Blogia
Mundo mágico

Historias de un loco surrealista

¡QUÉ NOCHE LA DE AQUÉL DIA!

¡QUÉ NOCHE LA DE AQUÉL DIA!

¡Qué noche la de aquél día! No. No es que me haya metido en mi hora nostálgica y recuerde esos años en los que sin consideración alguna me atacó la “beatlemanía” que todavía permanece en mi a través de los discos, que tengo todos. El caso es que me gusta mirar de frente y hacia el futuro a pesar de mi edad bastante adulta, aunque de vez en cuando me acuda algún ramalazo de soñar con el pasado. No es esta la situación,  que la realidad es que ando metido de lleno en el presente. Así que voy a contaros que esta mañana, un momento antes de levantarme sin acabar de abrir los ojos del todo, me hallaba de lo más alegre. Ha ido pasando minuto tras minuto a lo largo de todo un día, y sí, consecuentemente en estos momentos me acerco a la hora bruja y sonrío, que algo de brujo ya tengo. Así que deseo que cuando me entregue en los brazos de Morfeo, si es que me deja Jimena, que nunca para con sus confidencias a altas horas, la noche sea dulce. Pero claro, no puedo olvidar un despertar placentero, por lo que es probable que de vez en cuando haga efectiva la exclamación “¡Qué noche la de aquel día!”. Para empezar diré que lo normal es que duerma casi de un tirón mis ocho horas y sin lapsus apenas, que alejado de las pesadillas, sueño muchas veces cosas extrañamente bellas y sin cabeza. Pero lo de hoy ha sido especial, y por favor, no os riáis de este loco surrealista que en sueños nunca puede controlar la consciencia. Así sucede que, antes de sonar el estúpido del despertador, yo era feliz en un revolcón bastante raro, pero continuo, con una fémina a quien no veía la cara, pero que me producía sensaciones muy revolucionadas. ¡Vaya par de senos polivalentes! ¡Pero a qué barbaridades me invitaba la señora en cuestión!. Que el nene quiere teta, pues teta que me daba, que las suyas no daban leche. Me decía: “ahora un poquito con sabor a naranja”, y ¡vaya trago! Me hizo probar cerveza y aquello me gustó más, y también vinos Somontano gran reserva. Tan ilusionado me hallaba que le dije que “antes tomaba muchos gintonics con ginebra Befeeter . ¿Podrías darme un buen chorrito?”. Y Jimena me mueve y me grita: “Pero Gabino, ¿qué te pasa que estás tan alborotado?”. “Nada encanto –le respondo-, que me has despertado y tengo ganas de ir al baño a hacer pis”. Vuelvo y trato de acostarme de nuevo a ver si continúo con el sueño, pero no hay manera, que doy vueltas y más vueltas ante la desesperación de mi mujer, que ya se ha levantado a preparar el desayuno, y nada más llegar al dormitorio ha dado comienzo una pelea no demasiado violenta, puesto que que a fin de sacarme definitivamente de la cama, quita violentamente la ropa de la misma, y con el frío que hace, ya que no han encendido todavía la calefacción, me arranco, me abrazo a ella y le pregunto. “¿Mi amor, podrías prepararme un gintonic  con Befeeter?”. Me dice que si estoy más loco todavía. “Anda, locuela…”, por lo que dicho esto me aparta y se separa de mi a fin de que tome el desayuno que me ha preparado sin colesterol, mientras ella se prepara un par de huevos fritos con tocino, porque dice que no tiene problemas, que está muy buena. Si lo sabré yo…, que como ella no hay nadie. Se lo digo y Jimena, ya más relajada con su vino tinto y los huevos bien hechos y con puntillas, me pregunta. “¿Pero qué te ha pasado esta noche?”. Y yo, con una sonrisa inicial beatífica, como quien no rompe un plato jamás, le digo que cual es el motivo de su pregunta. Me aclara que me he movido mucho en ese horario nocturno, que no hacía mas que decir “mía, mía, más cerveza, y ahora vino, más, más…”, y que de vez en cuando le daba alguna caricia a ella. “Y ahora, dime, Gabino, ¿con quien soñabas?”. Mi respuesta: ¿Pero con quien voy a soñar, mi vidita? Sólo contigo.” .

-¿Entonces por qué me has llamado Victoria?

_ Supongo que habré dicho Victoria, porque pensaba que me ibas a dar de mamar gintonic. Por eso, ¡¡¡¡¡Victoria!!!!. Mujer, es un sueño nada más.

:-Pues eres más tonto… que por un sueño no me iba a molestar, y más viniendo de ti. Y no me río más porque no puedo. Y otra vez no me llames Victoria.

Llega la hora de salir de casa y ante su pregunta casi inquisitorial le respondo que he quedado con Miguel a fin de que que me de datos para un reportaje sobre la fabricación de la seda natural a través del inicio del proceso con los gusanos. Como no traga del todo, le digo igualmente que iré a ver a la tía Cuqui, que recién llegada del pueblo iba a pasar dos días en Zaragoza en casa de unas amigas que me han invitado a almorzar para que les cuente chismes. “Ahora dime la verdad, ¿con quien vas a comer hoy tus judiones con oreja y los huevos rotos que gritabas por la noche?”. “Jimena, ya no puedo más –le contesto con el tono más alto..- Eres una bruja que siempre acierta. ¿Y yo he dicho en sueños brujita mía que iba a comer todo eso?”. Su respuesta: “Eres más infeliz… que como tu tampoco hay nadie. No, no me lo has dicho. Lo que ocurre es que también tengo mis artimañas para sacarte esas cosas?”.

 _Anda, guapa, dime pues todo lo que he soñado…

_ Tu sabrás. Yo he dormido de un tirón.

Ahora ya no lo puedo disimular, es me queda una cara de gili total. Pero ella es muy lista y tiene tanto sentido del humor como yo, que me dice le acompañe de nuevo a la cocina, donde me esperan un par de huevos fritos con tocino, produciéndose simultáneamente unas carcajadas monumentales, que solo se fan en una casa donde nadie se aburre.

Cuando me oigáis decir “¡Qué noche la de aquel día”, ya sabéis a lo que me refiero, Y no seáis mal pensados.

 

MANUEL ESPAÑOL

EN 2015 MORCILLA PARA TODOS

EN 2015 MORCILLA PARA TODOS

“¡Huy que frío hace ahí fuera. Ni una nube, pero la temperatura es baja y  por si fuera poco sopla un viento pelón!”. Me he levantado hace un momento y al asomarme a la ventana no he podido reprimir esa exclamación, que ha interrumpido a Jimena de su dulce sueño. Muy dulce tenía que ser, y no sé si intervenía yo en el mismo, porque me ha mandado callar no con muy buen genio. Como soy algo persistente, le digo: “pero mi vida, es que además, el termómetro de “Vientozaragoza” señala un grado bajo cero. Me gusta tu calor y que me lo cotagies…” “Lo que vas a hacer es meterte en la ducha, espabilarte e ir preparando el desayuno para los dos”, corta mi medio limón. Ella se queda tan tranquila y feliz como una perdiz riéndose para sus adentros y yo empiezo a mosquearme. Pues si se creía que lo iba hacer todo en silencio, es que va buena, por lo que me pongo a cantar el brindis de La Traviata, con esa voz que Dios me dio y que despierta del todo a la bella durmiente, que se sube a la moto de la casa dándole por poner las cosas en orden, hasta a mi, y ahí no hay quien la pare. Por lo  menos, ya calladito, preparo el desayuno, consistente en zumo de naranja, unas barritas de pan tostado, con aceite, ajo, tomate y jamón, y un café con leche. Quiero establecer la paz en casa no sin un poco de guerra, y le comento: “querida, encanto, estás cada día más guapa. ¡Ayayayay si la quiero a ella… muuuaakkk!”. “Estás desconocido, ahora sí que te pareces al hombre con el que soñaba cuando me has despertado”, me dice. De esta manera, mi mosqueo va en aumento, hasta el punto de que para no enfadarme en exceso me asegura: “qué tonto es mi chico, pero con quien iba a soñar si no era contigo, con lo feliz que me tienes aunque a veces me tortures, provocador, más que provocador” El caso es que después de esto empiezo a creérmelo, se me enciende una lucecita y me doy cuenta que es el último día del año, que comienzo a sentirme alegre y que tengo el cuerpo de jota, que empiezo a bailar sólo por la casa, y la otra a partirse de risa de las tonterías que hago, que por cierto, es algo que se me da muy bien. Así que recién desayunados le digo a Jimena que “no es bueno que Gabino baile solo”, por lo que pongo un disco de tangos con la voz de Carlitos Gardel. La miro de frente con aire desafiador y como no tengo sombrero ni pañuelo para poner al cuello, ni un clavel en el ojal, lo soluciono colocándome una gorra visera y una bufanda; la voy a agarrar por la cintura, y ella vuelve a reírse de mi. “Si vieras la pinta que tienes con ese atuendo y en pijama…. Voy a mirarme ante el espejo y debo reconocer que ella tiene razón, como casi siempre, por lo que termino de vestirme y finalmente me pongo el abrigo. Como en mi casa no hay secretos, tras preguntarme qué pienso hacer vestido de calle, le digo que “como hoy es fin de año, por una vez a lo largo de 365 días, impondré mi voluntad”. “Pero cariño, ¿cuál es ahora tu voluntad?”, me contesta.

_ Mira que eres pesada, hermosa. De las 24 horas que tiene el día controlas hasta mis sueños, que siempre sueño con los angelitos.

_¿Y desde cuando los ángeles tienen sexo?

_ ¿Queeee?

_ Te has puesto colorado. Tu y yo tenemos que hablar muy seriamente.

