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Mundo mágico

EL CASO DE LA ESCOBA CHIVATA

EL CASO DE LA ESCOBA CHIVATA

La tía Cuqui monta el caballo loco de Gabino (Dibujo Pablo Español)

 

 

En mi casa tengo todo tipo de artilugios,  y siempre me dice Jimena que sobran trastos. Claro, uno que es un tanto suspicaz, cada vez que ella habla creo que se refiere a mi, y me pongo en guardia. Y así empieza a armarse el gran lío. Que me levanto, oiga usted, que empiezo a cantar debajo de la ducha eso de "Mi amor loco sobre un caballo", que me acabo de inventar con letra también improvisada. Y claro, ella que en ese momento se dedica a escuchar toda ensimismada a Plácido Domingo en "Una furtiva lagrima", rompe a llorar con aires de enfado sumo, con gran susto por mi parte. Me llama destalentado, me habla casi a gritos de mi caballo loco, y con toda la guasa de la que soy capaz le contesto armónicamente que el que esta loco es mi amor por ella, que mi equino y yo vamos al trote en su búsqueda siempre que lo desee, que si quiere le canta un servidor lo de la "furtiva". Me contesta que deje en paz a su Plácido y que no le martirice. ¿A ella o a los dos?, le pregunto... Nada, que no es su día, que ella tan dada a la risa y a la broma hoy no hay por donde calmarla. Me asegura que haberle arrancado de ese momento de encantamiento musical me va a costar caro, que he asesinado líricamente al mejor tenor del mundo y me lo dice a mi, que soy tan pacifico, que si quiero guerra me pondría a tararear las canciones tirolesas de Heidi. Desde luego esta mujer mía parece a un cencerro, que no hay quien la entienda, que de repente se echa a reír y a decir que no tengo remedio cuando recién salido de la lucha (ligeramente, pero vestido, que soy muy decente, oiga) apago la música dominical y me pongo a cantar "La vaca lechera". Se me cae la poca ropa que llevo, noto que me quedo rojo como un tomate de pera maduro, me tapo gestualmentente y le digo que "hoy puede ser un gran día..." Sigue riendo y pienso que aun a pesar de que ande un poco tarara, por lo menos la prefiero de esta manera. Pero si es que en el fondo y en la superficie, ocurre que somos  tal para cual. Me dice que no me tape y le contesto que no tengo sentido del ridículo, "pero hoy un poco, si". Y ante una contestación como esta, nos hacemos los formales, ella se pone el traje de noche y yo el de Adán, de después de ser expulsado del Paraíso (maldita serpiente). Buen desayuno, y después cada uno a sus puestos, que hoy no nos veremos hasta la noche. Ella toma el volante de su "BMW", y a mi como no nos quedo dinero tras la compra del vehículo me corresponde conducir hoy la escoba mágica, un poco vieja y destartalada. Pero bueno, que después del numerito más matinal y lo que me han costado sus risas, hay que complacerla y que disfrute. Lo único que se me ocurre decir es: "No Pases de 20, cariño". Ella suelta las manos del volante, junta las palmas y me sopla un beso que parece muy apasionado. Y yo tan feliz con mi vieja escoba a la que llamo Lolita.

Lolita y yo, la realidad sea dicha, formamos una buena pareja desde tiempos inmemoriales. Y no veáis la cantidad de recorridos que llevamos juntos a través de todo el pasillo y el completo de las habitaciones. Parece que habla y por momentos se parece a Jimena, aunque no en todo. Si es que en el fondo tiene alma de mujer... Así que me da por silbarle al estilo del coche fantástico, y ella acude rauda y veloz ante mi llamada. "¿Desea algo mi amo y señor" , me dice con aire mimoso. Le respondo, igual que muchos días, que ya que somos coleguillas, que me trate de tu. Le sugiero (a mi no me gusta mandar) que me lleve allá donde se encuentra mi amigo Zambo el cantante, un tipo genial que utiliza las dos voces y pone distintas caras con "Me debes un beso, no te lo perdono". Lolita me dice que no, que Zambo es machista y muy feo. "¡Vaya, me salió la dama". Pero no le contesto adecuadamente, que luego se lo pía a Jimena. Me muerdo los labios, doy un berrido interno, y me quedo con las ganas.

- ¿Que tal Loli si nos vamos al pueblo a ver a la tia Cuqui?

- Ni hablar, que la ultima vez me hicisteis barrer toda la casa. Y mira que la tiene grande... Menos mal que no os acordasteis en esa ocasión de la cuadra.

- Ya, y aquí, como el piso no tiene mas de 100 metros cuadrados...

- Calla y dime de una vez a donde quieres ir.

- Yo no soy mas que una escoba. Y como no pienso...

- Llévame si te parece al estudio.

- Pero entraremos  por la ventana, que el portero del edificio me cae fatal. Además tan solo tiene 30 metros cuadrados y hay que limpiar menos.

- ¡Vaya mañana y todavía no hemos empezado! Me quedare en casa pues a trabajar.

- Por ahí debías haber iniciado tus propuestas. Quedémonos.

