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Mundo mágico

Historias de un loco surrealista

CONFIESO QUE HE SOÑADO

CONFIESO QUE HE SOÑADO

La vida en el mundo es un sueño ilógico, más bien una pesadilla desastrosa y desigual con sus momentos horribles casi siempre, salpicados de otros risueños y alegres a pesar de las barreras físicas y hasta mentales, pero que resultan necesarios para vivir ante tanto sinsabor. Sí, estamos ante una acumulación constante de disparates incomprensibles, un revoltijo de ideas y de reacciones primarias protagonizadas por seres impresentables e intolerantes que no conocen los principios de la generosidad, de la convivencia en paz. Demasiadas guerras, violencia desmedida, odios, hambre extrema en pueblos paupérrimos de medios de subsistencia, mientras en otros hay opulencia y tiran los productos básicos para que no bajen los precios ¿Es este el mundo soñado desde su creación? Rotundamente no. Por eso, quizás, necesitamos de las risas y del sentido del humor como bálsamo contra las penalidades. Algo ha salido mal, y sin entrar en calificativos amargos, que podría haberlos, muchos sacrificamos un tanto nuestra capacidad de lucha y rebelándonos en cierta manera contra las miserias cotidianas, nos entregamos a los sueños en estado despierto, como una forma de evasión de la realidad. Mientras tanto y tras la sobrecarga constante mezclada de estados de tensión, de tristeza y de los más diversos sentimientos, nuestro cerebro acumula sensaciones e ideas que procesa sin parar y que se quedan grabadas en el subconsciente soñador que a veces se pone en primer plano a las horas del descanso diario, como si de otra vida distinta o paralela se tratase.

El caso es que este loco surrealista (yo mismo), harto de tanta seriedad, vivo una existencia muy a mi aire y hago las abstracciones sobre los aconteceres en el planeta terrícola a mi manera. Así que me gusta definirme como un quijotesco casi total, y de juicioso lo justo, que don Quijote a su estilo propio se dedicaba a deshacer entuertos, y así le iba en su búsqueda de Dulcinea.

Que sí, que aun a pesar de lo fantasmal que he comenzado al tratar de explicar ese ciclo vital que comenzó hace millones de años, en pleno Siglo XXI sigo viviendo allá en las nubes en las que no existen más barreras que las que me pongo. Y si algún día bajo de la nube, me arreo cada bofetada… Por eso me gustan tanto las montañas,  porque cuando subo a ellas, por muy fáciles que  aparenten ser para mi capacidad física, me aproximan tanto a esas masas líquidas de forma caprichosa, que me permiten pensar que estoy en el cielo.  Confieso que he soñado, confieso que ahora mismo estoy soñando, y confieso que lo seguiré haciendo. No puedo evitarlo. Cuando me hallo despierto suelo cabrearme ante las injusticias y lejos de ser destructor trato de hallar la forma de solucionar las cosas. Y así comienzo unos momentos de locura no agresiva, y como no resulto constante, termino cansándome de mí mismo y en una transición inexplicable, sin más pensamiento,  paso a disfrutar del trino de los pajarillos, del arroyo que tengo más cerca, o del bocadillo que estoy a punto de devorar con el acompañamiento de una buena bota de vino bueno. A veces pienso que gana el Real Zaragoza, que ya es optimismo. Como dice la jota, “y por soñar imposibles, soñé que la nieve ardía”, o que me comunico con un pastor a ver si me regala algunos de sus quesos mágicos, que son mi privación. Y el caso es que a veces sucede. Cuesta tan poco soñar despierto y sentirte feliz durante unos instantes, unas horas, que recomiendo esta medicina tan especial, para la que solamente hace falta un cóctel bien agitado con dos ingredientes muy importantes y gratuitos: sensibilidad e imaginación. Y si falla la imaginación volver la vista atrás de vez en cuando para darse uno cuenta que se cometieron errores y tratar la forma de evitarlos cuando se presenten ocasiones similares posteriores.

Lo que no puede uno manipular ni controlar es el subconsciente, esa maquinaria que se pone a toda velocidad cuando uno se acuesta al cabo del día, que no piensa más que en descansar con la mente puesta en los aconteceres de la jornada, o en el partido de tenis que va a disputar el día siguiente y tratar de averiguar la forma de vencer al rival de turno, un buen chico, pero que si puedo lo mato en la pista. Y con esa sonrisa me duermo y me adentro en un mundo surrealista total, a veces divertido y a veces de pesadilla. Depende de lo que sueñe, el despertar puede ser que en las primeras horas de la nueva jornada me halle en un estado insoportable o de una felicidad intensa, o con unas ganas de juerga que no hay ser humano que pueda frenarme.

Sucede que en mi caso, casi  ya un joven del IMSERSO (aun falta), me pasa cada cosa… Que sí, que tengo sueños eróticos de lo más extraño que uno pueda imaginarse, con despertares de lo más agitado. Bueno, pues imaginad, que explicaciones no os voy a dar aunque hay nombres y hasta apellidos, que soy muy tímido y vergonzoso. ¿Una pista? Pues bueno, que soy hombre y no me falta ningún atributo. Y ya corto con este tema, porque me vais a llamar fantasma si os cuento todo. O no, que como dijo Calderón de la Barca, que “toda la vida es un sueño y los sueños, sueños son”. Como Gabino que me llamo os diré que me siento libre para contar lo que me de la gana y lo que Jimena me permita, que ya sé que hasta mi tía Cuqui me va a echar la cantada.

¿Pesadillas? También os contaré, así como sus consecuencias, que luego al empezar a abrir los ojos lo pasas con una excitación nerviosa que conforme pasan los minutos se va disipando y que al final hacen que me parta de risa. Imaginemos que estoy en una pelea desigual con un semejante (digo lo de semejante por ser humano, si bien medía unos 2,5 metros y tenía un cuerpo musculoso y cara de hombre feroz). Que uno iba directo hacia el paquete testicular, que es donde duele más. Y Zambombo, que es como se llamaba el Polifemo ese, me agarró del poco pelo que tengo, luego me daba la vuelta y cogiéndome por el cuello con los dos brazos, yo no podía zafarme de él, por lo que a base de patadas no paraba de golpearle en las piernas, donde daba la impresión de que tan sólo le hacía cosquillas. Así que desperté con unos nervios… Luego me di cuenta que había revuelto la cama y que la almohada estaba en el suelo. Menos mal que sólo estaba yo y no pude darme cuenta de mi agresividad..

A los dos días volvió a pasarme lo mismo, o muy parecido. Había llegado a mi casa y dejado la puerta abierta. Entraba mucha gente, se cambiaba de ropa y algunos hasta se quedaban e iban a la nevera, de la que sacaban lo que querían. Y de esta manera hasta que me dio un ataque de cabreo y de malas maneras logré echarles de casa al decirles que era un domicilio particular. Como sólo me había quedado un bañador en la mansión, me lo puse y decidí salir al exterior, con lo que al abrir la puerta me había dado cuenta de que la calle se había convertido en un río profundo. Pensé que en vez de hacer caminata me haría bien practicar la natación. Contento daba mis brazadas, hasta que noté que repetidas veces me tiraban de los pies hacia abajo, con lo que tan sólo podía hacer uso de la fuerza de mis piernas a base de patadas a fin de soltarme. No sé cómo, pero di un grito y desperté, viendo de nuevo la almohada en el suelo. Evidentemente no tenía ganas de cantar eso de “ardor guerrero”.

Alguna vez he soñado con el punto final a mi propia vida. La última, la única que recuerdo, fue muy tranquila, pacífica y sin nervios, y hasta prácticamente con dulzura. Me hallaba en el lecho y al momento de exhalar mi último suspiro me vi flotando en los espacios infinitos no físicos, alejado de todo tipo de presión y en un estado muy feliz volaba y me dirigía en todas las direcciones que había sin limitación alguna. Que luego el despertar fue de lo más curioso y lo primero que hice fue poner los pies en el suelo y darme cuenta que estaba vivo y contento. Por cierto, que si hay por ahí algún doctor Freud, que se abstenga de opinar sobre estos temas, al igual que otros interpretadores, que los sueños que relato son exclusivamente míos y yo los entiendo a la manera que me gustan o disgustan, con las variaciones que considere convenientes.

Sin embargo existe un sueño del que me acordaré mientras viva y que todavía lo llevo en mi corazón y en mi mente. Me hallaba en una casa familiar con mis hermanos  y con Curro, uno de mis sobrinos. Mi padre salió sonriente y con ganas de alegrarnos a todos, algo que consiguió como siempre hacía en vida. Currito, que entonces tenía cinco años, se alegró de verle y le dijo: “Abuelo, anda, vamos a jugar juntos”. Y desperté emocionado, especialmente porque sobrino y yayo no se habían conocido en vida, y por fin vi una parte esencial de la familia unida. Estaba emocionado también, porque el subconsciente me trasladó a una realidad hermosa como no había podido imaginar. Nada más que por eso cabe pensar y afirmar que la vida ofrece igualmente cosas muy bellas. Debemos aprovechar las ocasiones que se presentan y que no son muchas.