_ ¿No te importa que me vaya a dar una vuelta por el Ebro?

_ Con cuidado, pero vete. Mira por donde vas, que el río está muy crecido, y no te vayas a caer… Anda, que me voy contigo.

_ Jimena, que no puede ser, que he quedado con Pedro, un buen médico que tu ya conoces bien, muy buena persona, muy serio y muy formal.

_Si es lo que tu dices te aburrirás mucho, con lo que eres. ¿De qué hablaréis?

_ Pero Jimena, ¿hasta en eso me controlas? Y yo que sé. Del tiempo que hace que no tomamos un vino juntos, de nuestra época más castigadora cuando un servidor no te conocía y … ¡Deja ya de marearme!

_ Gabino, Gabino, que estás un poco irascible, que lo que quiero es que disfrutes. Que ya me contarás a la vuelta…

_ ¡Ya!... No, si el amigo es majo y a veces se siente muy protector. Daremos un paseo hasta el azud y luego volveremos por el puente de Santiago y la Plaza del Pilar, para tomar por allí el aperitivo, unas olivitas y un vasito de vino.

Y Jimena, con mucha ironía, me deja partir no sin antes decir que sí se mostraba convencida de lo que le decía, que  si salía con Pedro, como galeno que es, cuidaría de mi salud. Aún tengo la caradura de decirle que “no te preocupes, lo malo de este mozo es de los que te aseguran que en el plato, hay comer sano, cantidad escasa y un par de sorbitos de vino”. Al cerrar la puerta, la cínica de mi mujer (o soy yo el cínico?) suelta una carcajada monumental, que no sólo me llega a mi, sino a los vecinos del primer piso. La realidad es que yo también estoy con bastante guasa, y que ninguno de los dos estábamos engañados. Así que a la calle a hacer mi santa voluntad sin marcaje oficial ¡guaaauuuu!.

Como hacía mucho que no nos veíamos, Pedro y yo poco después nos damos un fuerte abrazo acompañado de buenas palmadas mutuas en la espalda ante las miradas un tanto sospechosas y confundidas de otros especímenes muy masculinos ellos. Que sí, que lo pasamos muy bien por la ribera izquierda del Ebro, que se presenta muy animada: chicas de buen ver corriendo teniendo como testigos a dos viejos verdes, pescadores de barbos, grupos de la tercera edad practicando senderismo, jóvenes parejas haciéndose sus arrumacos, y el río, bien es verdad que bastante y hermosamente crecido. Lo malo de Pedro es que se trata de un hombre con tendencias a recordar en exceso y a veces hay que cortarle casi de raíz para sacarle después sus mejores esencias; que si cuando teníamos menos años y jugábamos al tenis llegamos a batir el récord del mundo de permanencia en pista, con 72 horas, que me pasó por delante mis travesuras de esas fechas cuando todo uniformado de blanco y con chándal blanco, Antonio y yo nos escapamos a la verbena que se celebraba cerca  de las pistas y tuvo que venir a buscarnos el entrenador, que si… “Ya vale de recuerdos”, le dije. “Vamos a disfrutar del presente, que lo estamos escribiendo ahora”. El otro me da la razón y como cuando está con ganas hay que atarle corto, olvida su condición de médico y me dice que me lleva a un garito “donde comerás unas morcillas bajas en colesterol y unos callos desgrasados...”. Qué contentico me pongo, que el estómago lo agradece y la salud mental se cura de la represión que producen las privaciones.

Y yo tan alegre, que esta vez ni de vino ni de cervezas nos quedamos cortos, con lo cual llego a casa tan sonriente acompañado del amigo y cantando a dúo eso de “desde Santurce a Bilbao…..! Y Jimena, que tiene el oído fino, nos recibe en la puerta. “Pasad, pasad. Pedro, entra que también estás en tu casa”. Ante tamaña hospitalidad no puedo hacer otra cosa que expandirme con ganas: “Cariño, saca unos vasos y pon aperitivo, que Pedrito y yo venimos con apetito”. Ella, con toda su ironía nos saca “agua sin alcohol” y tomate con cebolla de Fuentes de Ebro. Ante semejante guasa, al final confesamos nuestras fechorías. “¿Así que morcillas sin colesterol y callos desgrasados? Pues me habéis fastidiado, que ya contaba con que la última ronda la acabarías aquí y había preparado unas morcillas por las que tanto lloras todos los días. Tenía preparado el cava en la nevera y para picar unas morcillas para que las tomaseis con vino tinto”. Mi reacción es inmediata, que a veces tengo buenos reflejos, ya que como no íbamos a coincidir con el amigo en la transición de la noche, adelantamos un brindis muy particular y con aire muy festivo: “Que en 2015 haya morcilla para todos”.

 

MANUEL ESPAÑOL

LAS VACAS TIENEN CUERNOS

LAS VACAS TIENEN CUERNOS

Dedicado a mi sobrino Javier Hernando Galve

Arturo es un sobrino muy especial. Aún recuerdo cuando tenía poco menos de un añito y yo no paraba de decirle tonterías, bailar zapateados, hacer gestos extraños con las manos, taparme los ojos y hacer como que no le veía. Todo ello no tenía mas que una finalidad: arrancarle una sonrisa, o risa, o lo que sea que pareciese le hacía gracia, que a las palabras de agradecimiento no había llegado todavía: “¿Cómo hacen las vaquitas? Muuuuuuuu”; “¿y los cerditos? Gohgohgoh”; “¿Y los corderitos? Beeeeeee”; “¿Y los perritos? Guau, guau, guau…“¿Por donde ponen los huevos las gallinas?, ¿quién se los come después…?  jeje, el tío. A ver, monín, un besito para el tíoooo”. La de tonterías que hice y dije por ese niño y los numeritos que montaba a la luz del sol y de las estrellas por las calles y plazas públicas. Y cuando imitaba malamente al toro y a la vaca poniendo los dedos índices por delante de la cabeza, hasta se ponía a llorar para disgusto de sus padres que a veces, infelices ellos, me encargaban de su custodia. Cómo era Arturito entonces (hoy El Supermaño Genial), que harto de que no me hiciese caso, cuando estábamos solos le daba un corte de mangas y entonces sí le daba por reír. ¡Qué cabrito! ¿A quien se iba pareciendo el niño? Está claro que señalaba hacia una dirección concreta. Desde luego la compañía de su tío Gabino no parecía muy recomendable. ¡Ay…..  y siempre haciendo el mono. Listo, en todas épocas de su vida, lo ha sido este chico. Y los animales tienen en él a un ángel protector, si bien a algunos les tiene miedo todavía. Desde que fue adquiriendo uso de razón, en el paisaje urbano no había gatos ni perros que no fueran objeto de sus caricias. Hoy le gustan más las gatas, pero un poco mayores y cariñosas. Guapo chico alto, preferencia de las nenas que le ponen miradas tiernas.

Han pasado más de veinte años desde entonces, desde que empecé a hacer y a decir tonterías delante de él, y si bien eso no se me ha dado mal del todo, (no sé ahora quien de los dos es más gili) fue y continúa siendo igualmente un chico responsable y muy preparado para desarrollar una intensa vida profesional. Lo malo es que trabaja siempre que el “Plan Rajoy” se lo autoriza, lo que le permite igualmente desarrollar sus aficiones, digamos que artísticas y hasta filantrópicas. Es un gran imitador de voces y tiene chispa, hasta el punto de que dadas sus ocurrencias, más de una vez he estado tentado de proponerle formar pareja artística, algo que tampoco tardé demasiado y se lo solté a bocajarro. Mi papel sería el de entrevistador directo y con estilete, y él representaría a nuestras víctimas propiciatorias. De esta manera se podrían sacar a relucir las caras más frívolas y también las más serias y hasta amables de políticos, científicos, intelectuales, futbolistas, toreros y demás gente del famoseo elegante y hasta del que pasa de cama en cama. ¿Ustedes se imaginan al actual presidente del Gobierno en plan gracioso?, ¿a Belén Esteban hablando de literatura? A partir de ya, lanzo en firme mi propuesta: “Buscamos manager para hacer bolos”. Que más vale estar ligeramente locos que exhibir una cara de asco  ante lo que alguien llama dosis de realismo, “realismo chiripitiflaútico”, que dice el chico. Sí, sí, Arturo, que haremos nuestro Parlamento y sin miedo escénico, que así se podrán enterar Sus Señorías delo que es bueno con las verdades por delante y sin ningún recato.

“Tío, que sólo soy imitador aficionado por el momento, que no he pensado ser político, que no quiero que se metan con mi familia”, me dice el Supermaño Genial. “Mira a ver si me encuentras un empleo en la radio, que si es necesario me pongo a cantar imitando a Plácido Domingo”….  “No, que los ciudadanos no se merecen tamaño castigo”, le respondo para preguntarle a continuación si sabría hacer una imitación creíble de un enfrentamiento verbal entre don Mariano y Pablo Iglesias, Y él que a veces tiene más sentido común que su tío, me dice: “Capaz, sí. Pero será mejor que cambiemos de tema, que como sigamos de esta manera acabamos los dos esposados camino de le residencia estatal de Manzanares del Real, si bien dicen que ahí hay muy buenos chorizos”.

Le digo que para hacer un cálculo de nuestras posibilidades artísticas, se haga pasar por Rajoy y que para ello llamemos a Telesforo, amigo de mi primo Marcelo, que “como no pasemos con este la prueba –digo todo lo serio que soy capaz-, me da la impresión de que no tenemos mucho futuro”. Arturo acepta el reto sin rechistar:

-Don Teles, soy el presidente del Gobierno, y uno de mis asesores de Moncloa me ha dado su número de teléfono. Quiero saber qué opinan los españoles sobre mi trabajo y…

_ ¿Qué trabajo ha dicho usted?

