño. Bueno, no pasa nada. Ahora, tras un divertido desayuno comunitario y entre dos, me dispongo a salir de casa. Toca divertirse aunque sea solo y meditar. ¿Meditar qué? Sobre mi pasado de años ha, que eso de encontrarme un monstruito debajo de la cama y que me llame papá, invita a hacer todo un ejercicio de memoria interna y no a voces, por si acaso. Lo de que ahora me salga un hijo, pase, que puede ser o no. ¿Y cuantos años tendría ahora…? Todo eso pase. Lo malo es que encima el mal bicho me diga tonto. Ten un hijo y anónimo, extraño, pero que encima deba aguantarme lo de tonto. Eso no lo perdono. Como no entiendo nada de nada, decido irme por las riveras y cantar a pleno pulmón eso de “Doce cascabeles lleva mi caballo…”. Eso sí, sin GPS.

CLAVELES Y FADOS EN PORTUGAL

CLAVELES Y FADOS EN PORTUGAL

No sé qué me pasa, siento emoción, estoy lleno de entusiasmo, pleno de nostalgia, de amoríos hacia un Portugal hermoso que te envuelve el corazón, que te invita a soñar despierto o dormido, ¿qué más da?. Es de noche y por la Rua de Noticias en la parte alta de Lisboa, paso por una casa de fados donde dicen se cena muy bien y canta la Pequeña Berta, una mujer de tamaño diminuto pero gigantesca interiormente y con una voz desgarradora que hace temblar las paredes. Me quedo en la puerta, escucho “Uma casa portuguesa”, después “Coimbra” y también “Lisboa”. No puedo resistir más fuera y en un breve intervalo entro en el local. Berta, como anfitriona ideal que es, me acomoda junto a un matrimonio estadounidense y me susurra en un español perfecto, que los hombres y mujeres de mi tierra son siempre muy bien recibidos, “maravillosamente recibidos” le respondería yo. Me sugiere unas especialidades de bacalao que me dice en caso de no gustarme, invita ella, y que el vinho verde corre por cuenta de la casa. Le digo que le había oído cantar tres canciones observándola desde la puerta, y me contesta que soy un poco tonto, que quien le quiera escuchar en su restaurante siempre tendrá las puertas abiertas, sin necesidad de hacer gasto, y que al bacalao también me invita. Le digo que la comida la pago como todo un caballero español que soy, que el vinho verde se lo acepto correspondiendo a su gentileza. Llega otro momento de la actuación y comienza a hablar en castellano, luego sintetiza en inglés, francés y sigue con el portugués y con la potencia de su garganta acompañada de un sentimiento infinito empieza a entonar “La Portugués”, sigue y le hago coro con “Lisboa antigua” y sigue con “Petenera Portuguesa” de inequívoco aire hispano, y un servidor de todos y con alma latina, está que no contiene la agitación que le embarga hasta el punto de que casi no le dejo acabar completamente la canción y desde mi garganta salen unos “bravos” que se escuchan hasta en el puerto lisboeta. Un beso muy sonoro me da la “Pequeña Berta” ante el aplauso de la concurrencia. Y yo tan feliz, diciéndole que le compro sus discos, que así tendré el mejor recuerdo de ella: su voz, su corazón. Al final reúno una buena colección que guardo como un auténtico tesoro. Le digo que la canción portuguesa me encanta, le entono una de José Alfonso y la ingestión de un vinho tan delicioso me permite entonar en voz alta la canción “Grandona Vila Morena”, que en su momento inspiró como himno la Revolución de los Claveles. Es hora de abandonar el restaurante, me abrazo con mis compañeros de mesa americanos, llega Berta y me acompaña hasta la puerta y le doy las gracias por la acogida dispensada. Me señala que tenga cuidado, que no me entretenga y que vaya rápido. Me da un par de besos y me indica que un poco más a la derecha tome el ascensor que me dejará en la plaza, donde podré parar a un taxi. Ya en la calle me digo que me voy demasiado pronto, y hago un alto en la puerta de dos locales también acogedores, donde actúan muy buenos guitarristas y se cantan hermosos fados. De repente lanzan fuera un clavel rojo, me lo pongo en un ojal de mi chaqueta deportiva, y como sigo con un humor aderezado por cierta dosis de nostalgia, no puedo evitarlo más y vuelvo a cantar el himno de los claveles. Afortunadamente los portugueses son gente pacífica, encantadora y elegante, y en esos momentos no acabo de entender por qué hay una raya a la que llaman frontera y que yo creo no debería existir.
MANUEL ESPAÑOL