 

MANUEL ESPAÑOL

SE ME HA ESCAPADO LA BRÚJULA

SE ME HA ESCAPADO LA BRÚJULA

 

Me busco y no me encuentro. ¿Tan pequeño soy? No, creo que he perdido el Norte, y que el Sur hace mucho que lo dejé atrás, y el Este, y el Oeste... Vamos, que la brújula que mueve mis impulsos se ha convertido en una cabra desatada (que me perdonen las cabras), y así me oriento yo, que de loco surrealista he pasado a ser un auténtico majara. Por una vez sin que sirva de precedente, no le culpo directamente al Gobierno. ¿O sí? Pero qué equivocado estoy, que el Gobierno siempre tiene la culpa, entre otros aspectos, por no poner remedio a tamaños desmanes en torno a esas cosas pequeñas que unidas una a una hacen un daño desenfrenado al hermano pueblo ante la huelga monclovita de brazos caídos no reconocida pero real, con su “pasar por la vida siendo romero, sólo romero…”, parafraseando lelamente a León Felipe.  Y luego con la mirada perdida y con los dedos acusadores de sus manos apuntando hacia nosotros, serán capaces de vociferar haciendo una mala parodia de Don Juan Tenorio, aquello de ¡Cuál gritan esos malditos!/
Pero, ¡mal rayo me parta
/ si en concluyendo la carta/
no pagan caros sus gritos!”. Y encima, con amenazas. Si serán…

Así podría sucederles a quienes no tiene medios propios de mantenimiento doméstico personal, se dedican a hurgar en los contenedores de basura a fin de mitigar sus necesidades, y encima se ven amenazados por organismos oficiales que ya han lanzado sus globosondas y que son capaces de multarles por apoderarse de material de propiedad pública que está en la calle. ¿Y con qué van a pagar las multas? Que no, que no quiero citar personas en concreto, que si vamos por lo legal también podemos decir que los señores xxxxx y zzzzzzz son presuntos honrados, pero que tienen colegas y adjuntos aspirantes trepas aquejados de una escasa visión desde su propia inteligencia, que en sus ojos se refleja una caja de caudales. Más de un lector me agradecería que diera nombres, y ya he dicho que no tengo asesores ni secretarios. Siempre habría quien podría cabrearse conmigo, y buscarme las cosquillas, a mí que tanta tendencia tengo a la risa es que a veces excita en demasía.. Claro que, en este país donde proliferan los negocios turbios puede suceder de casi todo, porque puede que hasta servidor tenga su precio, que aquí no cabe descartar nada... Si quieren dejar inmaculado mi buen nombre, no hagan ofertas.

Puestos a explicar algunas otras pequeñas cosas que nos hacen ir de cráneo a los españolitos que no disponemos de secretarios y asesores, y que funcionamos con pasitos analógicos por mantener nuestra dignidad y economía ante la insoportable presión de determinadas empresas exprimidoras que nos hacen prisioneros de sus exigencias, me referiré, entre otras, a las denominadas Telefónicas. Hay “cuatrocientas” y todas ellas para captar a sus incautos clientes, que somos tantos…, ofrecen unas condiciones magníficas, generosas, a través de unos operarios que te tratan con la máxima simpatía, que te llaman “cariño” y hasta llegas a creer que son sinceros, que en un minuto de conversación parecen amigos de toda la vida y dan toda clase de facilidades con tarifas maravillosas, facilidades sin límites, que te dan un número teléfono privado directo por si tienes algún problema a lo largo de los primeros días de contrato, si bien cuando has firmado y llamas a esos “privados” ya no se pone nadie en línea. Te hacen creer que te han dado un trato muy especial y quedas tan agradecido que aún les indicas que tienes amigos que pensaban cambiarse de operadora, que te piden sus números, se los das y te quedas de lo más satisfecho. ¡Menudo chollo… para ellos, claro! Y esto sucede jornada a jornada, casi minuto a minuto, en este país todavía llamado España, a lo largo de 365 días al año (366 si son bisiestos).

Mi amigo Pepón estaba descontento con su operadora, ya que un día le funcionaba el ADSL otro día no y otro tampoco, y no podía hablar por el Skype con su hermano David que estaba en Nueva York, lo que quería decir que Internet se le había ido al carajo, toda una tragedia en unos tiempos que somos tan dependientes del artilugio este. O llamaba por conferencia uno o el otro, con el consiguiente recargo en las tarifas, dado que las llamadas al extranjero no están incluidas. Y mi amigo reclama que te reclama día tras día, ya estaba harto. Un día le tenían colgado durante media hora al teléfono, otro hasta una hora intentando aclarar conceptos,  y harto ya de dialogar con educación y hasta de ligar con telefonistas colombianas, chilenas o argentinas que siempre le decían dulcemente aquello de “cómo no, mi amor” y demás frases que que le calmaban un poco, decidió pasar al ataque fuese con quien fuese al otro lado del teléfono. Así que altamente excitado, dijo que esa llamada a Atención del Cliente iba a ser la definitiva. A Pepón le contestó una voz recia masculina y nada seductora, que le facilitó las cosas: “Señor teleoperador, o me atiende bien o me doy de baja” le dijo al telefonisto, quien de forma seca pero educadamente, le dijo: “Tranquilícese, que estoy a su servicio. ¿Cuál es su problema?”

Pepón._ ¿Pero es que usted no sabe quien soy?

Operador._ Lo leo en la pantalla, usted es don José…. Aquí tengo su historial y mi deseo es atenderle.

Pe._ ¿Entonces por qué me pregunta cual es mi problema?

Op._Porque lleva tres días sin llamar y no sé si ha cambiado la situación.

Pe._ Pues cada día está peor, Oiga, que….

Op._¿Puedo ayudarle en algo?

Pe.-En el otro recibo me cobraron de más, Internet no me funciona, con ustedes llevo casi veinte días perdiendo el tiempo, y…

Op._Mi deseo es atenderle…

Pe._ Pues déjeme hablar y no me corte. ¡¡¡¡¡Quierooooo queeee meee dennnnn de bajaaaaa!!!!

Op._ Así que desea que le demos de baja…..

Pe._ Exijo que me den de baja.

Op-_ Cálmese señor Quevedo…

Pe._ ¡Que no me llamo Quevedoooooooooooo!

Op._ Cálmese, don José. ¿Qué me ha dicho que desea?

Pe._ ¡Baaaaajaaaaaaaa!

Op._ ¡Ah! Lo que usted quiere es rescindir el contrato, ¿no es así?

Pe._ Es usted muy inteligente, ha acertado. Enhorabuena.

Op._ No hay de qué. Estamos a su servicio. Sus deseos son órdenes, si bien lamento decirle que no podemos atender su demanda si no aporta una penalización que aplicaremos en razón del contrato firmado y grabado con la voz de usted.

Pe._ Oiga, que a mi me dijeron que la lectura del contratito dichoso era puro formulismo, que dijese a todo que sí. Y yo obedecí.

Op._ Ahí erró usted. Su deber era haber leído hasta la letra pequeña. Repase la copia, repásela…

Aquí acabó con cierta brusquedad la conversación trasatlántica, así acabó de ponerse el inicio del punto final de un problema surgido en España. En realidad todas las compañías telefónicas que operan en este país tienen operarios en el extranjero, con los inconvenientes que ello acarrea. Algunos me han confesado muy amistosamente que si ellos tienen ocupación laboral es porque a las empresas les resultan más barato contratarles ahí que en España, que los españoles cobran más. ¡Qué ironías tiene la vida!, que encima tenemos que estar contentos.

El caso es que Pepón, a instancias de sus amigos,  hizo lo que se debía hacer. Fue a la oficina del consumidor de su comunidad autónoma y allí le atendieron muy eficazmente, si bien hay que reconocer que existen igualmente las opciones de las asociaciones de consumidores, tan diligentes ellas, y sin  intereses comerciales en las gestiones.

Pero los problemas que acarrean una a una las pequeñas cosas de la vida a las que no se saben dar soluciones en el origen, abarcan también a las llamadas facturas de las Eléctricas, que no hay quien las entienda. Desaparecido el anterior y  trasnochado monopolio y tras la liberación de las tarifas por parte del Gobierno, se ha establecido la competencias entre empresas. Algunas de ellas recorren las casas una a una ofreciendo descuentos por compromisos bianuales como mínimo, con lo cual vienen los casos de nuevas ataduras, que no funcionan todas bien.

¿Qué hace el Gobierno para solucionar estos pequeños problemas que se convierten en enormes y dan tanto trabajo al multiplicarse día a día? Aquí algo se les escapa a los responsables monclovitas, que no saben atacar bien las soluciones desde un principio y que pequeñas cosas se les convierten en gigantescas. Con esta forma de proceder todos perdemos la brújula y los cuatro puntos cardinales no sabemos a qué corresponden. Menos mal que ante “el pasar por la vida siendo romero, sólo romero”, otros, aunque sea con nuestra sonrisa cada vez más apagada, pedimos cordura aunque seamos locos surrealistas.