_ El mío. Mire usted, le repito que soy el presidente del Gobierno y…

_¿Pero usted trabaja?. Si le veo siempre cabreado e insultándose con un tal Sánchez y besándose con una tal Ángela Merkel. ¿A eso le llama trabajar?

_Es que eso que ha dicho, señor Teles…

_No me haga más poca cosa de lo que soy, que me llamo Telesforo.

_Oiga, que lo digo así para ser más cercano y para inspirar mayor confianza.

_Señor Marianico, que prefiero me llame por el primer apellido.

_¿Y cual es?

_Aguirregomozkortaonaindía.

_¿Cómo ha dicho?

_Oiga, que para ser presidente del  Gobierno usted no entiende nada.

_Me da la impresión de que no me han puesto con el teléfono correcto.

_Arturo, que a partir de hoy habrá que quitarte el sobrenombre de Supermaño Genial, que te has confundido al marcar, que soy tu padre, que ya no conoces ni a tu papá. A todo esto, ¿qué querías hijo?

_Nada papi, que te quiero, que no le cuentes a nadie esto. Ni a madre, que por si fuera poco me iba a llamar tonto.

Y tras esta frustrada conversación telefónica que nos quita las ganas de ser titiriteros de las palabras, lo que sé es que Paco terminó con estas palabras: “No, si este chico cada día está más majara, y a pasos agigantados se va pareciendo a mi cuñado Gabino. Me da la impresión de que no se hacen buena compañía, aunque ¿quién sabe?, que cuando se les ve juntos no les oigo más que risas. Ja ja ja ja ja ja”.

Joé con el cuñadísimo y… ¡qué tontín fui serviloco de mi al confundirme con el marcaje del número indebido.

“Gabino, que me metes en cada lío… Así, uno tras otro”. Claro que el chico también tiene otros recursos para hacer el mono, que aquí no se acaban las cosas, que aún le recuerdo su reciente estancia en Biescas, donde le llevé con toda la ilusión del mundo. Yo quería que se oxigenase el cuerpo, que apreciase la inmensidad de la naturaleza, esa obra maravillosa incapaz de ser igualada por el ser humano. Vamos, que deseaba compartir con él las maravillas de mi pueblo, él condenado durante buena parte de su existencia a los ambientes más recalcitrantemente urbanitas. “Mira, Arturo, por aquí, por estos campos, robaba la fruta tu tío cuando era niño, por esa cuesta subía siempre con el caballo de la casa, en esa viña nos dedicábamos los amigos a fabricar petardos de nuestra cosecha”. De repente se paró de una forma incomprensible para mi. “¡Quieto, quieto, para…!”, me dijo gritando. “¡Miraaaaaaa!, señalaba al frente con los ojos abiertos como platos. La verdad es que no lejos precisamente, se veían unas vacas con buenos cuernos y bastante largos, pero realmente pacíficas. Traté de tranquilizarle: “Mira, son las vacas que dan leche, y algunas de ellas están preñadas, mientras luego vienen los vaqueros a ordeñarlas y sacarles la leche, sí esa leche que te tomas todos los días en casa directamente del tetrabrik “. “Bueno, lo de la leche ya lo sabía, que viene de las vacas y hasta de las cabras, que tu debes de tomar de esta última, que estás como esos animalitos”. Pero, qué joío el niño, de manera que quiero enseñarle y me toma el pelo de mala forma. Así que como venganza le lancé una pregunta intencionada para intentar hacerme el valiente: “¿Quieres verme ordeñar? Que eso ya lo hice años atrás”. Le dio tal risa que accedió a ello, si bien cuando  el animal ya estaba a mi alcance, noté que se ponía nervioso, que le cambiaba el color de la cara, y pálido él no acertó más que una palabra: “¡Tíooooooo”, acompañada de gestos para que me fuera del lugar, cosa que hice no sin antes pasarle a una vaca grande la mano por el lomo. Todo sonriente y tranquilo llegué hasta donde estaba él, y le propuse acercarnos un poco más para sacarle unas fotos junto al rebaño. “Ponte al lado de esta vaquita”, le dije. “No…..”. “Pero si has visto que no hace nada”, le insistí. Y su razonamiento era que “tiene una boca muy grande, y como le de por morder…”

Como no había nada que hacer, decidimos dar la vuelta, si bien antes pasamos por un pueblo muy cercano con corrales de gallinas a la vista. Ese espectáculo le encantó, que los gallináceos más cercanos que había visto hasta el momento, procedían de esas granjas que les llevan a visitar a los niños de los colegios. Eran gallinas enormes y ponedoras, acompañadas de un gallo mayor todavía y elegantemente erguido. “Gabino, mañana me compraré un libro para saber más de las gallinas, para saber qué hace el gallo ante tanta hembra….”. Eso, eso, que me había gustado este último planteamiento. A mi, que me lo expliquen.

 

MANUEL ESPAÑOL

LA CABEZA EN EL MICROONDAS Y A CABALLO

LA CABEZA EN EL MICROONDAS Y A CABALLO

 

“Mira que eres cabezudo”, me dice Cuqui, quien añade que “te empeñas en atravesar un muro de ladrillo reforzado con un espesor de un centímetro de cemento a cada lado, y además lo consigues, y no con la fuerza de tu mente”. .Hacía tiempo que no mantenía un… llamémosle, intercambio de ideas disparatadas acompañadas de suaves descalificaciones, con una persona tan querida como mi tía, que sabe muy  bien de la chufla que siempre me acompaña y que en el fondo le gusta que le tome el pelo, sabedora de que también tiene mucho de provocadora. Y ella, que me excita con su verborrea agotadora cuando en el fondo soy más inocente que un monaguillo primerizo, no para de reprocharme que no hace demasiados días le quitase el caballo blanco que tanto me gusta, y me fuese alegremente por esos campos bendecidos por Dios y castigados por el diablo. “Ay, qué destalentado eres” , me señalaba con el dedo acusador, mientras me decía que “tu, que eres mi sobrino favorito, algún día me vas a dar un disgusto muy serio, que tu primo Marcelo, quien tanto te admira, ya me lo advertía asustado. Aseguraba que cuando te vio con su mujer en Madrid (todavía vivían en pecado, pues no se habían casado), habías estado hablando con ellos y te reías con el hombre invisible, con la cabra mecánica, con los guerreros de Vietnam, y con las calaveras cantarinas, que cantabas y bailabas sólo unas jotas que luego te jaleaban con aplausos y hasta con alguna moneda. Vamos, que te dedicaste a hacer el oso en la Puerta del Sol”. “¿Y te crees todo lo que dicen de mi?”, le contesté. “Tanto es así que algún día me contarán que has metido la cabeza en el microondas para ver si se te descongelaban esas ideas que aún llevas metidas dentro. Y me lo creeré”. “No te preocupes, que antes haré testamento y mis sesitos serán para ti, que te los comas en su jugo, bien calientes”. Y el diálogo para besugos continuó:

“No sé si reír o llorar, o enfadarme en serio…” me dijo ella".”Pues ríe  y piensa que tienes a un sobrino casi tan loco como tu…

TC._ Encima, vienes a mi casa, me quitas el caballo y me insultas…

G._ Vamos por partes y déjame que te explique. Que el caballo me dijiste lo podía considerar mío, que el cuadrúpedo más guapo era para el sobrino más guapo.

TC._ ¿Y tu te crees el más guapo?.

A raíz de esta última cuestión pensé hacia mis adentros que ya la había enredado. “Por supuesto que jamás me lo he creído” le respondí tan mimosín como soy capaz. “Quiero explicarte –le dije- que el otro día vi a “Conquistador” en el campo junto a la cuadra, tan limpio, con un pelo reluciente, con una mirada tan serena y cariñosa, que no pude evitar decirle con unas palabras que él entendió en una rápida comunicación entre nosotros, se arrodilló en el suelo, me subí encima de él, y nos fuimos trotando por los caminos cercanos al pueblo. ¡Qué bien lo pasamos los dos!”. Cuqui, con cara de extrañeza al serle contada mi versión, toda muy seria, me preguntó extrañada si no me había caído. “Al menos -aseguraba con cordura- podías haber puesto la silla de montar”. No, aquél día no me caí, y reconozco que “Conquistador” se había portado maravillosamente y quería compensarle, de tal manera de que ya de vuelta, a la puerta de un bar le solicité al camarero que sacase dos cervezas. “¿Tanta sed tienes?”, me dijo el espabilado de él, y casi de inmediato le contesté que una era para el animal y otra para mi, si bien como soy muy cariñoso y noble con los cuadrúpedos y demás seres vivos ¿irracionales? , jamás se me hubiese ocurrido darle la más mínima gota de alcohol, eso sí, un par de terrones de azúcar me los agradeció con un lengüetazo en toda la cara. ¡Ay la lengua del caballo!, ¡qué besos tan bestias y qué nobles!. Y yo tan feliz.

Con las explicaciones, Cuqui relajaba el semblante, pero no para de preguntar:  “¿Y eso de que hablabas con el hombre invisible y la cabra mecánica en Madrid?”. Joé con el Marcelo, que cuando le da por inventar no tiene la menor decencia .Y eso que le va bien la vida, que coincidió en Alemania con una niña muy mona, aprendieron a hacer salchichas “Merkel” y ahora se están forrando. Joé, joé con el tonto que hace tontear, que entre salchichas y salchichas hicieron él y su pareja escala en Madrid para probar suerte en el arte de la comedia popular, que fueron estatuas vivientes, que formaron también como pareja artística “Micky Mouse y Minnie”, que además de la industria cárnica, se montaron en el pueblo un café concierto en el que son las estrellas y donde tratan de hacer tributo a Manolo Escobar e Isabel Pantoja. Menos mal que no le da por tocar la trompeta, instrumento que aprendió de las enseñanzas de una tribu de nómadas.