TORTAZO DE MANZANA

TORTAZO DE MANZANA

Siento decirlo pero es así. Esta mañana me hallaba en lo que podría confundirse por el Paraíso Terrenal, cuando un dron ha sobrevolado, mejor dicho me ha dado casi de lleno en esta cabeza que tengo para acabar el cuerpo en algo. Así que he decidido en cuestión de décimas de segundo, recordar lo que era habitual en mi meses atrás, mejor dicho demasiados meses atrás (mi Pepito Grillo me dice que lo deje en años ha) y he rematado a gol recordando, dicen los testigos que con acierto, pero… casi se me abre la testa. El artefacto era del tamaño ¿medio o grande de una manzana Fuji?, variedad que tanto me gusta. Debo confesar que en un principio he confundido visualmente el artefacto y creyendo que era una fruta prohibida, de esas que le seducen tanto a mi Eva-Jimena (servidor frotándose nerviosamente las manos), ya estaba dispuesto para el remate. No era una pelotita de goma ni de trapo, aunque bien podría haberse tratado de una piedra envuelta en un trapo ¿y parecía un dron? Luego, pasados los minutos me he enterado de sus verdaderas dimensiones. Así que rebobino y vuelvo al principio,. “Y al encontronazo con mi cabeza sonó un brioso ¡¡¡Goooool!!! acompañado de voces no muy corales y seguido de aplausos, que lamentablemente no escuché, porque lo que notaba a mi alrededor era un circulo de estrellitas, demonios colorados, de sapos y culebras y campanitas bordes. Diez minutos he estado con menos conocimiento del habitual en mi, o sea, nada. Al momento, el buenazo de Pepón ha sacado los hielos que estaban en la nevera campestre. Los ha puesto en paños sobre mi frente y poco a poco me he ido calmando, hasta que sin saber cómo he conseguido hacer asomar una sonrisa de agradecimiento seguida de ciertos aires quejumbrosos. “Pero so animal”, me dice Pepón, “¡qué dron ni que narices. Ha sido el animalico de tu primo Teresín, que a puntería no le gana nadie y es capaz desde una distancia de 20 metros alcanzar tu cabeza. ¿Ves ese manzano que hay allá, pues tu primo se ha subido a lo alto y ha arrancado la Fuji más hermosa, la más grande. Y encima vas tu y la partes con la frente. Eso sí, el tuyo ha sido ha sido un manzanazo antológico. Anda zagal, tómate este pedazo de dron que ha quedado bien sano”-
¡¡¡¡¡Huyuyuyuyuy, qué mal estoy de la cabeza!!!!!

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

SIN IMAGINACIÓN NI PODER. ¿TODAVÍA?

SIN IMAGINACIÓN NI PODER. ¿TODAVÍA?

 