 

MANUEL ESPAÑOL

 

 

MI AMOR LOCO POR BIESCAS

MI AMOR LOCO POR BIESCAS

Sensaciones de amor, de felicidad, de alegría, de añoranza, de risa, de lamento, de esperanza, de ganas de lanzar un grito lo más fuerte que soy capaz, en lo alto de una de mis montañas mirando al valle… Son instantes que se acumulan en lo más íntimo de mi ser y que se resumen en una palabra mágica: BIESCAS. Así soy, no lo puedo remediar ni quiero. Ahí se encierra y se expande el aroma de mi infancia, de mi juventud, de la madurez y del futuro que me puede quedar y que yo ignoro. Pero es igual, que ya nadie me puede quitar lo que he vivido. Y desde allí, desde lo más alto, igual entono las notas del Cara al Sol que las de la Internacional o el Himno a la Virgen del Pilar y hasta el “Imagine” de John Lennon. Si todo esto lo cuento, tal cual lo siento supongo que más de uno me dirá aquello de que tu estás loco, Gabino, o… ¿te llamas Manolo?”.  “Cuidado, no empecemos con lo de siempre, a poner problemas, que un ciudadano como yo a lo que aspira es a tener sus minutos u horas de libertad y a decir lo que piensa de la vida, a mostrar sus oídos, su poco sentido, sus amores y ganas de sonreír y también de soltar carcajadas y todo dando rienda suelta y acompañado de la propia imaginación”.

Así que con la mochila a la espalda y sin más diálogos y pensamientos que conmigo mismo, llego a un espacio en el que la vista desde allí es especialmente mágica. Se trata de la cima de Erata en un día soleado, con temperatura suave y sin viento, teniendo a la soledad, insisto, como única compañía, que ya más abajo y en el pueblo, vendrá una buena cerveza acompañado de mi primo y amigo Ramón Ruba, que cuando quiere, bien que me toma el pelo. Eso sí, de momento y para fomentar la inspiración propia, saco el almuerzo consistente en tortilla de patata que me ha hecho mi tía Cuqui, y demás viandas a base de chorizo y jamón y un buena bota de vino, y más…

La verdad es que  me quedo muy satisfecho y con la sonrisa ancha asomando a mi rostro, apunto con los gemelos de última generación que me ha regalado Jimena y mi mirada se fija en lo que resta de la antigua piscina del Parque La Conchada, aquella en la que para tratar de ligar me hacía el machito y aguantaba como si nada durante buenos ratos las bajas temperaturas del agua, y más que ligar, como único trofeo agarraba algún catarro que otro. Pero hubo un día en el que uno mismo, tan soso como era, conseguí llamar la atención de una chica guapa y de buen tipo, que no era del pueblo, pero con la que logré un pequeño escondite que por lo visto no era tal, y hubo más de un indiscreto que no sólo consiguió que se enterase mi familia, sino que hasta el cura con sotana y todo se plantó en casa para que me llamaran la atención. Y todo por un inocente beso, bueno, un poquito más,,, Pero de ahí no paso en el cuento. Mi padre cuando se enteró hasta se partía de risa cuando no le veían los de su generación anterior, y así suavizó una reprimenda que no llegó a ser severa. Y cuánto tiempo estuve pensando en lo que fue y lo que podía haber sido con esa zagala con acento, no sé si alemán o qué. Bueno, no quiero recrearme más en el tema, porque luego me da la impresión que tengo visiones en mi mente, a veces de un calenturiento que no las puedo evitar porque me los da la propia naturaleza.

Y aunque en el monte Erata refrescabade una manera ligera, bien comido, bien imaginado, me eché una siesta muy agradable en plena naturaleza. Y mira por donde, cuando estaba en lo más dulce del sueño, oigo el sonido de un cencerro. Mi soledad en libertad se había ido al carajo. Me despierto desagradablemente y veo ante mi a Pacorro, un buen amigo de infancia, pero como siempre, tan inoportuno. Este “mocé”, tan veterano como yo, dijo que me había visto subir (por supuesto que hacia arriba, faltaría más) cargado con la mochila y me dijo: “como estas vacas son muy dóciles y tengo al toro amaestrado, sé que no se me van a escapar. Así que me voy un rato con Gabino a hacerle compañía. Alégrate, amigo, que he traído un rancio muy rico en bota, y entre trago y trago recordaremos viejos tiempos”. Pues a recordar…, dije resignado hacia mis adentros.

“Oye, Gabi, ¿te acuerdas de cuando celebrábamos de niños la fiesta de San Manuel?”. Así surgieron las primeras risas. ¡Ya lo creo que me acordaba! Éramos unos traviesos inocentones, que el día 1 de enero desde el punto de la mañana, posiblemente cuando había más de un vecino que no se había acostado todavía, recorríamos una por una cada casa del pueblo, cargados de sacos o cestas vacíos, y un monedero sin contenido pero grande por si acaso, y aparte, con sumo respeto,  una imagen del Niño Jesús. Lo del Niño era para que pensasen que éramos unos chicos buenos y no unos jetas. El caso es que como Biescas es un pueblo que a lo largo de la historia se ha distinguido por su sentido de la hospitalidad, las puertas se nos abrían ante nuestras llamadas, y en algunos casos aparecían caras con síntomas de sueño y hasta de resaca para escuchar nuestras felicitaciones si bien en general era generosa. Puesta tras puerta, perdíamos nuestra vergüenza habitual y gritábamos eso de “¡Feliz año nuevo!”, y de esta manera repetíamos hasta que nos abrían. En algunas casas nos hacían cantar un villancico muy particular: “Hoy los niños que aquí veis/ reunidos celebramos/ la fiesta de San Manuel /y a principios de año”. Un año en el que el chico encargado de portar la imagen se dejó el Niño Jesús en casa, una de las vecinas nos preguntó que “dónde estaba el Niño, que no lo lleváis, pajaros. Jorge, que entonces era muy guasón, me miró y después le dijo a la señora: “para qué queremos una imagen si ya llevamos a Manolico. ¡Eh, Manolé, saluda a la señora”. En algunas casas nos daban dinero, en otras patatas y cebollas que luego vendíamos en Casa Sebastián o Casa Ipiéns y que nos las pagaban a muy buen precio como forma de complicidad. Entre la venta de las patatas y el dinero recaudado, comprábamos la cena que tradicionalmente cada año se hacía en la casa de cada uno de nosotros. ¡Y qué bien guisaban las madres o las hermanas! El día 2 necesitábamos descansar de la resaca de año nuevo.

Tras este entrañable recuerdo, Pacorro aún insistió en cuando jugábamos a ladrones y policías. “Que a ti, Gabino, siempre te gustaba hacer de ladrón”. Y ahí le corregí, que en algunos momentos me ponía de un repipi insoportable, contestándole que “a mi siempre me ha gustado estar frente al poder establecido, aunque a estas alturas ya me he calmado un poco.”

Y pensar que había subido al monte a cantar la Internacional o el Cara al Sol, o lo que me pasase por la cabeza en el momento y así disfrutar de la plena soledad, acompañado del almuerzo de la tía Cuqui… El caso es que le dije a mi amigo que debía bajar rápidamente, que me esperaban en el pueblo. Y éste me asió del brazo no soltándome, diciendo que me quería llevar donde estaban las vacas, que me guardaba una sorpresa. Y en el camino aún me contó el año en el que a Toño le eligieron una Semana Santa para hacer de apóstol en el lavado de pies. Como pensaba el chaval que le iban hacer un buen lavado, se paseó repetidamente por el corral de su casa y luego se presentó con los pies negros, para bochorno de su familia.

Por fin llegamos junto a las vacas que parecían estar alegres con el toro. Y ya en el lugar el bueno de Pacorro me confesó que cuando me había visto subir ya pensó que nos veríamos un rato después y había ordeñado una vaca. Con tan buena leche no me podía negar, por lo que lo que había descargado en vino lo cargué del rico líquido lácteo. Le di mis más efusivas gracias y para mis adentros dije que era muy pesado, pero muchísimo más bondadoso que pesado.

Sucede que si el tópico de “recordar es vivir” resulta cierto, a mi me gusta mucho el presente y siempre soñar con el futuro. Y como mi amistad con Ramón Ruba es presente, pasado y futuro, estaba deseoso de encontrarme de nuevo con en su establecimiento. Y allí bien que me esperaba con ganas de hacer risas, acompañados de una botella de buen vino tinto y de un plato exquisito de tripilgates de Biescas. Allí en su casa, que ha rebasado crecidamente el centenario de su existencia, hay muy buenas historias y anécdotas cargadas de humanidad y sentido del humor, así como de visitantes ilustres para contar a lo largo de generaciones. Algún día nos pondremos de acuerdo. Lo de los gritos y cantos pelados a la máxima potencia de mi voz, mejor dejaros para otro día en que todavía esté menos cuerdo. Que conste que volveré a ello.

 

MANUEL ESPAÑOL

¡NENES, DEMASIADA CACA!

¡NENES, DEMASIADA CACA!