“Que Marcelo no miente, Gabino. Cuenta, cuenta…”. Y claro tuve que decirle que de lo que se trataba era de poner en marcha un experimento periodístico. ¿Qué me podían explicar los invisibles desde su punto de vista? Si les di la oportunidad de que se expresaran, y algunos hablaron hasta del Gobierno, y no para bien precisamente. Uno de los invisibles me contó que cuando había recepciones al Cuerpo Diplomático en el Palacio Real, así como a otros jefes de Estado, se ponía a saludar con la mano, “pero al ser invisible no me ponían cara”, dijo Paquitín. Y la cabra mecánica era divertidísima con su dentadura que suena a castañuelas. Y anda, los guerreros de Vietnam, con cara de estar dispuestos a darte un susto. Que las declaraciones de todos estos personajes me las reservo para otro día en el que esté tan pirado como hoy.

Tan distendida estaba finalmente tía Cuqui, que no se le ocurrió otra cosa que decir  con esa sonrisa suya tan contagiosa eso de “ay mi sobrino favorito, tan chiquitín y tan majo él. Y no me metas la cabeza en el microondas, no me asustes, que cuando te pones eres tan tremendo que no hay quien te iguale. Que estás más loco que la cabra mecánica”. “Y tu?”, le contesté. “Yo, más todavía”. Las carcajadas fueron  tan sonoras que aún suenan sus ecos por el entorno. En medio de unos abrazos tan sinceramente hermosos, quedó firmada la paz de esta manera, había que preparar un menú especial para la ocasión. Y como en uno de esos saludos matinales que nos hacemos todos los días aunque sea a través del teléfono ya le había solicitado un cordero lechal asado con patatas panadera, la muy cuca lo tenía preparado para poner al horno. EL marmitako también estaba casi a punto, y olía…. Faltaba el cava para brindar por los que necesitan pasarlo bien ante la dureza de la vida, y una mezcla de recuerdos tristes, pero también celebrar con auténticos deseos de amor por la existencia. Como por una de esas extrañezas de la vida no se disponía en casa de ese vino espumoso tan especial, decidimos sustituirlo por un vermú casero, del que algún día pienso hacerme con la fórmula. No, en esta ocasión no apareció el endocrino, con quien he quedado para hacernos un homenaje privado y sin testigos, que él también es algo pecador y sabe proponérselo.

Y ahora un traguito por los amigos que no han podido venir, glub, glub, y adentro. Este es para ti, Cuqui, pues este otro es para ti, Gabino. ¿Y para tío Tan? Otro. Somos tan generosos que nos acordamos de toda la familia, de los amigos, hasta de las intenciones del Gobierno. ¿He dicho Gobierno? No…., que por ellos no brindamos, que antes de eso pasaremos por el Congreso, Senado y Parlamentos de las Comunidades Autónomas, a dejarles buenas dosis de oxitocina, que las necesitan más que nosotros. Que hasta que Pedro Sánchez y Soraya Sáenz de Santamaría no se miren tiernamente a los ojos, no pararemos. Y en eso, mi tía aunque conservadora, piensa igual que yo.

“Cuqui, ¿bailamos?”. “Pero qué dices sobrino. ¿Estás loco?”. “Menos que tu, tía”. “Pues nada, que suene un rock”, decimos a dúo.

 

MANUEL ESPAÑOL

CAMPANADAS DE NAVIDAD

CAMPANADAS DE NAVIDAD

Busco la Navidad y suenan muchas campanas. No la encuentro, sólo oigo ruidos, muchos ruidos. No la encuentro ni la veo nada clara, parece que se vislumbran unas manchas de sueño abstracto aderezadas con sonrisas “Profidén”. ¿Es un formulismo?, ¿un deseo sincero? Que me definan bajo el punto de vista terrícola si estamos ante un merengue empalagoso de intercambio de regalos comprados en grandes y pequeñas superficies interesadas, apartándonos así del espíritu con que se pretendía conmemorar una festividad tan especial. Siempre he creído que la persistencia en las buenas intenciones, las miradas limpias de los que siguen de frente, son las cualidades que nunca deben de faltar en un camino necesario para alcanzar esa felicidad que no debería ser privativa tan sólo de determinadas fechas. Hay que procurar la utopía siempre, y tratar de ver en todo momento la cara bella de la vida plagada de sacrificios solidarios, seguir la flecha que apunta a su dirección sin apartarnos ni cerrar los ojos ante la realidad. Ser solidario no es fácil, pero compensa tanto a las gentes de buen corazón… No, no me refiero a ningún tipo de creencia religiosa, que cada cual sea consecuente con esos “bellos” planteamientos que tanto se prodigan estos días sin ver de dónde vienen o a quien van, como si de una máquina se tratase.

Ayer, un buen amigo de marcado carácter anarquista, muy al uso, me dijo “salud” y a continuación añadió “Feliz Navidad”. Aquilino siempre saluda con “salud”, pero cuando llegan estas fechas introduce lo de Natal, es decir, que se celebra el nacimiento de Jesucristo. Cuando se lo advierto me suele apuntar con el dedo índice derecho, acompañado de estas palabras: “Oye, pelaire, que Cristo era un revolucionario que echó a los mercaderes del templo de su padre, que lo único que quiero es ser correcto y solidario, que no todos los anarquistas vamos por esta vida poniendo bombas, aunque…” Sigo de paseo con Aquilino y un acordeonista toca eso de “los peces en el río” haciendo de vez en cuando alguna pirueta y pasando el platillo de las monedas cuando ve a dos o tres personas cerca de él, y de vez en cuando la cae alguna moneda que le sirve para comprar comida o un café o tomarse un vinillo caliente de mucho grado, cuando no le ve nadie, que la mañana está muy fría, Así que le propongo lo de ir a tomar unos vasos a fin de celebrar el encuentro, acompañados de unos tacos de bacalao, y de tacos de tortilla de patata. Los seres humanos somos muy contradictorios y como tales, que tanto criticamos la comercialización de estas fiestas, la industria tan gigantesca que se monta en torno a ella, vamos a caer a unos bares bien saturados de clientes con cara satisfecha “porque celebramos la Navidad, fecha en la que también nos encargamos de engordar unos cuantos kilos y después deberemos gasta otro dinero para adelgazar”, me comenta Fernando, quien sin ningún pudor apostilla: “Y pensar de que hay millones de niños condenados a morir de hambre”. Vamos por una calle central de la urbe, y una orquestina compuesta por músicos muy buenos procedentes del Este de Europa, toca jazz con un ritmo endiablado, después eso de “Navidades blancas”, y hasta se les une una soprano de calidad a interpretar el “Adestes Fidelis”. Y en las calles sólo se escucha música pío navideña, eso sí, con sonidos alegres y cánticos al Niño, y a los Reyes Magos. En un bazar chino han querido entroncar con la tradición española, y no se les ocurre otra cosa que poner un barbudo Papá Noel no muy tradicional, que con la impostura de un sonido muy artificial repite una y otra vez eso de “Soy Papá Noel. Ven a jugar conmigo”. Claro que para jugar y que diga más lindezas, hay que echarle monedas.

Continúo mi paseo urbano que me conduce por las puertas de varias iglesias, y en todas ella hay un pobre o dos que acercan la mano, especialmente a la salida y al comienzo de las misas. Algunos reciben buenas cantidades, otros ni los buenos días. “Es que, en esta época –me dice Aquilino- hay gente que le gusta ejercer la caridad, y lo hace por lavar una conciencia nada exigente, para que le vean dar también la mano a un pobre”. Y suena la musiqueta que tanto me cansa: “Campanas sobre campanas, y sobre campanas una…”. Antes de llegar a casa recibo una llamada al móvil. Consecuencias: hay que comprar la comida. No me importa, como me gusta tanto meterme en los fogones, de primero compraré para hoy borrajas para hacerlas con gambas de Huelva (muy sano) y de segundo, calamares en su tinta (plato muy sabroso), mientras que de postre me haré con un helado de ese café que tanto me gusta. Pero cuando entro en el Súper, que por supuesto se halla a tope, me encuentro con el endocrinólogo, que además de muy buen médico es muy amigo y tenemos bastante confianza. “¿Borraja con gambas –me dice- ¿Y cómo las haces?”. Se lo explico minuciosamente con toda mi candidez y con una de sus enigmáticas sonrisas, me asegura; “mejor siempre borraja cocida con patata y aliñada con tan sólo una cucharada de aceite crudo”. “¿Y los calamares?”. “Aún no los has comprado –señala-, así que con unos lomos de merluza a la plancha ya irás bien. Y de halados, nada, tómate un par de mandarinas”. Menos mal que no le he contado los vinos tomados con el anarquista Aquilino, que es capaz de subir a casa en plan médico y meter mano en la cocina con las consiguientes risas de Jimena, que ella bien asegurado que tiene su cocido. Pero ya llega la Navidad, ya llega, y vendrán los homenajes sin compasión, las reuniones de hermandad profesional, las familiares y alegres comidas y cenas con tía Cuqui, con los hermanos, sobrinos, con mis tíos Tan y Nines, con mis primos… Cantaremos hasta villancicos, sevillanas y hasta “Asturias patria querida”, y por mi parte alguna jota de la tierra hasta cantada y bailada, Y puede que algún día suba a Biescas, mi pueblo, que eso sí que es entrar en el paraíso y disfrutar con mis amigos de la infancia.