De esta manera las manecillas del reloj empiezan a dar vueltas. Apenas musito alguna tontería, la escoba Lolita (ya en la edad madura y cansina) callada y en un duermevela vigilante y chivato. De repente suena el teléfono con el tono de la "furtiva lacrima" y la voz de Plácido. Mi susto es enorme, pero al momento la alegría que me llevo es impresionante. Al otro lado la mas cariñosa voz de Jimena se hace notar. "Mi amor -me dice- ¿Podrías venir en mi ayuda? Te necesito mas que nunca. No, que a mi no me ha pasado nada, que ha sido al coche, que le han dado un golpe y ha quedado para la chatarra. Si, el BMW, ¿qué otra cosa podría ser? Por un momento creí que me iba a matar, he pensado en ti, y aquí me tienes, en la carretera del aeropuerto sin saber que hacer. ¿Vas a venir a buscarme?". En ese momento veo a Lolita con cara de pánico, pero la respuesta a mi chica es muy rápida: "Lo

 Que quieras cariño, ahora salgo".

"¡Ay escobita, escobita mágica, ¿Has escuchado?  Pues abro la ventana del salón y salimos volando. Vamos, como en los viejos tiempos". Se hace mínimamente la remolona, pero como algo me queda de brujo, obedece, paso por la Plaza de La Libertad, que ya esta iluminada con luz eléctrica, por la avenida de los Tontos Felices, les hago unos cortes de mangas a los coches inmersos en un atasco,  y canto el Himno a la Libertad, de José Antonio Labordeta. ¿He dicho libertad? En ese momento, mientras sobrevolamos el Parque de los Gobernantes Justos  a la escoba le da por estornudar y perder altura; rozamos unos arboles y a Lolita apenas le queda tiempo de decirme que me prepare para una emergencia, que se le ha roto el carburante de las narices. Me salva la rama de un árbol, que me engancha por el pantalón y que me arranca la camisa. Justo debajo de mi tengo un contenedor de basura que huele a huevos podridos. Tras una hora de vivir sin vivir en mi, caigo en el contenedor y me quedo tan solo con el teléfono, que antes del salto ha comenzado a sonar. Ya envuelto en desperdicios insoportables reconozco la voz angustiada de Jimena, que si donde estoy, que con quien me he ido, que soy un despreocupado,  así como otras lindezas. Al final puedo explicarle la situación, que voy a intentar salir, pero no sé como podré llegar a casa, que la escoba se ha destartalado y que ni con sus restos puedo tapar mis vergüenzas. Que imaginase el numerito, que con tanto huevo podrido ni el taparrabos podía encontrar.

De repente oigo la entrada de la puerta de la casa, que mi chica ya regresa mucho antes de lo previsto, que no había podido ir a sus tareas porque nuestro coche vetusto él,  se había parado sin freno ni marcha atrás a 20 minutos a pie de casa. Y yo empeñado conel BMW imaginario.  "¿Pero que haces ahí desnudo encima de la cama tapándote con las manos?" me dice y añade: "no hace ni media hora que he salido de casa y no te has movido... ¿Que dices de Lolita?, ¿Quien es esa Lolita? Tu y yo tenemos que hablar largamente. Pero.... Despiertaaaaaaaaa". Abro medianamente los ojos y no se me ocurren mas palabras que esta: ¿Bailamos?.

 

MANUEL ESPAÑOL

CARACOLES CONSTIPADOS

CARACOLES CONSTIPADOS

 