Me encantan los niños. Tengo amigos progenitores de inocentes criaturas a quienes les da lo mismo les da por estar todo el día a carcajada limpia o en un llanto constante (los nenes, claro). Y como no conocen otro idioma, los mas pequeños se pasan la vida tragando, llorando o riendo, y por si fuera poco hacen pis y cacas continuamente, así hasta que aprenden a base de aburrimiento a pronunciar la palabra !ajo! para satisfacción materna y paterna, que aquí intervienen los dos. Y no digo nada cuando llegan a adolescentes, que quieren lanzarse a volar sin paracaídas. Joé…, que mal huelen los condenados bebés.

Hace ya unas pocas semanas me llamó mi amigo Tancredo Pancrudo, que vive en el pueblo de mi primo Marcelo, para decirme que él y Luci habían sido padres de un niño muy rico, muy mono, al que le habían puesto el nombre e Federico, y que había pesado al nacer, nada menos que 4 kilogramos. ¡La madre que lo parió, lo ancha que se debió quedar cuando lo hizo (el parto, quiero decir). Así que al Fede este ya le llamaban el tardano, que su hermanito Felipín había cumplido los 10, y tan hermosote él. El repapi, que se hallaba tan entusiasmado y que llevaba tanto tiempo con que tenia que ir a verles a fin de jugar con sus hijos y comer juntos, asegurándome que lo íbamos a pasar en grande, terminó por convencerme, por lo que decidí aprovechar una de mis visitas a la tía Cuqui y al tío Tan, que viven en Biescas, y allí en el Pueblo Largo que me planté.

Paré el coche en la plaza, que es donde casi se concentra toda la población, donde se halla ubicada la pequeña pero coqueta iglesia, el dispensario donde acude el médico una vez a la  semana, y una escuela escasa de chicos en estado semisalvaje y amantes del aire libre. Como soy muy despistado, nada más llegar y cuando no había remedio, me di cuenta de que no llevaba regalo alguno, por lo que entré en la tienda de Bienvenida, que igual vendía vinos y licores, unas tortillas de patata deliciosas, bragas, periódicos, caramelos, bacalao y juguetes y más cosas... Bienve es una mujer bonachona que por todos sus poros destila extensa humanidad, y se alegró tanto al verme, que me acogió entre sus brazos  potentes, me estampó dos sonoros besos, y casi me deja  sin respiración. A decir verdad, aquel encuentro fue de un emotivo subido con el recuerdo añadido de tiempos pretéritos que nunca se olvidan, en los que de niño pasaba por su establecimiento y siempre me daba algún dulce. Hoy -me dijo- no te escapas sin tu regalo, que aunque seas mayor sigues pareciéndome un chiquitín, y te guardo un paquete de caramelos con la condición de que seas tu quien se los tome, y otro más para que lo entregues a Jimena de mi parte. La verdad es que en  los escenario de mi infancia, la gente es así de noble y generosa, aunque como en todas partes, hay de todo. A Tancredo, por muy entregado  que esté a la causa de su villa, es un chico cultivado al que le gusta la buena música, por lo que me lo puso fácil, y con un disco mozartiano sabia que  iba a  quedar muy bien. Para Lucia, Bienvenida me recomendó un perfume que decía haberle llegado de Paris, al bebé le correspondió un pijama que dentro de dos años creo le estará bien, y me quedaba la duda de Felipin. Con este -señalaba mi cariñosa asesora- no merece que te gastes mucho dinero, que lo que mas ilusión le hace son los cromos de futbolistas, de los que te voy a dar diez que el no ha recogido todavía, y que no te los voy a cobrar!. !Pues compraré igualmente –aseguré yo- una camiseta de Cristiano Ronaldo con el 7. Gabino -me respondió- que yo soy del Barsa, que de Messi te puedo dar todas las que quieras, ¿pero del Real Madrid? Anda tontuelo no gastes más y hazme caso, que con os cromos quedarás muy bien.Y con unas carcajadas mutuas a modo de hasta luego, dijimos que a partir de ahora ya no tardaríamos tanto tiempo en vernos. Que es que mi Bienve…”. Con el semblante alegre me dirigí a casa de mi amigo, encontrándome un panorama que parecía una tragedia  cómica para ser contada. Luci, que es gerente de la cooperativa comarcal, como ya había cumplido con la baja  por maternidad, acababa de volver a trabajar. Total, que el señor Pancrudo se hallaba ya muy horneado y estaba que no podía más. Para mayor destemplanza, el chico mayor había agarrado una pataleta inmensa y no paraba de dar puntapiés y de gritar en plan guerrero aquello de “¡¡¡¡quiero salir!!! y “¡¡¡papa malo!!!, así como unas trescientas cincuenta y cinco veces. El bebe lloraba, y aquella casa era lo mas parecido a un tormento, que no se les había ocurrido a los lumbreras de los inquisidores de tiempos atrás. Pero esos gritos, afortunadamente, no duraron más de una inacabable media hora ante mi presencia, dado que el mayor se había puesto muy contento,  nada mas entregarle los cromos; otro tanto podría decirse de Tancredo con respecto al disco con música de Mozart dirigido por Von Karajan, es decir, con el sello de  los dos genios de Salzburgo. Pero Federico... Me acordare de el, de ese momento, durante todos  los  días de mi existencia. Ya Tancre, con  muy buen humor y tras el entrañable y sincero abrazo que nos dimos, cogió a su niñito en brazos con  la  intención de calmarle y de hacerle reír,  porque este nene es muy risueño, me dijo. Y el bebé,  aun en brazos de su padre, ya puede creer el lector la fuerza con que se hacia oír; vamos, que parecía un Pavarotti, pero muy desafinado. Yo igualmente me ponía a hacer monadas y demás  tonterías, muchas de ellas inimaginables, a ver si conseguía algo, pero creo que lo hacia tan mal que era capaz de irritar también a cualquiera; la vergüenza propia duró hasta que detecté en mi olfato un olor a caca insoportable. !Tancre, Tancre, que tu hijo huele a mierda!, le  dije. !Pues yo no noto nada, que  Luci  lo ha lavado de arriba abajo antes de ir a trabajar!. !Pues tu que eres el padre de la criatura, ponle la nariz en el culo!, le grité”. De tal manera lo hizo, que inmediatamente me di cuenta que el repapi estaba a punto  de vomitar. La respuesta que me dio no daba lugar a dudas. !Gabino, por nuestra amistad, báñale tu mismo, que yo no puedo mas, estoy a punto de desmayarme. Y eso que todo un mocetón casi montañés que excepto estudiar, aunque mucho, había hecho toda su vida en el pueblo, me pasó la papeleta a mi, que estoy sin hijos y que no paraba de hacerme el remolón. Mientras, Felipín igualmente mostraba a tope su fuerza pulmonar gritando repetidamente por toda la casa: !Federico se ha cagado, Federico se ha cagado, Federico se ha cagado!... Afortunadamente el hermano mayor, que ya había visto varias veces a su madre limpiar al hermanito, ya más calmado en sus ímpetus verbales, adoptó una pose chulesca. Tranquilos que  lo haré yo. Y lo hizo. Al verse el padre limpio de caca, el se echó a reír cuando vio a su hijo pequeño ya sin pañales, pero despidiendo un olor espesamente  desagradable. Asombrado me  quedé cuando Felipín acabó la faena dejando a su hermano con una pulcritud asombrosa y dándole seguidamente el biberón que ya había dejado preparado la madre. Vamos, que el chico se merecía salir de casa para correr por esos campos con olor a fiemo poblados de vacas y terneros y por las riberas del río en las   que se sentía tan a sus anchas. Y para diversión de los dos adultos, el niño mas  pequeño dormía plácidamente en su  cochecito, cogimos el avión volador teledirigido de juguete volador que Tancredo había regalado a su hijo como excusa para propia diversión, y la verdad es que lo pasábamos tan alegremente, hasta que de nuevo el chico agarró otra de sus pataletas reclamando lo que era suyo, pero de una forma escandalosa tal, que casi se oía su voz al otro lado  del océano. Aquello olía ya demasiado mal, por lo que opté por volver a la  tienda de Bienvenida, quien  nuevamente me asesoró sobre el potencial receptor a quien quería calmar. “¡Pero si es un niño encantador al que conozco mejor que su padre, un buenazo infantil  este repapi que siempre pierde los papeles. Anda,  llévale este balón de reglamento, que te lo dejo barato. El caso es que el chico se calmó volviendo a mostrarse simpático y sumiso. Nosotros volvíamos a jugar con el avión, y con la excusa de que conocía su funcionamiento, Tancredo Pancrudo no hacia mas que exhibirse ante mi haciendo piruetas, hasta que el aparato se estrello necesitado de una buena reparación, si es que resultaba posible. En ese momento, para acabar de enredar todo, Lucia llamaba a  su marido a través del teléfono móvil, y le decía que no iba a volver a casa al mediodía, que habían llegado los miembros de no se que sindicato, y que debía de comer con ellos, con los que hay que estar siempre a bien. Gabino, que lo siento mucho, que si quieres nos vamos a la tienda de Bienve, que también da comidas, que invito yo. Lo único que se me ocurrió responder es que no se preocupase que aprovecharía la circunstancia y me iría a comer a Biescas a casa de la tía Cuqui, que cuando quisiera, y siempre que estuviera su mujer, yo acudiría con Jimena para disfrutar en su domicilio del autentico calor de hogar, dicha esta última frase, con el mayor cariño del mundo. 