¿He dicho en el paraíso?  ¿Cómo se me ocurre hacer humor en un tiempo como este, en el que a muchos seres queridos les echaremos tan en falta? Aún estamos en un país con cinco millones de parados, en este país llamado España en el que se han registrado continuos recortes en los gastos sociales y no llegan a remiendos los calificativos ante las medidas de apoyo tomadas por el Gobierno. Para mi la Navidad auténtica es la que supongo que hubiese sido de desear en el proceso de la Creación. Los gobiernos de las distintas naciones que deben mirar por los intereses globales de la libertad, igualdad y fraternidad, y no por ser más fuertes unos contra otros. Demasiadas lacras sociales, demasiados muertos por hambre y por enfermedades que deberían ser perfectamente curables. Menos mal que en este país funcionan muy bien los bancos de alimentos, los comedores parroquiales y Cáritas, así como “oenegés” que hacen lo que en otros lugares también debe ser responsabilidad del Gobierno.

Que la Navidad vuelva a su espíritu auténtico, si es que alguna vez lo hubo. No es mejor el más creyente, sino el que más se acerca a la auténtica doctrina de lo que supongo debe ser pensamiento de Dios.

Tal y como están las cosas, no me atrevo, no me sale del todo decir eso de ¡Feliz Navidad! Eso sí, disfruten todo lo que puedan con las personas más próximas. Esa sí es la verdad más deseable en estos momentos para todos nosotros.

 

MANUEL ESPAÑOL

SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

Dedicado a mi sobrino Pablo Epañol Sangorrín

 

Tanto tiempo condenado a la inactividad más seria, es decir, a la necesidad de sentirme alegre y con sentido del humor sin lograrlo, ya era hora de que saliese del baúl de los recuerdos que paralizan la mente y el espíritu. Hice un esfuerzo titánico y lo he conseguido. Quiero seguir apostando por la vida en su vertiente loca (no del todo) y aparentemente despreocupada (no del todo), por una existencia atípica y no etílica. Quiero volver a mi yo más genuino. Como el loco Gabino (surrealista me dicen) que soy, despierto de mi letargo y le doy un beso a Jimena con un manido pero auténtico “Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana”, y me tengo que oír ese calificativo de “cursi”, que tanto aborrezco. Así que me voy de casa a oxigenar mi cerebro, dispuesto a contagiarme de la gente que ríe. “Hola Jóse, ¿cómo estás?”, “Hola Marya, ¿has deshojado la margarita?”, “¿Buenos días Pino, ¿aún estás en las nubes?; que la caída sea suave”, “Carmen, con quien sueñas?, ¿te trata bien la vida?...”., “Marcelo, ¿tocas mucho la trompeta en el pueblo? No hagas demasiado ruido, que luego las vacas no dan leche”, “¡Ay Pilita, qué ronca tienes la hoy la voz!, que te dije que no siguieras la marcha de Luis, que acaba con todos”, “tía Cuqui, ya puedes prepararme un buen cochinillo al horno”, “Ramón Ruba, guárdame un cocido montañés para cuando llegue a tu casa”… Y de esta manera, medio bailando y a paso ligero, comienzan las primeras y felices risas. Creo que he retomado el buen camino.

 Como ya estoy solo en plena naturaleza, mejor dicho casi, las carcajadas son de una continuidad altamente sonora. Pienso que no me ve nadie, pero sospecho de que escondido en la bruma alguien me escucha. Para acabarla de arreglar, oigo a lo lejos una voz que me dice: “¡Tío Gabino, estás más pirado que las maracas de Machín!”. La que faltaba, que esa exclamación tan fina, sólo puede salir de una garganta. Pero no, no puede ser. Si el repelente y a la vez muy buen chaval, que tanto me quiere, llamado Currito, vive en Varsovia… Ya, ya. Buena me ha caído encima a orillas del Ebro y casi frente por frente al Pilar, donde dicen que la Virgen está dormida y no se le debe despertar. Hace frío, me está dando la tiritona, pero cuando se acerca el sobrino y me da un abrazo, ya me siento mejor, como no podría ser de otra manera.  Me dice que se le había presentado la ocasión y decidió adelantar el viaje para estar más tiempo en Zaragoza con su hermano Adolfo y con sus padres. Y yo, parado y con cara de frío, le digo que o vamos a andar rápido, o entramos en un bar próximo, o me quedo congelado. Su respuesta no se hace esperar y me llama quejicas, que él sale todos días a correr por la mañana a bajo cero en un país tan gélido como Polonia, pero con gentes de alma caliente.

Como antes de la partida a principios de curso le había dicho que si se portaba bien con los estudios le invitaría a un fin de semana con juerga en Madrid, reclamaba sus derechos. El chico es el primero de su curso, y cualquiera le pone la menor excusa. No me extraña que sea número uno de su Universidad, tiene una memoria privilegiada y no se olvida de nada; ni el menor despiste el puñetero de él. “Que a mi hermano le llevaste al Club de las Gatas Locas, y ahora me toca a mi. Cumple”. Como la verdad es que la idea me hacía tanta ilusión, yo feliz de estar con mi sobrino. Como es un entusiasta de la buena literatura, hablamos de Shakespeare, a quien el repelente de él lee en su propio idioma. Y ¿cómo no?, surge el tema de “Sueño de una Noche de Verano”, casi seguro que la más fantástica de las obras del autor británico, y que le había comentado en su momento que en Madrid le llevaría a una de sus representaciones teatrales, al Museo del Prado, al Reina Sofía, al Thyssen. “¿Y alguna juergecita además de eso? me dice él casi sin dejarme respiro, ¿algunas gatas locas?”. Jo, el chico, con qué ganas había venido. Entonces le respondo: “primero iremos a las juerguecitas, y después a lo demás, si es que queda tiempo”. Así que como estamos en la época de los fríos a nuestras minivacaciones les pondremos el título de “Sueño de una noche de Invierno” en recuerdo y en versión libérrima de la idea titular de William. No sé lo que pensaría él en ese momento, el chico quiero decir, pero la idea no pareció disgustarle por más cara de sorpresa que puso.

Así que nos fuimos a Madrid en el AVE dos días después. No me contó demasiadas anécdotas de su estancia en el país centroeuropeo, porque debo reconocer que es hombre de pocas palabras, tan sólo las necesarias, pero si bien con la mirada te dice todo. Llegamos a Atocha Renfe, y la capital del Reino ya era nuestra. Como era la hora de comer y había muy buen apetito por parte de ambos, tras dejar nuestros equipajes dirigimos los pasos hacia el menú del día del Café Gijón, donde dimos cuenta de los mismos gustos: una excelente paella de pescado y marisco, un entrecot vuelta y vuelta, y unas natillas de la casa que nos endulzaron el día. “¿Quieres siesta?”, le pregunté al terminar con la mejor de las intenciones, y su respuesta fue que “eso es para los mayores como tu, que tengo muchas ganas de marcha”. Vamos, tan incisivo como su hermano, porque me lo dijo para ver qué cara ponía, sin ningún respeto para el anfitrión. Pero previendo sus improperios, antes de terminar el almuerzo, le había invitado a un güisqui, y como no está acostumbrado al alcohol, la realidad es que la euforia se le acabó pronto. “Bueno, tío, que si quieres, -me dijo- tampoco me vendría mal una hora de descanso en casa”. Y se había hecho el machito de tal forma, que me provocó una risa “muy socarrona”, como decimos en Aragón. La venganza estaba consumada.

Sin saber por mi parte qué hacer con él, salimos del refugio que con tanto esmero cuida Jimena, que se había quedado en Zaragoza. Él habla poco, y yo un poco más, no demasiado, por lo que los primeros pasos transcurrieron en silencio y tratando de poner en marcha a nuestra manera la transmisión del pensamiento. “Y ahora, ¿qué hago con este? ¿dónde lo llevo?”, pensaba hacia mis adentros. Luego él me confesó sus interiores, en el sentido de que “el bueno y tontorrón  de Gabino se esfuerza para procurarme una diversión. Pues yo también quiero que se divierta,¡ea!”. Caramba, caramba, si las intenciones mutuas eran tan buenas, la suerte estaba echada. Era el ocaso del día y comenzaba a hacer su aparición la noche, una auténtica noche de invierno, con lluvias y viento. A pesar de todo, entre nosotros reinaba el optimismo con aires de camaradería, y todo parecía indicar que la fiesta estaba asegurada, aunque no sabíamos cómo porque el ambiente atmosférico tan sólo invitaba a pensar en un ambiente de terror, eso sí, informal. El frío, viento y lluvia, no propiciaban el mejor clima, pero los señores del olimpo se pusieron de nuestra parte y querían salvar la diversión. Y ¡vaya si la salvaron!