Hay días en los que tan solo se me ocurren preguntas absurdas, planteamientos de un surrealismo equivocado, respuestas disparatadas... ¿Pero como puedo ir así por la vida? Pues andando a la pata coja dispuesto a darme un porrazo, o con dos piernas desconectadas del cerebro; y me dice mi sobrino Ignacio que puedo ir en moto o submarino. Otro que no piensa convencionalmente, es decir con buen sentido, y que está tan majara como yo. "Bueno, no te enfades conmigo, chiquitín (1,90 metros), y no me tires más tomates, que además aciertas y me pones perdido, que para evitarme la bronca casera es a mi a quien le va a tocar lavar la ropa. ... ¿Que dices de mi higiene mental? Mira, pequeñajo, no me excites, no me excites, y no hagas trabajar a mis malas ideas, que no vas a poder frenar los impulsos violentos que se me están apoderando. !Carajo, otro tomatazo! Pues prepárate que voy a por ti. O no, que lo haré cuando menos te lo esperes, que mi venganza será terrible. ¡Ya vale, y no te rías mas, capullo!.
Parece que mi niño se ha calmado, lo que permitirá ir a mis reflexiones y meditaciones habituales no precisamente religiosas. ¿Qué iba a decir? ¡Ay, que la memoria me falla! Mal asunto este, que hay momentos en los que te das cuenta que te han abandonado las musas y ello coincide con el petardo de mi sobrino, que tiene la imperdonable manía de explotar a mi lado, descentrar y dejarme noqueado en el asiento viendo campanillas y estrellas por los alrededores de mi cabeza.
A veces me pregunto por mi propia memoria: "eh, destarifada, ¿donde estas?". Y me quedo tan ancho. Tengo la tentación de preguntarle a Ignacio, pero no me atrevo. El chico, que parece escuchar mis pensamientos me sopla al oído: "Pero tito Gabino de mi alma, no seas tan cándido. Te lo voy a explicar como a un niño para que lo entiendas: es un resorte humano muy importante, que viene a ser como el disco duro de un ordenador. Si tienes muchos años, como es tu caso, lo lógico es que lo que se almacena en tu cabeza sea como una gran computadora de tamaño, en la que el disco duro no repite mas que lo mismo continuamente. Es decir, muchos gigabytes de almacenamiento, pero poco contenido efectivo. Si eres mas bien tirando a joven, pero de verdad, tu mente estará mas fresca y acertada, lo que irá dejando de ti un enorme pozo de sabiduría que será fantástico si es que lo sabes manejar. Porque tío, no es lo mismo memoria que inteligencia, aunque si tienes memoria..."
Ya estamos con la puta "memo". Y servidor de usted y del cabra pirata del sobrino, que no ha entendido nada, por lo que el chiquitín me dice: "Te lo voy a explicar de manera mas sencilla, que se adapte a tus entendederas: la memoria es como un globo sin inflar, que soplas y va adquiriendo conocimientos que se almacenan desordenadamente a fin de que la inteligencia continúe con su cometido. Si no tienes inteligencia, ¿Para que sirve la memoria?" ¡Bluf, vaya elemento está hecho el tal Ignacio! Le daré veinte euros para que me deje un rato tranquilo y no me aporte sus ideas para besugos medio lelos, que o me toma el pelo desmesuradamente, y si no lo hace es que no entiendo nada. Pero el mozo no es mala persona y que para calmarme y que se me caiga la baba con él me dice eso de "mi tito10" "Pues quédate muy cerca dejo mi, pero callado si es que puedes. Si estás callado y no me molestas, cuando resuelva todos mis dilemas nos iremos a tomar caracoles a la brasa y untados al alioli, todo ello bien regado con vino tinto del Somontano". El elemento no puede contener su risa y suelta la mas sonora carcajada que uno puede imaginar, y todo ello con mi correspondiente mosqueo. Al ver mi cara agria y desesperada, me dice que no le interprete mal, que el no había articulado palabra. "bueno, pues a partir de ahora, ni risitas, ni lloros, ni vuelos de moscardones. No te preocupes, que si eres bueno la juerga llegará. Como a veces parezco tonto y soy tan infeliz (como él) le pongo otros diez euros sobre la mesa y le regalo la novela completa de Julio Verne, "La vuelta al mundo en 80 días". Y ahora a pensar...
Me pregunto que es la felicidad. No lo puedo evitar y ahora soy yo quien interrumpe las reglas del juego: "A ver Ignacio, ¿Que es para ti la felicidad?" 
La respuesta gansa de este ganso: "el disfrute de tener un tío como tu". Si será pelota este capullo...
-¿Y no me hablas de chavalas, de novias, de amigos, de padres, hermano...
-Anda, anda, que el capullo lo serás tu. Calla, levanta la cabeza, eleva tu mirada, que hoy soy yo quien invita a caracoles con estos diez últimos euros que me has dado. Los otros veinte los guardo como recuerdo. ¿Vale?
-Vale. Pero acepta también que somos dos capullos, aunque entiendo que yo más. Venga, vayamos rápidos, que si no estos animalitos se van a enfriar y no quiero caracoles constipados que luego puedan contagiarte. Aunque dicen que la baba de caracol rejuvenece…

MANUEL ESPAÑOL

 

QUIERO DÍAS DE 40 HORAS

QUIERO DÍAS DE 40 HORAS

 

Estoy que rayo en la histeria y no sería exagerado decir que la he rebasado. Pero menos mal que el humor no me falla y hasta sé que quiero emplear esa arma que es la risa, para arrojarla contra mi mismo. Que sí tengo en preparación a, ver si lo edito en breve, un libro de relatos locos, una novela, una conferencia y una obra de teatro, así como una revisión  de “Huellas imborrables”. Me quejaba de la necesidad de días de 30 horas, pero tras un contratiempo doméstico sin importancia y muy accidental que no diré en qué consiste (ella está ligeramente pochita y le han recetado reposo), me obliga a ser hombre y mujer al mismo tiempo, es decir cocinero (me gusta), limpiador (no me gusta) , comprador (me gusta de supermercados) , corredor de bolsa (bolsa de compra de un lado a otro)… El amor es maravilloso, y donde hay amor resplandece el sol. Confieso que estoy plenamente iluminado. Que sí, que se lo cuento a mi amigo Ángel Pérez Zorriquieta, que se parte de risa  y no se le ocurre otra cosa al muy pérfido, que contestarme eso de “me lo vas a decir a mi”, que también me permite el  carcajeo. Y además me veo con la responsabilidad de asomar una sonrisa permanente y natural. Dada la situación, horas al día es lo que iba a necesitar para no agobiarme en exceso. ¿Verdad que es difícil?. Pues mecachis la mar salada, que lo voy a intentar a pesar de ese kilogramo de histeria que me acecha.