Estoy con la mente en blanco, todavía sobrepasado por la explosión de los últimos acontecimientos y los que vendrán. Me siento como un hombre sin imaginación, que ya es triste, especialmente para mi que soy de los que decíamos convencidos eso de "la imaginación al poder". Si, ya lo habéis adivinado, que uno de esos miembros de la generación del 68 que se iba a comer el globo multirracial ¿Al poder yo? Pobre de este país todavía llamado España, si tiene que confiar en pajarracos chiflados como este periodista que sueña con un mundo mejor y menos averiado. En este estado de ánimo, pensando sin pensar en mi, paseo por la ribera derecha del madrileño río Manzanares (o izquierda si preferís) como ausente, con la mirada perdida, además con toda una ceguera mental que no pasa desapercibida a los transeúntes que se paran y se quedan mirando con cara de pena. Así, hasta que me cruzo con una chica 10 que viene por el lado contrario haciendo "jogging", que me alegra la vista. Se para a mi lado y me pregunta con toda apariencia de candidez: "¿Señor, le ocurre algo?". Mi rostro que aparentaba una palidez inmensa, reacciona al ponerse del color de Caperucita la rojilla, y no se me ocurre otra cosa que decirle que estoy muy apenado porque igualmente he salido a correr y se me había olvidado la bolsa con el chandal. Entonces la buena moza no hace otra cosa que decirme que "por eso ni se preocupe, que a diez metros de aquí tengo otro equipo de mi hermano en el coche y se lo puedo prestar. Veo que zapatillas no le hace falta porque las lleva puestas" De esta manera y para mis adentros mendigo que "esta farolada me va a costar cara y el ridículo va a ser espantoso". No hago mas que pensarlo así y compruebo que el equipo me va a la medida, con lo que el primer bache esta salvado y vuelvo a las carcajadas que tan habituales son en mi. La tomo a ella con las dos manos y me pongo a saltar sobre el terreno, con la consiguiente risotada por parte de ella. "Me llamo Gabino -le digo- y soy miembro de la Generación del 68’ aunque me gustaría decirte que del 80 je je je je". Y ella me contesta: "No hace falta que te rías, que me llamo Rosa y soy hija de de Julián Borrego, de la Generación del 68".
-¿Quien, el que se caso con Lucia Mendizorraza?  
-El mismo.
-Pues que suerte tuvo tu padre, que aun me acuerdo que entonces, cuando todos los mozos íbamos detrás de Luchy. Tu progenitor, como era el guaperas del grupo y el mas gracioso fue el que mejor lo supo hacer. ¡Y que hija tiene! Mira, Rosita, que me has alegrado el día. Pero date cuenta que te doblo la edad.
-¿Y eso que importa? Vamos a empezar a correr despacio y poco a poco aumentaremos el ritmo. ¡Ay cuando se lo cuente a mi padre, que risa le va a dar!
El caso es que como tengo un cierto sentido del ridículo, aunque trato de disimularlo, y ante la paliza que veo me va a dar la hija de mi amigo, le comento que como voy tan elegante con el traje de su hermano, prefiero cambiar el plan de trabajo y le propongo dar un paseo por las zonas verdes para ver los patos chillones, los peces saltarines, las culebrillas de agua, el croar de las ranas, todo ello en un río con mucha vida. Como el sedentarismo parece que no le va mucho a mi ocasional compañera de jornada, le hago otra propuesta que me va a salir por