Íbamos por la calle Fuencarral, muy cerca de la Glorieta de Bilbao, y nos encontramos con un grupo de gente joven y divertida encabezados por una pareja, ella vestida de blanco y sin paragua, y él con un sombrero de copa y la camisa por debajo de la chaqueta y fuera del pantalón. Decían ser unos recién casados y que lo querían celebrar a su manera con los amigos y con la buena gente encontrada a su paso. Suerte que a nosotros nos miraron con la mayor simpatía al invitarnos a entrar con el grupo. Tras la primera caña entré en conversación con ellos y sus duendes de compañía, que en esta ocasión eran del sexo femenino; vamos, unas chicas espectacularmente guapas y graciosas ataviadas con unos trajes muy finos ceñidos y con alas en los hombros, simulando movimientos como si fuesen pasos de ballet. Y la imagen que daban era maravillosa, que por lo menos eso le pareció a Currito, mientras que el tío asentía con ojos de admiración. Lo reconozco, que parecía un mayor (1.65 m.)   ante tanta gente joven, abierta,  simpática y divertida. Que sí, que aunque pareciese mentira, la pareja de la boda decía haberse casado de verdad, aunque a su manera, con música de Mendelson a los acordes “Sueño de una noche de verano”, y aunque en invierno, con la clásica marcha nupcial incluida. Tras la tercera caña, al novio no se le ocurrió otra cosa que gritar a todo volumen: “Y ahora vámonos juntos a correrla, que la noche no ha hecho más que comenzar”. Currito, que ya estaba embobado con una duendecilla, me mira con toda su guasa y me dice: “¿Qué haces aquí, tito?” , y continuando con la frase del chico, la buterfly del momento, se adelanta y me dice: “Tu haz lo que quieras, que como soy duende, al chico lo quiero encantar”. Vi tan contento a Currito que no me quedó más remedio que darle unas segundas llaves de casa que llevaba en el bolsillo y le recomendé que tuviese cuidado con ellas, que no las perdiese, que no hiciese demasiado el indio, y que el despertar de “Sueño de una noche de invierno” no resultase traumático. Pero como la noche también era joven para mi, decidí dirigir mis  pasos hacia el Café Central Jazz, donde entre otros actuaba mi amiga Paloma Berganza. Allí se encontraba Reynalda, amiga cubana y colega de tiempos ha, que me invitó a unirme a su grupo. Y nos dieron las 12, y las 2 y las 3, y …  aquí me planto para no satisfacer a los curiosetes, que quien tenga imaginación y me conozca, ya sabe que lo mío es mucho hablar, y que es verdad eso de “mucho ruido y pocas nueces”.

Me fui a casa y Curro no había llegado, él del que dicen es tan formal. A la hora, cuando ya había alcanzado el mejor de mis sueños, oigo abrir la puerta, y el chico entra solo. “Menos mal”, dije para mis adentros. Se encontraba alegre y con ganas de acostarse. “¿Pero estás bien?”, le pregunté preocupado. La respuesta no dejó el menor resquicio de duda: “Encantado”.

 

MANUEL ESPAÑOL

EL CLUB DE LAS GATAS LOCAS

EL CLUB DE LAS GATAS LOCAS

Dedicado a mi sobrino Ignacio Español Sagorrín

 

Una de las manifestaciones mas bellas del ser humano es la de compartir los sentimientos más nobles que parten del interior de uno mismo, y se suele decir en España que nobleza obliga. Provocar una sonrisa, o una risa no cuesta nada nada, y el humor puede llegar a ser el arma eficaz para sacar a más de uno de una situación triste. Que sí, que con humor y amor es mucho lo que se puede resolver. Pero al final lo verdaderamente cierto es que a pesar de las buenas intenciones nadie se pone de acuerdo en definir unidireccionalmente los conceptos que deberían arrancar del alma humana, que lo que es bueno para unos resulta malo para otros o no tiene importancia para muchos. Que los hay quienes van a misa con la cartera a rebosar, creen que cumplen sus obligaciones con santidad, y miran con desprecio al mendigo que les espera a la salida de la iglesia, para luego en su despacho apoyar algunos recortes inhumanos. Otros dan limosnas porque necesitan de los pobres para lavar su conciencia pletórica  de sentimientos errados. Y como no quiero elaborar una tesis sobre buenos y malos o de falsos salvadores del mundo, que tanto abundan, uno quiere confesar que no anda mal en su economía, pero que tampoco nada en la abundancia, y que es curioso que me sienta el ser más rico sobre el orbe terrestre. Puedo todavía llegar a fin de mes sin grandes agobios, adoro Biescas donde tengo mis raíces, me siento feliz en Madrid y disfruto intensamente cuando me hallo en mi casa de Zaragoza. Por si fuera poco ejerzo una profesión  vocacional como es el periodismo, y de esa forma me encuentro capacitado para decir que soy un privilegiado. Mi intención vital es la de no hacer conscientemente daño a nadie, y como soy humano a veces puedo ser víctima de mis propias imperfecciones, meter la pata y amargar a alguien.

 Tío Gabino, no filosofes tanto, que te pones muy serio, que así  no te conozco, dice preocupado mi sobrino Adolfo, muy guasoncito él. Me habías dicho que me traías a Madrid para divertirnos un poco. Pues a reír que nos vamos, que no te arrepentirás de haberme acompañado, le contesto alegremente.

Así que íbamos por la Cava Baja y el chico que está tan majara o más que yo, le daba por cantar con voz alta eso de Mi tío es bajo y rubio, mi tío es bajo y rubio, mi tío es cojonudo   y siempre lo será“. Tu invitas a las copas y yo ligo por los dos dice muy seguro y fanfarrón. Como no estaba dispuesto a dejar que tomase la iniciativa porque Adolfo que en el fondo es un miedicas y en esta ocasión yo tenía ganas de ponerle en apuros, le dije que te voy a llevar a un local muy original que ni conoces ni conocerás  otro igual!. Cuida tío que te tengo miedo, que aun me acuerdo de cuando me llevaste al camerino de una explosiva actriz de teatro (calificativo este que entra en tus preferencias), a la que le hiciste una entrevista. Que yo entonces tenía 12 años y ella para congraciarse contigo no hacía más que pasarme la mano por la  cara y decirme eso de vaya niño tan hermoso, mientras yo me ponía colorado del todo. La chica -le respondi- es que

 era muy cariñosa y lo que quería ella era hacerte caricias porque le habías caído muy bien. Eres más tonto, ¡Ay si me las hubiese hecho a mí....¡”

“¿Sabes?  Eres un viejo verde Ahí sí que el mocoso de 24 años me tocó la fibra sensible, que aplicarme el calificativo de viejo, eso no tiene nombre, por lo que con toda mi rabia grité a pleno pulmón cuando la calle estaba llena de gente, eso de que mas vale un viejo verde que un viejo borde, a fin de poner colorado al chico. Y ahora sigo pensando  lo mismo. Pero que conste que no soy ni VV ni VB, que uno asume con todas consecuencias su propia condición.

Al pobre ya lo tenía asustado y con cara de preocupación sobre el destino de su futuro más inmediato. Así que paramos en un local con puerta verde y en ella estaba colocada una placa de quita y pon escrita manualmente, que ponía Club de las Gatas Locas. Solo mujeres. Hombres abstenerse, si alguno entra no respondemos de su integridad física. Prepárate Adolfo, que vamos a entrar en un sitio que no tiene nada de vulgar, que son unas mujeres muy hábiles con el sable, más que El Zorro cuando hacia la Z montado a caballo. Y Adolfito se echaba una mano a la entrepierna para proteger sus vergüenzas  toreras, y con la otra me tiraba de brazo para irnos a escape, con lo cual yo estaba de lo mas feliz. Que no tío, que no, que no tengo ganas de líos, que me das mucho miedo, que eres un peligro total, que no quiero ir con mujeres malas, que serán todo lo buenísimas que digas, pero a mi esos ambientes no me van, que si me entras se lo diré a tu hermano y también mi señor padre, y a tu cuñada, mi madre, que en tal alta estima te tenía hasta ahora". Y como a mi las amenazas no me gustan, llamé decidido pulsando el timbre (un toque corto, uno largo y otro corto) y segundos después aparecen unos ojos hermosos al otro lado de la mirilla, y a la vez una voz cálida que decía: Gabino, Adolfin, que alegría veros   de nuevo. En un minuto os abro.  Mientras, el chico se quedaba mudo y con el semblante marcado por la palidez, aunque igualmente me apuntaba a la vez con una mirada asesina. Me explicarás cómo sabe mi nombre. La pregunta, a decir verdad, me produjo una carcajada auténtica para mayor desesperación suya.

Por fin la puerta se abrió, mientras Laura, vestida con un ropaje singularmente atrevido pero sin enseñar nada de su anatomía, nos ofrecía la mejor de sus sonrisas y empezó pronto a derretir el hielo. Sobrino -dije con cierto énfasis- te presento a la Puta Respetuosa, si, la que creó Jean Paul Sartre para su obra de teatral, que se ha encarnado en Laura. Pero no le tengas miedo, que no muerde, que ya quisieras tu“. Al  otro, para mosqueo mío, no se le ocurrió otra cosa más inmediata, que la de ponerse a reír como nunca en su vida lo había hecho. Había identificado a Laura, porque más de un aperitivo he tomado con ella acompañando a tu Jimena. Que la tita es mucho más generosa que tu y me tiene un cariño muy especial. Pero qué cabrito es mi sobrino, es lo único que se me ocurrió pensar en ese momento. Y servidor de usted, apreciado lector, que había preparado todo hasta el último detalle en el Club de las Gatas Locas compuesto por tres mujeres maravillosamente locas y de poco sentido común, comenzaba a pensar que de verdugo había  pasado a ser apaleado mentalmente por un mocoso que casi me tiene cogida la medida, en la misma proporción que yo a él. Aquello no había hecho mas que comenzar.