 

MANUEL ESPAÑOL

 

TODO ES POSIBLE EN MADRID

TODO ES POSIBLE EN MADRID

 

Que uno es muy aragonés, nadie lo dude, y lo seré siempre compartiendo cariños en cualquier lugar del mundo en el que me encuentre. Pero Madrid... tiene un sabor muy intenso. Si, amigos, que lo que quiero decir es que si hay una ciudad muy especial para mi en este conjunto de comunidades autónomas aun llamado España, esta es la capital de la Villa y Corte. Aquí, donde tengo parte de mi corazón, todo resulta posible. Y de esta manera me remito a lo acontecido en una que recordare siempre gracias a mi memoria, a veces con lagunas voluntarias, pero bien filtradas a través de mi mente, que para mi satisfacción resulto  muy autentica. Ese día, para empezar, me encontré con un tipo vestido de manera estrafalaria, con sombrero negro de copa,  chaqueta colorada y pantalón ajustado a la manera de un jinete rancio, quien con un látigo inofensivo en la mano derecha, o izquierda, según prefiera el lector, a modo de director de pista de circo lo movía impulsivamente de arriba abajo y por medio de un megáfono animaba a los transeúntes a visitar un conjunto de maravillas urbanas de las que se sentía todo un anfitrión: "Pasen señoras y señores, pasen, crucen la Puerta de Alcalá y dispónganse a descubrir una ciudad en la que puede pasar de todo. Aquí nada es lo que parece, y todo parece que no es nada". Así que siguiendo los consejos de Arcadio, que de esta manera se llama el personaje, me dispuse a pasear alegremente por las calles  capitalinas del Reino de Felipe VI, dispuesto a sorprenderme y de esta manera poner a trabajar mi alma de niño que observa todo, que no pierde detalle, y que luego dice todo lo que se le ocurre sin pensar si está bien o mal, o si es políticamente correcto o no. Como no soy políticamente correcto (todavía no he aprendido ni pienso) me pasa lo que me pasa, que de vez en cuando me encuentro con lo que no deseo, si bien me da igual siempre que no haga daño a nadie y no reciba una paliza física, que las anímicas ya me las curaré como pueda, si es que lo consigo.

Tras dejar al improvisado  amigo, como siempre que paso por allí, casi me quedé con la boca abierta al contemplar en su esplendor el  antiguo Palacio de Correos, hoy sede de la Alcaldía, desde que lo dispuso el fenecido como ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardon, si, este que estableció las tasas judiciales a fin de que la Justicia no fuese igual  para todos, el que quiso introducir su ley del aborto y finalmente se la abortaron sus propios compañeros de Gabinete, los mismos que al principio le habían  apoyado  !sin reservas!. Ay, don Alberto, que la vida presenta situaciones muy complicadas, que todo es del color con que se mira, y a usted no le han mirado bien. Bueno, que este loco surrealista que osa dirigirse a Su Excelencia, tampoco se hañña muy afortunado de la vista y a veces le echan mal de ojo entre otras maldades. Que oiga, que luego dejo usted en la Alcaldía a doña Ana con su dominio del ingles acento de  Lavapiés, y eso es muy fuerte y no se lo puedo perdonar.

Pues criticas aparte, puedo asegurar que quien me cae muy simpática es la diosa Cibeles, la cual sin decir ni pío a lo largo de los siglos, se ha ganado el cariño de los madrileños. La suya es la imagen mas retratada y su monumento está situado en el centro de una hermosa fuente con chorritos y todo, como decia Pepe Isbert en !Bienvenido mister Marshall!, y que también es fuente de alegría para los aficionados del Real Madrid, en la que de vez en cuando se mezcla el agua con cava de la tierra. El caso es que me disponía a cruzar el paso "incorrectamente", para ver la fuente y la estatua más de cerca, cuando alguien me daba unos toques en el hombro.  Y me llevé un no pequeño susto al pensar que se trataba de un municipal que me llamaba la atención. No sé si afortunadamente o no, pero al darme inmediatamente la vuelta me encontré con otro personaje extraño que por encima de allá donde termina o empieza el  cuerpo, que al respecto no me aclaro del todo, portaba un sombrero de lluvia en un día soleado, vestía un chubasquero total, calzaba unas botas de goma que llegaban casi hasta los atributos hombrunos y portaba una caña acompañada de sus correspondientes  aparejos de pesca. Otro pirado, ya somos dos, fue lo primero que pensé. No estaba muy equivocado. Se presentó como el pescador de coplas del Real Madrid, y me dijo que lo  que trataba era de evitar que yo le quitase el puesto de trabajo. El caso es que mi desconcertada figura no entendía nada, algo que captó inmediatamente Paquito Gento, que es como se apodaba. !Mire usted -me decía-, yo con este aspecto me asomo a la fuente y canto coplas. Luego me acerco al publico y paso la bandeja, y a veces es generoso y otras no, yotras ni siquiera encuentrp publiico. Si quiere verme actuar,  le dedico una canción y después hablamos. Pero hombre, contemple usted mi arte". Así que se plantó junto a la  pobre diosa Cibeles, y no se le  ocurrió otra cosa que  entonar, nada menos que "La bienpagá". Si le llagan a  escuchar Miguel de Molina o Antonio Molina, seguro que en un principio les hubiese dado un síncope como para devolverles a sus respectivas tumbas, pero también es posible que como Gento tenia aspecto de bonachón, en el fondo iba a ser perdonado. Terminó de cantar Paquito y tras sonar unos discretos aplausos vino a mi encuentro y yo tan cínicamente le felicité dejándole contento, algo que cuesta poco, que todo consiste en ser caritativamente cínico. Tan feliz le hallé bañado en su propio sudor, que no tuvo inconveniente en asegurarme que muy cerca de donde estábamos, en el monumento a Neptuno, estaba otro cantador muy amigo, aunque rival deportivo, ya que este había elegido el sobrenombre de Collar, igualmente pescador como él. Era lógico que el personaje afin a los colores colchoneros hubiese elegido ese lugar por ser donde el Atlético de Madrid celebra sus triunfos, que también son muchos y muy merecidos. Y a Collar le dio por cantar el pasodoble de "El gato montés". El hombre no tenia la voz de Plácido Domingo, ponía una pasión autentica y animaba a bailar al público que iba a aplaudir. Luego me  entere que Paquito Gento y Collar iban a medias en todo, y hasta compartían dormitorio en una pensión. Con un socorrido !que no decaiga la fiesta!, compartían hasta sus miserias.

Después de una copla y otra, decidí cambiar de escenario y mis pasos se dirigieron a la Puerta del Sol, todo un mosaico  multicolor y multicultural patrocinado por Vodafone, organismo que ha conseguido a base de dinero, poner su nombre por delante del oficial de toda la vida, que no llegó a cambiar con semejante descaro régimen político alguno. Bueno, así es  la vida, que Don Poderoso Caballero tiene mucho poder y hasta capacidad  de comprar casi todo. En cualquier caso, no se puede conocer bien SOL, que no digo Vodafone porque a mi esa empresa no me compra por ahora (el futuro aun está por ver). sin pasar allí una mañana entera, por lo menos, poniendo al máximo en juego la capacidad de observación. Es curioso que uno acude allí con la  intención de poner el pie sobre el punto donde se ubica el Kilometro Cero, y si mira a uno de los frentes se encontrara al  otro lado de plazas tantas veces remodelada con comercios como El Corte Inglés, las calles Preciados y La Montera, zona toda ella bañada por ríos de gentes. Y si el visitante se da una vuelta de 180 grados, se topará con el edificio de la antigua Dirección General de Seguridad, actualmente sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma, el mismo que presidió Esperanza Aguirre, hasta que  le cedió el testigo a Ignacio González, sin pasar por nuevas elecciones, al igual  que Ana Botella.