un ojo de la cara y las pestañas del otro ojo, le señalo un bar-kiosco con muy buena pinta y especializado en gambones a la plancha, chopitos, almejas a la marinera y cerveza de Heidelberg. Me dice que muy bien, pero que ella no tiene dinero para tanto (la chica en el fondo es muy modosa). Le contesto que es lógico que siendo tan joven disponga de tanto dinero, pero que para eso esta el Tito Gabino con muchas ganas de agradecerle que casi me ha salvado la vida. ¡Ay Julián!, que hija tiene el puñetero. ¡Que bien lo ha sabido hacer! Pero no le envidio, que mi Jimena yo nos entendemos muy bien. 
Nos sentamos en un velador bastante amplio, en uno de esos en los que caben muchos platos llenos. Al final nos decantamos por una botella de vino blanco de Viñas del Vero, que es una delicia como entra, Ambrosio el barman, saca a continuación una doble de gambones, una de chopitos, otra de navajas, y unas patatas bravas, que me chiflan. Rosita me dice que frenemos el ritmo y que no sigamos con tanta demanda, mientras contemplamos una pareja que se achucha dulcemente. Miro a continuación a la hija de Julián, que le da por reirse y que para distraer la atención me comenta que "con este aperitivo voy tener que aflojarme el pantalón", ella que está perfecta y que también dice ser profesora titulada de Educación Física. Que si quiero me dará las clases gratis, que si se enteran sus padres, que tanto hablan de mi, que le pago, montaran en cólera. " Así que Tito, mañana empezamos las clases". ¿Y que hago yo ahora? Pues a reír con Rosita, a comer y a beber. A base de chistes y de decir tonterías las carcajadas son mutuas y continuas, que por lo menos, un día que he empezado con la mente en blanco, acabo tan majara como siempre. Al momento se oye una voz masculina muy fuerte que grita "Rosa Rosae", y la ultima gamba que me queda me cae a la copa de vino a causa del susto. Es cuando aparece Julián, seguido de Lucia Mendizorraza, que dicen alegrarse mucho al verme. Poco después aparece un tiarrón cachas con mi ropa colgada de sus manos que desde la distancia le pregunta: "¿De quien es esta ropa Rosae? Estaba en tu coche, y..." Yo me pongo a temblar y trato de esconderme debajo de la mesa, mas, cuando me dicen que Lorenzo Malquerie es el marido de Rosa. Me dan ganas de decirle: "Oiga, señor, yo no se nada, que no se nada de nada, que esto no es lo que parece", pero afortunadamente me callo, porque el se adelanta y señala: "Pero si es el Tito Gabino, que te he reconocido porque llevas el DNI en el bolsillo de la camisa" Esa confesión me cabrea, Rosita se cabrea, mientras, a Julián y a Lucia les da por reírse. Lorenzo que es un guasón se carcajea porque me ha reconocido al instante. Es que somos contra parientes por parte de la tia Cuqui, y aun a pesar que nos conocemos muy bien, mi vista comienza a fallar, mi oído tambien, o es que estoy algo beodo y no me había dado cuenta que era el. De esta manera vuelven a salir las botellas y las viandas a la mesa, y al cabo de mucho rato damos fin a un día muy divertido, no sin antes la chica guapetona y estilosa me diga: "Y no te olvides, Gabino, que mañana empezamos las clases". "Puedo participar yo?, dice Lorenzo. La respuesta de su mujer es clara: "NOOOOOOOOOO". Y este loco surrealista, al final tan feliz.