Este club tan singular solo para el sexo femenino, aunque algunos hombres son aceptados tras superar varios filtros con cierto aire de intelectualidad, nació gracias al acuerdo alcanzado por Laura, Natacha y Marieta, según el cual la sociedad estaba abierta al humor inteligente, al arte, la literatura y la historia. Lo singular del caso es que una vez llegadas a la sede, tenían un cuarto-vestuario donde guardar los trajes y tomar el disfraz pertinente, dado que en cada jornada de sesión lectiva, cada una debía de vestirse de acuerdo con la época  del personaje literario o histórico a debatir. El local, tras atravesar un pequeño vestíbulo separado por cortinas, constaba de un suelo de tarima, una mesa central redonda con capacidad para ocho personas, y otras cuatro pequeñas y cuadradas. Al fondo, una barra de bar con botellas, neveras, vasos y copas, y una cafetera a presión, mientras que en los dos laterales unidos con el fondo se daba paso a una buena biblioteca con sus fondos de documentación. Por faltar no faltaba ni un cuartito de cocina a donde me destinan a mi si es que me invitan, y con la intención de que les haga algún arroz, unas patatas al chef, borraja con gambas, o fideua, o.... La repostería, como no se me da bien, me dicen que no les importa que la compre. Les digo que si me invitan a una de esas sesiones académicas suyas, iré disfrazado de Fhurer, y sabrán lo que es bueno. Y claro, a esas no me invitan.

Le explico a Adolfo, una vez hechas las presentaciones y tras los besos de rigor, ya mas calmado, que Laura,  morena y de labios carnosos, es una licenciada especializada en literatura francesa y lo pasa bien citando a Sartre, y ella tan existencialista, para reirse de sí misma le gusta vestirse de “puta respetuosa“. Con su nombre, Natacha solo puede ser rubia, y lo es por su ascendencia balcánica tras pasar a lo largo de varias generaciones por el barrio madrileño de Salamanca, y a ella le gusta la historia vivida por la desgraciada de Sissi Emperatriz. Marieta, medio rubia medio castaña, es la de carácter más fuerte, por lo que le vendría bien caracterizarse de Napoleon, y aunque yo quería influirle para que se especializase en Golda Meir, ella con cara de desprecio me aseguraba que prefería ser Evita Peron.

Entre los cinco presentes en la mesa redonda, solo tuve un voto a mi favor en todas mis propuestas, para así alimentar  la juerga que se llevaba a mi costa Adolfo con sus ya nuevas amigas, aunque no del todo desconocidas. Tan solo me hicieron caso a la sugerencia dada de que abriesen el bar y sacasen del congelador las croquetas que quedasen de las cien que había preparado hacía dos semanas. “Croquetas no quedan para todos, Gabino. Deberás ponerte a hacer más. y en cuanto al bar, barra libre. Por alli tenemos algún que otro paquete de patatas fritas“, me dijo Natacha. Marieta me explicó a continuación que como tenemos un saco de patatas recién recogidas del campo, porfa, haznos unas del Chef que tan bien te suelen salir. Lo malo es que como no sé decir que no a nada, me puse manos a la obra, y Adolfito y las chicas no paraban de reír mientras una víctima como yo se dedicaba a las labores propias de un cocinero y loco surrealista a la vez. Una vez acabado el guiso, cuando quise llevarlo a la mesa, observe que entre los cuatro habían  dado cuenta de cinco cubatas y dos cervezas. Y no sé como lo hicieron, porque en ningún instante habían parado de hablar y de reír.

No sabes lo simpático que es Adolfo, que tiene una gracia.... Deberías aprender de él. Nos ha dicho cada cosa.... De esta manera se expresaba Natacha, mientras por mi parte, aunque no lo pareciese en mis gestos, la realidad  es que  me sentía muy satisfecho. Sin duda, este sobrino mío me vence siempre que se lo propone. Laura, tan expresiva como es habitual en ella, me aseguró que lo estamos pasando en grande con este chico, aunque eso para mi, insisto,  no es nuevo, que ya lo conozco hace mucho tiempo a través de Jimena cuando voy a su casa en Zaragoza. Lástima que él  no tenga unos años mas o yo unos años menos, que eso sería mas de desear. Golda Meir, perdón, quiero decir Marieta, no pudo morderse la lengua y poner su granito de arena, que no de cal Gabino, este chico es guapo e inteligente, y tiene unas ocurrencias que te superan en gracia y en talento, y lo decía de esta manera mientras le estampaba un beso al chico, que en esta ocasión si se puso, pero que muy colorado. Joer con la Golda esta, no valdría  para diplomática, que con ella la guerra estaría asegurada. Y so lo decía mientras no paraba de comerse mis patatas recién hechas. Beso a mi chiquitín y patata, patata y beso a mi chiquitín de 1,85 metros de estatura. Si será cabrita...

Bueno, Adolfito, y tu ¿que les has has piado para hacerles reír tanto?.

Mira Tito. Les he contado lo que me has dicho antes de llegar, que me estabas enseñando Madrid, que me ibas a llevar a un club de alterne donde habla  una tías muy buenas, impresionantes. Y visto lo visto, es que tenias toda la razón. Me arrepiento de haber pensado lo que no te he dicho. Encima de borde le señalé con cara seria- eres un mentiroso, que nunca te he dicho que te llevaría a un club de alterne, que...

Gabino, corta y no me asustes a nuestro chico, que parece que has perdido ese sentido del humor del que tanto presumes, que Adolfo tiene mucha chispa, y que a partir de este momento le hacemos miembro de honor de este club con derechos de numerario y podrá venir aquí siempre que quiera. Por cierto, ¿que le has dicho tu eso de que manejo con destreza la espada y hago el signo del zorro con la rapidez de Antonio Banderas, me dice Marieta Golda Meir, como no podía ser otra. Así que las risas se generalizan hasta el punto de que me uno a ellas, como no podía ser de otra manera en el Club de las Gatas Locas. "Chicos, -dice Marieta- antes de que cada cual se vaya a su casa, sería bueno hacer un brindis por el nuevo socio. Así que saquemos el cava, que Adolfo descorche las botellas y bebamos todos. Que Gabino diga las palabras de rigor". Decido recoger el desafío, y no se me ocurre otra cosa que decir: "Un día, muy cerca de aquí en las Cuevas de Luis Candelas, los mismos que ahora estamos aquí y algunas personas más decidimos fundar en Madrid un club medio serio aunque con muchas ganas de broma, dedicado a los debates culturales y  políticos en los que reinase la paz y la concordia, y como no nos poníamos de acuerdo en ningún punto, a instancias mías quitamos todos los condicionantes que nos excitaban psíquicamente y tratar de evolucionar hacia unos ciertos aires de surrealismo. Marieta propuso que cada cual debatiese lo que le diese la gana, Laura propuso que se tratasen en broma, pero con rigor, temas culturales. Y como estábamos en época de carnaval, a Natacha se le ocurrió lo de los disfraces. Estábamos todos pirados, y  como los hombres éramos una minoría muy minoritaria, aceptamos que las chicas se encargasen de hacer los estatutos y darle nombre al nuevo centro: Club de las Gatas Locas; gatas, por estar en Madrid, y lo de locas es evidente, porque aquí la locura es variada y el mosaico de posibilidades resulta enorme...". Adolfito, muy impertinente él, me interrumpió, tomó el relevo del brindis. "Como cuando se pone mi tío es un plasta, voy a concluir diciendo, que gracias a él, he visitado el mejor club de alterne de Madrid, porque no me digas tito que este no es un sitio de gran categoría en el que el humor está bien asegurado mediante el buen uso del gesto y la palabra". En esto que Marieta, que de verdad es profesora de esgrima, saca el sable y empieza a hacer filigranas en el aire con gran maestría, mientras el chico se va poniendo nervioso y se atasca en el discurso para mi propia satisfacción, y la copa le cae al suelo con todo su cava mientras su expresión le hace poner cara de susto. "Pero mi cielo -señala Marieta Golda Meir- ¿qué te ha pasado? Bébete esta otra copa, y después me sujetas bien por la cintura. Gabino, cariño, pon la música, que Adolfo y yo vamos a bailar un tango muy desgarrado". Y vaya si bailaron, que lo hacían muy bien, con todos los pasos correctos y sin errores, mirándose fijamente a los ojos, cada vez mas pegadizos, o eso es lo que me parecía a mi, ya que dados los efectos de las bebidas espiritosas no distinguía muy bien los gestos. Era igual, que ponían cara de pasarlo en grande. Como bailar un tango a tres (Laura, Natacha y yo) es imposible, les permitimos terminar la pieza, y a fin de que cada uno fuese tomando el camino de su casa, puse a toda potencia el himno del club, que no podía ser otro que la música de CATS. Cuando sobrino y tío íbamos ya solos por la calle, un Adolfo alegre tarareaba "Volver".  Aún habrá que rebautizar la fundación y ponerle el nombre de “Adolfo y el Club de las Gatas Locas”.

 

MANUEL ESPAÑOL 

COMER Y BEBER, TODO ES EMPEZAR

COMER Y BEBER, TODO ES EMPEZAR

Mi cabeza se está haciendo un galimatías impresionante, y claro, que así de esta manera es muy difícil llegar a una conclusión y además resulta imposible poner en orden las propias ideas, si es que de verdad las hay. Aunque a veces el cerebro se siente atravesado por un  quiero y no puedo… Me encuentro muy feliz cuando me refiero a los temas de amor, ese motor que mueve la vida y regula y lanza casi todos los impulsos del ser humano. Quien ama sin esperar nada a cambio está bañado por una generosidad que se ramifica en las más diversas actividades. Así me hallaba filosofando medio en broma medio en serio hace ya bastantes años con Julio Caro Baroja por los entornos de Guernica, y el hombre asentía educadamente por no decirme que no se aclaraba con mis deducciones. El caso es que nos llevábamos muy bien y en varias ocasiones desayunábamos juntos en el Hotel Ercilla de Bilbao.