 

OTRA VEZ MARCELO

 

Malicias atrás, debo reconocer que no hay, o casi no puede haber en un entorno como el de Sol, un espacio de tantos contrastes y tan disparatados entre si: náufragos de secano, mendigos de diversas procedencias, grupos musicales, vendedores de lotería, manifestantes, réplicas de los personajes del cómic o de las series de televisión, improvisados predicadores... Junto a realidades amargas, si lo que se desea es disfrutar de la risa y el humor son trata de ingredientes que no han de faltar. Oiga, que la risa es lo mas serio que hay. De esto ultimo me di perfecta cuenta,  cuando me entretenía en observar al Pato Donald y sus patitos, que tenían una gracia muy especial, sobretodo cuando se acercaban a una zona medianamente acuática y ponían al personal perdido. Mientras disfrutaba del espectáculo y de alguna mojadura, a mi lado había voces que interpretaban con cierta gracia una jota aragonesa. Me volví y no di crédito a lo que veían mis ojos; una jota salía tras las máscaras de Micki Mouse y Minnie. Así que del traje de Micki, cogido de la mano de su compañera del alma, salía una voz me llamaba por mi nombre: "Gabino, majete", Yme dio un par de castos, sonoros y cariñosos besos, como no podía ser de otra manera. ¿A que no me reconoces?, me dijo. El acento  me resultaba inconfundible. Era el de mi primo Marcelo el trompetista, un bonachón que me las ha hecho pasar muy mal en bastantes etapas de mi vida con sus aficiones escénicas. Que todavía tengo presente el día que trompeta en mano hizo escaparse del pueblo a todas las vacas, porque no había quien le aguantara, también cuando compró una cabra equilibrista. Vamos, que el de Marcelo es un caso difícil de repetir. Como no me lo esperaba, me di un alegrón enorme y el público que presenciaba la escena se partía de risa con mis caras, por lo que le depositó una cantidad muy estimable de monedas, que él mismo se apresuro a recoger. Llegó el momento de poner punto y aparte al espectáculo de la zona central de la Puerta del Sol para quitarse los disfraces (los de ellos,que yo llevaba el propio de todos los días), y en una callejuela muy cercana nos mostrábamos cual somos; mi primo, como siempre, con sus mofletes trompeteros abría la boca a base de carcajadas continuas.  Su amiga, que hasta el momento no había pronunciado palabra, y a la que no había visto ni siquiera la mano, resulto ser una chica espectacular, y muy sonriente me llamó "primo". Estaba impresionado, casi mudo me haba quedado.

"La vuestra es una historia que e tenéis que contar a fondo". No e podía imaginar que mi primo, todo un tiarrón que comienza a entrar en años, tuviera una pareja estable, y ademas una chica guapísima. "!Pero Gabino, parece que eres mas tonto que yo, y ya creo  que conoces a Mariajo. Sabes muy bien que en el pueblo de al lado tenemos unos parientes de la tía Cuqui, que hace veintiún años, ya mayores, tuvieron una hija.... !No me digas Marcelo que aquella niña es Maria Jose... !Siiiiiiiiiiiiiii, tonto el bote!, me contesto. ¡La madre que te parió¡, le respondí. ¿Y hace mucho del comienzo de esta historia?. La respuesta era que desde entonces hasta ahora habían  pasado dieciocho meses.

Continuos tacos, pero  moderados en su intensidad todos ellos, porque en el fondo soy educado, salieron  de mi garganta. Cuando se lo cuente a Jimena, que le  tiene un gran cariño, es que no se lo creerá. Que antes nos enviaba del pueblo Morcillas, jamón, chorizos de cerdo, y ahora no se que será de tales envíos. Que igualmente quiero a Marcelo, con quien hemos hecho tantas pifias juntos, y del que ya hacia tanto tiempo que no sabia nada de el. Que haya enderezado su vida con una casi adolescente... que hasta en eso ha sido rápido, me parecía maravilloso. Lo que no entendía era de qué narices vivían. Resulta que entre los dos habían reunido unos ahorrillos y decidieron conocer mundo, por lo que se fueron a Alemania, y mas concretamente a Munich, donde aprendieron a manejar las maquinas de hacer salchichas, si bien ellos introdujeron, como buenos españoles que son, la novedad de hacer chorizos y morcillas. Como los productos elaborados tenían una aceptación progresiva, ganaron muchos euros que les sirvieron para pensar en el retorno a España. Como el gran Marcelo aun mantenía una afición desmedida al mundo de las tablas, fue cuando propuso estar un mes en Madrid haciendo comedias improvisadas, lo que le permitió perder la vergüenza y parecerse mas a mi como primo mayor. Y hasta en eso tuvo suerte. Está visto que con Mariajo tiene todo un talismán. Que ahora en el pueblo pondrán un cafe bar de artistas, y hasta Jimena y yo iremos allá a ver unos espectáculos que prometen ser únicos. Incluso es posible que me anime a subir al escenario a contar alguna de mis historias surrealistas. 

Como Mariajo y Marcelo se conocen bien el mundo callejero de la farándula en Madrid, aun me llevaron a seguir una visita tan especial comenzando de nuevo por la calle Arenal y contemplar autenticas estatuas vivientes, con elementos que parecen desafiar a la ley de la gravedad, brujitas buenas de la suerte, guerrilleros aparentemente fieros pero pacíficos, calaveras graciosas que solo pretenden dar sustos, cantantes desafinados pero que ponen entusiasmo, y un largo etcétera de atracciones que nunca dejan indiferente. Y para terminar un recorrido que no tendría fin a lo largo de cientos de paginas, nos fuimos a la Plaza Mayor, donde me presentaron a un Spiderman pasado de kilos, un torero que decía haber sido matador, y varios hombres invisibles. "Cada día, con esto de la crisis hay mas  personajes de este tipo, que se han vuelto pobres de pedir y no quieren ser reconocidos.. Nosotros pronto desapareceremos de este bloque, que mi chica y yo queremos tener niños". Mi respuesta fue "Dichosos vosotros que habéis sabido hacer lo que os da la gana!. Afortunados, que estáis mas locos que yo".

 

MANUEL ESPAÑOL

LA SEÑORA MARIPOSA SE CORTÓ LAS ALAS

LA SEÑORA MARIPOSA SE CORTÓ LAS ALAS

El autor de la viñeta es mi sobrino Pablo Español

 

 

“Hay que echarle ingenio a la vida y falsear de manera casi imperceptible la realidad, hasta adaptarla a tu propia esencia, que es algo así como soñar, que los sueños no dejan de formar parte de la existencia de uno”. Así, con esta frase galimatías, se expresaba dejándome embobado mi pirado y viejo amigo griego Alekos, en el transcurso de una visita interétnica a Bombay, en la que coincidimos y no virtualmente. Aquello me hizo dar vueltas y vueltas al asunto durante mucho tiempo,  así como en la influencia que ejercen determinadas palabras en determinados momentos. Lo que faltaba para volverme más loco todavía, ahora que sigo con la mente puesta a piñón fijo en Japón, y con ello en Madame Buttefly (Señora Mariposa), en las distintas ceremonias, en las geishas.... Las mariposas pueden volar, ¿y madame Butterfly puede hacerlo?

En  India, donde el mundo de la magia suele producir unos hechizos especiales y te hace entrar en determinadas corrientes subterráneas, también mentales, aprendí (no sé si me timaron como crédulo fácil) la iniciación en el pensamiento, de que si uno quiere algo imposible, no tiene mas que desearlo con convicción. Anda que no hace falta magia para ello… Aunque ese gran país tan increíble dicen que es cuna de dulces y a la vez amargos hechizos me llegó profundamente, la realidad es que Alekos no pudo influirme con la pasión india puesta en sus palabras no del todo entendidas, en el sentido de la realización de mis sueños. También aclararé, que como buen aragonés soy bastante cabezón y tozudo (¿hace falta que lo diga?). Para ser más exactos, quiero expresar que desde mi época más tierna (a veces parece que sigo así todavía), mi mente y mi interés casi principal, está centrado en un país extraordinario también de grandes y hermosas leyendas. Puede que sea un tanto liviano por mi parte, pero la más sincera de mis ilusiones, insisto, es que ahora mis deseos son los de adentrarme en el mundo de los samurais y especialmente en el de las geishas o en las diferentes variantes de ceremonia del té. Algún día viajaré para visitar a conciencia el País del Sol Naciente, de los emperadores, donde espero pasar una buena temporada y tratar entre otras cosas de disfrutar con la contemplación de ese monte tan sagrado como es el Fujiyama con todo su entorno. Uno, que ha disfrutado intensamente desde edad bien temprana con los personajes de la “Novela de Genji”, ha imaginado mucho como consecuencia de la lectura y las películas, ha aprendido algo real o falso, no lo sé, pero el caso es que  no he visitado nunca físicamente el país nipón por el que siento algo inexplicable que parte desde adentro.

Así de majara andaba yo este verano meditando por las montañas de Biescas, soñando con la Señora Mariposa. Así de ido me encontraba hace muy pocos días como pasajero en el tranvía de Zaragoza con intención de continuar mis caminatas por el Parque José Antonio Labordeta. Tan abstraído estaba en mis pensamientos, que no me daba cuenta de que en el asiento de al lado en el tren urbano, había una japonesita vestida con su atuendo tradicional, que al darse cuenta de la cara que puse cuando la miraba, no podía disimular su sonrisa propensa a transformarse en carcajada. Intenté hablar con ella en un inglés bastante macarrónico y no entendía nada, en francés, y tampoco. Al final la chica oriental, joven, guapa, inteligente y buen tipo, fue a lo práctico y con un acento muy dulce y gracioso me preguntó: “¿Y tu no hablas español?”. Así  que, con cara de gili, de la que se dieron cuenta todos los pasajeros, me quedé cortado. Pasado mi primer momento de turbación comenzamos una larga y divertida plática. Aki, que así se llama, conocía muy bien nuestro idioma, pues tal y como explicó trabajaba de profesora de español en Osaka, ciudad al sur de Japón. A todo esto, aunque íbamos al mismo destino, tan animados estábamos, que no nos dimos cuenta que nos habíamos pasado cuatro paradas. Ni que fuéramos una pareja de tortolitos que sólo van a lo suyo pensando en darse el piquillo, que ese no era el caso en aquellos momentos. Tampoco es que nos importase tal pasada de rosca, por lo que nos lo tomamos exteriorizando nuestras mejores sonrisas, que además ambos disponíamos de tiempo y habíamos empezado muy bien. Bajamos del tranvía, le ayudé a transportar un pequeño y artesanal maletín, esperamos a otro transporte que finalmente nos iba a dejar en el Parque. La gente nos miraba con curiosidad, como si fuésemos auténticos “bichos raros”.