Por lo pronto, trataré de escribir cada noche a mis brujitas (¿podré?), auténticas inspiradoras cuando estoy de buen humor, atender más a mis cachorros familiares a pesar de que no hacen mas que meterse conmigo. Que sí, Marya, Pino, Blanca, Sara, Elvira, Conchy, Teresa, Ana, Charo, Carmen, Silvia… que os echo en falta a todas, que sois mis fuentes de inspiración. Un día haremos una concentración brujeril y lo pasaremos bomba. Mi club de brujitas está muy abierto.

Me llama mi sobrino Pablo desde Varsovia y me da ánimos, que eso de la histeria es pasajero, pero que me prepare para más, que soy muy joven todavía para pasarlo mal. El muy cabrito… Pues que conste que me gustan las tomaduras de pelo. Le digo que a él que se le da bien, me haga una caricatura con una geisha. Me pregunta que si me gusta el té y le digo que mucho, tal y como lo hacen en Marruecos, que en mis días de estancia en ese país mágico lo tomaba con deleite a todas horas.  Le veo venir y me dice que si quiero la caricatura estaría muy bien repetir la que me hizo con la dama “japo” en kimono hace ya un tiempo, figurando la celebración de la ceremonia del té con el Fujiyama al fondo. Que cuando vuelva de vacaciones me hará varios dibujos nuevos para no repetir, que estos días está muy agobiado con los exámenes. Esperaré, que ya estoy acostumbrado a ello. Así, con este panorama, lo de la continuidad del loco surrealista está asegurada. Lo malo es que antes decía de un gramo de locura y en el momento actual es de un kilogramo. Pero lo mío no es un problema matemático, sino algo más difuso y que depende del tiempo, de ese reloj que destroza todos los planes. “¿Pero aún te trazas planes con ese panorama?”, me dice el repelente Pepito Grillo, que sin encomendarse ni a Dios ni al diablo pretende erigirse en el portavoz de mi conciencia. Pues hala, Pepito, capullo, dime cual es la fórmula de los días de 40 horas?”. Si me lo dices te forro de euros. Menos mal que eres un insecto, y en uno de mis ataques te puedo liquidar con un pulverizador.

 

MANUEL ESPAÑOL

 

MI VENTANA ES LA VUESTRA

MI VENTANA ES LA VUESTRA


Parece que el otoño se mantiene como preludio del invierno que nos espera. Pero es hermosamente bello y especial con sus colores, y también con las hojas secas caídas. Sí, me siento feliz cuando abro mi ventana, que es la vuestra, a esa naturaleza salvaje e impactante. Es cuando en las chimeneas de las casas de este Pirineo oscense comienzan a salir las señales de humo con aromas de leña quemada, de asados caseros, de brasas crujientes, mientras en las afueras del hogar suenan los cascabeles y cencerros de las ovejas que son llevadas por los pastores, mientras estamos de tertulia sentados las cadieras junto al fuego y escuchando las historias de los mayores. Poco importa que sea de día o de noche, que en mi interior mantengo y trato de exteriorizar una luz muy especial que quiero transmitir y compartir, que me permite ver a través de esta ventana, accediendo a los más bellos espectáculos multicolores de las montañas, a veces acariciadas por los sonidos del viento que anuncian descenso de las temperaturas. Dentro, el calor humano, la convivencia en armonía, o no tanta, pasando las botas o los porrones de boca en boca con ese vino que acompaña al jamón y chorizo cortados a navaja, o a las setas a la brasa, que ya es tiempo. Participo de una alegría muy especial; me levanto del asiento y oigo pasar a La Ronda de Boltaña "Adelante, que entren, que den más calor a la fiesta. Y en mi casa suena la música alegre, la musiqueta de ronda... Y los porrones se multiplican hasta el punto de que no sé si estoy a un lado o a otro de una magia que igual se manifiesta dentro o fuera, en el interior o en el exterior de la casa . Es igual, que la vida es bella, que como dicen estos montañeses, si se cae la casa se vuelve a levantar. Fuera puertas de entrada, fuera ventanas cerradas; mantengamos esa ventana mágica que es la de todos: vuestra y mía, una ventana que me gustaría estuviese en vuestros corazones.
 