MANUEL ESPAÑOL

 

A GRITOS EN EL CONGRESO

A GRITOS EN EL CONGRESO

 

Estoy en una ciudad playera muy cultureta ella, y el panorama parece espléndido. Inicio un día en el que no paro de sorprenderme desde que he salido en busca de nuevas sensaciones que me saquen de esa monotonía capitalina que a veces me arrastra sin saber los motivos. “Hoy, si, puede ser un gran día”, me he dicho al salir del hotel, camino de no sé donde ni a donde. Tengo el presentimiento de que si doy margen a la improvisación puede pasar cualquier cosa. Me gustan las sorpresas, si bien el motivo de hallarme aquí es asistir a la inauguración de una exposición a modo de congreso dedicada al expresionismo pintureta, que es el único objetivo fijo que me he trazado. Pues hoy que ando un poco descontrolado, que pase de todo, venga ya… Un coche me pita de malos modos cuando trato de cruzar la calle. “Que no te enteras, tonteras”, me dice un “voluntarioso” testigo para echarme su parte de la bronca en el incidente, porque verdaderamente había cruzado en rojo. Reconozco que algo dormido sí iba y tenía cierta prisa por llegar al bar marítimo donde me esperaban unos amigos para tomar un buen cafelito quita resacas con un par de churros. “Pues menos mal que el reproche ha sido suave, que si no el susto hubiera sido de espanto”, he dicho a los compañeros que me esperaban con el semblante pálido. “El gran susto nos lo hemos llevado nosotros”, me dice el repelente Paquillo erigiéndose en portavoz del grupo. “Vamos, para haberte muerto……”, me espeta el muy canalla.“¿Y hoy iba a ser un gran día?”, digo mirándome con cara de pasmado delante del espejo que hay tras la barra. Bueno, pues no ha sido mas que un paso en falso, que el día no ha hecho otra que empezar. “Pues nada chicos, que siento lo mal que lo habéis pasado por mi culpa. Pero no ha ocurrido nada. ¿Qué tal si nos damos una vuelta por el Paseo Marítimo?”, les digo tras un rato de tertulia”. Al final tan sólo decide acompañarme Rafael, que los otros prefieren cumplir con sus respectivas y respectivos acompañantes” ¡Qué horror, que me he convertido en políticamente correcto!.Rafa y yo tropezamos con un viandante juerguista pasado de rosca, que no sabe que el camino más corto entre dos puntos está en la línea recta. Después nos encontramos con dos indigentes que demuestran mucha cara dura y un gran sentido del humor, muy sonrientes y sentados en el paseo rodeados de cartelitos con un vaso cada uno de ellos, donde depositar las monedas o billetes. En uno pone “Para vino”, y así sucesivamente, para “Ferrari”, “güisqui”, “vermut”, “vino”, “tabaco rubio” y “ginebra”. Por delante de estos cartelitos hay uno grande que dice: “Nosotros no engañamos”. Un turista con cara de mucha guasa y con un acento raro, les dice: “¿Mi poder sacar fotos?”. Uno de los dos, el que parece hallarse menos aletargado, le responde con su voz tono acazallada: “Que nosotros somos profesionales y a dos euros cada foto, puedes sacar todas las que quieras”. Y el hombre con acento “rarito” capta doce instantáneas. “Y ya lo ve usted, que nosotros no engañamos, somos muy serios. ¿Acepta que por nuestra parte le invitemos a un trago de vino?”. El extranjero da las gracias, bebe de la bota, se mancha la camisa, paga religiosamente y aún les deja propina sobre lo estipulado. Así todos contentos, mientras que un servidor de ustedes, con el susto del falso atropello olvidado, se lo pasaba bomba, y el amigo tampoco se acuerda.Paseamos viendo el mar en un día frío pero soleado camino del lugar donde se celebra la exposición, eso sí, sin prisas, porque aquí quien más o menos racanea lo suyo de cara a las obligaciones que nos llevan. El caso es que de repente se esconde el sol, soplan los vientos y comienzan a dejarse aparecer las espantosas visiones de rayos, relámpagos, truenos, como si del entorno truculento del conde Drácula en días de furia no contenida se tratase. Otra vez, repentinamente, sale el sol y se deja sentir un terrible silencio presagio de una catástrofe mayor. Cuando nadie se lo espera, ese silencio que no hay cuchillo que pueda cortar, se rompe, y del local expositivo sale una gran bola de fuego de donde se desprende una voz desgarrada que tan solo sabe articular la expresión ¡Ayayayayayayayayayayayaya y”. Se apaga el fuego y no hay duda. Se trata del cuadro de Eduard Munch, “El Grito”, que se asusta de verse en el espejo del hall. Se echa las manos a la cabeza el personaje del mismo y contagia a todo su entorno de un pánico draculino. La situación se mitiga un poco, cuando un héroe voluntario lo apresa y lo devuelve al Congreso, donde va a ser debatido su arte por unos especialistas un tanto banales, que se vuelven locos de atar. Al final se declaran no aptos para el análisis, si no cuentan con asesoramiento psiquiátrico al estilo de Sigmund Freud. Así que ante esta circunstancia se propone un nuevo estudio para ser presentado el año que viene en un otro congreso convocado de inmediato, porque el actual se clausura por anticipado en el aspecto académico, que los actos recreativos, para no amargar al personal se mantienen intactos. Fuera etiquetas pues, buenos baños en piscinas climatizadas, sesiones gastronómicas, bailongos, y … sea, que no podamos decir que las jornadas han sido aburridas. Al final queda claro que el Congreso se divierte, como en Madrid con los leones como guardianes. Miles de euros más o menos… ¿a quien hacen daño? Supongo que cuando Munch pintó “El Grito” y sus otras copias, el hombre no sé si pensó en el lío que iba a armar. Así lo piensa este loquillo surrealista que no supo llegar a expresionista tal y como mandan (o no?) los cánones.