Como aún nos hallamos allá en el pulmón zaragozano en la época en la que el calor da sus últimos coletazos con un rigor insoportable, buscamos un lugar acogedor que nos ofreciese un banco a la sombra, a poder ser un poco aislado. Lo encontramos y tras la juerga y el humor de cortesía preliminares, me di cuenta de que Aki estaba más loca que yo. Y es que le conté que desde niño (aún lo soy) me gustaban las japonesas como ella, siempre tan gentiles y delicadas. Vamos, que para mi la chica era la geisha de mis sueños en las llamadas ceremonias del te.

Me quedé de piedra cuando entre lágrimas pretendió explayarse conmigo, con lo que me convertí en coprotagonista de todo un espectáculo en la vía pública, y aun cuando al principio estaba más colorado que un tomate ya casi fuera de la mata. Me fui calmando provisionalmente . La chica (ya no me parecía tan joven aunque sí atractiva) me dijo que ella se sentía la protagonista de la ópera “Madame Baterfly”, que no, que no era la soprano, que ella era la auténtica. Servidor, que para ponerme a su altura, no se me ocurrió más que ponerme a cantar a grito pelado, en la medida de mis escasas posibilidades, el aria para soprano de Cio-Cio San, cuando acompañada de su fiel criada Suzuki expresa con sus sentimientos la máxima expresión de esperanza hacia el cabrito de Pinckerton, sí, aquel teniente americano de la Armada de EE.UU. que le hizo un hijo después de casarse por la Iglesia Católica tras hacerle abandonar sus creencias budistas. El caso es que si en la obra se montó el cirio de la tragedia, como en casi todas óperas, en el Parque Labordeta sucedía otro tanto con la gente arremolinada en torno nuestro, con lo que el alboroto era total. Mi acción produjo un efecto mínimo de serenidad acompañada de vergüenza en Aki, y como tras la tempestad llega la calma, ya en la soledad volvimos a buscar un sitio tranquilo, que volvimos a encontrar. Luego ella me reveló que en el maletín llevaba los efectivos dispuestos para hacer la ceremonia del té. Con ello volví a mi locura, por lo que le rogué e imploré que me hiciera partícipe, que personalmente le cantaría lo que hiciese falta. Ella con tal de que me callase estaba preparada para hacer lo que fuera menester, incluso a repetir con su máxima dulzura “Un bel, di vendremo”. Y tan bien lo hizo, que llegué a creer que yo era el americano deseado, alto, rubio y de ojos azules, y para mí un personaje con cierto toque de estupidez. Ya un tanto mimosón por mi parte, confesé que mi ilusión se hubiera cumplido completamente teniendo como telón de fondo el mítico Fujiyama. En la placidez del momento entré en un trance extraño aunque parecía tan real que la acción se había trasladado al mismísimo Japón a los pies de la montaña. Allí Aki, como estaba en su tierra, se puso muy pesada, la ceremonia era desesperadamente lenta, tenía sed y hasta me entró un apetito voraz, que no tenía nada que ver con la mística de la profesora nipona de español; vamos, que todo lo contrario. Por fin ella me sacó del letargo y no sé si pasaron minutos u horas, cuando me dijo que ya estaba preparado el té, que me lo tomase, que se iba a echar la noche, y hasta me reprochó que me había visto como ausente durante toda la ceremonia. Reaccioné con la diplomacia que pude tras tomar el brebaje, y vuelta a las sonrisas le invité a tomar un buen chuletón con pimientos asados en un restaurante, y en el fondo y hasta por encima de la superficie ceo que estaré acertado si digo que aquello le gustaba mucho, que quizás en España no fuésemos tan ceremoniosos, pero que sabíamos pasarlo muy bien. Aki, tan contenta, señaló que había decidido cortarse sus alas de mariposa que le permitían viajar de país en país, para quedarse aquí a dar clases de japonés en este país todavía llamado España. ¿Y ahora cómo se lo cuento a Jimena? No se lo creerá.

 

MANUEL ESPAÑOL

LO QUE TU QUIERAS, CARIÑO

LO QUE TU QUIERAS, CARIÑO

Tal y como dice mi tía Cuqui, estoy como una cabra con mis ocurrencias un tanto surrealistas. Asegura también que tengo una imaginación desmedida pero con  la brújula velozmente loca, vamos, de la  que no sirve para nada.  Reconozco que en el fundo nunca he sido práctico, y que me dejo llevar mucho por el estado  anímico de cada momento. Le explico todo ello a Jimena, que se parte de risa y dice que a la tita no le falta razón, pero que de tanto aguantarme se han acostumbrado a como soy y hasta les divierte.. Vamos, que me  toman todos por imposible, aunque sabedores de que no se me ocurren  muchas maldades (ya veremos algún día…), toleran que vaya a mi aire. Así que extrovertido de mi, a veces me meto en unas aventuras en las que mi falta de vergüenza me permite gozar de momentos absurdamente deliciosos en mi propio interior, que pueden comenzar en las montañas de mi pueblo, pasar por la ciudad en la que cada uno va a lo suyo, y acabar en sitios tan alejados como el Fujiyama, todo un símbolo sagrado del Japón  de los emperadores, o en medio de una tribu selvática y salvaje con toques canibalescos, que  mal  gusto tendrían de haberme devorado...

Os diré que no hace muchos días estaba por el monte Arratiecho de Biescas, haciendo una pequeña ascensión libre y en solitario, y como aficionado al bel canto que soy, entusiasmado por las maravillas de la naturaleza, me puse a entonar breves fragmentos de partituras que me entusiasman. Como creía estar plenamente aislado, di rienda suelta al acto de expulsar un gallo tras otro, y de esta manera hasta que me tropecé sorpresivamente con el señor alcalde, que iba acompañado de  dos miembros de la Benemérita. Creí que me  iban a detener por haber asesinado a Verdi, Mozart y Bllini, uno tras  otro, y el caso es que tan “bella demostración” se la tomaron a broma. Como estaban de tanta guasa me  preguntaron que  si era capaz de pasarme a la jota. Como se da la circunstancia de que me  había topado con la autoridad civil y militar y en el fondo soy muy respetuoso, no supe decir que no, y tan solo osé a poner como  condición que entonásemos una que conociésemos los cuatro. ¡Que curioso!, que así surgieron las primeras notas de Los  labradores que llegaban de recoger el fruto de sus sudores, y eso ahora que los  rusos no nos quieren comprar la fruta. Pues ellos selo  pierden, que en Aragón, señor Putin, tenemos unos melocotones y unas manzanas... y unos tomates… Al final, un pollito bien como yo, que a fin de cuentas no es un maleducado, al darme cuenta que mis ocasionales y fugaces compañeros de excursión observaban mi mochila, de la que asomaba tímidamente una bota de vino, les invité a  un trago. Los guardias me dijeron que no, que les daba vergüenza, que estaban de servicio, pero el señor alcalde les dijo que entre el y yo había una relación muy familiar, que aunque chalado, era persona de fiar. Allí que nos dirigimos, a un lugar con sombra y con una fuente de agua fresca que no fue necesaria. La verdad es que la mochila que portaba era hermosa, y en ella cabía la mencionada bota de vino, un chorizo al completo que había  sisado de casa sin que se enterase Jimena, un taco de jamón mediano comprado a escondidas tras salir de mi domicilio  pelaire, y una barra de pan. No, si servidor estaba dispuesto a compartir generosamente por aquello de  que las cosas bien repartidas se aprovechan y se disfrutan más y mejor, pero mis eventuales compañeros, que no tenían vicios menores, debían de continuar ruta para seguir de servicio, y eso sucedía cuando ya me había acostumbrado a ellos y lo pasábamos tan amistosamente. Como me  encontraba en  un lugar paradisiaco, aproveche la  buena sombra (nunca mala, por Dios),  dispuesto a dar buena cuenta de las viandas que  había dejado ya preparadas. No habían transcurrido ni cinco minutos de la primera hincada de dientes, cuando pasaba un entrenador de fútbol de Primera División con sus ayudantes, de esos que se creen diosecillos, que con todo recochineo y desfachatez me dijo aquello de “¡buen hombre!”, a mi, un apuesto v  pacífico excursionista, y me preguntó por  donde estaba el estanco mas próximo. Por supuesto que con toda la cachaza y seriedad de la que soy capaz (no mucha) le indiqué textualmente: “Señor catedrático, lo que puede hacer es irse con todos sus alumnos a la cima del  Everest. Pregunte allí, que si tuene suerte le venderán el tabaco y en ese mismo lugar podrá fumarse uno de aquellos Celtas tan matarratas que había antes en España. Como aquellos graciosos llevaban un ritmo rápido, un tanto desilusionados y con cara de gilis, me  olvidaron a escape y me dije a mi mismo: al  fin soloooooooooooooo...., por lo que me puse a cantar a grito pelado eso de Las vacas del pueblo  ya se han escapau,  tiau riu, y ha dicho  el  alcaide  que  no salga  naide, que no anden con bromas, que es un mal ganau, riau  riau...!