 

 

EL TIEMPO PASARÁ

EL TIEMPO PASARÁ


Cuatro días de estancia en el Pirineo aragonés me han servido para cargar con grandes nubes pletóricas optimismo, de un humor que creía perdido. Esos nubarrones tan preciados han explotado en mi entorno y me han hecho feliz como hace pocos días no podía imaginar. Sí, sí, caerán paulatinamente las hojas de los calendarios, el tiempo pasará, las hojas amarillas, rojas y de un verde muy claro se posarán en los suelos de nuestras montañas, de nuestros parques y bosques. Y con los cambios de estaciones ofrecerán sus espectaculares imágenes e invitarán a momentos dedicados al recuerdo, a disfrutar de espectáculos inigualables que solo la naturaleza y los cambios climáticos nos pueden ofrecer. Mientras, las piedras permanecerán inalterables como testigos. Estos días he disfrutado de paraísos situados en los entornos de Lanuza, de Sallent de Gállego, de ese olimpo tan singular llamado Biescas, de las incitantes montañas de los alrededores de San Juan de la Peña, de su Monasterio, de Santa Cruz de la Serós, he pasado por los Mallos de Riglos y Agüero... Ya sé que no soy inmortal, pero con el simple recuerdo de de estos paisajes que conforman un armonioso todo, este ser asilvestrado y con ciertos aires de locura surrealista, tiene garantizado hasta el último suspiro unos sentimientos sumamente especiales que a veces entran por mis retinas, en otras ocasiones por el olfato, o también con el oído que se deleita con el trino de las aves y que llenan de vida mi más profundo interior.
Soy humano y me gusta compartir hasta mis debilidades por el sabor de las cosas más primarias, pero también sencillas y hermosas. Son las pequeñas cosas de la vida que día a día te inundan de sonrisas que nunca deben faltar.
Las imágenes de hoy pertenecen al entorno de Santa Cruz de la Serós y con ella he querido captar un sabor otoñal cargado también de un sentir romántico que personalmente me parece hermoso.

A TIROS CON OLOR A GÜISQUI

A TIROS CON OLOR A GÜISQUI

 

No sé qué me ocurre. Llevo dos meses con la espada de Damocles encima de mi cabeza, y eso que desde el primer día que la sentí no he parado de ir a toda velocidad con el impulso de mis piernas para ver si desestabilizo al mencionado artefacto amenazante y se va de una vez lejos de mi presencia. Estoy muy cansado. Quiero recuperar y hacer trabajar al loco surrealista y pasearle por Nueva York y las cataratas del Niágara, y no se me ocurre nada. ¿Cómo se me va a ocurrir con semejante peso sobre el bolo? En este momento me hallo en un velador cualquiera en una tarde  espléndida, tomando una cervecita acompañada de unas patatas bravas, a ver si me animo, y ahí le tengo, encima de mi cabecita loca. Y no se mueve la puñetera. ¡A ver si se la lleva un rayo bienintencionado, que me molesta!, que algo de yuyu si que me da; bueno, que algo no, bastante. Me acuerdo de mi amigo Ángel, que fue campeón de Europa de tiro de precisión, a ver si viene y me la quita de un disparo certero, pero su teléfono se halla fuera de cobertura. Y ya, con un poco de incredulidad por mi parte apelo al espíritu de Guillermo Tell, héroe de la independencia de Suiza, y en tal momento siento un chasquido resultante de un choque que marca el alejamiento de la espada. Ya sin más armas que mi sonrisa y con un grito exultante, no tengo otra cosas que decir: “Adiós, señor Damocles, hasta dentro de muchos años; gracias, amigo Guillermo”.  Por fin vuelvo a ser ese loco surrealista sin malas intenciones

En la terraza del local donde me encuentro, suena un acordeonista que me hace recordar viejas melodías con cierto aire americano: “New York New York”, “May way”…  Y ya libre de pesadumbre comienzo a tararear canciones tan bellas y evocadoras. El acordeonista me llama y me dice que le acompañe, y uno que a veces no se queda corto, le acompaña con sus evocaciones a Nueva York. Y mi mente comienza a soñar, una práctica maravillosa que me hace sentir más feliz, y recuerda ese viaje mágico de hace ya unos cuantos años, de cuando Reagan estaba en la Casa Blanca, que nos hizo disfrutar por la Costa Este de Estados Unidos y el sur de Canadá. No, que no era Reagan el que nos hacía pasarlo bien, que eso es algo que deseo aclarar. No sean mal pensados.

La verdad sea dicha, es que en un principio me negaba a hacer ese viaje, que no quería ir a América. Intentaron convencerme con que no iría a nado. Sí, sí, que mucha guasita se llevaban conmigo, y yo cada vez más empecinado. Me “vendían la moto” en el sentido de que en la ciudad de los rascacielos iríamos una noche a la ópera, y les dije que solo iría a ver la ópera de los hermanos Marx. Me dijeron que había entradas para ver a Woody Allen en concierto y en directo, y como eso ya me hizo más gracia, tomé la palabra y acepté con la condición de que me iríamos a tomar una copa y a escuchar jazz auténtico en Greenwich Village.