MANUEL ESPAÑOL

 

 

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

UN ROMÁNTICO INCORREGIBLE

 

"Buenos días, Damián. ¿Ha sido tranquila la noche?. No, si ya nos hemos dado cuenta todos, que tienes  el mejor turno. No pongas excusas, que te conocemos, y alguna cabezada  te habrás echado pensando  en la gallina ciega". Damián es vigilante nocturno en el Museo del Prado, y amigo de Paco, quien le toma el relevo en una jornada en la que todos los personajes han vuelto a sus cuadros y ya están preparados para recibir a los miles de visitantes en un día  que se prevé multitudinario. Entre ellos hay buena camaradería y el que llega le deja un café con churros, "porque imagino que a estas horas tendrás mucho apetito. He venido bien desayunado, pero a ti te veo con cara de hipnotizado por esa gallineta que tanto te absorbe la mente. Te voy a recomendar para que te pasen a la sala de las Tres Gracias, que son mas redondas y famosas, y además no tienen ropa.... Bueno, no te enfades, que tan solo ha sido una broma. Hasta mañana". Lo cierto es que Damián, hombre próximo a entrar en la edad otoñal, llevaba cerca de tres  décadas de vigilante en El Prado, y aunque los jefes de recursos humanos le habían ofrecido cambios de turno y de ubicación a fin de no caer en el tedio,  él lo rechaza con suma cortesía. No importaba siquiera los aumentos de sueldo que significaban esos cambios. Desde el primer día que entró por esas impresionantes puertas, se sentía fascinado por la pintura del aragonés Francisco de Goya y Lucientes, y si bien era una fascinación un tanto enfermiza, como se trataba de un compañero educado y amable con todo el mundo, se hacia la vista gorda y se le mantenía en el puesto. Se llegó incluso, a practicarle una sobre vigilancia muy disimulada, y como mucho  se le veía tomar notas con bloc y bolígrafo delante del cuadro, y observaba fijamente la figura de la dama de la Pamela, tal como si la examinase hasta penetrar en su mística interior. Por lo demás, nada extraño, porque Damián cumplía exquisitamente con sus obligaciones. Pero si cumplía bien con sus obligaciones  laborales, bien es verdad que ante la "gallina ciega" no pegaba ojo durmiente, si bien por momentos los cerraba para soñar con esa mujer que en la imaginación había convertido en su amada. Treinta años con sus correspondientes 365 jornadas, a 8 horas cada una de ellas, si bien hay que descontar 104 días (dos días a la semana) más 20 de vacaciones anuales y  algunas fiestas sueltas por convenio, daban mucho de si para amar y.. hasta sentirse amado. Porque hay que decir igualmente, que muchas veces en su tiempo libre se iba a su sala favorita del Museo del Prado. Un día se fue a ver a la Mujer Duende, de un pintor italiano y en otro museo, y repitió hasta tres veces. Damián, que de vez en cuando tenia alguna discusión con su dama goyesca, algo normal en todas las parejas, se dio cuenta de que la compañera del alma se había enterado de sus andanzas, ¿quizás con intenciones adulteras?. El pobre se sintió confusamente avergonzado y prometió no cometer infidelidad alguna. A partir de ese momento se estableció un amor permanente, y él tan feliz. Vamos, que este personaje que no estaba mal plantado y era muy integro en sus pensamientos, desaprovechaba las propuestas de Ruth, compañera suya de muy buen ver y muy real, en el recorrido vigilante de las salas. La chica, que insistía e insistía una y otra vez, al final conoció a un turista alemán que le pedía información sobre una exposición próxima a donde estaba, le acompañó, y la cosa debió de ir tan bien que se olvido del obsesivo pero bueno de Damián. Ustedes lectores, lo entenderán, que para colmo nuestro amigo solo tenia ojos hacia su gallineta.

Tantos años entre las paredes del museo madrileño del Paseo de Recoletos, el protagonista de este relato, adquirió todo un culturón pictórico. Incluso recibió clases de los grandes copistas, que le insuflaron de la mejor técnica posible. Tomó para sí lo mejor de Bochelli al dar a su modelo aires de bondad, inocencia, sensibilidad, de belleza tristona; de Goya, la viveza y el dinamismo; de Rembrandt, la observación de la luz; y  si apuro aun diría que hasta registró alguna influencia de Van Gogh con expresiones que solo caben en imaginaciones alteradas.

Vivía ¿En la soledad? Nooooooo. Imposible, pues la compañía de su dama nunca le iba a faltar. De sus noches de vela y de sus sueños, tenia realizados al carboncillo alrededor de mil apuntes sacados de múltiples disecciones. Había estudiado toda la sicología aplicable, y de esta manera se convirtió, en plan autodidacta y  a su manera, en un profundo conocedor del pensamiento y del alma humana. Es por ello por lo que la asimilación de su modelo la hizo a su forma y semejanza, pero lógicamente, volcándose en su concepto de belleza.

La "gallina ciega" se llamaba de esta manera, porque llevaba puesto un antifaz hecho con pañuelo rosa de seda natural, que le tapaba la vista y que estaba enlazado por la parte posterior de su cabello negro con algunos detalles canosos. Su vestido era igualmente rosa y estaba hecho con una seda exquisita, que llegaba casi hasta los pies haciendo forma de campana. Los zapatos hacían juego con el vestido y sujetaban unos pies pequeños y encantadores. La dama de la Pamela extendía sus brazos hacia adelante, manteniendo una suave sonrisa, como buscando alcanzar  a alguien para de esta manera poder descubrir sus ojos y contemplar de nuevo el fondo de paisaje de otoño, con sus tonos rojizos, amarillentos, verdosos, con las flores de unos colores muy especiales. 