Como periodista que soy, mi entonces director me envió a cubrir una Semana Gastronómica del Norte y… ahí comenzó mi decadencia física, que cada oliva que ingería me hacía engordar más de lo debido. Y en unas jornadas así, ya se puede uno imaginar lo que le ocurre a un joven “plumilla” que hasta se creía bien plantado (¡qué ignorante!) y con apetito. Vamos…. Sin conocimiento, o destalentado que decimos en Aragón. Una de las ponencias le correspondió desarrollarla precisamente a don Julio, no muy comedor y confeso aficionado a las tortillas francesas. Caro Baroja, personaje muy inteligente y cultivado, estuvo magistral, como siempre. Así que tras la conferencia matinal nos fuimos a tomar un café (dos para mi) con pastas y comenzamos a hablar  sobre la cultura en el País Vasco, y claro, que de eso mi interlocutor sabía más que todos los que estábamos allí juntos. Para no entrar en temas en los que podía hacer el ridículo prefería que hablase sólo él ante mis preguntas inocentemente provocadoras en las que no me delataba. Pero ya que estábamos en un congreso gastronómico, no se me ocurrió mas que decir: “don Julio, que aquí la gente es muy culta, que sabe mucho de este tema y de todos, que la cocina es una parte de la cultura de la tierra, muy importante”.  Él me miro con una sonrisa un tanto burlona, y con ciertos aires irónicos me dijo: “Amigo, no me falle a estas alturas, no me confunda los términos, que no es lo mismo cultura gastronómica que culto a la gastronomía”. Ya no hacía falta que me explicase más, porque la razón estaba de su parte. Y todo ello en medio de unas jornadas en las que entre conferencia y conferencia había desayuno, aperitivo, merienda y cena, y hasta alguna mesa con productos de degustación. “Joé..”, cómo me puse, que allí comenzó el declive de mi figura, y yo tan contento a pesar de la mentirosa de la báscula a la cual me resistía a creer. Que luego con el tiempo hizo su aparición Jimena, quien se confabuló con el endocrinólogo, y me ha costado mucho volver a mi peso no plenamente conseguido, debido incluso a que no dejo la práctica deportiva con la que intento descargar toda la adrenalina posible. Bueno, que allí en las montañas y en plena naturaleza, se cura todo, que se queman calorías y el ejercicio te permite una reposición de energías siempre que no te pases. Y lo malo es que me suelo pasar, dado el feroz apetito que no me abandona.

Bueno, que mi amigo el endocrino, un médico de prestigio que es un santo varón por aguantarme, a base de amenazas suaves, eso sí,  y con mucha cordialidad me ha conducido por el buen camino sin necesidad de cabreo alguno, y hasta me permite que me haga un homenaje cada 15 días, que en alguna ocasión también me acompañará él, que dicho sea de paso, es persona divertida. Yo le propuse que en una jornada compartida frente a frente, atacásemos a un menú de los que hacen historia, y que consta en el libro “La cocina aragonesa”, de José Vicente Lasierra Rigal (Javal), editado por Mira Editores:

Sopas: sopa a la Printanier, arroz a la milanesa.

Plato volante: Frito a la Real.

Relevé: filetes de ternera a la Polonesa.

Entradas: Granadas de pichones a la macedonia.

Pescado a la holandesa.

Faisanes en  gelatina.

Vol au vent de anades en salmis.

 Pescado a la mayonesa.

Legumbres: Ponche a la romana.

Asados: Rosbeaf a la inglesa.

Pavos trufados.

Cabeza de jabalí a la bella vue.

Jamones a l’ aspic,

Entremets de dulce: Genovesa a la Chantilly

Pan de peches a la reina.

Con este menú se sirvieron los siguientes vinos:  Haut Saurtene, Jerez, Burdeos, Rhin, Moscatel y champagne. Por si fuera poco, a los postres se pronunciaron once brindis, “con las correspondientes libaciones”, como decía en su publicación Javal, vecino mío en la Redacción de Heraldo de Aragón. Dicho banquete tuvo lugar el 16 de septiembre de 1861 y fue ofrecido por el Ayuntamiento de Zaragoza al entonces Rey consorte Francisco de Asís Borbón, con motivo de la inauguración de la vía férrea entre Zaragoza y Barcelona. Cuando le presenté esta carta a mi médico accedió a un ataque de risa que nunca podré olvidar. Hoy iré a verle y se lo recordaré como una gracia, a ver si no me restringe demasiado. Mira que si se pone serio…. No sé…

Ayer estuve con en su consulta y con esa sonrisa tan natural que le caracteriza, me dijo: “vamos a la báscula”. Así que comencé a quitarme ropa para aligerar un poco, hasta que me oigo: “No, los calzoncillos no, que si hace falta ya te descontaré 15 gramos, que eres mi amigo y no mi tipo”. El galeno tan irónico como a veces me veo a mi mismo, insiste: “venga, no hagas el ganso y sube de una vez”, y cuando la báscula se había parado ante la mirada cómplice y triunfal de Jimena, me tengo que oír lo que en el fondo no cabía extrañar del todo: “tienes dos kilos de más con respecto a la vez anterior, que ya ibas sobrado. Y ahora te voy  a medir el perímetro adiposo”. Sacó el metro y por vergüenza me callo el resultado, que aunque uno sea de carácter alegre y siempre con ganas de broma, a veces los sustos no te dejan vivir y te obligan a hacer propósito de enmienda. Cuando le conté este acontecer a mi sobrino Adolfo, un guasón como no he conocido otro (se parece a su tío), no se le ocurrió otra cosa que llamarme gordo asegurándome que obedecería a su tía y que cuando fuésemos de bares no iba a dejarme tomar tapas ni cazuelas. Ya vale, que no me veo obeso y estoy nada más que con un ligero sobrepeso, por lo que le fulminé con la mirada, algo que él notó inmediatamente, y como no tiene ni un milímetro de tonto y más bien al contrario, enseguida rectificó verbalmente. ¿Pero tío preces tonto, cómo con el respeto que te tengo voy a impedirte unas patatas bravas compartidas, unos pinchos de tortillas, unas gambas… Anda, Gabino, vámonos al bar de Ángel, que tiene una barra de lo más espectacular”. Y con su sonrisa tan especial, me ganó y a veces pienso que tengo un colega en vez de un sobrino, o las dos cosas, que no está nada mal. Eso sí, a pesar de ser un  pecador gastronómico, que de otros asuntos me callo, ya he dicho que hago deporte todas las mañanas a fin de mantenerme en forma y no dar soporte a ninguna risa ni de “Adolfito” ni de “Jimenita” en torno a mi figura. Que permito que me llamen pesado, pero no gordo.

Había una cupletista que cantaba aquello que “fumar es un placer genial, sensual….”, algo que jamás creí, que el tabaco para mi es una caca muy asquerosa. Y yo a la señora esa que tanto enseñaba los melones hasta allá donde permitía la tolerancia del régimen, ahora tengo ocasión de contestarle con sumo respeto, eso sí, que “comer es igualmente un placer sensual, que con el estómago a nivel bajo no puede haber tampoco ninguna actividad natural de la vida ni medianamente pasable”. Bueno, ya he dicho bastante. Que cada cual lo entienda de acuerdo con sus entendederas.

De ahí, de mi etapa bilbaína, que me haya aficionado tanto a la cocina. Es algo que asemejo a la actividad de un investigador, todo el día metido en el laboratorio y al final se descubre un bichito tan minúsculo que si se cae al suelo se rompe, tal y como dijo un ministro sobre el agente causante de una de una enfermedad que evolucionó a epidemia, y él quedándose tan tranquilo. No es  este el caso, no. Que por ejemplo, uno  puede, y de hecho me gusta,  pelar unas patatas, trocearlas a continuación, mezclarlas con chorizo, tomate, pimentón (prefiero de La Vega), pimientos y puerros, que debidamente manipulados nos conducen a un exquisito guiso de Patatas a La Riojana. Y como presumo de buen aragonés, otro día me meteré con más detalle en ese plato tan de la tierra como es huevos al salmorejo.

Lo que quiero decir es  que la cocina se asemeja mucho también a una actividad que aún tiene algo de intelectual en la que uno estudia, investiga (no se rían que es muy serio este tema que afecta a todas las vísceras del cuerpo) se esmera y se emplea a fondo en la preparación del buen yantar, que si luego te sale bien, te comes el producto, y si lo compartes todos disfrutamos más. Claro que allá donde estén los guisos de la tía Cuqui hemos de estar los sobrinos todos a una para apoyarla. Un día me preparó un cochinillo al horno, que ni el segoviano Cándido en sus mejores tiempos podría igualarlos, otro unas madejas desgrasadas que estaban especiales., y tripiligapes. Y así una lista de especialidades que a cambio de ellas, servidor, siempre que sea menester,  se halla preparado para escuchar expresiones como “destalentado, izquierdoso, qué sabes tu de la guerra…” Termino por responderle que sí a todo y le digo: “Anda tita, calla, que esto lo podríamos discutir mejor con un aperitivo de huevos fritos con chorizo y patatas”. “¡Ay desustanciado, que te vas a poner como una pelota de baloncesto! Si no fuese por lo que te quiero, estos platos tan ricos te los iba a preparar Jimena”. Ya, respondo. Me carcajeo estrepitosamente y ella también. Así con ese humor comenzamos una velada que resulta muy divertida, y a la que se une el tío Tan, otro que tal que como a mi también le encanta el vino y es un sibarita en esto de la ingesta, y tan copiosa resulta la alifara, que terminamos cantando jotas peleonas a trío,  de esas de las que se entera todo el pueblo, ya acostumbrado a nuestras estridencias en una jornada que termina siendo “de lujo”. Natural que ese día, por aquello de que no se debe conducir con cierto grado etílico, deba de quedarme en el pueblo, que no es otro que Biescas, todo un paraíso de la montaña, y sobre todo, mi tierra. Y yo, tan feliz de la vida, que es como mejor me siento.

MANUEL ESPAÑOL