Y a cruzar el charco en avión, con escala en la base canadiense de Gander. A las pocas horas de llegar a la Gran Manzana ya estaba loco, algo que no es de extrañar, y más alojándonos la parte céntrica de la Quinta Avenida, no lejos de Brodway. Pata meterme en ambiente me coloqué una gorra de beisbol que me hicieron quitar inmediatamente. “Cateto, más que cateto”, es lo que me tuve que oír ide entrada. “¿No pretenderás ir así a la ópera?”. Saca traje, vístete de nuevo, y al Metropolitan. En la gran sala (allí todo es grande, aunque no todo grandioso) cantaban primeras figuras mundiales esa fantástica “Norma” de Bellini, que a mi me encanta, y que me hacía una gran ilusión, especialmente por el aria “Casta Diva” y que ya tarareaba hacia mis adentros, si bien se me escapaba algún gallo que otro. Pero no, mi gozo en un pozo, que luego me aclararon que los pases nuestros eran para el auditorio al aire libre, enorme, y que era gratis. Así que trajeado  y sudando, que no he dicho que era verano, también disfruté lo mío.

Espero volver algún día a N.Y., que la verdad sea dicha me pareció una ciudad impresionante y vanguardista, en la que aún pude disfrutar de la visión real de las Torres Gemelas. Pero como uno es un poco cabezota con sus planteamientos iniciales, me cabreé bastante cuando me dijeron que el cioncierto de Woody se había suspendido. Pero mi corta estancia estaba marcada también por esas ganas de metro y jazz. Me informaron que el metro era muy peligroso, que anduviera con mucho cuidado. Y ese sentimiento por la fruta semiprohibida me hacía estar cada vez más impaciente y con ganas. De entrada me quedé con la boca abierta al acceder a la Estación Central. Una vez acomodados en el tren con el asesoramiento de un guía local, me dediqué a no perder detalle de cuanto acontecía y veía. Ya estábamos a punto de llegar a Greenwich Village, cuando este entonces aprendiz aventajado de loco surrealista escuchaba unos ¡aaayyyyssss! tremebundos y veía gente que corría y se agolpaba muy cerca de mi posición. Sí, había presenciado una de esas cuchilladas que tanto dicen que abundan en ese entorno. Los de mi grupo tenían cara de pánico, pero no quitaban ojo, y yo que me creía un ávido periodista no se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie sobre uno de los asientos para ver mejor, eso sí, bien agarrado, que el metro, lejos de detenerse aceleró la velocidad mientras no paraban de pasar policías con porra y pistola en mano, hasta que detuvieron al agresor. Vamos, igual que en las películas, pero tan real que aún lo recuerdo con todo detalle. Y no crean que esto es broma ni que se trata de mi imaginación tan calenturienta. Tan real como la vida misma.

Ya de vuelta hacia la estación deseada, apareció un barrio marcado por las luces bohemias, por un paisaje bohemio y unos tipos bohemios. Un lugar donde no era difícil ver a Bob Dylan, Bárbara Streisand, Peter  Paul and Mary… Era lo que había soñado, visto en el cine y en las fotografías. Ahora creo que vive por ahí mi adorada Nikole Kidman. Era uno de los colofones de una noche inolvidable en un café cargado del mejor jazz, un lugar para mover los pies sin parar, que olía a güisqui y tabaco rubio.

 

MANUEL ESPAÑOL 

ENTRE MÉDICOS ANDA EL JUEGO

ENTRE MÉDICOS ANDA EL JUEGO

Tiempos ha era un niño, no malo del todo, pero sí traviesillo. Robaba fruta, fabricaba cohetes que no pasaban en su disparo vertical más de 2,00 metros, les echaba agua fría a las vecinitas. “Gamberro” me decían ante las guasas de sus padres. Sí, era un chiquitín algo asilvestrado que escapaba de los médicos, incluso de los de la familia, que tuvo su primera y por ahora única intervención quirúrgica a los 5 años (era de unas inocentes amígalas), y que entre el doctor y mi padre no hacían mas que correr detrás de mi e intentar acorralarme por la consulta, ante mi rebeldía a sentarme en el sillón anatómico. No lo dude nadie, que lo hacían por mi bien, pero en mi descargo diré que no existía la anestesia de ahora. ¿Entienden mi pataleta, verdad? Dicen que entonces, tras la operación, comencé a crecer y que de ser el proyecto de un esmirriado, pasé a 1,65 m., que no es para tanto. Lo que tenía en mi caso es un claro pánico a la profesión médica, que si algún día venía el doctor a casa, que entonces era don Joaquín (entonces el Don siempre por delante), me escapaba al patio a jugar con los de mi edad y a planear barrabasadas. Y lo nuestro rozaba el campo delictivo, aunque con aires de inocencia, porque uno de los pasatiempos favoritos era cazar lagartijas y partirlas en dos para que ambas partes fuesen autónomas; también nos dedicábamos a capar grillos. En el colegio, en las clases de Ciencias Naturaleza, nos enseñarían que eso no se debe hacer, que no es de buenas personas. Y a mi me quedó para mucho todo un complejo de culpabilidad y me dediqué a criar gusanos de seda y a pelar los árboles de hojas de morera, si bien daba de comer a unos animalitos, mataba a unos vegetales; vamos, que en mis creencias mi actitud no era entonces lo de hermana flor, hermano gorrión… Bueno, me callo, porque si no voy a descubrir lados oscuros de mi comportamiento humano de cuando no se conocían los juguetes electrónicos, ni las videoconsolas, ni por supuesto esos teléfonos móviles que algunos ya pensábamos en ellos para copiar en exámenes. Eran los tiempos en los que unos pensaban ser precisamente médicos de mayores, otros arquitectos  o ingenieros, y algunos hasta profesores como los que teníamos en clase y que a veces se mostraban con cierta violencia. Entonces pensaba que hacía falta cierta maldad para ser profesor y así castigar a los niños. Que ya entonces comenzaba a tener un cierto sentido de la solidaridad. Como había descuartizado a algunos bichos y deseaba reparar mis daños, ahora quería salvar animales y ser veterinario, si bien me sentía muy feliz cuando venía la lechera con su tartana a mi casa y nos dejaba la mercancía, para después darme un buen paseo subido a ese artefacto tirado por caballos. Dolores, que así se llamaba ella, me dijo que “tu serías un buen lechero”.