Damián estaba prendado del cuadro desde el principio y comenzó a darle vida. Sentía  pena que "su gallina" no tuviese el don de la vista. Como ya disponía de algún conocimiento pictórico, pensó en quitarle el antifaz que le vendaba la visión, y pronto se dio cuenta que el escándalo al día siguiente seria mayúsculo. Pero su preocupación creció de tal manera, que a base de clases formativas, estas calaron pronto en el los conocimientos técnicos y hasta en los psicológicos. En poco tiempo, este hombre que tenia su domicilio en el madrileño barrio de Chamberí se buscó una nave alejada del centro y en la misma se construyó un cómodo apartamento. Así le entro un furor extraordinario y ganas de hacer justicia a su dama, a plasmar como la veía, como la admiraba, a cambiarle de ropa con distintos colores, aunque siempre con una Pamela, bien entre las manos, bien sobre su cabeza, bien sobre algún elemento a su alcance. Eso si, el rostro casi siempre el mismo, aunque cambiando las expresiones, las posturas y los primeros planos. Los colores blanco, azul, rojo  verde, amarillo, gris, eran una constante en sus modelos, a quienes cambiaba de diseño y hasta llegaba a aplicar algunos aires de transparencia no exentos de ligeras dosis de picardía.

Habían pasado 20 años desde que comenzó a pintar sin ningún afán ni exhibicionista ni comercial, y prácticamente en la clandestinidad, y había reunido mas de 50 retratos de grandes dimensiones de su amada. Según el día que tuviese, Damián descubría una u otra pintura y se ponía entonces a hablar con ella. Lógicamente ni comía ni dormía, por lo que su delgadez era casi extrema. Era igual, se tenia en pie y se sentía muy feliz. No pedía mas. Sin embargo tuvo sus momentos de debilidad, y en una determinada ocasión, no se le ocurrió otra cosa que sacar varias fotos de algunos de los cuadros copiados a su manera, porque lo suyo era autentica creación. En una de sus entradas al museo en el turno de noche, de su carpeta cayeron algunas imágenes, que muy cortésmente se las recogió el propio director del Prado, quien al observarlas casi sin querer, se dio cuenta que se hallaba ante unas obras de arte, y aunque con visibles cambios con respecto al original, estaba claro de donde habían salido tales maravillas. Damián se  puso colorado como la sangre, pidió perdón por tamaña desfachatez y le rogó que no le descubriese. A don Pedro no se le ocurrió otra cosa que al vigilante que salía decirle que doblase turno. "y a usted, Damián, le ruego que venga a mi despacho a contarme todo" le dijo al trabajador a sus ordenes, quien le siguió humildemente agachando la cabeza y con miedo  ser despedido. Allí se aclaró lo acontecido a lo largo de tantos años. Después de media hora se levanto el director, le puso una mano  en el hombro y le dijo: "Querido amigo, que prefiere, un güisqui o  un gin tonic?

-No entiendo, señor.

-¿Acaso es usted abstemio?

-No del todo. Que a mi lo que me gusta s una cervecita con unas tapas muy buenas que me ponen en La Nueva. Es que si tomo otra cosa me puedo emborrachar.

-Pues no se preocupe. Vámonos a ese bar y negociemos amistosamente.

Ya en el bar:

-Usted no puede seguir trabajando en el museo. Y no me ponga esa cara tan pálida. Le aseguro un contrato infinitamente mejorado con respecto al actual, pero con la condición de que siga pintando.

-Pero don Pedro, que solo soy un copista de "La gallina ciega" que está enamorado del  personaje de Goya.

-Lo que usted ha hecho son 50 enormes obras de arte y cerca de mil joyas en  bocetos, que son impagables. Lleguemos a un acuerdo, yo le garantizo un espacio anexo al museo, donde podrá colgar y exponer sus obras actuales, muy bien remuneradas, y las que sucedan. Allí tendrá su estudio y en las proximidades le buscaremos una vivienda con la dignidad que merece

Damián alegra su cara, aunque sin hacer aspavientos, y dice en voz alta: "!Ay gallineta ciega mía. Se nos acabo la intimidad". Ya con la sonrisa en la boca y los ojos alegres, le dice a su interlocutor: "Oiga, y junto al anexo ¿no podría hacer un pequeño apartamento que estuviese comunicado con las salas de pintura¿ De esta manera seria posible por las noches hablar con mi amada, y pintaría muchas malas gallinas...

"Don Damián, es un romántico incorregible. Pues sea como usted dice".

 

MANUEL ESPAÑOL