Como la brújula  musical (la otra también)  me había abandonado y de haber empezado con opera había pasado a unas  jotas mal cantadas pero divertidas, tras dar buena cuenta y sin interrupción alguna de mi festín gastronómico-montañero salpimentado, los efectos del tinto me invitaron a gesticular con los brazos abiertos, y puesto encima de una roca me arranqué con el aria de la Tosca de Puccini, “Adiós a la vida”. Pero no, uno se encontraba alegre y siempre he amado la existencia, por  lo que casi de inmediato me di cuenta de la borrachera mental que llevaba y pasé al “Libiamo” o brindis de “La Traviata”, de Verdi. V amos, lo mejor tras haber acabado con vino de la tierra.

Una vez ya de regreso al pueblo, ese día me esperaba Jimena en el velador de un bar acompañada de un grupo de  amigos, además de la tía Cuqui y tío Tan tomando unas cañas. Me dijo que tenia un aspecto cansado, que las ojeras eran evidentes en mi rostro, que con el esfuerzo realizado se me  habría abierto mucho apetito. Así que como buena medicina, y a pesar de que ya estaba “mojado” me pedí un cañón cervecero, y mi chica tan cariñosa  me había reservado unos pocos calamares fritos; pero como le dije que aun notaba el estomago un tanto vacío, me contesto aquello de que hasta aquí podíamos llegar. ¿Es que quieres engordar? Y yo,  que ante tal pregunta observé mi incipiente barriguita, por lo que con aspecto sumiso, le  dije la manida frase de lo que tu quieras, cariño. Ella feliz y yo  igualmente.

 Algún día ya os cantaré, mejor dicho contaré algunas experiencias líricas por  esos mundos de  Dios y a veces hasta del diablo, que no tienen  nada que  ver con esta. ¿O  si…?

 

MANUEL ESPAÑOL

 

CANCIONERO, SULTÁN Y YO

CANCIONERO, SULTÁN Y YO

No hay nada que personalmente sospeche o sueñe que no pueda convertirse en realidad, por lo menos en mi interior. Eso equivale a ser poseedor de una riqueza ilimitada, más todavía que cualquiera de las personas que figuren en la lista Forbes. Que la vida, aunque de vez en cuando castiga, y muy duro, si miras siempre hacia delante,  no olvidas las cosas buenas del pasado y sabes mantener una sonrisa natural, la cuesta arriba será más llevadera sin necesidad de ayuda mecánica. En ese quehacer diario te encontrarás con situaciones insospechadas, y seguro que más de una vez te dirás eso de que “si no lo veo no lo creo”. Es como si por una de las aceras (ahora habilitadas para bicicletas) del zaragozano Paseo Independencia, o por el centro de las Ramblas de Barcelona, o por el centro de la madrileña calle de Alcalá, te encontrases con algunos jinetes y sus caballos al trote. Si ahora se asustan con las bicis, ¿que dirán de los imponentes cuadrúpedos por esas vías? Efectivamente, a veces la realidad supera a tu propia imaginación, te das cuenta de ello, lanzas tu mirada hacia el firmamento y aprecias que todo es posible en ese reino extraño y sorprendente, que uno no concibe sin sentido del humor, aunque haya momentos de la vida en que este resulte muy difícil hacerle salir a la superficie..

Lo que sí resulta verdad no sospechosa, es que mis raíces (soy Gabino, portavoz del también pelaire Manolo Español), trasplantadas y muy profundas e imposibles de arrancar, están en Biescas, población rodeada de bellas montañas, en pleno Pirineo aragonés. Aquí, desde mi infancia hasta esta etapa que precede al tiempo amarillo, he crecido, he conocido dar pasos unas generaciones a otras, he desarrollado mis ilusiones y alcanzado buena parte de mis sueños.

Verdad es también que aquí, además de familia, he tenido amigos singulares. Como dar nombres sería muy tedioso, pues la lista es fácil deducir tendría una gran extensión, quiero comenzar por dos amiguetes entrañables: Con Cancionero y Sultán, la existencia era muy especial y divertida cuando compartí mi tiempo de infancia con ellos. Cancionero era un caballo blanco y gigantesco, y aunque su figura no parecía elegante, lo mismo servía para montar que para llevar el carro de la casa cargado de lo que fuese, con su fortaleza tan especial. Sultán era un pastor alemán divertido, inteligente y cariñoso que me mojaba, a veces exageradamente, con sus lametones. Parecíamos un trío inseparable, aun a pesar de las broncas del abuelo y el taparse los ojos por parte del resto de la familia, aunque no podían ocultar una cierta dosis de complicidad secundada esta también por mis tíos y varios miembros más de la casa. Decía por el pueblo que se trataba de mi caballo, y es que el animal aprendió a obedecerme, siempre que le tratara con cierta dulzura, pues como se dice, “a las buenas” podía hacer con él lo que quisiese. Más de una vez le ponía las manos en los lomos, el pobre se agachaba, me subía encima después de escaparnos de la cuadra con Sultán siguiéndonos, “hala,  a pasear los tres por esos campos de Dios…”, bien alegres, sin pensar ninguna malicia, a pesar de ser conscientes de que cometíamos travesuras que traerían consecuencias familiares aparentemente ácidas. Al “corre corre caballito” le castigaban sin demasiada severidad porque poco después debía trabajar a pleno rendimiento, y no era cuestión de encerrarle. Aún es más, cuando se había quedado sólo, a Cancionero un servidor le llevaba un par de terrones de azúcar previamente sisados, y me relinchaba de satisfacción. Al perro, a la cuadreta de leña encerrado, si bien después de tanto ladrar era liberado a fin de que no diera mucho mal. A mi, personalmente, después de un apercibimiento verbal y no exento de ternura, a fin de que no cometiera más travesuras, me dejaban jugar con un Sultán que me ponía las patas delanteras sobre los hombros, sacando además a pasear su lengua, como muestra de afecto. Pero este can tan cariñosamente pegajoso como buen colega, con sus patas y sus orejas, me indicaba que los amigos éramos tres, que faltaba Cancionero, y de esta manera me llevaba hasta la puerta de la cuadra. Una ves se enfadó tanto conmigo, que no paró de ladrarme en toda la mañana, hasta que vino la reconciliación, con… nuevos lametones.

Me encantan los perros. Les veo nobles y buenos, y hasta con ganas de ayudar, por lo menos los de determinadas razas. En cuanto a los caballos mis sentimientos resultan muy especiales, especialmente dada su inteligencia y sentimientos. De muy niño también he estado mucho tiempo en Toulouse (Francia), donde descubrí tiendas especializadas en carne caballar, lo que me llevó a pensar muy negativamente del sistema o de las empresas que comerciaban con estos animalitos a fin de que una vez asesinados (concepto así valoraba yo) trocearlos y convertirlos en piezas de mostrador.

Hace unos años, como apasionado de la montaña que soy,  hice una de las excursiones veraniegas más maravillosas de mi vida. Se trataba de la circunvalación por los lagos franceses de Ayous, una excursión en forma de herradura, que a nosotros nos costó unas seis horas y que partía de un desvío frente a la estación invernal de Artouste, para volver al punto de salida. En los diversos puntos del camino éramos testigos de la belleza de unos paisajes salvajes pletóricos de hermosura, por lo que al pasar por un enclave precioso, hicimos un alto en uno de los refugios de montaña más coquetos que he conocido, ubicado en una pared lindante con un lago muy especial, de aguas cristalinas. En total fueron doce los lagos naturales que pudimos visitar en la vertiente norte pirenaica. Y entre lago y lago el espectáculo natural iba creciendo, y no pude evitar gritos de satisfacción al ver en libertad caballos salvajes, “No se alegre tanto usted -me decía un pastor galo que estaba en el entorno-, que estos animales de los que no cuido personalmente, tienen dueño, y están destinados a ser vendidos en las carnicerías especializadas”. En ese momento me sentí muy triste, y más al contemplar que los caballitos eran de lo más sociable, hasta el punto de que se quedaban noblemente quietos para las fotografías y hasta se dejaban acariciar. Desde entonces, me he negado a masticar la carne de una especie tan generosa e inteligente  y con sentimientos comunicativos. De no haberlo hecho, tendría el remordimiento de haber cometido un crimen.

Lo siento, pero esta vez el loco surrealista ha acabado triste. Hay situaciones, momentos amargos, que el hecho de recordarlos te hace dar emocionalmente un paso atrás. Si damos un repaso a nuestras vidas, encontraremos de todo. Hagamos valer nuestras sonrisas y pensemos en la felicidad como un sueño que estamos obligados a convertir en realidad.

Desde Biescas, con amor.

 

MANUEL ESPAÑOL