Y siendo todavía niño, un día, un médico no pudo curar a una persona muy allegada y me quedé muy mal, y así me reafirmé en un incomprensible pavor hacia una clase de profesionales, que con el paso del tiempo han merecido mi máximo respeto y por supuesto que admiración. Mi tío José, cuando trabajaba en pueblos del Pirineo y acudía a otras aldeas montado a caballo a través de paisajes nevados en invierno, igual curaba piernas rotas, que atendía partos, que le hacía la vida más llevadera a doña Eulalia a la que visitaba como galeno, pero que dada su escasez de medios le llevaba comida y ropa. Y esas cosas me gustaban tanto, que chano chano (poco a poco), como decimos en Aragón me fui congraciando con la clase médica. “Tio, ¿y todos los médicos hacen como tu?”. ”Casi todos”, me contestaba con su penetrante cariño. “Pues yo, tito, quiero ser médico, pero como tu”.

Y como los tiempos cambian a las personas, y como para ser médico había que estudiar mucho más que demasiado, cada vez me sentía más apasionado por el mundo del periodismo, al que tanto le debo,  por el mundo de la montaña, al que amo. Varios de mis grandes amigos desde los tiempos juveniles, son unos reconocidos médicos a los que me une un cariño fraternal.  Por si fiera poco tuve una medio novia que recién titulada en “medicina general y cirugía”, que me hizo apreciar más su profesión. También sucede que cuando aún no había cumplido los 40, un día me sentí aquejado de unos fuertes dolores estomacales, por lo que acudí a urgencias a un hospital de Zaragoza. Muy amablemente fui atendido por una doctora a la que le dije ser amigo de Perico, lo que le alegró bastante. Bueno, pues sucede que me dijo con amable sonrisa que “le vamos a adelantar el trabajo de mañana al amigo, así tu no pierdes tiempo y te ponemos enseguida en tratamiento. ¡Camilleros, lleven al enfermo a quirófano”. Me puse a temblar, me tranquilizó diciéndome que no me iba a operar, que me iba a practicar una endoscopia, que tuviese serenidad y sangre fría, que resultaba algo desagradable, pero que como yo era un valiente todo saldría bien. Pues no salió mal, pero tampoco bien, porque la pequeña intervención no se realizó al tirar con todas las fuerzas de la gomita que portaba la lámpara conductora, y sacarla de mi cuerpo para desesperación de la médico, que ya sin sonrisa alguna me dijo que “mañana le informaré a Perico”, por lo que me quedé en la UVI aparentemente entubado. Ya de madrugada, apareció mi amigo, me dio una conferencia sobre las bondades del tratamiento, y como me hacía siempre, logró convencerme. Aquello fue un suplicio del que me acordaré toda la vida, a pesar de que cuando me encuentro con él nos damos siempre unos abrazos muy especiales, y además caen algunas cervecitas.

Han pasado treinta años desde aquél percance, y fue precisamente hace cuatro días, cuando mi situación clínica me puso en manos de los doctores Miguel López-Franco e Isabel-López Franco. Mayor sonrisa cargada de sonrisas ni más alta profesionalidad, pude encontrar. Desde el primer momento supe que estaba en muy buenas manos, si bien me cambió la cara cuando me dijeron que debían hacerme, en principio una endoscopia, que después ya se vería. Me aseguraron que podía ser mediante una anestesia parcial, y como puse un cierto gesto, me señalaron que “si quiere lo podemos hacer con anestesia general, y ahí sí que no notará nada”. Pues bien, a los dos días acudí a la hora acordada al quirófano del Hospital Montpellier de la capital aragonesa. Todo estaba preparado, hasta mi mejor humor no exento de precaución, con lo que saludé a doctores y enfermeras, y me quedé tan relajado, que me llegó un pinchazo, y dicen que al momento me quedé profundamente dormido, tanto que me pareció despertar de nuevo un par de minutos después cuando pregunté: “¿Pero no me han hecho todavía la endoscopia?”. La carcajada fue general en todo el entorno, y empecé a reír. y con cierta voz de borrachín por los efectos de la anestesia, parece que al principio, antes de la intervención solté algún taco, algo a lo que no estoy muy habituado. Luego mis acompañantes me dijeron que mis palabras fueron que “estoy muy contento, me encuentro muy bien, esto ha sido maravilloso. pero qué guapas son las enfermeras, la doctora; don Miguel, muy buena persona y muy simpático. Olé”. Así que cuando me hallé algo recuperado y me dieron permiso para salir, gracias a las ayudas pude entrar en el coche que me trasladó a casa, no sin antes advertirme el doctor que “hoy puede comer lo que quiera, pero no tome alcohol, que eso en este momento no es bueno”. Es que después de la anestesia, la borrachera podía haber sido monumental. Las pruebas aún continuarán…

MANUEL ESPAÑOL

ALREDEDOR DE LOS RELOJES DESPISTADOS

ALREDEDOR DE LOS RELOJES DESPISTADOS

 

Estoy rodeado por el más absoluto silencio. Pero en el reloj vital suena un tic tac , tic tac, inagotable por ahora, es el reloj del tiempo de tu vida, ese que un día te dirá que se te ha acabado la hora, que viniste del polvo y al polvo vas a volver. Bueno, qué le voy a hacer, que no me imagino como una eterna momia cascarrabias y resabiada… Aunque eso sí, Señor, déjame otros 40 años más para estar en condiciones de ser por tercera vez pregonero de las Fiestas de Biescas. ¿Te acuerdas que lo prometí el pasado mes de agosto de 2015 ante cerca de mil personas a las que emplacé de nuevo para 2053 con la obligación de asistencia porque iba a pasar lista?. No me dejes mal. ¡Huy!, que no me aclaro, que a la vecina de la casa de al lado no se le ocurre otra cosa que poner a todo volumen a un renacido Lucho Gatica cantando eso de “Reloj no marques las horas” y que tanto me desespera, que prefiero al cursi de oro llamado Julio Iglesias con eso de “Yo canto a la vida, yo canto al amor”, sí, que este veterano tan travieso, tan chiquitín y con tan poquita voz, siempre dirá eso de ¡viva la vida y viva el amor! que gritaré por encima de mis fuerzas.

Pero la vecina, por más que le he enviado a través del pensamiento a mi inoportuno Pepito Grillo para que le convenciera, está decidida a consumar su vendetta de tiempos ha, de cuando rechacé su persecución y acoso empeñada en que yo debía ser su novio. Pero eso no, que mi mi ideal de belleza lo representaba alguien como mi Jimena del alma a quien todavía no había conocido. Eran los tiempos de adolescencia en los que uno es un juguetón y ve a las chicas con algo de embobamiento; que no, con algo no, bastante. ¡Ay Margarita!, que ya estoy ligeramente cabreado y ha llegado el momento de decir a este mundo traidor en el que nada es verdad y nada es mentira, que tu nombre real es el de Ceferina. Sí,  recuerdo que como mal menor uno era capaz de agarrarse a un clavo ardiendo, y tu eras como un clavo en llamas que un día dijiste “el tiempo pasará y te acordarás de mi. Ya lo creo que te acordaste, que te llegaste a casar con el pobre  Ramón (QEPD), que era un santito, y a os años viniste a vivir a la casa de al lado, bien distribuida, con buenos tabiques pero no preparados para aislar tu voz chillona. Al principio me preguntaba Jimena: “¿pero quien es esta que va con su marido y cada vez que nos cruzamos con ella no deja de sonreír y lanzarte besitos al aire? Era feliz entonces y soy muy feliz ahora, pero no me gusta estar solo y ante este silencio inoportuno llegas tu y me pones al Luchito este, y por si fuera poco eso de “El tiempo pasará”, de la película “Casablanca”. ¡Ay! Cómo te aprendiste mis puntos débiles, mi locura surrealista de cuando estoy en momentos bajos. Cuánto echo en falta al pobre de tu marido, que sabía contener tus ímpetus y se ha ido demasiado pronto. Como no tienes con quien meterte, has querido hacerte amiga de mi chica para sonsacarle aspectos de nuestra vida, pero como te has estrellado contra un frontón, tu que eres más dura que el acero y tozuda… No, no diré el pueblo para que no se cabreen conmigo. Sí que cuando barruntas que estoy solo me chillas a los  oídos, al tontín de Gabinito al que tanto martirizabas y a ratos enloquecías. Ceferina, y repito lo de Ceferina, ahora no me enloqueces, que desde que encaucé mi vida amorosa no tengo ojos más que para…, no tengo corazón más que para…. Bueno, que tampoco voy a precisar, que se luego cotillea todo y se ponen en marcha todos los relojes acosadores. Que ahora se paren todos los “tic tac” menos uno, el de la vida. ¿Me harás caso, Señor? Que quiero ser loco surrealista durante muchos años, que cada expresión mía y de los demás se entienda con una sonrisa y un canto a la vida. Recuerda que a pesar de mi edad soy  un eterno aprendiz de ser humano y es tanto lo que debo aprender… acuérdate que dentro de 38 años tengo una cita en Biescas. Y si me das una propinita, mucho mejor, que todos contentos menos Ceferina, que es mala.

 

MANUEL ESPAÑOL